Por Erich Fromm*
El punto
central del estudio que sigue es el fenómeno de la transformación del
narcisismo personal en narcisismo de grupo. Podemos empezar con una observación
sobre la función sociológica del narcisismo de grupo que es paralela a la
función biológica del narcisismo individual. Desde el punto de vista de
cualquier grupo organizado que quiere sobrevivir, es importante que el grupo
esté investido por sus miembros de energía narcisista. La supervivencia de un
grupo depende en cierta medida de que sus miembros la consideren tan o más
importante que la de sus propias vidas, y además que crean en la virtud, o
incluso superioridad, de su grupo en comparación con otros. Sin esta adhesión (cathexis)
narcisista al grupo, disminuiría mucho la energía necesaria para servirlo o
para hacer por él grandes sacrificios.
En la
dinámica del narcisismo de grupo encontramos fenómenos similares a los que ya
estudiamos en relación con el narcisismo individual. Aquí también podemos
distinguir una forma benigna y otra maligna de narcisismo. Si el objeto del
narcisismo de grupo es algo que se hace, tiene lugar el mismo proceso
dialéctico que estudiamos arriba. La necesidad misma de hacer algo creador hace
necesario dejar el círculo cerrado del solipsismo de grupo e interesarse en el
objeto que quiere hacerse. (Si lo que un grupo quiere hacer es la guerra, el
efecto benéfico de un esfuerzo verdaderamente productivo estará mayormente
ausente, como es natural). Si, por el contrario, el narcisismo de grupo tiene como su objeto al grupo tal como es, su esplendor, sus logros pasados, el aspecto
de sus individuos, no se desarrollarán las tendencias a contracorriente mencionadas
arriba, y la orientación narcisista y los peligros subsiguientes aumentarán
constantemente. En la realidad, desde luego, los dos elementos se mezclan con
frecuencia.
Hay otra
función sociológica del narcisismo de grupo que no ha sido estudiada hasta
ahora. Una sociedad que carece de los medios para proveer suficientemente a la
mayoría de sus individuos, o por lo menos a una gran proporción de ellos, tiene
que proveer a los individuos de una satisfacción narcisista de tipo maligno si
quiere evitar el descontento entre ellos. Para quienes son pobres económica y
culturalmente, el orgullo narcisista de pertenecer al grupo es la única fuente
de satisfacción, y frecuentemente muy eficaz. Precisamente porque la vida no es
“interesante” para ellos y no les ofrece posibilidades de crear intereses,
tienen que desarrollar una forma extrema de narcisismo. Buenos ejemplos de este
fenómeno en años recientes son el narcisismo racial que existió en la Alemania
de Hitler y el que se encuentra hoy en el sur de Estados Unidos. En ambos
casos el meollo del sentimiento de superioridad racial era, y es todavía, la clase
media baja; esta clase atrasada, que en Alemania, lo mismo que en el sur de
Estados Unidos, fue pobre económica y culturalmente, sin ninguna esperanza
realista de cambiar de situación (porque son los restos de una forma de
sociedad vieja y moribunda), no tiene más que una satisfacción: la imagen
inflada de sí misma como el grupo más admirable del mundo, y de ser superior a
otro grupo racial señalado como inferior. El individuo de ese grupo atrasado
siente: “Aunque soy pobre e inculto, soy alguien importante porque pertenezco
al grupo más admirable del mundo: Soy blanco”, o “Soy ario”.
El
narcisismo de grupo es menos fácil de reconocer que el narcisismo individual. Suponiendo
que una persona les dice a los otros, “Yo (y mi familia) soy (somos) la gente
más admirable del mundo; sólo nosotros somos limpios, inteligentes, buenos,
decentes; todos los demás son sucios, estúpidos, deshonestos e irresponsables”,
la mayoría pensaría que se trata de una persona grosera, desequilibrada o aun
demente. Sin embargo, si un orador fanático dirigiéndose a una masiva audiencia
sustituye al “yo” y “mi familia” por la nación (o raza, religión, partido
político, etc.), será elogiado y admirado por muchos por su amor al país, amor
a Dios, etc. Por otro lado, otras naciones y religiones resentirán tal discurso
por la obvia razón de ser tratados con desprecio. Sin embargo, dentro del
grupo elogiado el narcisismo personal de todos habrá sido halagado y el hecho
de que millones de personas estén de acuerdo con estas afirmaciones las hace
aparecer razonables. (Lo que la mayoría de la gente considera “razonable” es
aquello sobre lo que hay acuerdo, si no entre todos, al menos entre un segmento
considerable del grupo; “razonable”, para mucha gente, no tiene nada que ver
con la razón, sino con el consenso). En la medida en que el grupo como conjunto
requiere del narcisismo de grupo para su supervivencia, ha de adelantar las
actitudes narcisistas y conferirles la calificación de ser particularmente
virtuosas.
