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viernes, 16 de septiembre de 2016

La subsistencia: intangibilidad deshecha más acá del TIPNIS

 por Hernando Calla*

A poco de que el gobierno de Bolivia promulgara una “ley corta” que establece que ninguna carretera pueda atravesar por el TIPNIS y declara a este territorio indígena y parque nacional un área de reserva natural “intangible”, las negociaciones para llegar a una reglamentación consensuada sobre el alcance y los límites de dicha “intangibilidad” han quedado en suspenso, cuando han trascurrido más de dos semanas del acuerdo arribado entre el gobierno y los indígenas de tierras bajas que caminaron durante más de 60 días hasta el mismísimo centro del poder político en La Paz para evitar que se consume el despropósito de construir una autopista alquitranada por el medio de este bosque tropical amazónico (lo que no implica que no se puedan abrir caminos [i] que vinculen al TIPNIS con el resto del territorio nacional).


El primer mandatario, el vicepresidente y otros personeros del gobierno no dejan de sorprender a la opinión pública con declaraciones que contradicen los acuerdos arribados y la ley que los consagra. Por un lado, Evo Morales se sigue mostrando impermeable a los acontecimientos e insiste ‘motu proprio’, en reiteradas declaraciones poco afortunadas, o a través de interpósitas personas (p.ej. el gobernador de Cochabamba), que la carretera descartada por ley es una demanda irrenunciable de las organizaciones sociales y los departamentos involucrados. García Linera, por su parte, da la impresión de que el gobierno pretende seguir el hostigamiento a las ONGs que apoyaron a los marchistas y continuar con la represión policial/acoso judicial a los indígenas en Chaparina o La Paz, aunque la próxima vez en el mismo TIPNIS ahora declarado “intangible” para que, según la torcida interpretación de algunos dirigentes del oficialismo, ni los mismos indígenas puedan tocar nada, mucho menos las ONGs u otras empresas de “dudoso” estatus como socias de las organizaciones indígenas para la implementación de proyectos de ecoturismo o aprovechamiento forestal sostenible.

Entre tanto la “intangibilidad” del TIPNIS se ha vuelto un asunto susceptible a toda clase de interpretaciones antojadizas. ¿Pero qué significa intangible en sus acepciones ordinarias? Una indagación en los diccionarios da cuenta de algunas: 1) aquello que no puede o no debe tocarse, 2) algo vago e indefinible, 3) otras acepciones más especializadas (como en “activos intangibles” de la contabilidad empresarial). En el caso del TIPNIS, la intangibilidad parece estar relacionada con la consigna de la marcha: “el TIPNIS no se toca” y es un término con antecedentes en el manejo de áreas protegidas para designar lugares verdaderamente “intocables” o “sagrados” al interior de dichas áreas. Fue supuestamente sugerido por los asesores de los indígenas para garantizar cierto estatus de “intocable” del TIPNIS, es decir, cuyos recursos naturales –renovables y no renovables– no pueden ser explotados por terceros (ajenos a los pueblos que habitan el territorio indígena) o, visto en términos de tamaño, no pueden ser explotados a gran escala poniendo en peligro los frágiles ecosistemas del territorio indígena o amenazando la preservación de la biodiversidad en el parque natural; de todos modos hay temores, incluso entre los propios dirigentes indígenas,[ii] de que la intangibilidad pueda interpretarse tan radicalmente de modo que ni los propios indígenas que viven ahí puedan aprovechar sus recursos renovables para generar ingresos económicos que complementen sus medios de subsistencia.

Pero el asunto nos da la oportunidad para hablar de otro tema igualmente intangible en torno a nuestra realidad. Ello debido a que la palabra tiene dos acepciones que apuntan en distintas direcciones: la primera, aquella que está siendo debatida respecto a la “intangibilidad” del TIPNIS, se refiere a “lo que no debe tocarse”; la segunda, cuyo debate nos parece mucho más significativo, alude a “lo que no puede tocarse”, no porque esté prohibido o sea considerado algo sagrado, sino porque no tiene un carácter material (como la cultura) o, se nos antoja, porque al haberse destruido, o al menos desestructurado, ha quedado opacado por otras realidades aparentemente más tangibles (como la economía) al punto de asumir un contorno vago e indefinido. ¿Qué puede ser aquello? No pretendemos abordar los destrozos provocados en áreas otrora intangibles como la reserva del Aguaragüe actualmente sujeta a una intensa intervención para la explotación de madera, hidrocarburos y otros recursos, y en consecuencia, de creciente destrozo del entorno natural.[iii] Queremos abordar más bien otro tipo de bendiciones intangibles o poco evidentes para los economistas, o los ciudadanos que se han dejado contagiar por este punto de vista. Estamos pensando en las actividades de ‘subsistencia’ inherentes a sus condiciones de existencia autosuficiente por las que también lucharon los indígenas del TIPNIS, pero las cuales se siguen destruyendo impunemente más acá de este parque y, bien mirado, en toda la geografía nacional donde todavía perviven poblaciones que subsisten sin una gran dependencia del mercado.

¿Qué es la subsistencia? Habría que indicar primeramente que “subsistente” es aquella realidad que se sostiene por sí misma; es subsistente, simplemente existe por sí misma.[iv] De ahí que la “subsistencia” sea aquella forma de existir en que la gente genera por sí misma –autónomamente –, en relación permanente con su entorno material y cultural más inmediato, los medios materiales y las condiciones sociales de su existencia colectiva. Otra forma de traducirla sería como “la capacidad y libertad de cultivar el alimento propio, construir uno mismo su vivienda, moverse por cuenta propia espacial y espiritualmente”.[v] Sin embargo, con la expansión de la sociedad económica a todos los confines del mundo, las realidades de la subsistencia se han vuelto intangibles, han quedado opacadas por las realidades de la economía, la misma que se ha instalado en el imaginario de todas las sociedades contemporáneas como la única forma de sobrevivir en este mundo desprovisto de condiciones para la subsistencia.

Este es un término que economistas y desarrollistas usan ambos con desdén para chantajear a las poblaciones que todavía viven al margen del mercado advirtiéndoles sobre el empeoramiento de sus “magras condiciones de subsistencia”, a menos que emprendan proyectos de “desarrollo sostenible” de sus recursos humanos y naturales que les permitan la satisfacción de sus necesidades crecientes (independientemente del contenido de este paradigma del desarrollo, el término suele utilizarse simplemente para identificar aquellos productos autóctonos o destrezas productivas tradicionales con posibilidades de encontrar nichos de mercado en la economía global). Los profesionales de todas las ramas enfocan la subsistencia como algo indigno y frente a lo cual la única respuesta posible es la necesidad de salir cuanto antes de esa “miseria” que afecta a tanta gente que no solo tiene ingresos monetarios reducidos o nulos sino, “lo que es peor”, está obligada a vivir de lo que produce ella misma (o vive apenas de lo que logra cazar o pescar, como los indígenas del TIPNIS).

