por ERICH FROMM (1964)*
Uno de los
descubrimientos más fecundos y de mayor alcance de Freud es su concepto del
narcisismo. El mismo Freud lo consideraba uno de sus hallazgos más importantes,
y lo empleó para comprender fenómenos tan diferentes como la psicosis
(“neurosis narcisista”), el amor, la castración, el miedo, los celos, el
sadismo, y también para comprender los fenómenos de masas, como disposición de
las clases reprimidas a ser leales a sus gobernantes. En este capítulo me propongo
seguir la orientación de Freud y examinar el papel del narcisismo para la
comprensión del nacionalismo, de los odios nacionales y de las motivaciones
psicológicas para la destrucción y la guerra.
Quiero, de
pasada, mencionar el hecho de que el concepto de narcisismo apenas si recibió
alguna atención en los escritos de Jung y de Adler, y también menos de la que
merece en los de Horney. Aun en la teoría y la terapia freudianas ortodoxas el
uso del concepto de narcisismo quedó muy restringido al narcisismo del niño
pequeño y del paciente psicótico. En que no se haya apreciado suficientemente
la fecundidad de este concepto probablemente se deba a que Freud lo metió,
forzándolo, en la estructura de su teoría de la libido.
Freud
partió de su interés por comprender la esquizofrenia en relación con la teoría
de la libido. Como el paciente esquizofrénico no parece tener ninguna relación
libidinosa con los objetos (ya de hecho ya en la fantasía), Freud fue llevado a
preguntarse: “¿Cuál es en la esquizofrenia el destino de la libido retraída de
los objetos?”[1] Su
respuesta es: “La libido sustraída al mundo exterior ha sido aportada al yo,
surgiendo así un estado al que podemos dar el nombre de narcisismo”.[2]
Freud supuso que la libido está originariamente almacenada toda en el ego, lo
mismo que en un “gran depósito”: después se extendió a los objetos, pero se
retira de ellos fácilmente y vuelve al ego. Esta opinión fue modificada en
1922, cuando escribió que “tenemos que reconocer el id como el mayor depósito
de la libido”, aunque no parece haber abandonado nunca por completo la opinión
anterior.[3]
Pero la
cuestión teórica de si la libido comienza originariamente en el ego o en el id
no es de importancia esencial para el significado del concepto en sí mismo.
Freud no modificó nunca la idea fundamental de que el estado natural del
hombre, en la primera infancia, es el de narcisismo (“narcisismo primario”), en
que no hay todavía relaciones con el mundo exterior, que después, en el curso
del desarrollo normal, el niño empieza a aumentar en plenitud e intensidad sus
relaciones (libidinosas) con el mundo exterior, pero que en muchos casos (el
más agudo de los cuales es la locura) retira su vinculación libidinosa de los
objetos y vuelve a dirigirla a su ego (“narcisismo secundario”). Pero aun en el
caso de un desarrollo normal, el individuo sigue siendo narcisista en cierta
medida durante toda su vida.[4]
¿Cómo se
desarrolla el narcisismo en la persona “normal”? Freud esbozó las principales
líneas de ese desarrollo, y el párrafo que sigue es un breve resumen de sus
hallazgos.
En el seno
materno, el feto vive todavía en un estado de narcisismo absoluto. “El
nacimiento –dice Freud– representa el paso desde un narcisismo que se basta por
completo a sí mismo hacia la percepción de un mundo exterior variable y al
primer descubrimiento de objetos”.[5]
Pasan algunos meses antes de que el niño pueda percibir objetos externos como
tales, como parte del “no yo”. Mediante los muchos golpes que recibe el
narcisismo del niño, su conocimiento cada vez mayor del mundo exterior y sus
leyes, es decir, de la “necesidad”, el hombre convierte su narcisismo
originario en “amor al objeto”. Pero, dice Freud, “el hombre permanece hasta
cierto punto narcisista, aun después de haber hallado para su libido objetos
exteriores”.[6] En
realidad, el desarrollo del individuo puede definirse, en términos de Freud,
como la evolución desde el narcisismo absoluto hasta la capacidad para el
razonamiento objetivo y para el amor al objeto; capacidad, empero, que no
trasciende limitaciones definidas. La persona “normal”, “madura”, es aquella
cuyo narcisismo se ha reducido al mínimo socialmente aceptado, sin que
desaparezca nunca por completo. La observación de Freud es confirmada por la
experiencia diaria. Parece que en la mayor parte de los individuos puede
encontrarse un núcleo narcisista que no es accesible a ningún intento de
disolución completa y que lo desafía.
