Un comentario*
por Hannah Arendt
(1970)
Pregunta: En su estudio “Sobre la
violencia” leemos esta frase: “El Tercer Mundo no es una realidad sino una
ideología”. Esto suena a blasfemia. Porque, desde luego, el Tercer Mundo es una
realidad; lo que es más, una realidad que debe su existencia en primer lugar a
las potencias coloniales occidentales y, más tarde, a la cooperación de los
Estados Unidos. Y por eso no es nada sorprendente que de esta realidad
producida por el capitalismo resultara, bajo la influencia de la indignación
mundial y general de los jóvenes, una nueva ideología. Yo creo que no es la
ideología de la Nueva Izquierda sino simplemente la existencia del Tercer
Mundo, la realidad del Tercer Mundo, la que hizo posible esa ideología.
¿Trata
usted con su sorprendente frase de poner en tela de juicio la existencia del
Tercer Mundo como tal? Posiblemente hay aquí un malentendido que usted podría
aclarar.
Hannah
Arendt: En absoluto.
Soy verdaderamente de la opinión de que el Tercer Mundo es exactamente lo que digo,
una ideología o una ilusión.
África,
Asia y Sudamérica son realidades. Si usted compara estas regiones con Europa y
América, entonces puede decir de ellas –pero solo desde esta perspectiva– que están
subdesarrolladas y usted sostiene por eso que este es un denominador común
crucial de aquellos países. Sin embargo, pasa por alto las innumerables cosas
que no tienen en común y el hecho de que lo que tienen en común es
solamente un contraste con otro mundo; lo que significa que la idea del subdesarrollo
como factor importante es un prejuicio europeo-norteamericano. Se trata, en
suma, de una cuestión de perspectiva; hay aquí una falacia lógica. Intente
decirle alguna vez a un chino que pertenece exactamente al mismo mundo del
miembro de una tribu bantú africana y, créame, se llevará la sorpresa de su
vida. Los únicos que tienen un interés obviamente político en afirmar que existe
un Tercer Mundo son, desde luego, los que permanecen en el nivel más bajo: es
decir, los negros de África. En su caso es fácil comprenderlo; todo lo demás es palabrería.
La Nueva
Izquierda ha tomado el eslogan del Tercer Mundo del arsenal de la Vieja Izquierda.
Ha asimilado la distinción hecha por los imperialistas entre países coloniales
y potencias colonizadoras. Para los imperialistas, Egipto era, por supuesto,
como la India: ambos caían bajo la denominación de “razas sometidas”. Esta
nivelación imperialista de todas las diferencias ha sido copiada por la Nueva
Izquierda solo que con denominaciones invertidas. Es siempre la misma y vieja
historia: tras la asimilación de toda [nueva] denominación existe la incapacidad
de pensar o bien la repugnancia a ver los fenómenos como son, sin aplicarles
categorías en la creencia de que pueden ser clasificados con ellas. Es esto
justamente lo que hace a la impotencia de la teorización.
El nuevo eslogan:
¡Originarios de todas las colonias, o de todas las antiguas colonias o de todos
los países subdesarrollados, uníos!, es aún más loco que el antiguo del que fue
copiado: ¡Trabajadores de todo el mundo, uníos!, que, al fin y al cabo, ha
quedado completamente desacreditado. No soy ciertamente de la opinión de que
pueda aprenderse mucho de la historia –porque la historia nos enfrenta
constantemente con lo que es nuevo–; pero hay unas cuantas cosas que podrían
aprenderse. Lo que me llena de dudas es no ver en ninguna parte a los miembros
de esta generación, reconociendo las realidades como tales y tomándose la
molestia de pensar en ellas.
Pregunta: Los
filósofos y los historiadores marxistas, y no simplemente quienes son considerados
como tales en el sentido estricto del término, opinan que en esta fase del
desarrollo histórico de la humanidad hay solo dos alternativas posibles para el
futuro: capitalismo y socialismo. ¿Existe en su opinión otra alternativa?
Hannah
Arendt: No veo tales alternativas en la historia; ni sé qué es lo que hay allí
disponible. Vamos a dejar de hablar de temas tan altisonantes como “el
desarrollo histórico de la humanidad”: muy probablemente adoptará un giro que
no corresponderá ni a uno ni a otro y esperemos que así sea para nuestra
sorpresa.
Pero examinemos
históricamente, por un momento, esas alternativas; con el capitalismo se inició,
al fin y al cabo, un sistema económico que nadie había planeado ni previsto.
Este sistema, como se sabe generalmente, debió su comienzo a un monstruoso
proceso de expropiación como jamás había sucedido anteriormente en la historia
en esta forma, es decir, sin conquista militar. Expropiación, la acumulación
inicial de capital, que fue la ley conforme a la cual surgió el capitalismo y
conforme a la cual avanzó paso a paso. No conozco lo que la gente imagina por
socialismo. Pero si se mira lo que sucedió en Rusia, puede advertirse que el
proceso de expropiación fue llevado aún más lejos; y puede observarse que algo
muy similar está sucediendo en los modernos países capitalistas donde parece
que hubiera vuelto a desencadenarse el antiguo proceso de expropiación. ¿Qué
son la sobrecarga fiscal, la devaluación de facto de la moneda, la
inflación unida a la recesión, sino formas relativamente suaves de
expropiación?