Al presente, se ha llegado a establecer un monopolio radical de la economía que afecta incluso al imaginario social donde ya no caben otras alternativas que no sean compatibles con los modelos industrialistas y las formas mercantiles de la economía; mientras tanto, la posibilidad de experimentar las actividades de subsistencia, o de imaginar nuevos modos de subsistencia al margen del mercado, tienden a desaparecer cuando ya no existen las condiciones de uso no comercial del entorno común o los “ámbitos de comunidad”.

El deterioro de las condiciones de subsistencia de las comunidades o pueblos indígenas es algo que se percibe ocasionalmente cuando las poblaciones afectadas se ven obligadas a migrar para trabajar en otros países o, más dramáticamente, mendigar en otros lugares donde hay grandes concentraciones humanas como en las principales ciudades. En algunos casos, estos procesos de deterioro o su contraparte, de creciente mercantilización de las comunidades campesinas,[vi] están siendo documentados por investigadores e instituciones dedicadas a la investigación socio-económica y a la propuesta de alternativas. No obstante, en vez de ver maneras de ponerle freno a este deterioro, las respuestas a estos procesos son normalmente intentos por encontrar alternativas ‘económicas’ que permitan, a los afectados por la creciente pobreza, superar la miseria en base a la metamorfosis de las pocas bendiciones culturales y precaria munificencia del entorno natural que todavía les queda, en recursos humanos e insumos naturales crecientemente apetecidos por el mercado globalizado de la modernidad para así convertirlos en bienes y servicios destinados a otros, es decir, en valores económicos.

A pesar de todo, las personas persisten en mantener a contracorriente ciertos medios de subsistencia producidos por ellas mismas. Yo soy de las minas del sur de Potosí; mi familia vivió en las minas por varias generaciones, obteniendo sus medios de sustento de la pulpería: el almacén de abarrotes que las empresas mineras mantenían para el aprovisionamiento de sus obreros y empleados de la mayor parte de sus “necesidades básicas” (las amas de casa podían sacar de la pulpería, a cuenta del salario del minero o el sueldo del empleado, desde latas de leche evaporada hasta algunos kilos de carne por familia al mes, y hasta el mismo “pan nuestro de cada día”). Con todo, incluso después de la nacionalización de las minas –que implicó la consolidación de la clase minera y la creciente dependencia de las poblaciones mineras de lo suministrado por las pulperías–, muchas familias seguían cultivando algunos medios de subsistencia propios, como ser: sembradíos de papa en pequeñas parcelas en los cerros, lechugas en los márgenes de la quebrada, o chanchos en pequeños chiqueros en las afueras. Esta misma experiencia la tenían hasta hace poco los habitantes de pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, cuya alimentación dependía, aparte de la variedad de productos que se podían adquirir en el mercado con dinero, del mantenimiento de huertos y chacras donde se cultivaban las hortalizas y frutos propios de la región, o de la crianza de animales domésticos para el aprovisionamiento subsistente de los principales ingredientes para los platos criollos preparados en los días de fiesta.

El argumento de Pierre Chaunu, un insigne representante de la geo-historia francesa, para la mayor parte de Europa en el siglo XVIII podría servirnos con ligeras modificaciones para dimensionar las realidades de nuestra propia subsistencia: “Hasta el siglo XVIII”, decía él, “salvo para las ciudades, 90% de lo que consume un habitante de un ‘mundo pleno‘ se encuentra disponible en un círculo de 5 km cuyo centro es su casa, tan estrecha es aún la dependencia hacia el suelo de todo lo que contribuye a la existencia humana… En otras palabras, en un primer círculo de 5 km de diámetro y unos 80 km2 de superficie se encuentran las cinco o seis pequeñas comunidades entre las cuales ocurren cerca de 90% de los ‘intercambios‘ (más que de intercambios monetarizados se trata de formas de ‘trueque contabilizado‘). Hasta 1700-1750, este primer círculo retiene, bajo la forma del auto-consumo, por lo menos 90% de la producción…”[vii] ¿Cuán diferente habrá sido la realidad del autoconsumo o la subsistencia en los países americanos? ¿Cuándo habrán empezado a cambiar estas realidades autosubsistentes en nuestro país?

De cualquier modo, la realidades de la subsistencia en Bolivia han pervivido hasta nuestros días en comunidades campesinas de tierras altas (basta que uno salga unos cuántos kilómetros fuera de las grandes ciudades, digamos a las comunidades de la cuenca del lago Titicaca, para encontrar que las realidades de la subsistencia todavía se encuentran a ojos vista) y, como nos lo han hecho recordar los indígenas marchistas del TIPNIS, en las comunidades de los pueblos indígenas de tierras bajas. De ahí la conmovedora acogida con que la gente de La Paz y otras ciudades del país recibió a los marchistas que arribaron el 19 de octubre, a los que no escatimaron en brindarles toda clase de muestras de solidaridad. A diferencia de algunos analistas que han visto en los gestos de simpatía de las clases medias y altas una confabulación con la derecha o una fabulación interesada del “mito del buen salvaje”,[viii]nosotros pudimos ver que paceños de todas las clases, edades y géneros les dieron un sincero y caluroso recibimiento a los indígenas de tierras bajas en su épico ingreso a la ciudad; [ix] los acompañaron en su vigilia de varios días a la espera de resultados favorables en las negociaciones de sus dirigentes con el gobierno[x] y, por último, vimos que hubo una sentida despedida de ambos al momento de partir los marchistas de retorno a sus territorios.

Aunque sería tonto negar la solidaridad proverbial de los paceños con la gente afectada por desgracias colectivas, nosotros creemos que la emotiva acogida con que recibieron a los indígenas del TIPNIS también tiene que ver con la intuición de la población citadina respecto a que la lucha de los indígenas por su hábitat concierne a aquellas bendiciones intangibles que ella misma ha ido perdiendo en su tránsito desde sus comunidades autosubsistentes hasta los contaminados barrios de sus ciudades, donde sobrevive gracias a una creciente dependencia de la circulación mercantil pero con posibilidades de subsistir cada vez más reducidas, a pesar de todas las comodidades que estas ciudades ofrecen (o quizás por ello mismo). Esta intuición se hizo entrañable, se nos ocurre, cuando redescubrimos nuestra común humanidad en el rostro de los más pobres y humildes de nuestra patria al momento de su entrada decisiva en la historia contemporánea.
*Publicado originalmente en Bolpress.com el 15 de noviembre, 2012