Quienes no
conozcan suficientemente el lenguaje técnico de Freud probablemente no se
formarán una idea clara de la realidad y el poder del narcisismo, a menos que
se haga una descripción más concreta del fenómeno. Esto es lo que trataré de
hacer en las siguientes páginas. Pero antes de hacerlo, deseo exponer algunas
aclaraciones sobre la terminología. Las opiniones de Freud sobre el narcisismo
se basan en su concepto de la libido sexual. Como ya he dicho, ese concepto
mecánico de la libido bloqueó, más que fomentó, el desarrollo del concepto de
narcisismo. Creo que son mucho mayores las posibilidades de llevarlo a su plena
fructificación si se usa un concepto de energía psíquica que no sea idéntica a
la energía del impulso sexual. Jung lo hizo, y hasta fue admitido
inicialmente en la idea de Freud de la libido desexualizada. Pero aunque la
energía psíquica asexual difiere de la libido de Freud, es, como la libido, un
concepto de energía; se refiere a fuerzas psíquicas, visibles sólo
mediante sus manifestaciones, que tienen cierta intensidad y cierta dirección.
Esta energía envuelve, unifica y mantiene unido al individuo en sus relaciones
con el mundo exterior. Aun cuando no se esté de acuerdo con la primera opinión
de Freud según la cual, aparte del impulso para sobrevivir, la energía del
instinto sexual (libido) es la única fuerza motriz importante para la conducta
humana, y si en vez de ella se usa un concepto general de energía psíquica, la
diferencia no es tan grande como se inclinan a creer muchos que piensan en
términos dogmáticos. El punto esencial del que depende toda teoría o terapia
que pueda llamarse psicoanálisis, es el concepto dinámico de la conducta
humana; es decir, el supuesto de que motivan la conducta fuerzas altamente
cargadas, y que la conducta sólo puede comprenderse y preverse conociendo esas
fuerzas. Este concepto dinámico de la conducta humana es el centro del sistema
de Freud. Cómo son concebidas teóricamente esas fuerzas, ya de acuerdo con una
filosofía mecanicista-materialista o bien de acuerdo con un realismo humanista,
es cuestión importante, pero secundaria respecto de la cuestión central de la
interpretación dinámica de la conducta humana.
Comencemos
nuestra descripción del narcisismo con dos ejemplos extremos: el “narcisismo
primario” del niño recién nacido, y el narcisismo del individuo demente. El
niño todavía no se relaciona con el mundo exterior (en términos freudianos, su
libido todavía no se ha dirigido a objetos exteriores). Otra manera de
expresarlo es decir que el mundo exterior (en términos freudianos, su libido
todavía no se ha dirigido a objetos exteriores). Otra manera de expresarlo es
decir que el mundo exterior no existe para el niño, y esto hasta tal punto que
aún no puede distinguirse entre el “Yo” y el “no Yo”. También podemos decir que
el niño no está interesado (inter-esse = “estar en”) en el mundo
exterior. La única realidad que existe para el niño es él mismo: su cuerpo, sus
sensaciones físicas de frío y calor, de sed, de la necesidad de dormir, y de
contacto corporal.
La persona
demente está en una situación que no difiere esencialmente de la del niño. Pero
mientras que para el niño el mundo exterior todavía no apareció como
real, para la persona demente dejó de ser real. En el caso de las
alucinaciones, por ejemplo, los sentidos perdieron su función de registrar
acontecimientos exteriores: registran la experiencia subjetiva en categorías de
respuestas sensoriales a objetos exteriores. En la ilusión paranoide opera el
mismo mecanismo. El miedo o el recelo, por ejemplo, que son emociones
subjetivas, se objetivan de tal manera, que la persona paranoide está
convencida de que están conspirando contra ella otras personas; ésta es
precisamente la diferencia con la persona neurótica, que puede temer
constantemente ser odiada, perseguida, etc., pero sigue sabiendo que eso es lo
que ella teme. Para la personal paranoide el miedo se convirtió en un
hecho.
Un ejemplo
particular de narcisismo que está en la frontera entre la cordura y la locura
puede verse en algunos hombres que alcanzaron un grado extraordinario de poder.
Los faraones egipcios, los césares romanos, los Borgia, Hitler, Stalin,
Trujillo: todos ellos presentan ciertos rasgos análogos. Llegaron al poder
absoluto; su palabra es el juicio definitivo sobre todo, incluidas la vida y la
muerte; parece no haber límite a su capacidad de hacer lo que quieren. Son dioses,
sin más limitaciones que la enfermedad, la vejez y la muerte. Tratan de
encontrar solución al problema de la existencia humana con el intento
desesperado de trascender sus limitaciones. Tratan de fingir que no hay límite para
su concupiscencia y su poder, y duermen con incontables mujeres, matan a
innumerables hombres, construyen castillos en todas partes, “quieren la luna”,
“quieren lo imposible”.[7] Esto es demencia, aún cuando sea un intento
de resolver el problema de la existencia fingiendo que no se es humano. Es una
demencia que tiende a crecer durante toda la vida de la persona afectada.