El grupo
hacia el cual la actitud narcisista se prolonga ha variado en cuanto a
estructura y tamaño a lo largo de la historia. En la tribu o clan primitivos
puede comprender sólo algunos centenares de individuos; aquí el individuo
todavía no es un “individuo” sino que aún está unido al grupo consanguíneo
mediante “vínculos primarios” que aún no fueron rotos. La adhesión narcisista
al clan es reforzada por el hecho de que sus miembros no tienen en lo emocional
una existencia fuera del clan.
En el
desarrollo de la raza humana, encontramos un espectro siempre creciente de socialización;
el pequeño grupo original con base en la afinidad consanguínea cede su lugar a
grupos siempre más grandes con base en una lengua común, un orden social
compartido, una religión común. El tamaño más grande del grupo no
necesariamente implica que las características patológicas del narcisismo se
vean reducidas. Como se subrayó anteriormente, el narcisismo de grupo de los
“blancos” o los “arios” es tan maligno como puede serlo el narcisismo extremo
de una persona individual. Con todo, encontramos generalmente que en el proceso de
socialización que lleva a la formación de grupos más grandes, la necesidad de
cooperación con muchas y diferentes personas no relacionadas entre ellas por
vínculos de sangre, tiende a contrarrestar la carga narcisista dentro del
grupo. Lo mismo pasa con otro aspecto que hemos discutido en conexión con el
narcisismo individual benigno: en la medida en que el grupo grande (nación,
Estado o religión) hace del objeto de su orgullo narcisista el lograr algo
valioso en los campos de la producción material, intelectual o artística, el
mismo proceso del trabajo en tales campos tiende a disminuir la carga
narcisista. La historia de la Iglesia Católica Romana es uno de muchos ejemplos
de la mezcla peculiar de narcisismo y de fuerzas que lo contrarrestan dentro un
grupo grande. Los elementos que contrarrestan el narcisismo dentro la Iglesia
Católica son, en primer lugar, el concepto de la universalidad del hombre y el
de una religión “católica” que ya no es más la religión de una particular tribu
o nación. En segundo lugar, la idea de la humildad personal como consecuencia
de la idea de Dios y de la negación de los ídolos. La existencia de Dios
implica que ningún hombre puede ser Dios, que ningún individuo puede ser
omnisciente ni omnipotente. Establece pues un límite definido a la
autoidolatría narcisista del hombre. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia alimentó
un narcisismo intenso; al creer que la Iglesia es la única posibilidad de
salvación y que el Papa es el vicario de Cristo, sus miembros pudieron
desarrollar un narcisismo intenso por cuanto eran miembros de una institución
tan extraordinaria. Lo mismo ocurrió en relación con Dios; aunque la
omnisciencia y la omnipotencia de Dios debían haber llevado a la humildad del
hombre, muchas veces el individuo se identificaba con Dios y, en consecuencia,
desarrollaba un grado extraordinario de narcisismo en ese proceso de
identificación.
Esta misma
ambigüedad entre una función narcisista o una función antinarcisista tuvo lugar
entre todas las otras grandes religiones, por ejemplo, en el budismo, el
judaísmo, el islamismo y el protestantismo. Mencioné la religión católica no
sólo porque es un ejemplo muy conocido, sino principalmente porque la religión
católica romana fue la base del humanismo y de un narcisismo religioso violento
y fanático, en uno y el mismo período histórico: los siglos XV y XVI. Los
humanistas pertenecientes a la Iglesia y los externos a ella hablaban en nombre
de un humanismo que estaba en el origen del cristianismo. Nicolás de Cusa predicaba
la tolerancia religiosa para todos los hombres (De pace fidei); Ficino
enseñó que el amor es la fuerza fundamental de toda creación (De amore);
Erasmo pedía tolerancia mutua y la democratización de la Iglesia; Tomás Moro,
el inconformista, habló y murió por los principios del universalismo y de la
solidaridad humana; Postel, construyendo sobre las bases sentadas por Nicolás
de Cusa y Erasmo, habló de la paz del globo y de la unidad del mundo (De
orbis terrae concordia); Sículo, siguiendo a Pico de la Mirandola, habló
con entusiasmo de la dignidad del hombre, de su razón y virtud, y de su
capacidad para perfeccionarse. Esos hombres, con otros muchos surgidos en el
suelo del humanismo cristiano, hablaron en nombre de la universalidad, de la
fraternidad, de la dignidad y de la razón. Lucharon por la tolerancia y la paz.