[i] A propósito de una distinción entre caminos y carreteras, ver este fantástico cuento de Gustavo Duch en
[ii] Ver http://elsistema.info/index.php?option=com_content&view=article&id=11922&catid=14
[iii] Ver http://www.lostiempos.com/oh/actualidad/actualidad/20100502/el-aguarague-manual-para-destruir-una-reserva-natural_68344_125303.html
[iv] Ver Lee Hoinacki, Why Philia? (Lecture note) Conferencia leída en la Lecture Series "Conversations: The Legacies of Ivan Illich" en Pitzer College, Claremont (California, USA), Marzo 2004, p. 9. Visitar http://www.pudel.uni-bremen.de
[v] Ver Ivan Illich, Subsistence, en Kenneth Vaux, ed., «Powers That Make Us Human» (Urbana: University of Illinois Press, 1985), p. 50.
[vii] Cf. Pierre Chaunu, Histoire, Science Sociale. La durée, l‘espace et l‘homme à l‘époque moderne, SEDES: París, 1974.
[viii] Ver Alison Spedding, Por qué no voy a salir a marchar en defensa del TIPNIS
[ix] Ver relato sobre el recibimiento en La Paz en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011101901
[x] Ver un balance de la marcha indígena en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011102501


viernes, 9 de septiembre de 2016

El desarrollo no justifica la destrucción del TIPNIS

por Hernando Calla*


“Cuando queremos construir caminos (...), algunos hermanos indígenas no quieren que se construya el camino; cuando queremos explorar como gobierno más gas o petróleo que nos da la Madre Tierra (...), no quieren algunos hermanos; cuando queremos construir plantas hidroeléctricas (...), no quieren algunos hermanos…” “¿De qué va a vivir Bolivia?...antes nuestras luchas eran por luz, caminos ; queríamos más recursos económicos... [Ahora] en contraposición, las organizaciones indígenas y originarias se oponen a estos planes que generan desarrollo social y económico”, Evo Morales (LR, 26-8-11)


El conflicto entre los pueblos de territorios indígenas y el gobierno de Evo Morales por su decisión unilateral – sin consulta previa e informada – de construir una “carretera” que cruce por el TIPNIS se aproxima estos días a su punto de mayor tensión. Por un lado, se intentó por séptima vez iniciar un diálogo entre una comisión gubernamental, encabezada por el canciller David Choquehuanca, y los indígenas que marchan desde mediados de agosto rumbo a la sede de gobierno. Por otro lado, la exhortación de personeros del oficialismo a un supuesto diálogo se ha convertido hace poco en un amenazador bloqueo de los campesinos “interculturales” (colonizadores) en la población de Yucumo y otras poblaciones del norte paceño que intentan frenar la marcha indígena con la connivencia de un destacamento policial que pretende dizque evitar un enfrentamiento.

Las grietas del desarrollo

Como muchos paisanos recientemente empoderados, el Presidente de Bolivia se orienta por el faro del “desarrollo” que en la segunda mitad del siglo XX fue el credo de las elites de los países del llamado Tercer Mundo, por lo general formadas en universidades del “Primer Mundo”, concepto que ahora se ha vuelto cuestionable por las consecuencias desastrosas para la naturaleza y humanidad cada vez más evidentes – entre ellas, el calentamiento global – y que están estrechamente asociadas con la expansión de la economía productivista a nivel global.

Por lo mismo, hoy el faro muestra grietas y ha comenzado a desmoronarse. La idea del desarrollo se levanta como una ruina en el paisaje intelectual. El engaño y la desilusión, los fracasos y los crímenes han sido compañeros permanentes del desarrollo y cuentan una misma historia: no funcionó, al menos no como el mecanismo/instrumento de bienestar para todos que resultó ser una promesa vacía. Además, las condiciones históricas que catapultaron la idea hacia un sitial prominente han desaparecido: el desarrollo ha devenido anticuado. Pero sobre todo, las esperanzas y los deseos que dieron alas a la idea están ahora agotados: el desarrollo ha devenido obsoleto (aunque ello no sea percibido por todos).

Es cierto que enraizarse en el presente requiere una imagen de futuro. Esa imagen del porvenir ofrece guía, ánimo, orientación, esperanza. Sin embargo, a cambio de imágenes culturalmente establecidas, construidas por hombres y mujeres concretos en sus espacios locales, se ofreció al hombre moderno la expectativa ilusoria de un crecimiento ilimitado, implícita en la connotación de desarrollo y sus afines semánticos: crecimiento económico, progreso social, modernización tecnológica. También se le ofreció una imagen del futuro como mera continuación del pasado: ese es el desarrollo, un mito conservador, si no reaccionario.[1]

Algunos dirán que el desencanto con el “desarrollo”, o el “crecimiento económico”, no elimina la necesidad de una palabra para designar la “generación de riqueza”. En realidad, el acuñar nuevas palabras para el desarrollo ha acompañado la historia de los esfuerzos de gente muy creativa por imaginar nuevos “paradigmas” de desarrollo: integral, alternativo, humano, sustentable, territorial y no se qué más. Pero todos estos “paradigmas” son construcciones imaginarias cada vez más alejadas de las realidades materiales que se imponen a las grandes mayorías, aunque pretendan leer de distinto modo los fragmentos de dichas realidades que todavía captan. En efecto, tanto la riqueza como la pobreza son conceptos tradicionales cuya utilización actual oculta la destructividad de los procesos institucionales modernos de creación del desvalor.[2] Se trata de una desvaloración del entorno como una condición para la acumulación ilimitada de valores mercantiles y del capital transnacional que mal podríamos llamar riqueza en su acepción tradicional de abundancia de bienes y propiedades; por otra parte, esta desvaloración de las condiciones naturales o el contexto cultural implica abismos de miseria para los cuales el concepto tradicional de pobreza es igualmente inadecuado.[3]

La aplicación del concepto de riqueza a la productividad industrial oculta la destructividad inherente a los procesos extractivos e industriales de transformación de la naturaleza en insumos productivos y mercancías de consumo masivo. Refleja la degradación de las cosmovisiones que antaño respetaban la sacralidad de la naturaleza en una visión que convierte los dones de la Madre Tierra en “recursos naturales”: por ejemplo, el gas y petróleo, susceptibles de ser extraídos del fondo de la tierra; pero también los “recursos” maderables u otros que pueden ser explotados de la superficie. La transformación de los dones de la naturaleza en “recursos naturales” es contemporánea del colonialismo que explotaba estos últimos para convertirlos en insumos para las industrias. La filósofa de la India Vandana Shiva extracta una cita de 1870 que proponía la siguiente definición: “Al hablar de los recursos naturales de un país cualquiera, nos referimos al mineral en la mina, la piedra en la cantera, la madera en el bosque, (etc.)”[4]. En esta definición, ya se perfila que la naturaleza se ha convertido en un depósito de materias primas que esperan su transformación en insumos para la producción de mercancías.

