por Samantha Rose Hill*
Antes que viajara a Jerusalem en 1961, [Hannah] Arendt había empezado a preparar un curso sobre el poeta y dramaturgo Bertolt Brecht. Con los años, el material del curso fue publicado en el New Yorker en 1966, como "Hombres en tiempos de oscuridad" con algunas revisiones en 1968, y en alemán para la revista Merkur en 1969.
Cuando su ensayo sobre Brecht "Lo que le es permitido a Júpiter" apareció por primera vez en el New Yorker, le siguieron controversias. Sidney Hook escribió: "Una sola palabra describe el esfuerzo de Hannah Arendt por borrar la declaración de Brecht y utilizarla como un indicador de los sentimientos antistalinistas de Brecht: Unverschamtheit, desvergüenza". John Willett, coeditor de las obras reunidas de Brecht en inglés, respondió exigiendo que Arendt entregara sus fuentes probando que Brecht había alabado a Stalin. Arendt no respondió de inmediato, y cuando lo hizo Willett no quedó satisfecho con la evidencia presentada por ella. Escribió una carta abierta al Times Literary Supplement, de la que dio cuenta el New York Times. Arendt respondió a la solicitud de entrevista y aseguró a sus lectores que estaba "suficientemente satisfecha" con su propio trabajo, y creía que éste era correcto.
Arendt le dijo a su editor en el New Yorker que había escrito "el texto originalmente por enojo con un amigo", Eric Heller, quien quería "echar a Brecht por la ventana" debido a sus simpatías por Stalin. Heller tampoco había entendido el recuento de Arendt sobre Brecht. Él la atacó personalmente, arguyendo que su ensayo sobre Brecht "bien pudiera ser una de esas ocasiones en la que Hannah Arendt puso su gran inteligencia misma al servicio de un juicio erróneo; y cuando esto ocurrió, no era que estaba simplemente equivocada, sino que ella estalló en gran equivocación, con chispas iracundas volando por los aires".
Heller, Willet y Hook estaban respondiendo a una nota de pie en el ensayo de Arendt en que ella dice:
La alabanza de Brecht a Stalin ha sido cuidadosamente eliminada de sus Obras Reunidas. Los únicos rastros han de encontrarse en Prosa, vol. v, las notas publicadas póstumamente para su libro inconcluso Me-ti. Allí se alaba a Stalin como "el [hombre] útil", y se justifican sus crímenes. De inmediato después de su muerte, Brecht escribió que había sido "la encarnación de la esperanza" para "los oprimidos de cinco continentes".
Arendt no condenó el pecado de Brecht. Ella no creía que Brecht debiera ser desechado por sus decisiones políticas equivocadas. Se trataba de un gran poeta, y ese era el terreno sobre el que debía ser juzgado. Arendt les asignaba a los poetas y la poesía un lugar diferenciado en su comprensión del mundo, entre la vida del espíritu y la vida de la acción, y les otorgaba una condonación de sus obligaciones mundanas. "Los poetas no siempre han sido ciudadanos buenos, confiables", escribió. Brecht fue castigado con una "pérdida de talento" por los dioses de la poesía.
Ahora la realidad lo abrumó al punto en que él ya no pudo ser su voz; había tenido éxito en estar en lo más espeso de ella --y había comprobado que este no es un buen lugar para un poeta--. Esto es lo que posiblemente el caso de Bertolt Brecht pueda enseñarnos, y lo que tendríamos que considerar cuando lo juzgamos hoy, como tenemos que hacerlo, y ofrecerle nuestro respeto por todo lo que le debemos. La relación del poeta con la realidad es ciertamente la que Goethe dijo que era: ellos no pueden sostener la misma carga de responsabilidad que los hombres corrientes; ellos necesitan cierta dosis de lejanía, y sin embargo no mantendrían su sal particular si no estuvieran todo el tiempo tentados de ceder esta lejanía a cambio de ser unos más dentro de la corriente. En este intento Brecht apostó su vida y su arte como pocos poetas lo habían hecho antes; eso lo condujo al triunfo, y al desastre.
El argumento de Arendt era que los poetas merecen "cierta latitud" en la consideración pública, debido a que se encuentran hasta cierto punto alejados del mundo de los asuntos humanos. Arendt admite que el mismo Brecht rechazaría esta clase de excepción, pero ella también sostuvo que no se debe perder la capacidad de discernir entre los juicios políticos y morales: "Cada juicio está abierto al perdón, cada acto de juzgar puede convertirse en un acto de perdonar; juzgar y perdonar no son sino dos lados de la misma moneda. Pero los dos lados siguen reglas diferentes". El juicio de Arendt sobre Brecht es el juicio de un narrador, no el de un árbitro moral. Es lo que algunos han llamado "juicio poético". El costo del fallo [moral] de Brecht fue su talento, y esta pérdida, para Arendt, demostró "cuán difícil es ser un poeta en esta... o cualquier otra época".
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*Samanta Rose Hill, "Hannah Arendt". Men in Dark Times, 17, p.176. Reaktion Books Ltd. 2021 [Traducido por Hernando Calla, 8 diciembre 2025]