Contra ellos
se conciliaron las fuerzas del fanatismo por ambos lados, el de Lutero y el de
la Iglesia. Los humanistas trataban de evitar la catástrofe; al final vencieron
los fanáticos de uno y otro lado. Las persecuciones y las guerras religiosas,
que culminaron en la desastrosa Guerra de Treinta Años, fueron para el
desarrollo humanista un golpe del cual Europa aún no se recuperó (no se puede
menos de pensar en la analogía del stalinismo, que destruyó el humanismo
socialista trescientos años después). Volviendo al odio religioso de los siglos
XVI y XVII, son manifiestas sus irracionalidades. Los dos lados hablaban en el
nombre de Dios, de Cristo, del amor, y sólo diferían en puntos que, comparados
con los principios generales, eran de importancia secundaria. Pero se odiaban,
y cada uno de ellos estaba apasionadamente convencido de que la humanidad
terminaba en las fronteras de su fe religiosa. La esencia de esta
sobreestimación de la posición propia y del odio a todo el que disentía es el
narcisismo. “Nosotros” somos admirables; “ellos” son despreciables. “Nosotros”
somos buenos; “ellos” son malos. Toda crítica de la doctrina propia es un
ataque malvado e insoportable; la crítica a la posición del otro es un
bienintencionado intento de ayudarlo a volver a la verdad.
A partir
del Renacimiento, las dos grandes fuerzas contrarias, el narcisismo de grupo y
el humanismo, se desarrollaron cada una a su manera. Desafortunadamente, el
desarrollo del narcisismo de grupo ha rebasado inmensamente al del humanismo.
Mientras que pareció posible en la Edad Media Tardía y en la época del
Renacimiento que Europa estaba preparada para el surgimiento de un humanismo
político y religioso, esta posibilidad no se materializó. Nuevas formas de
narcisismo de grupo surgieron para dominar la escena en los siglos posteriores.
Este narcisismo de grupo asumió una variedad de formas: religiosas, nacionales,
raciales y políticas. Protestantes contra católicos, franceses contra alemanes,
blancos contra negros, arios contra no arios, comunistas contra capitalistas;
no obstante los contenidos diferentes, en lo psicológico estamos frente a un
mismo fenómeno narcisista y el resultante fanatismo y destructividad.
Así como el
narcisismo de grupo creció, su contraparte –el humanismo– también se
desarrolló. En los siglos XVIII y XIX –desde Espinoza, Leibniz, Rousseau,
Herder, Kant hasta Goethe y Marx– creció la idea de que la humanidad es una, de
que cada individuo lleva dentro de sí toda la humanidad, de que no debe haber
grupos privilegiados pretendiendo que sus privilegios están basados en su
superioridad intrínseca. La Primera Guerra Mundial fue un duro golpe al
humanismo, y dio lugar a una creciente orgía del narcisismo de grupo: histeria
nacional en todos los países beligerantes de la Primera Guerra Mundial. El
racismo de Hitler, la idolatría partidista de Stalin, el fanatismo religioso
indú y musulmán, el fanatismo anticomunista occidental. Estas variadas
manifestaciones del narcisismo de grupo han llevado al mundo al abismo de la
destrucción total.
Como
reacción a esta amenaza a la humanidad, se puede observar actualmente un
renacimiento del humanismo en todos los países y entre los representantes de
las más diversas ideologías; existen humanistas radicales entre los teólogos
protestantes y católicos, entre filósofos socialistas y no socialistas. Si el
peligro de la destrucción total, las ideas de los neohumanistas y los lazos
creados entre los hombres por los nuevos medios de comunicación serán
suficientes para bloquear los efectos del narcisismo de grupo es una cuestión
que podría determinar el destino de la humanidad.