La guerra contra la subsistencia

A dónde nos ha llevado el mentado desarrollo se puede describir mejor como la guerra contra la subsistencia [5] de la gente sencilla que había declarado el Estado moderno desde mucho antes que fueran colocados sus cimientos teóricos en el siglo XVII.[6] A partir de los años 1950s, el desarrollo fue concebido como cierto tipo de ingeniería social cuya meta era la instalación de un conjunto creciente de equipamientos: construcción de más escuelas, de más hospitales modernos, de extensas autopistas para vehículos de alta velocidad, de nuevas fábricas e industrias, de plantas generadoras y redes de energía, y además, junto con todo esto, la creación de una población capacitada para su manejo y entrenada para necesitar estas cosas.

Actualmente, el imperativo moral de hace cincuenta años atrás parece una ingenuidad y son muy pocos los pensadores críticos que tienen una visión tan instrumentalizada de la sociedad deseable, aunque estas ideas perviven en el imaginario colectivo de nuestras sociedades – tanto en el Norte sobre-endeudado como en el Sur sub-industrializado – mentalmente “subdesarrolladas” y que intentan estabilizar sus finanzas, o modernizar su tecnología, desesperadamente a cualquier costo. Dos son las razones que les han hecho cambiar de parecer: la primera, la existencia de externalidades indeseables que exceden los supuestos beneficios del desarrollo económico: una muestra son las ciudades congestionadas de motorizados que avanzan cada vez más lentamente – no obstante estar implementadas con autopistas de alta velocidad –, contaminan el aire hasta volverlo irrespirable, lanzan a la atmósfera enormes cantidades de gases de efecto invernadero (los que provocan el calentamiento global) y empobrecen el paisaje urbano y rural con su patente fealdad.

La segunda razón, quizá la más difícil de articular convincentemente, la aparición de la contraproductividad paradójica al interior de las metas de producción de determinado sector económico: los usuarios del transporte y los que conducen su propia “fuerza de trabajo” hasta su fuente laboral todos los días terminan desplazándose a velocidades cada vez menores no obstante estar equipados con vehículos cada vez más veloces y, en consecuencia, encontrarse crecientemente endeudados (en tiempo y dinero) para pagar los gastos correspondientes (no únicamente los pasajes del transporte o el combustible sino los impuestos y las cuotas mensuales del financiamiento para su automotor), además de sentirse psicológicamente frustrados por la creciente dificultad para volver a poner los pies sobre la tierra y valerse de sus propias piernas para llegar a destino. (En cambio, aunque suene a poesía, no importa cuán distante sea el destino que se propone el caminante, los pies lo llevarán hacia el mismo como lo han vuelto a demostrar, para volver al tema que nos preocupa estos días, los indígenas del TIPNIS que marchan desde la amazonía rumbo a la ciudad de La Paz).

¿Una “carretera” de integración regional?

Si bien no todos los que marchan o apoyan la marcha indígena están plenamente conscientes de la caída del desarrollo como justificación legítima para la construcción de la “carretera” que pretende vincular la región del Beni con el eje troncal (por el Chapare cochabambino, en vez de hacerlo mejorando el camino ya existente por los Yungas de La Paz), el actual conflicto por el TIPNIS ilustra la confluencia de múltiples iniciativas de ciudadanos (indígenas de tierras bajas y altas, defensores de la naturaleza y la biodiversidad, activistas por los derechos de los pueblos indígenas) cada vez más lúcidos respecto a los peligros reales que implican los proyectos de mega infraestructuras, y menos propensos a confiar en las promesas vacías del “desarrollo económico”. Estos sectores indígenas y activistas que defienden sus derechos están dispuestos a resistir activamente las arremetidas del capitalismo global que, en colusión con el Estado boliviano y los intereses creados de masas crecientemente empoderadas (cocaleros, colonizadores, campesinos que apuestan por los monocultivos), pretenden vaciar espacios cada vez mayores (y áreas potenciales para una extracción ampliada de recursos naturales) para la circulación sin interferencias de los valores mercantiles y la acumulación del capital.

Frente a la guerra declarada contra la subsistencia de los indígenas del TIPNIS por parte de los poderes dominantes, es urgente librar pequeñas batallas epistémicas para tomar conciencia de la usurpación sufrida por el lenguaje ordinario a manos de aquellos que detentan el poder, sean estos tecnócratas que “venden su charque” a los políticos que se justifican con obras, o bien ideólogos que intentan convencer a las masas de sus propósitos loables. Es el caso de la pretendida “carretera” que quieren construir por el TIPNIS: ¿quién podría oponerse a una carretera que permite conectarnos con nuestros parientes que viven más allá del cerro (o del parque)? Agucemos el oído: carretera viene de carreta que el diccionario define como “carro bajo y alargado de madera, con dos ruedas, con una vara larga a la que se ata el yugo [de bueyes]”. ¿Será legítimo seguir utilizando este término de otras épocas para referirse a ese tipo de autopistas destinadas a vehículos que circulan a velocidades superiores a 80 km/hora? Lo mismo puede argumentarse sobre lo inapropiado de referirse a estas autopistas como si fueran “caminos” por donde la gente camina a pie o marcha a paso firme (como los marchistas del TIPNIS). Pero incluso si ambos términos pueden seguir utilizándose perfectamente para referirse a la mayor parte de los caminos de tierra o ripio que conectan nuestras comunidades y pueblos con las carreteras troncales o asfaltadas de la red fundamental, lo cierto es que existe un punto de quiebre donde la utilización de estos términos constituye un abuso del lenguaje a favor de empresas y gobiernos cuya principal justificación es venderle a la sociedad este tipo de mega “herramientas” usando los términos más familiares a los oídos de sus actuales y potenciales electores.

Consideraciones similares se podrían hacer respecto a muchos ‘lugares comunes’ o ‘palabras trilladas’ que dificultan la percepción e impiden entender lo que verdaderamente está en juego. Por ejemplo, cuando se habla de que la carretera permitirá la “integración regional” y la “unidad nacional”, lo que ocurre es que se utilizan términos con una connotación tradicional que ha dejado de reflejar la realidad. Antes que una verdadera integración entre dos regiones, la autopista permitirá una conexión más directa entre productores y consumidores que podrían estar no en la región próxima sino en el país vecino o en otro continente; o como lo han denunciado otros analistas, la pretendida “carretera” forma parte de una estrategia regional de infraestructura “caminera” (IIRSA) que facilitará la vinculación de la economía del Brasil con los mercados emergentes de la China. Tampoco el ensalzar la unidad nacional impedirá que, de implementarse el tramo II de la ruta San Ignacio de Moxos –Villa Tunari, el impacto resultante sean múltiples divisiones: entre comunidades a un lado y otro de la autopista, entre las comunidades indígenas y los pueblos “interculturales” que seguirán invadiendo el parque, entre los departamentos del Beni y Santa Cruz; además de dividir y dañar el entorno ecológico de fauna y flora inextricablemente ligadas en las condiciones naturales del parque tropical o TIPNIS.