Cuanto más trata de ser dios, más se aísla de la especie humana; este
aislamiento la hace más temerosa, todo el mundo se convierte en enemigo suyo,
y, para hacer frente al miedo resultante, tiene que aumentar su poder, su
crueldad y su narcisismo. Esta demencia cesariana no sería más que mera locura
si no fuera por un factor: por su poder, César doblegó la realidad a sus
fantasías narcisistas. Obligó a todo el mundo a reconocer que es dios, que es
el más poderoso y sabio de los hombres, de ahí que su megalomanía parece un
sentimiento razonable. Por otra parte, muchos lo odiarán, procurarán derribarlo
y matarlo, por lo que sus recelos patológicos tienen el respaldo de un núcleo
real. En consecuencia, no se siente desconectado de la realidad, por lo cual puede
conservar un mínimo de cordura, aunque en estado precario.
La psicosis
es un estado de narcisismo absoluto, en que el individuo rompió toda conexión
con la realidad exterior y convirtió a su propia persona en el sustituto de
ella. Está totalmente lleno de sí mismo, llegó a ser “dios y el mundo” para sí
mismo. Precisamente con esta idea abrió Freud por primera vez el camino al
conocimiento dinámico de la naturaleza de la psicosis.
Más, para
quienes no están familiarizados con la psicosis, es necesario presentar un
cuadro del narcisismo tal como se halla en individuos neuróticos o “normales”.
Uno de los ejemplos más elementales de narcisismo puede verse en la actitud de
la persona corriente hacia su propio cuerpo. A la mayor parte de la gente le gusta
su propio cuerpo, su cara, su figura, y si se le pregunta si se cambiaría por
otra persona quizá más bella, dice que no, definitivamente. Aún es más
elocuente el hecho de que la mayor parte de la gente no advierta el aspecto ni
el olor de sus propias heces (en realidad, a algunos les gustan), aunque
sienten una aversión definitiva hacia las de otras personas. No hay,
evidentemente, ningún juicio estético ni de otro carácter implícito en esto. La
misma cosa que es agradable cuando se relaciona con el cuerpo de uno, es
desagradable cuando se relaciona con el cuerpo de otro.
Veamos
ahora otro ejemplo menos común de narcisismo. Un individuo llama al consultorio
de un médico y quiere una consulta. El médico le dice que no puede darle fecha para
aquella semana y le indica una para la siguiente. El paciente insiste en pedir
una consulta inmediata, y no da como explicación, según podía esperarse, la
causa de tanta urgencia, sino que menciona el hecho de que vive sólo a cinco
minutos del consultorio del médico. Cuando éste responde que no resuelve su
propio problema de tiempo el hecho de que el paciente tarde tan poco en llegar
al consultorio, éste da señales de no comprender y sigue insistiendo en que dio
una razón suficientemente buena para que el médico le dé una hora inmediata. Si
el médico es un psiquiatra ya habrá hecho una observación importante para el
diagnóstico, a saber, que está tratando con una persona extremadamente
narcisista, es decir, con una persona muy enferma. No son difíciles de comprender
las razones. El paciente no es capaz de ver la situación del médico como algo
aparte de la suya. Todo lo que está en el campo visual del paciente es su deseo
de ver al médico, y el hecho de que tarda poco en llegar. No existe el médico
con su horario y sus necesidades. La lógica del paciente es que, si para él es
fácil llegar, al médico le es fácil verlo. La observación diagnóstica acerca
del paciente sería algo diferente si, después de la primera explicación del
médico, el paciente fuera capaz de contestar: “Oh, doctor, naturalmente, lo
comprendo; lo siento mucho, realmente fue una estupidez lo que dije”. En este
caso, también estaríamos tratando con un individuo narcisista que al principio
no diferencia su situación y la del médico; pero su narcisismo no es tan
extenso y rígido como el del primer paciente. Es capaz de ver la realidad de la
situación cuando se llama su atención hacia ella, y responde en consecuencia.
Este segundo paciente probablemente se sentiría molesto por su desatino, una
vez que lo hubiera advertido; el primero no se inquietaría en absoluto: se
limitaría a criticar al doctor por su estupidez para comprender una cosa tan
sencilla.