La
creciente intensidad del narcisismo de grupo –únicamente desplazándose de lo
religioso al narcisismo nacional, racial o de partido– es ciertamente un
fenómeno sorprendente. En primer lugar, debido al desarrollo de las fuerzas
humanistas desde el Renacimiento que discutimos anteriormente. Además, debido a
la evolución del pensamiento científico el cual socava el narcisismo. El método
científico requiere objetividad y realismo, requiere poder ver el mundo tal
como es, y no distorsionado por los propios deseos y temores. Requiere ser
humilde frente a los hechos de la realidad, y renunciar a todas las esperanzas
de omnipotencia y omnisciencia. La necesidad de un pensamiento crítico, de la
experimentación y prueba de los resultados, la actitud de dudar [de los axiomas
no examinados], son todas ellas características de las tareas científicas, y son precisamente los métodos del pensamiento que tienden a contrarrestar
la orientación narcisista. Sin lugar a dudas, el método del pensamiento científico
ha tenido su efecto en el desarrollo del neohumanismo contemporáneo, y no es
casual que la mayoría de los científicos eminentes de nuestro tiempo sean
humanistas. Pero la gran mayoría de los hombres en Occidente, no obstante haber
“aprendido” el método científico en la escuela o la universidad, realmente
nunca han sido tocados por el método del pensamiento científico crítico. Hasta muchos de los profesionales en el campo de las ciencias naturales
siguen siendo técnicos, y no adquirieron una actitud científica.
Para la mayoría de la población, el método científico que se les enseñó tuvo aun
menos importancia. Aunque puede decirse que la educación superior tendió a
mitigar y modificar hasta cierto punto el narcisismo personal y de grupo, no
impidió que la mayor parte de la gente “culta” se uniese con entusiasmo a los
movimientos nacionales, raciales y políticos que son expresión del narcisismo
contemporáneo de grupo.
Por el
contrario, parece que la ciencia creó un nuevo objeto para el narcisismo: la técnica.
El orgullo narcisista del hombre por ser el creador de un mundo de cosas que
antes no podía ni soñarse, descubridor de la radio, la televisión, la energía atómica,
los viajes espaciales, y aun por ser el destructor en potencia de todo el
planeta, le dio un nuevo motivo para la autoinflación narcisista. Al estudiar
todo este problema del desarrollo del narcisismo en la historia moderna, uno
recuerda las palabras de Freud según las cuales Copérnico, Darwin y él mismo
hirieron profundamente el narcisismo del hombre al socavar su creencia en su papel
singular en el universo y su conciencia de ser una realidad elemental e irreductible.
Pero, aunque el narcisismo del hombre fue herido de ese modo, no se redujo
tanto como podría parecer. El hombre reaccionó transfiriendo su narcisismo a otros
objetos: la nación, la razón, el credo político, la técnica.
En cuanto a
la patología del narcisismo de grupo, el síntoma más obvio y frecuente,
como en el caso del narcisismo individual, es la falta de objetividad y de
juicio racional. Si se examina el juicio de los blancos pobres acerca de los
negros, o de los nazis acerca de los judíos, puede reconocerse fácilmente el
carácter deformado de sus respectivos juicios. Se juntan unas cuantas hilachas
de verdad, pero el todo que se forma de esa suerte está conformado por falsedades y mentiras fabricadas. Si las acciones políticas se basan en
autoglorificaciones narcisistas, la falta de objetividad tiene con frecuencia
consecuencias desastrosas. Durante la primera mitad de este siglo presenciamos
dos ejemplos notables de las consecuencias del narcisismo nacional. Muchos años
antes de la Primera Guerra Mundial, la teoría estratégica francesa oficial
consistía en pretender que el ejército francés no necesitaba mucha artillería
pesada ni gran número de ametralladoras; se suponía que el soldado francés
estaba tan bien dotado de las virtudes francesas de la valentía y la temeridad,
que no necesitaba más que su bayoneta para vencer al enemigo. El hecho es que las
vidas de cientos de miles de soldados franceses fueron segadas por las
ametralladoras alemanas, y que sólo los errores estratégicos de los alemanes, y
posteriormente la ayuda norteamericana, salvaron a Francia de la derrota. En la
Segunda Guerra Mundial, Alemania cometió un error parecido. Hitler, hombre de
un extremado narcisismo personal, que estimuló el narcisismo de grupo de
millones de alemanes, sobreestimó la fuerza de Alemania y subestimó no sólo la
fuerza de Estados Unidos sino también al invierno ruso, como lo había hecho antes Napoleón, otro general narcisista. A pesar de su astucia, Hitler no era capaz
de ver la realidad objetivamente, porque su deseo de vencer y de dominar
pesaban más para él que las realidades de los armamentos y el clima.