El imaginario del desarrollo fue construido a mediados del siglo XX. A este imaginario le corresponde, según Iván Illich, una imagen del hombre actual y una autoimagen como homo transportandus: el hombre que está en un lugar y siente que en el siguiente momento debe estar en otro lugar.[7] A la luz de este conflicto crítico para la sociedad boliviana sobre la que se ciernen serias amenazas a la vida y la democracia, es cada vez más evidente que el Presidente aymara del Estado Plurinacional ha dejado de ver el mundo con los ojos del marchista indígena que otea el horizonte para encaminarse a su destino, y ha terminado adoptando la visión del hombre que se hace transportar y mira la realidad a través de la ventanilla de su avión presidencial.

*Publicado originalmente por Bolpress.com, 24 de septiembre, 2011

[1] Ver Wolfgang Sachs (comp.), El diccionario del desarrollo. Una guía del conocimiento como poder. Lima: PRATEC (Proyecto Andino de Tecnologías Apropiadas), 1996. Particularmente, la introducción del ecologista alemán W. Sachs y el ensayo sobre el “Desarrollo” escrito por el mexicano Gustavo Esteva.
[2] Ver Jean Robert, La crisis: el despojo impune. Cómo evitar que el remedio sea peor que el mal. México: Editorial Jus, 2010 (Serie Conspiratio), p. 171. En los 1980s, Iván Illich intentó dar un nombre y forjar un concepto para el instrumento de nivelación de las culturas mediante el cual el mercado moderno amplía su poder destruyendo la autonomía de la gente: el desvalor, que no es un simple despojo de bienes o territorios sino una desvaloración previa de sus dueños legítimos. Ver I. Illich “El desvalor y la creación social del desecho”. Tecno-política. Doc. 87-03; o también en “OBRAS REUNIDAS II”. México: FCE, 2008.
[3] Ver Majid Rahnema, “Quand la pauvreté chasse la misere” [Cuando la miseria expulsa a la pobreza], Actes Sud, París, 2003
[4] Vandana Shiva, Recursos. En Wolfgang Sachs (comp.), op. cit., p. 319
[5] Ver Iván Illich, La guerra contra la subsistencia. Cochabamba: Ediciones Runa, 1991.
[6] Ver: Thomas Hobbes, Leviathan, or the Matter, Form and Power of a Commonwealth, ecclesiastical and civil. London, 1951.
[7] Ver Jean Robert, La lucha de resistencia contra la modernidad- Congreso Carfree documentado por Iván Alejandro M. Zazueta.

¿Disyunciones coloniales o mímesis desarrollista?

Por Hernando Calla*

¿Es el “proceso de cambio” una “versión remozada”, en “clave de farsa”, de la “parodia revolucionaria” del ’52 que sirvió de escenario a las políticas desarrollistas del MNR?

Este es el diagnóstico que ofrece, en términos gruesos, Silvia Rivera Cusicanqui respecto a las “disyunciones coloniales” que estaría repitiendo, luego de 7 años de haber asumido el poder y a 60 años de la revolución nacionalista, el gobierno del MAS al mando del llamado Estado Plurinacional de Bolivia. En los términos del artículo de Rivera Cusicanqui, “Del MNR a Evo Morales: disyunciones del Estado colonial”,[i] a primera vista “disyunciones” parecería significar disyuntivas, cuando en una lectura más ajustada a su propia intención ella está hablando más bien de dos versiones o ramificaciones de lo mismo: el MAS como una paradójica reproducción del “colonialismo interno”, categoría que hasta hace poco se utilizaba para cuestionar el sistema político de partidos tradicionales que este “instrumento político” de los movimientos sociales había ayudado a derrumbar.

No obstante, en la estructura de su artículo sobre las disyunciones, también se encuentra la acepción de bifurcación, contradicción o falta de congruencia entre el discurso y la realidad. No se remite únicamente a señalar la contradicción entre el discurso “pachamámico” de algunos sectores del gobierno y las prácticas abiertamente extractivistas y depredadoras del actual modelo desarrollista que impulsa el Ejecutivo. Rivera Cusicanqui observa que, por ejemplo, así como en el proceso del ’52 se replicaban “los modelos desarrollistas impuestos desde el norte con la Alianza para el Progreso y USAID” por la incapacidad de los líderes populistas de entonces para “pensar por sí mismos en los problemas nacionales”—generando ya entonces una falta de adecuación entre el modelo exógeno y la realidad propia—, así también el actual proceso de cambio habría adoptado una “versión militar del desarrollo” barnizada con una “barata retórica katarista y ecológica” —dice ella—, manifestándose nuevamente una disyunción colonial entre el actual modelo desarrollista copiado de los años sesenta y las realidades más prosaicas del poder “que encubren negocios turbios de narcotráfico y contrabando”, además de la represión “contra los indígenas en resistencia y contra las personas solidarias con las luchas en defensa de la madre tierra”. Concluye señalando que la lógica subyacente a este proceso, y su proyecto de construcción de una carretera por el corazón del TIPNIS “marcado por la mala fe, el divisionismo y la entrega del país a intereses extranjeros”, “es la lógica de las disyunciones coloniales: el colonizado que aspira a reproducir los actos del colonizador; la víctima que busca parecerse a su verdugo”.

Bien mirado, lo que Rivera Cusicanqui llama “lógica de las disyunciones coloniales” es algo que rebasa el fenómeno de la colonialidad y ha sido identificado, por ejemplo, como la piedra de toque de la teoría mimética del comportamiento humano, cuyo principal exponente tiene pretensiones de universalidad para la misma. Se trata de la teoría antropológica desarrollada por el francés René Girard, a partir de obras clave de la literatura universal, para quien el deseo nunca es espontáneo o dirigido directamente a determinado objeto, sino más bien mimético o imitativo; lo que uno desea se lo ha señalado un otro y, visto así, el deseo es triangular o mimético.[ii] Uno lo puede ver en los niños que no ocultan su deseo de algo cuya deseabilidad les ha señalado el hermanito mayor; en este juego de niños se puede observar también que la importancia del objeto deseado queda relativizado rápidamente cuando el líder cambia su deseo por otro, lo cual es inmediatamente imitado por los que lo siguen. El resultado es un deseo extendido o contagiado, que no desaparece con la infancia (aunque los adultos lo disimulen), de parecerse al líder o modelo a seguir, incluido el caso extremo — “colonial” según Rivera— de “la víctima que busca parecerse a su verdugo”.[iii]

Volviendo al tema, y contraponiéndonos por un momento a la extensión del concepto de colonialismo interno planteado por Rivera Cusicanqui, se puede plantear que lo que efectivamente impulsa al gobierno de Evo Morales es la lógica de la mímesis desarrollista: el “subdesarrollado” que se encuentra obnubilado por la imagen industrial del mundo desarrollado y quiere imitarlo a toda costa. El origen de esta “mímesis” industrialista en el gobierno se puede rastrear hasta los deseos que los ideólogos desarrollistas de los sesenta y setenta en América Latina han sabido contagiar a los líderes populares que surgieron en los noventa y la primera década de este siglo: i) el sueño de la industrialización de “nuestros recursos naturales”, ii) el anhelo de integración “nacional” a través de una red de supercarreteras,[iv] y iii) la idea de que el Estado debe producir el “bienestar social” que el mercado impide alcanzar (puesto que este último solo sirve a las oligarquías o la burguesía).

