Pensamiento y acción
Hannah
Arendt: La propia
razón, esa capacidad de pensar que nos ha sido otorgada, tiene necesidad de
ejercitarse. Filósofos y metafísicos han hecho de esta capacidad su monopolio.
Esto ha permitido alcanzar cosas muy grandes. Pero también ha traído consigo
consecuencias realmente ingratas. Hemos olvidado que toda criatura humana tiene
una necesidad de pensar, no de pensar de manera abstracta, no de responder a
las cuestiones últimas sobre Dios y la inmortalidad, sino de, mientras viva, no
hacer otra cosa que pensar. Y lo hace constantemente.
Todo aquel que cuenta una historia
sobre algo que le acaba de suceder hace media hora en la calle, tiene que dar
una forma a esa historia. Y este “dar forma a la historia”, es una especie de pensamiento.
En ese sentido, puede incluso
resultar alentador que haya desaparecido el monopolio de aquellos a los que
Kant denominó una vez, con suma ironía, los “pensadores de oficio”. Podemos, en concreto, comenzar rompiéndonos la cabeza sobre
qué significa el pensamiento para la acción. Bueno, quiero conceder una cosa.
Quiero conceder que yo, por supuesto, estoy interesada, fundamentalmente, en comprender.
Esto es absolutamente cierto. Y quiero también conceder que hay otras personas
que están interesadas, principalmente, en hacer algo. Pero no es mi caso. Yo
puedo vivir perfectamente sin hacer nada. Pero, en cambio, no puedo vivir sin,
cuando menos, intentar comprender lo que ha sucedido, sea lo que sea.
Y esto se concreta, de algún modo,
en el sentido de Hegel que usted conoce, donde, como digo, el papel central corresponde
a la reconciliación –reconciliación del hombre como ser pensante y racional–.
Esto es lo que realmente sucede en el mundo.
No conozco más reconciliación que el
pensamiento. Esta necesidad es, en mi caso, mucho más fuerte de lo habitual
entre los teóricos políticos, con su necesidad de unificar acción y pensamiento.
Porque pretenden actuar, ¿no es cierto? Pero yo creo que si he aprendido algo
de la acción ha sido, precisamente, porque la observo más o menos desde fuera.
En toda mi vida, he actuado un par
de veces, porque no había más remedio. Pero mi verdadero impulso no es ése. Y aceptaría
casi sin rechistar todas las insuficiencias que a su modo de ver se sigan de
esta puntualización, pues yo misma considero igual de probable que se trate
efectivamente de insuficiencias.
C.B. Macpherson: ¿De verdad afirma usted, señora Arendt, que
un teórico de la política no puede comprometerse a la vez con una causa? ¡No
puede ser!
H.A.: No, pero se está en lo cierto cuando se
afirma que pensamiento y acción no son lo mismo. Por mi parte, en la medida en
que deseaba pensar, me he retirado del mundo.
C.B.M.: Pero para un teórico político, para un
profesor y autor en el ámbito de la teoría política, enseñar y teorizar
significa lo mismo que actuar.
H.A.: Enseñar es otra cosa, lo mismo que escribir.
Por el contrario, el pensamiento en su pureza, es algo distinto – y en ese
sentido Aristóteles tenía razón… –. Como usted sabe, todos los filósofos
modernos tienen un pasaje en su obra más bien apologético que viene a decir:
pensar es también actuar. ¡Pues no, no lo es! Afirmar tal cosa es bastante
deshonesto. Lo que quiero decir es que habría que afrontar la realidad. ¡No es
lo mismo! Muy al contrario. Yo debo renunciar en buena medida a participar, a
asumir compromisos.
Hay una vieja historia, atribuida a
Pitágoras, de unos hombres que van a los juegos olímpicos. Y Pitágoras dice: unos
van allí a competir, otros a hacer negocios, pero los mejores so los que se
sientan en el anfiteatro de Olimpia, a mirar. Quiere decir que sólo los que
contemplan se enteran de lo esencial. Y es preciso conservar esta distinción –por
honradez, aunque no sea por otra cosa.
Sí, creo que el pensamiento influye
sobre la acción –sobre el hombre que actúa, pues el yo que piensa es el mismo
que actúa–. Pero no la teoría. La teoría sólo puede influir sobre la acción
modificando la conciencia. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por el número de
hombres cuya conciencia tendría que modificar?
Y si no se ha hecho esa pregunta concreta, piense usted en la humanidad –es decir, en un sustantivo que en realidad no existe, que es un concepto–. Y este sustantivo –ya se trate de la esencia genérica marxista, de la humanidad, del espíritu universal o de cualquier otra cosa– siempre recibe una interpretación que se corresponde con la imagen de un único ser humano [en singular].