Un fenómeno
análogo puede observarse fácilmente en un individuo narcisista que se enamora
de una mujer que no le corresponde. El individuo narcisista se inclinará a no
creer que la mujer no lo ame. Razonará así: “Es imposible que no me ame cuando
yo la amo tanto”, o “No podría amarla tanto si ella no me amase también”. Después
pasa a racionalizar la falta de correspondencia de la mujer con suposiciones
como éstas: “Me ama inconscientemente; tiene miedo a la intensidad de su amor;
quiere probarme, torturarme, y así por el estilo. Lo esencial aquí, como en el
caso anterior, es que el individuo narcisista no puede percibir la realidad en
otra persona como diferente de la suya.
Veamos dos
fenómenos que en apariencia son extremadamente diferentes, y sin embargo los
dos son narcisistas. Una mujer pasa muchas horas al día delante del espejo para
arreglarse el pelo y la cara. No es sólo que sea vanidosa. Está obsesionada con
su cuerpo y su belleza, y su cuerpo es la única realidad importante que conoce.
Quizá está muy cerca de la leyenda griega que habla de Narciso, hermoso mancebo
que rechazó el amor de la ninfa Eco, la cual murió de dolor. Némesis lo castigó
haciéndolo enamorarse de su propia imagen reflejada por el agua del lago, y por
admirarse más de cerca cayó al lago y se ahogó. La leyenda griega indica
claramente que esta clase de amor a sí mismo es una maldición, y que en su
forma extrema termina en autodestrucción.[8]
Otra mujer (y muy bien podría ser la misma algunos años después) sufre
hipocondría; está también constantemente preocupada con su cuerpo, no en el
sentido de hermosearlo, sino porque teme enfermar. Por qué es elegida la imagen
positiva o la negativa tiene, desde luego, sus razones, pero no necesitamos tratar
aquí de ellas. Lo que importa es que detrás de los dos fenómenos está la misma
preocupación narcisista por uno mismo, con escaso interés por el mundo
exterior.
La hipocondría
moral no es diferente, en lo esencial. En ella el individuo no tiene miedo
de enfermar y de morir, sino de ser culpable. Tal individuo está constantemente
preocupado por su culpa en cosas que hizo mal, en pecados que cometió, etc.
Aunque al extraño –y a sí mismo– pueda parecerle particularmente concienzudo, moral,
y hasta interesado por los demás, el hecho es que ese individuo sólo se
interesa por sí mismo, por su conciencia, por lo que otros puedan decir de él,
etc. El narcisismo subyacente en la hipocondría física o moral es el mismo
narcisismo de la persona vanidosa, salvo que es menos aparente, como tal, a
ojos no preparados. Se encuentra esta clase de narcisismo, que K. Abraham
clasificó como narcisismo negativo, particularmente en estados de
melancolía, caracterizados por sentimientos de insuficiencia, de irrealidad, de
autoacusación.
Puede verse
en formas aún menos agudas la orientación narcisista en la vida cotidiana. Un
chiste famoso lo expresa graciosamente. Un escritor se encuentra con un amigo y
durante mucho tiempo le habla de sí mismo. Después dice: “Hablé de mi hasta
ahora. Hablemos ahora de ti. ¿Te gustó mi último libro?” Este individuo
es típico para muchos que están preocupados consigo mismos y que prestan poca atención
a los demás salvo como ecos de ellos mismos. Muchas veces, aunque obren de un
modo servicial y bondadoso. Lo hacen porque les gusta verse en ese papel;
emplean su energía en admirarse a sí mismos y no en ver las cosas desde el punto
de vista de la persona a quien ayudan.
¿Cómo puede
reconocerse a la persona narcisista? Hay un tipo que es fácilmente identificable.
Es el tipo de individuo que presenta todas las señales de satisfacción de sí
mismo; puede advertirse que cuando dice unas palabras triviales cree que está
diciendo algo de suma importancia. Por lo general no escucha lo que dicen los
demás, ni se interesa realmente. (Si es inteligente, procurará ocultar ese
hecho haciendo preguntas y fingiendo parecer interesado). También puede
reconocerse a la persona narcisista por su susceptibilidad a toda clase de crítica.
Esa susceptibilidad puede manifestarse negando la validez de toda crítica, o
reaccionando con ira o con abatimiento. En muchos casos, la orientación
narcisista puede ocultarse detrás de una actitud de modestia y humildad; no es
raro, realmente, que la orientación narcisista de un individuo tome su humildad
como objeto de su autoadmiración. Aunque son muy diferentes las manifestaciones
del narcisismo, es común a todas ellas la falta de verdadero interés por el
mundo exterior.[9]
A veces el
individuo narcisista puede ser identificado también por su expresión facial.