Habría que decir que la teoría mimética, al señalar la naturaleza mimética del deseo humano, devela finalmente la violencia inherente a las relaciones humanas. No debiera sorprender, entonces, que en la persecución de sus sueños y planes desarrollistas,[v] los actuales titulares del proceso de cambio estén dispuestos a quitar de en medioviolentamente si fuera necesario, cualquier obstáculo que se presente a su proyecto de construcción de la “anhelada carretera” interdepartamental Beni-Cochabamba, sea este de tipo físico ambiental como la enorme reserva de biodiversidad que representa el parque Isiboro-Sécure, o bien de tipo humano y social como aquellas comunidades indígenas que quisieran hacer valer sus derechos: su derecho a defender la Ley 180 que prohíbe la construcción de cualquier carretera por el corazón de su territorio indígena (TIPNIS), o también su derecho a una consulta previa, informada y de buena fe, que el gobierno ha pretendido realizar a destiempo en forma manipulada y tendenciosa.

Otra aproximación posible al proceso político boliviano —presuponiendo cierta buena fe en el discurso oficial de que el gobierno se preocupa del bienestar, la educación y salud de la población— es que el “proceso de cambio” termine siendo finalmente nada más que otra vía para alcanzar la modernización del país. ¿Mímesis modernista, esta vez? No necesariamente. Me parece que hay un término que es más pertinente que mímesis, en este caso; se trata de la noción de alienación.[vi] A pesar de haber sido utilizada brillantemente por Marx en su análisis de la enajenación del obrero respecto al proceso laboral y al producto de su trabajo a mediados del siglo XIX, o bien usada incisivamente en varios contextos a mediados del siglo XX (p.ej. Sergio Almaraz definía la alienación de manera didáctica: “humildad con los extranjeros, arrogancia con los connacionales”), su valor explicativo no ha sido agotado. A diferencia de la mímesis, que sugiere cierta distancia entre el modelo envidiado y el imitador que quiere parecérsele, alienación alude a una verdadera pérdida del ser de uno en el otro, como si la realidad del otro se convirtiera en la mía propia, y por tanto que ya no se pudiera – por muchos esfuerzos que hagamos, como pretende Silvia Rivera, para “descubrir a la india y al ‘salvaje’ que todos y todas tenemos en nuestro interior” (o, como decía Luis Rojas Aspiazu, “descubrir las ojotas debajo nuestros zapatos”) – diferenciar la realidad propia de la realidad ajena del Occidente moderno siendo que esta última, al pretenderse universal, me afecta en mi ser particular.

Desde esta perspectiva, estaríamos frente a un fenómeno de alienación modernista por el que empezamos a compartir con todo el mundo, un mismo y único mundo regido por los axiomas de la modernidad, entre ellos, el axioma de la escasez intrínseca a todos los procesos naturales y humanos; el cual se traduce, por ejemplo, en la certidumbre de que “el tiempo es escaso”, de que necesitamos “medios de transporte” para desplazarnos hasta nuestros puestos de trabajo o para trasladar nuestros productos hasta los mercados (lo que convierte en necesaria justamente, incluso una “carretera” como la que se pretende construir por el TIPNIS sin importar a qué costo social y ambiental), o la certeza de que vivimos en una “sociedad del conocimiento” donde nuestros hijos “necesitan” educarse desde una edad temprana en la escuela (lo que se aduce como otra justificación para la mencionada carretera, como si esta última fuera condición para el acceso a la escuela de los niños en las comunidades indígenas) para poder acceder a otros bienes y servicios básicos de la modernidad industrial. ¿No es acaso esta última una realidad fundamentalmente ajena a nuestras propias circunstancias?

Ahora bien, ¿alienta el gobierno del MAS este proceso de alienación modernista? Como diría Silvia Rivera, lo hace finalmenteen clave de farsa, por mucho que inicialmente aparecía como si el primer “gobierno indígena”, además de asumir como propia la “agenda de octubre”, pugnaba por romper los moldes estrechos de la modernidad para plantearse un retorno a los valores de la comunidad indígena. Sin embargo, poco a poco, a pesar de mantener cierto nivel de ritualidad “pachamámica” en el relacionamiento estatal con las organizaciones indígenas, el discurso oficial fue adecuándose a las políticas y prácticas concretas de modernización incipiente de los procesos económicos, y sobre todo a sus proyectos modernizadores de carreteras y otras infraestructuras. Adicionalmente, el gobierno internalizó rápidamente los imperativos de la gobernabilidad moderna: el “equilibrio fiscal”, “crecimiento del PIB”, “aumento de las reservas internacionales”, etc.

Si bien este es el proceso sociocultural subyacente fundamental: una alienación modernista que empero tiene, a los ojos de la mayoría, visos de una modernización necesaria y deseable, la lógica de las disyunciones coloniales no desaparece. Es más, según el sociólogo aymara Pablo Mamani Ramires, los gobernantes y su entorno más inmediato estarían implementando una “falsa descolonización”.[vii] En los términos de Rivera, el gobierno del MAS no hace sino prolongar la lógica del colonialismo interno hacia una reedición de la “paradoja señorial”,[viii] la reproducción de la lógica oligárquica, esta vez —doble paradoja—, sin la participación directa de la casta señorial antaño dominante, o bien gobernando con dicha lógica a nombre de ella, a cambio de una reacia aceptación de las nuevas élites emergentes del “proceso de cambio”, por el entorno social de las viejas elites surgidas del “entronque histórico” de los partidos tradicionales del pasado siglo.

Asimismo, solo como “parodia revolucionaria” estaría imitando el gobierno del MAS, por un lado, la retórica nacionalizadora y estatista de otras épocas[ix] y, por otro, la lógica desarrollista de los países industrializados basada en la modernización tecnológica. En realidad, sigue vigente la manía propia de los “doctorcitos” y “licenciados” de creer que la realidad se transforma mediante la proliferación de leyes y reglamentos sin ningún asidero en políticas concretas, lo que finalmente redunda en una multiplicación de las trabas al desarrollo económico en favor de las inamovibles burocracias de turno. Todo ello en el marco de una “sofisticación” de las prácticas de corrupción (léase: extorsión), chantaje político y criminalización de la protesta (léase: judicialización de la política) y una burda utilización de la prebenda y el clientelismo político que corrompen incluso a las organizaciones de base e indígenas, pero sobre todo a los “movimientos sociales” convertidos en meros instrumentos de los que ejercen un supuesto “centralismo democrático” en la toma de decisiones políticas que nos afectan a todos.