El
narcisismo de grupo necesita de satisfacciones, lo mismo que el narcisismo
individual. En el nivel del individuo, esas satisfacciones las proporciona la
ideología común sobre la superioridad del grupo propio y la inferioridad de
todos los demás. En los grupos religiosos la satisfacción la proporciona
fácilmente el supuesto de que mi grupo es el único que cree en el
verdadero Dios y, en consecuencia, puesto que mi Dios es el único verdadero,
todos los demás grupos están conformados por infieles descarriados. Pero aun sin
la referencia a Dios como testigo de la propia superioridad, el narcisismo de grupo
puede llegar a conclusiones análogas en un plano profano. La convicción narcisista
de la superioridad de los blancos sobre los negros en algunas partes de Estados
Unidos y en Sudáfrica, demuestra que no hay límites para el sentimiento de
autosuperioridad o de la inferioridad de otro grupo. Pero la satisfacción de las
autoimágenes narcisistas de un grupo requiere también cierto grado de
confirmación en la realidad. Mientras los blancos de Alabama o de Sudáfrica
puedan demostrar su superioridad sobre los negros mediante actos de discriminación
social, económica y política, sus creencias narcisistas tienen algo de
realidad, y en consecuencia refuerzan todo el sistema de pensamiento narcisista.
Puede decirse lo mismo de los nazis. En ese caso, la destrucción física de todos
los judíos debía servir de prueba de la superioridad de los arios (para un
sádico, el hecho de que pueda eliminar a un individuo demuestra la supuesta
superioridad del eliminador). Pero si el grupo inflado en términos narcisistas
no dispone de una minoría suficientemente impotente para prestarse como objeto de la satisfacción narcisista, el narcisismo de grupo podría conducir fácilmente
al deseo de realizar conquistas militares; ésta fue la ruta del pangermanismo y
del paneslavismo antes de 1914. En ambos casos, las naciones respectivas fueron
investidas del papel de “naciones elegidas”, superiores a todas las demás, y
por lo tanto se justificaba que atacaran a las que no aceptaban su superioridad.
No quiero insinuar que “la” causa de la Primera Guerra Mundial fuese el narcisismo
de los movimientos pangermánico y paneslavo, mas su fanatismo ciertamente fue
un factor que contribuyó al estallido de la guerra. Pero, fuera de esto, no
debe olvidarse que una vez la guerra ha empezado, los diferentes gobiernos
procuran suscitar el narcisismo nacional como condición psicológica necesaria
para emprender la guerra con éxito.
Si es
herido el narcisismo de un grupo, encontramos entonces la misma reacción de
furor que estudiamos en relación con el narcisismo individual. Hay muchos
ejemplos históricos de que el desprecio de los símbolos del narcisismo de grupo
ha producido con frecuencia un furor rayano en la locura. La violación de la
bandera, los insultos al Dios, emperador o líder propios; la pérdida de una guerra
y de territorio, son hechos que con frecuencia produjeron en las masas violentos
sentimientos de venganza, los cuales a su vez provocaron nuevas guerras. El
narcisismo herido sólo puede curarse si el ofensor es aplastado y se repara así
el ultraje a la propia imagen autoinflada. La venganza, individual o nacional,
se basa con frecuencia en el narcisismo herido y en la necesidad de “curar” la
herida aniquilando al ofensor.
Hay que
añadir un último elemento de la patología narcisista. El grupo altamente
narcisista está ansioso por tener un líder con el que pueda identificarse. El líder
es luego admirado por el grupo, que proyecta su narcisismo sobre él. En el acto
mismo de sumisión al líder poderoso, que en el fondo es un acto de simbiosis e
identificación, el narcisismo del individuo es transferido al líder. Cuanto más
grande el líder, más grande el seguidor. Las personalidades que como individuos
son particularmente narcisistas, son las más calificadas para desempeñar esa
función. El narcisismo del líder que está convencido de su grandeza, y que no
tiene dudas, es precisamente lo que atrae al narcisismo de aquellos que se le
someten. El líder medio enajenado es muchas veces el que más éxito tiene, hasta
que su falta de objetividad, sus reacciones enfurecidas a consecuencia de
cualquier revés, su necesidad de preservar la imagen de omnipotencia, pueden inducirle
a cometer errores que lo lleven a su destrucción. Pero siempre hay a mano semipsicópatas
con algún talento para satisfacer las demandas de masas narcisistas.
* EL NARCISISMO SOCIAL O DE GRUPO (1964)
Erich Fromm, “El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal” (FCE, 1966, p. 88-100) Traducción de Florentino Torner, con ajustes por Hernando Calla y Gaby Ibáñez.
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