Con frecuencia encontramos un tipo de brillo o de sonrisa que da la impresión
de complacencia a algunos, o de algo beatífico, confiado o infantil para otros.
Frecuentemente, el narcisismo, especialmente en sus formas más extremas, se
manifiesta en un brillo especial en los ojos, que unos toman por síntoma de
semisantidad y otros de semilocura. Muchas personas muy narcisistas hablan
incesantemente, con frecuencia en una comida, donde se olvidan de comer y hacen
esperar a todos los demás. La compañía o la comida son menos importantes que su
“ego”.
El
individuo narcisista no toma necesariamente toda su persona como objeto de
narcisismo. Frecuentemente enfoca su narcisismo sobre un aspecto parcial de su
personalidad; por ejemplo, su honor, su inteligencia, sus proezas físicas, su
ingenio, su buen aspecto (en ocasiones constreñido a detalles somo el pelo o la
nariz). A veces su narcisismo se refiere a cualidades de que normalmente no se
enorgullecería una persona, como su capacidad para sentir miedo y, en
consecuencia, para prever el peligro. “Él” se identifica con un aspecto parcial
de sí mismo. Sí preguntamos quién es “él”, la respuesta adecuada sería que “él”
es su cerebro, su fama, su riqueza, su pene, su conciencia, y así
sucesivamente. Todos los ídolos de las diferentes religiones representan otros
tantos aspectos parciales del hombre. En el individuo narcisista, el objeto de
su narcisismo es cualquiera de las cualidades parciales que para él constituyen
su yo. El individuo cuyo yo está representado por su propiedad puede recibir
bien una amenaza a su dignidad, pero una amenaza a sus pertenencias es como una
amenaza a su vida. Por otra parte, para el individuo cuyo yo está representado
por su inteligencia, el hecho de haber dicho algo estúpido es tan doloroso, que
puede tener por consecuencia un estado grave de depresión. Pero cuanto más
intenso es el narcisismo, menos aceptará el individuo narcisista el hecho del
fracaso por su parte, o cualquier crítica legítima de los demás. Se sentirá ultrajado
por la conducta insultante de la otra persona, o creerá que la otra persona es
demasiado sensible, ineducada, etc. para formar un juicio adecuado. (Recuerdo,
a este respecto, un individuo brillante pero muy narcisista que, ante los
resultados de una prueba de Rorschach a que se había sometido y que estaban muy
lejos del concepto ideal que tenía de sí mismo, dijo: “Lo siento por el
psicólogo que hizo esta prueba; debe ser muy paranoide”.)
Tenemos que
mencionar ahora otro factor que complica el fenómeno del narcisismo. Así como
la persona narcisista hizo del concepto que tiene de sí misma el objeto de su
adhesión narcisista, hace lo mismo con todo lo que se relaciona con ella. Sus
ideas, su sabiduría, su casa, pero también la gente comprendida
en su “esfera de interés”, se convierten en objetos de su adhesión fetichista.
Como dijo Freud, el ejemplo más frecuente es probablemente la adhesión narcisista
a los hijos propios. Muchos padres creen que sus hijos son los más bellos, los
más inteligentes, etc., por comparación con otros niños. Parece que cuanto
menores son los hijos, más intenso es este sesgo narcisista. El amor de los
padres, y en especial el amor de la madre por el niño, es en medida considerable
amor al niño como ampliación de uno mismo. El amor adulto entre hombre y mujer
también tiene con frecuencia una calidad narcisista. El hombre enamorado de una
mujer puede transferirle a ella su narcisismo, una vez que ella llegó a ser “suya”.
La admira y adora por cualidades de que él la ha investido; precisamente porque
ella forma parte de él, se convierte en portadora de cualidades extraordinarias.
Un individuo así también pensará con frecuencia que todas las cosas que posee
son extraordinariamente maravillosas y estará “enamorado” de ellas.
El
narcisismo es una pasión cuya intensidad en muchos individuos sólo puede compararse
con el deseo sexual y el deseo de seguir viviendo. En realidad, muchas veces
resulta más fuerte que uno y otro. Aun en el individuo corriente en quien no
alcanza tal intensidad, hay un núcleo narcisista que parece casi indestructible.