Si realmente creemos –y yo pienso
que todos tenemos esa creencia– que la pluralidad reina sobre la Tierra, es
preciso modificar esa idea de la unidad entre teoría y praxis, modificarla hasta
tal punto que no la reconocerán quienes la han manejado con anterioridad. Estoy
realmente convencida de que sólo se puede actuar “en concierto” [de manera
concertada], en comunidad con otros; y estoy realmente convencida de que uno
sólo puede pensar consigo mismo. He aquí dos situaciones “existenciales”, si
quiere usted decirlo así, completamente distintas. Y en cuanto a pensar que hay
algún tipo de influjo directo de la teoría en la práctica (en la medida en que
por teoría se entiende sólo una cosa pensada, es decir, algo ideado) …, mi
opinión es que de hecho no es así y nunca lo será.
El
principal defecto y error de La condición humana consiste en que en
dicha obra sigo examinando lo que la tradición denomina vita activa
desde el punto de vista de la vita contemplativa, sin decir nada real[mente]
sobre la vita contemplativa.
Digamos, pues, que el primer error reside ya [en] este enfoque desde la vita
contemplativa, porque la experiencia fundamental del yo pensante está
contenida en las líneas de Catón el Viejo que cito al final del libro: ‘cuando
no hago nada es cuando más activo estoy; y cuando estoy enteramente a solas
conmigo mismo es cuando menos solo estoy’ (¡resulta muy interesante que Catón haya
dicho tal cosa!). Se trata de una experiencia de actividad pura, no lastrada
por ningún tipo de trabas físicas o corporales. Pero en el momento mismo en que
comienza uno a actuar, pasa a ocuparse del mundo y, por así decir, tropieza todo
el tiempo con sus propios pies; y, además, porta uno su propio cuerpo… Como
dice Platón: el cuerpo exige siempre que lo cuidemos… ¡y al infierno con él!
Todo esto se dice desde la
experiencia del pensamiento. Actualmente estoy intentando escribir sobre ello. Y
el punto de partida será la idea de Catón. Pero todavía no puedo contarles
nada, no he avanzado lo suficiente. Y, en cualquier caso, no estoy segura de
tener éxito. Porque resulta muy fácil hablar de sofismas metafísicos, pero cada
uno de esos sofismas metafísicos –pues se trata efectivamente de sofismas
metafísicos– tiene su raíz auténtica en una experiencia concreta. Es decir que,
si los tiramos por la ventana en tanto que dogmas, debemos al menos saber de
dónde procedían. O sea, que hay que preguntar: ¿Cuáles son las experiencias de
ese yo que piensa, que quiere, que juzga o, dicho de otra manera, que se ocupa
de actividades puramente intelectuales? Bueno, creo que de todo esto pueden
sacarse cosas interesantes, si uno se mete en ello a fondo. Pero no puedo
contarles mucho, al respecto.
Tengo la vaga sospecha de que la
pregunta tiene un resabio pragmático: ¿De qué vale pensar? O, según formulo yo
lo que todos ustedes preguntan: ¿Por qué demonios hace usted todo eso? ¿Para qué
sirve el pensamiento, además de para escribir y dar clases? Es muy difícil
ponerlo por escrito, y seguro que para mí más difícil que para otros.
Miren ustedes, cuando la cosa iba de
política, yo tenía una cierta ventaja. Por naturaleza, no soy una persona de
acción. Si les digo que no he sido nunca ni socialista ni comunista (cosa que
entre la gente de mi generación era casi obligada, de modo y manera que
prácticamente no conozco a nadie que no haya militado nunca), comprobarán que
nunca sentí la necesidad de tener adscripción política. Hasta que finalmente, “finalmente
alguien me golpeó con un martillo en la cabeza y volví en mí”, y esto, puede
decirse, me devolvió a la realidad. No obstante, yo tenía la ventaja de poder
ver las cosas desde fuera. Incluso de verme a mí misma desde fuera.
En cambio, en este asunto del pensar
es distinto. Aquí estoy inmediatamente dentro. Y por eso me siento muy
insegura, sobre si lo controlo o no. Pero sea como sea, siento que La condición
humana necesita un segundo tomo, y voy a intentar escribirlo.
*Lo que
quiero es comprender. Sobre mi vida y mi obra (Hannah Arendt, Editorial
Trotta, 2010) [Entre paréntesis: sugerencias de posible mejor traducción, sin
tener acceso al original. N.d.E.]