* Artículo originalmente publicado por Bolpress.com el 14 de enero, 2013
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[i] Ver artículo publicado en sitio web de Bolpres.com: http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2012123104
[ii] Cf. René Girard, Deceit, Desire, and the NovelSelf and Other in Literary Structure. Baltimore and London: Johns Hopkins Paperbacks edition, 1976.
[iii] Otro autor que analizó el fenómeno desde una perspectiva similar al denunciar la imitación de los modelos pedagógicos copiados de Europa por las élites republicanas de fines del siglo XIX, es Franz Tamayo cuando hablaba del “bobaryismo pedagógico” en sus artículos de 1910 reunidos en su libro Creación de la pedagogía nacional.
[iv] Me parece que los proyectos de infraestructura carretera moderna tienen poco que ver con los verdaderos anhelos de integración de la geografía humana del país como el reivindicado por Silvia Rivera en referencia a la ruta diagonal descrita y narrada por Jaime Mendoza en su libro El macizo boliviano.
[v] Por cierto, esta hipótesis también se contrapone a las explicaciones más banales de que la motivación real del Ejecutivo para construir una carretera por el TIPNIS, “quieran o no quieran” las comunidades indígenas, son los diversos intereses económicos de todas las partes involucradas, incluidos los mandatarios.
[vi] El diccionario define del siguiente modo, entre otros, el concepto de “alienación”: proceso mediante el cual el individuo o una colectividad transforman su conciencia hasta hacerla contradictoria con lo que debía esperarse de su condición (y el resultado de dicho proceso)
[vii] Ver artículo de Pablo Mamani en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2013010904
[viii] René Zavaleta Mercado, Lo nacional-popular en Bolivia. México: Siglo XXI editores, 1986, p.15
[ix] Una última teatralización del despliegue estatista nacionalizador al estilo de los años sesenta se dio con la reciente “ocupación militar” de las instalaciones de Electropaz, hasta hace poco de propiedad de una empresa española.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Apuntes sobre “Los límites al crecimiento” (1972)

Por Hernando Calla (2013)

Antes de la crítica al desarrollo propiamente dicho, la crítica al crecimiento económico la inició oficialmente el Informe “Los límites al crecimiento” del “Club de Roma” (1972) cuya versión simple tenía como base un modelo de las tendencias en el uso de los recursos del planeta (y sus efectos secundarios) y sus cruces con el crecimiento de la población mundial (capacidad de carga del planeta).

El análisis incorporó  las tendencias de crecimiento de 5 fenómenos interrelacionados en el tiempo y su proyección futura: la producción industrial, el crecimiento de la población, la producción de alimentos (o desnutrición creciente), el agotamiento de los recursos no renovables y la contaminación ambiental.

La conclusión del Informe: si no se frena rápidamente la producción industrial y el crecimiento de la población mundial, ambas tendencias “chocarán” provocando un colapso (caída abrupta de ambos) dentro de los próximos 100 años; en otras palabras, la humanidad se habrá chocado con los límites al crecimiento.

Incluso duplicando los recursos disponibles o reduciendo considerablemente la población solo difiere para más adelante lo inevitable (el colapso)

Fue uno de los primeros informes globales en hablar de una “condición” (no decía “desarrollo”) de equilibrio global ecológico y económico “sostenible” a futuro (esta idea de un posible equilibrio global  contrasta con la idea de un crecimiento infinito)

Sin embargo, el Informe concebía este “equilibrio global” en términos de una reducción de la producción industrial de bienes, pero proponiendo a cambio ¡un crecimiento ilimitado en la producción de servicios!

Extraigo algún párrafo relevante:

“La población y el capital son las únicas cantidades que necesitan ser constantes en el estado de equilibrio. Cualquier actividad humana que no requiera un gran flujo de recursos irremplazables o produzca una grave degradación ambiental podría continuar creciendo indefinidamente. En particular, esos emprendimientos que muchas personas catalogarían como las actividades más deseables y satisfactorias del hombre – la educación, arte, música, religión, investigación científica básica, atletismo e interacciones sociales – podrían florecer”.

Esto es importante pues, como veremos más adelante, Iván Illich cuestionó esta supuesta salida del impasse al crecimiento de la producción de bienes industriales mediante el crecimiento “ilimitado” de los servicios (mercancías inmateriales), pero antes veamos algunas implicaciones del hecho de no haber atendido las advertencias premonitorias del Informe del Club de Roma.

Algunas críticas a “Los límites...” y su reivindicación actual

Si bien el Informe tuvo repercusión mundial, no llegó a influir en una toma de decisiones de nivel político que pudiera frenar, menos aún detener, el crecimiento económico que se ha convertido en uno de los pilares sagrados de las sociedades contemporáneas. El Informe supuestamente:

- Subestimó la capacidad del cambio tecnológico para incrementar la provisión de alimentos y recursos
- Subestimó la capacidad de adaptación del comportamiento humano en respuesta a la escasez y los mayores precios de los recursos.

Sin embargo, 40 años más tarde, las implicaciones de un crecimiento descontrolado de la economía siguen vigentes:

- las invenciones tecnológicas (ej. energía nuclear) resuelven unos problemas, creando otros mayores (peligro de fugas de radioactividad)
- la capacidad de adaptación ahora requeriría un múltiplo de las inversiones económicas para prevenir y contrarrestar la consecuencias del cambio climático
- el cambio climático podría ser el principal fenómeno de evidencia incontrastable de “los límites del crecimiento”.

Los Informes sobre el “cambio climático”

El Informe del Club de Roma no tenía aún un diagnóstico y anticipaciones sobre el llamado “cambio climático” o el calentamiento global.

Los informes del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático auspiciado por la ONU, son un análogo de este primer Informe sobre los límites de la biosfera al crecimiento industrial.

Extraigo algunas conclusiones de estos últimos informes del IPCC:

"Hay una confiabilidad muy elevada de que el efecto neto de las actividades humanas desde 1750 ha sido uno de calentamiento (2.2). La mayor parte del incremento registrado en las temperaturas promedio globales desde mediados del siglo XX se debe muy probablemente al incremento registrado en las concentraciones de GEI (Gases de Efecto Invernadero) antropogénicos. Es probable que haya ocurrido un significativo calentamiento antropogénico durante los últimos 50 años promediado para cada continente (excepto la Antártida) (2.4).