Siendo esto así, podríamos sospechar que, como el sexo y la supervivencia, la
pasión narcisista tiene también una función biológica importante. Una
vez que hemos planteado esta cuestión, la solución viene fácilmente. ¿Cómo
podría sobrevivir el individuo si sus necesidades corporales, sus intereses,
sus deseos, no estuvieran cargados de gran energía? Biológicamente, desde el
punto de vista de la supervivencia, el hombre tiene que atribuirse a sí mismo
una importancia muy por encima de la que da a cualquier otro. Si no lo hiciese,
¿de dónde sacaría la energía y el interés para defenderse contra otros, para trabajar
por su subsistencia, para luchar por su supervivencia, para sustentar sus
derechos contra los de los demás? Sin narcisismo, podría ser un santo, ¿pero
tienen los santos un índice elevado de supervivencia? Lo que desde un punto de
vista espiritual sería sumamente deseable –la ausencia de narcisismo– sería sumamente
peligroso desde el punto de vista mundano de la supervivencia. Hablando
teológicamente, podemos decir que la naturaleza dotó al hombre de una gran
cantidad de narcisismo a fin de permitirle hacer lo que es necesario para sobrevivir.
Esto es cierto especialmente porque la naturaleza no dotó al hombre de
instintos bien desarrollados, como los que tiene el animal. El animal no tiene “problemas”
de supervivencia en el sentido de que su naturaleza intrínsicamente instintiva se
cuida de la supervivencia, de tal manera que el animal no tiene que pensar ni
decidir si necesita o no hacer un esfuerzo. En el hombre el aparato instintivo ha
perdido la mayor parte de su eficacia, y en consecuencia el narcisismo asume una
función biológica muy necesaria.
Pero
después de reconocer que el narcisismo desempeña una función biológica
importante, nos encontramos ante otra cuestión. ¿No tiene el narcisismo
extremado la función de hacer al individuo indiferente hacia los demás, incapaz
de relegar a un segundo lugar sus necesidades cuando ello es necesario para
cooperar con otros? ¿No lo vuelve el narcisismo al individuo asocial y, en realidad,
demencial, cuando alcanza un grado extremo? No puede dudarse que el narcisismo individual
extremo es un obstáculo severo a toda la vida social. Pero si esto es así, debe
decirse que el narcisismo está en conflicto con el principio de sobrevivencia,
ya que el individuo puede sobrevivir sólo si él se organiza en grupos; difícilmente
nadie sería capaz de protegerse por sí solo de los peligros de la naturaleza,
ni tampoco podría realizar cierto tipo de trabajos que sólo pueden encarar los
grupos.
Llegamos
entonces al resultado paradójico de que el narcisismo es necesario para la
sobrevivencia, y al mismo tiempo de que constituye una amenaza para la
sobrevivencia. La solución de esta paradoja se encuentra en dos direcciones.
Una de ellas es que la sobrevivencia es servida por una intensidad óptima
antes que máxima de narcisismo; esto significa que el grado de
narcisismo biológicamente necesario se reduce a la intensidad de narcisismo que
sea compatible con la cooperación social. La otra dirección se encuentra en el
hecho de que el narcisismo individual se transforma en narcisismo de grupo, que
el clan, la nación, religión, raza, etc. se convierten en objetivos de la
pasión narcisista en vez de que lo sea el individuo. Por tanto, la energía narcisista
se mantiene pero utilizándola en interés de la sobrevivencia del grupo antes
que de la sobrevivencia del individuo. Antes de tratar este problema del narcisismo
de grupo y su función sociológica, analicemos la patología del narcisismo.
La patología
del narcisismo
El resultado
más peligroso de la fijación narcisista es la distorsión del juicio racional.
El objeto de la fijación narcisista es considerado valioso (bueno, hermoso,
sabio, etc.) no sobre la base de un juicio de valor objetivo, sino porque se trata
de mí o es mío. El juicio de valor narcisista es prejuicioso o sesgado.
Frecuentemente este prejuicio es racionalizado en una forma u otra, y esta
racionalización puede volverse más o menos engañosa de acuerdo a la
inteligencia y sofisticación de la persona de que se trate. En el narcisismo
del borracho la distorsión es normalmente obvia. Lo que se ve es hablar a una
persona de modo superficial y banal, hacerlo no obstante con el gesto y la
entonación de alguien que está diciendo las cosas más maravillosas e
interesantes. En lo subjetivo, él tiene una sensación de encontrarse en la cúspide
del mundo, cuando en realidad se encuentra en un estado de inflación del propio
ego. Todo esto no quiere decir que las alocuciones de la persona intensamente
narcisista sean necesariamente aburridas. Si ella es talentosa o inteligente
producirá ideas interesantes, y si las considera altamente valiosas, su
evaluación no será totalmente equivocada. Pero la persona narcisista tiende a evaluar
en alto grado sus producciones de todas maneras, y su cualidad intrínseca no es
decisiva para alcanzar esta evaluación positiva. (En caso de tratarse de un “narcisismo
negativo” lo contrario es verdad. Tal persona tiende a subvalorar todo lo que
es suyo, y su evaluación está igualmente prejuiciada). Si se diera cuenta de la
naturaleza distorsionada de sus juicios narcisistas, los resultados no serían
tan malos. Él podría asumir o asumiría una actitud humorística respecto a su
sesgo narcisista. Pero esto es poco frecuente. Normalmente el narcisista está
convencido de que no hay tal distorsión, y de que sus juicios son objetivos y
realistas. Esto acarrea una severa distorsión de su capacidad de pensar y de
juzgar, debido a que esta capacidad se la embota una y otra vez cuando se ocupa
de sí mismo y de lo que es suyo. De la misma manera, el juicio de la persona
narcisista también es sesgado respecto a los que no son “él” o las cosas que no
son suyas. El mundo exterior (“no yo”) es inferior, peligroso e inmoral.