Las emisiones globales de GEI provenientes de las actividades humanas se han incrementado desde tiempos pre-industriales, con un incremento del 70% entre 1970 y 2004 (2.1)

Las concentraciones atmosféricas globales de CO2, metano (CH4) y óxido nitroso (N2O) se han incrementado marcadamente como resultado de actividades humanas desde 1750 y ahora exceden de lejos a los valores pre-industriales determinados a partir de núcleos de hielo (ice cores) que (corresponden a períodos que) cubren muchos miles de años. (2.2)

El efecto invernadero

Comentario sobre el efecto invernadero: ¿alguien podría explicar de qué se trata o si es algo intrínsecamente negativo?

Copio la siguiente explicación de algún sitio web:

“Los científicos han sabido del efecto invernadero desde 1824, cuando Joseph Fourier calculó que la Tierra sería mucho más fría si no tuviera atmósfera. Este efecto invernadero es lo que permite que el clima terrestre sea vivible (soportable). Sin él, la superficie de la Tierra sería unos 60 grados Fahrenheit más frío (unos 18 grados centígrados bajo cero). En 1895, el químico sueco Svante Arrhenius descubrió que los seres humanos podían ampliar el efecto invernadero produciendo dióxido de carbono, un gas de invernadero. Dio así la señal de partida a 100 años de investigaciones sobre el clima que nos han dado una comprensión sofisticada del calentamiento global”.

Y si quisiéramos hacer el intento de entender el fenómeno físico mismo, les copio un resumen del artículo de la Enciclopedia Británica que encontré en un texto de Jean Robert:

“Al penetrar en la atmósfera, la luz solar está predominantemente compuesta de ondas de amplitud corta y mediana (rayos ultravioleta invisibles y luz visible). Al alcanzar la superficie de la tierra, estas ondas son en gran parte absorbidas por cuerpos opacos y son transformadas en calor. Al calentarse, estos cuerpos irradian a su vez rayos infrarrojos, que son ondas invisibles de larga amplitud. En el camino de regreso hacia el espacio exterior, estas ondas largas chocan con moléculas “grandes” de ciertos gases disueltos en el aire (por ejemplo, las moléculas de agua y de dióxido de carbono, que son más grandes que las moléculas de nitrógeno y oxígeno, principales constituyentes del aire) y las hacen vibrar, lo cual equivale a decir que las calientan. En pocas palabras: los cuerpos opacos de la superficie transforman las ondas cortas y medianas en ondas largas absorbidas como calor por las “moléculas grandes” de ciertos gases. Estos gases de “moléculas grandes” son los que se llaman los gases de invernadero…”

Veamos qué dice otro amigo mexicano conocedor del tema:

“El llamado Efecto de Invernadero tampoco es algo nuevo. De hecho, es tan viejo o más que la vida en el planeta Tierra, pues ésta nació a partir de que la Tierra lo tuvo. Sí, una vez que el planeta amainó en su hiperactividad inicial pletórica de gigantescas erupciones volcánicas y una vez que la corteza terrestre originalmente líquida e ígnea se solidificó, tras cientos de millones de años, la combinación de agua líquida y su vapor gaseoso por el calor, le formaron una especie de “cobija” que por ser el vapor de agua –así como el bióxido de carbono o el metano- gases que son menos transparentes a las radiaciones de calor infrarrojas (como el calor que deja la insolación cada día en el suelo y la atmósfera). Ese calor que ya no escapaba tanto al absorbente térmico que es la negrura nocturna del espacio interplanetario, ese calor residual que permitía que las noches no fueran tan heladas (como lo son las del desierto con su aire tan seco)  fue uno de los factores que alentaron primero y luego permitieron la vida y su desarrollo  durante los milenios que siguieron. Es decir, sin ese “Efecto de Invernadero” primigenio, la vida no se hubiera desarrollado” (José Arias, 2008)

O bien más sencillamente apuntado por Jean Robert, el amigo de Iván Illich:

“El principal gas de invernadero es el vapor de agua disuelto en el aire. Gracias a su capacidad de absorber los rayos infrarrojos, la atmósfera tiene una temperatura promedio de 15 grados centígrados sobre cero en vez de 18 grados bajo cero que tendría sin ella. Después del vapor de agua, el dióxido de carbono (CO2) es el gas de invernadero más abundante. Sin embargo, a diferencia del vapor de agua, una parte creciente del dióxido de carbono es producida por la acción humana, ya que todos los procesos de combustión, naturales e industriales, lo emiten…” (Jean Robert, 2000)

¿Algo bueno que se vuelve malo?

Ahora bien, si el efecto de invernadero en sí es benéfico, ¿por qué se habla de él como el causante de un calentamiento global que tiene consecuencias negativas?

Por lo visto, se trata de un “efecto de invernadero” adicional provocado por las “actividades humanas” relacionadas con la “revolución industrial” que empezó a provocar un aumento de las emisiones de CO2 (uno de los gases de efecto invernadero) ya desde mediados del siglo XIX al punto que “Los límites...” anticipan que hacia mediados de este siglo la cantidad de CO2 en la atmósfera se habrá duplicado respecto a su nivel hace 2 siglos (Otros gases de efecto invernadero cuyas emisiones han aumentado con el crecimiento económico son el metano CH4 y los clorofluorocarbonos CFC).

“Este [efecto invernadero] ha provocado, primero, un casi imperceptible pero determinante calentamiento global, que a su vez, es el motor del actual y cada vez más claro desequilibrio del clima que vivimos en todo el planeta, que da cada vez más constancia de él a través de las acentuadas sequías o inundaciones, del incremento en el número y la intensidad de tormentas y ciclones, en la pérdida de la cubierta de hielo acentuadísima y notoria tanto en los glaciares de las montañas como en los casquetes polares que van disminuyendo a la vista y también en efectos como el incremento de los “hoyos en la capa de ozono” de ambos hemisferios (algo más en el Sur) y todo lo que ello conlleva: incremento de cáncer de la piel, cataratas y ceguera en humanos y animales, cambios genéticos en animales y plantas y más calor que llega al suelo terráqueo..” (José Arias, 2008)

Se podría entonces decir que el “efecto invernadero”, más allá de ciertos límites (cierta cantidad de vapor de agua H2O, CO2 y otros que se corresponden con los 15 ºC de temperatura promedio de la atmósfera terráquea), se vuelve negativo al provocar una serie de desequilibrios en el clima terrestre que son cada vez más perceptibles por los sentidos.

¿Si algo es bueno, más de lo mismo no es mejor? Mèden agan, decía la Pitia de Delfos, nada en exceso; toda cosa buena sólo lo es en su justa medida, según su justa proporción, dentro de determinados límites...este es uno de los principales leit motifs en la obra de Iván Illich que, sin embargo, sobrepasan la intención de estos apuntes sobre “Los límites al crecimiento” del Club de Roma (1972).