Entonces la persona narcisista termina con una enorme distorsión. Él y lo suyo
son sobrevalorados. Todo lo externo es subvalorado. El daño a la razón y la
objetividad es obvio.
Un elemento tanto más peligrosamente patológico en el narcisismo es la reacción emocional a
la crítica de cualquier posición narcisistamente “investida” del propio yo. Normalmente una
persona no se enfada cuando algo que ha hecho o dicho es criticado, siempre que
la crítica sea razonable y no hecha con mala intención. El individuo
narcisista, por otra parte, reacciona con intensa rabia cuando se le critica.
Tiende a sentir la crítica como un ataque hostil, ya que por el carácter mismo
de su narcisismo no puede imaginarse que esté justificada. La intensidad de su ira
sólo se puede comprender plenamente si se tiene en cuenta que el individuo narcisista
no está relacionado con el mundo, y en consecuencia está solo, y por lo tanto aterrado. Es esta sensación de soledad y de miedo la que es compensada con su
autoinflación narcisista. Si él es el mundo, no hay mundo exterior que
pueda asustarlo; si es todo, no está solo; en consecuencia, cuando se hiere su
narcisismo se siente amenazado en toda su existencia. Cuando la única protección contra el miedo, su autoinflación, se ve amenazada, aparece el pánico y
da por resultado una intensa furia. Esta furia es tanto más intensa porque nada puede hacerse para disminuir la amenaza mediante una acción adecuada; sólo
la destrucción del crítico –o de uno mismo– puede salvarlo a uno de la amenaza a su
seguridad narcisista.
Hay una
alternativa a la cólera explosiva que es resultado del narcisismo herido, y esa
alternativa es la depresión. El individuo narcisista consigue su sentido de
identidad por la inflación. El mundo exterior no es un problema par él, no lo
abruma con su poder, porque él consiguió ser el mundo, sentirse omnisciente y
omnipotente. Si es herido su narcisismo, y si por diversas razones, tales como,
por ejemplo, la debilidad subjetiva u objetiva de su posición en frente de su
crítico, no puede permitirse sentirse furioso, se deprime. No está relacionado
con el mundo ni siente ningún interés por él; no es nada ni nadie, ya que no ha
desarrollado su yo como centro de su relación con el mundo. Si su narcisismo es
herido tan gravemente que ya no puede conservarlo, su ego se desploma y el
reflejo subjetivo de ese desplome es el sentimiento de depresión. El factor de
dolor que hay en la melancolía se refiere, en mi opinión, a la imagen
narcisista del “Yo” maravilloso que murió y por el cual se siente afligido el
individuo deprimido.
Precisamente
porque este individuo narcisista teme la depresión resultante de la herida en
su narcisismo, trata desesperadamente de evitar tales heridas. Hay diferentes
modos de realizar esto. Uno es aumentar el narcisismo para que ninguna crítica
ni fracaso exterior pueda afectar realmente a la posición narcisista. En otras
palabras, aumentar la intensidad del narcisismo para desviar la amenaza. Esto
significa, desde luego, que el individuo trata de curarse de la depresión amenazante
enfermando mentalmente en grado más grave, hasta llegar a la psicosis.
Pero aún
hay otra solución a la amenaza contra el narcisismo que es más satisfactoria
para el individuo, aunque más peligrosa para los demás. Esta solución consiste
en el intento de transformar la realidad de tal manera, que se conforme, en
cierta medida, con su autoimagen narcisista. Ejemplo de esto es el inventor
narcisista que cree que inventó el perpetuum mobile, o movimiento
continuo, y que en el proceso mismo hizo un pequeño descubrimiento de cierta
importancia. Una solución más importante consiste en conseguir el asentimiento
de otra persona, y, si es posible, en conseguir el asentimiento de millones de
personas. El primer caso es de la folie à deux (algunos matrimonios y amistades descansan sobre esta base), mientras
que el segundo es el de figuras públicas que evitan el estallido violento de la
su psicosis potencial obteniendo el aplauso y el asentimiento de millones de
personas. El caso más famoso de este tipo es Hitler. Aquí tenemos una persona
extremadamente narcisista que probablemente habría sufrido una psicosis
manifiesta si no hubiera tenido éxito en lograr que millones de personas creyeran
en su autoimagen adquirida, que tomaran sus fantasías grandiosas concernientes
al milenio del Tercer Reich en serio, e inclusive transformar la realidad de
tal forma que parecía probar a sus seguidores que estaba en lo cierto. (Después
de fracasar tuvo que suicidarse ya que de otro modo el colapso de su imagen narcisista
hubiera sido verdaderamente intolerable.)
Existen en la historia otros ejemplos de líderes megalomaníacos
que “curaron” su narcisismo transformando al mundo para que encaje en el mismo;
esa gente también tiene que tratar de destruir a todos los que lo critican ya
que no pueden tolerar la amenaza que la voz de la cordura constituye para
ellos. Desde Calígula pasando por Nerón y Stalin hasta Hitler encontramos que
su necesidad de encontrar creyentes, de transformar la realidad de tal modo que
encaje en su narcisismo y de destruir a todos los críticos, es algo tan intenso
y desesperado precisamente porque es un intento por prevenir el estallido de la
locura. Paradójicamente, el elemento de locura en tales líderes también los hace
exitosos. Les otorga aquella seguridad y ausencia de duda que impresiona tanto
a la persona común. Demás está decirlo, esta necesidad de cambiar el mundo y de
atraer a otros para que participen de las ideas engañosas del narcisista
requiere asimismo de talentos y dones de los que carece la persona ordinaria,
psicótica o no.
En la discusión de la patología del narcisismo es
importante distinguir entre dos formas de narcisismo –uno benigno, el
otro maligno. En la forma benigna, el objeto del narcisismo es el
resultado de los esfuerzos de la persona. Así por ejemplo, una persona puede
sentir un orgullo narcisista en su trabajo como carpintero, científico o
agricultor. En la medida en que el objeto de su narcisismo sea algo para lo
cual él tiene que trabajar, su interés exclusivo en lo que es su trabajo
y sus logros está constantemente equilibrado por su interés en el
proceso del trabajo mismo, y en el material con el que está trabajando. La dinámica
de este narcisismo benigno es por lo tanto autocontrolable. La energía que
impulsa al trabajo es, en gran medida, de naturaleza narcisista pero el mismo
hecho de que el propio trabajo haga necesario relacionarse con la realidad,
modera constantemente este narcisismo y lo mantiene dentro de límites. Este mecanismo
puede explicar por qué encontramos tantas personas narcisistas que son al mismo
tiempo muy creativas.
En el caso del narcisismo maligno, el objeto del
narcisismo no es algo que la persona hace o produce sino algo que tiene;
por ejemplo, su cuerpo, su aspecto, su salud, su riqueza, etc. La naturaleza
maligna de este tipo de narcisismo se encuentra en el hecho de que carece del
elemento correctivo que encontramos en la forma benigna. Si soy “grandioso” por
alguna cualidad que tengo, y no por algo que logro, no necesito
hacer ningún esfuerzo. Para mantenerla imagen de mi grandiosidad me separo más
y más de la realidad y tengo que incrementar la carga narcisista para estar
mejor protegido del peligro de que mi ego narcisistamente inflado pueda
revelarse como el producto de mi fantasía. El narcisismo maligno, por tanto, no
es autocontrolable, y en consecuencia es crudamente solipsista así como
xenofóbico. Alguien que ha aprendido a lograr (con esfuerzo) no puede dejar de
reconocer que otros han logrado éxitos parecidos de maneras similares –aun cuando
su narcisismo lo persuada de que sus propios logros son mayores que los de los
otros–. Alguien que no ha logrado nunca nada encontrará difícil apreciar los
logros de otros, y de este modo se verá obligado a aislarse crecientemente en
el esplendor narcisista.
Hasta aquí hemos descrito la dinámica del narcisismo
individual: el fenómeno, su función biológica y su patología. Esta descripción
debe permitirnos ahora comprender el fenómeno del narcisismo social y el
papel que juega como una fuente de la violencia y la guerra.
*Erich Fromm, “El corazón del hombre. Su potencia para
el bien y para el mal” (FCE, 1966, p. 68-88) Traducción de Florentino Torner,
con correcciones y ajustes de Hernando Calla (2023).
[Ver continuación en: https://umbrales2.blogspot.com/2020/09/narcisismo-social-o-de-grupo.html]