Solo que en
los países occidentales hay obstáculos políticos y legales que constantemente
impiden que este proceso de expropiación alcance un punto en el que la vida
misma sería completamente insoportable. En Rusia no existe, desde luego,
socialismo, sino socialismo de Estado, que es lo mismo que sería el capitalismo
de Estado, es decir, la expropiación total. La expropiación total sobreviene
cuando han desaparecido todas las salvaguardas políticas y legales de la
propiedad privada. En Rusia, por ejemplo, ciertos grupos disfrutan de un muy elevado
nivel de vida. Lo malo es solo que todo lo que tales gentes tienen a su
disposición –vehículos, residencias campestres, muebles caros, coches con
chófer, etc.– no es de su propiedad y cualquier día puede serles retirado por
el Gobierno. No hay allí un hombre tan rico que no pueda convertirse en mendigo
de la mañana a la noche –y quedarse incluso sin el derecho al trabajo– en caso
de conflicto con los poderes dominantes. (Un vistazo a la reciente literatura
soviética, donde se ha empezado a decir la verdad, atestiguará estas atroces
consecuencias más reveladoras que todas las teorías económicas y políticas).
Todas
nuestras experiencias –a diferencia de las teorías y de las ideologías– nos dicen
que el proceso de expropiación, que comenzó con la aparición del capitalismo,
no se detiene en la expropiación de los medios de producción; solo las
instituciones legales y políticas que sean independientes de las fuerzas
económicas y de su automatismo pueden controlar y refrenar las monstruosas
potencialidades inherentes a este proceso. Tales controles políticos parecen
funcionar mejor en los “Estados de bienestar” tanto si se denominan a sí mismos “socialistas”
o “capitalistas”. Lo que protege la libertad es la división entre el poder
gubernamental y el económico, o, por decirlo en lenguaje de Marx, el hecho de
que el Estado y su constitución no sean superestructuras.
Lo que nos
protege en los países llamados “capitalistas” de Occidente no es el capitalismo,
sino un sistema legal que impide que se hagan realidad las fantasías de la
dirección de las grandes empresas de penetrar en la vida privada de sus
empleados. Pero esta fantasía se vuelve realidad allí donde el Gobierno se
convierte a sí mismo en empleador. No es un secreto que el sistema de
investigación que sobre sus empleados realiza el Gobierno norteamericano no respeta
la vida privada; el reciente apetito mostrado por algunos organismos
gubernamentales de espiar en las casas particulares podría ser un intento del Gobierno
de tratar a todos los ciudadanos como aspirantes en potencia a funcionarios
públicos. ¿Y qué es el espionaje sino una forma de expropiación? El organismo gubernamental
se coloca como una especie de copropietario de las viviendas y las casas de
los ciudadanos. En Rusia no se necesitan delicados micrófonos ocultos en las
paredes; de cualquier manera hay un espía en la vivienda de cada ciudadano.
Si tuviera
que juzgar esta evolución desde un punto de vista marxista, diría: quizá la
expropiación está en la verdadera naturaleza de la producción moderna, y el
socialismo, como Marx creía, no es más que el resultado inevitable de la sociedad
industrial iniciada por el capitalismo. Entonces, lo que interesa es saber lo
que podemos hacer para mantener bajo control este proceso y evitar que degenere,
con un nombre u otro, en las monstruosidades en que ha caído en el Este. En
algunos de los países llamados “comunistas” –en Yugoslavia, por ejemplo, pero
incluso también en Alemania Oriental– ha habido intentos para sustraer la
economía a la intervención del Gobierno y descentralizarla, y se han realizado
concesiones muy sustanciales para impedir las más horribles consecuencias del
proceso de expropiación, que, afortunadamente, también habían resultado ser muy
insatisfactorias para la producción una vez que se había alcanzado un
determinado grado de centralización y de esclavización de los trabajadores.
Fundamentalmente
se trata de saber cuánta propiedad y cuántos derechos podemos permitir que una persona posea, incluso bajo las muy inhumanas condiciones de gran parte de la
economía moderna. Pero nadie puede decirme que exista algo como los trabajadores en “posesión de las fábricas”. Si usted reflexiona durante un segundo
advertirá que la posesión colectiva constituye una contradicción en los términos.
Propiedad es lo que tengo; posesión se refiere a lo que yo poseo, por
definición. Los medios de producción de otras personas no deberían desde luego ser de mi propiedad; podrían tal vez ser controlados por una tercera autoridad, lo que quiere decir que no son propiedad de nadie. El peor propietario posible sería el Gobierno, a menos que sus
poderes en la esfera económica sean estrictamente controlados y frenados por
una judicatura verdaderamente independiente. Nuestro problema en la actualidad
no consiste en expropiar a los expropiadores sino, más bien, en lograr que las
masas, desposeídas por la sociedad industrial en los sistemas capitalistas y
socialistas, puedan recobrar la propiedad. Sólo por esta razón ya es falsa la alternativa
entre capitalismo y socialismo, no solo porque no existen en parte alguna en
estado puro, sino porque lo que tenemos son gemelos, cada uno con diferente
sombrero.
Puede contemplarse
toda la situación desde una perspectiva diferente –la de los mismos oprimidos–,
lo cual no mejora el resultado. En este caso uno debe decir que el capitalismo
ha destruido los patrimonios, las corporaciones, los gremios, toda la estructura
de la sociedad feudal. Ha acabado con todos los grupos colectivos que constituían
una protección para el individuo y su pertenencia, que le garantizaban un
cierto resguardo aunque no, desde luego, una completa seguridad. En su lugar
puso las “clases”, esencialmente solo dos: la de los explotadores y la de los
explotados. La clase trabajadora, simplemente porque era una clase y un
colectivo, proporcionó al individuo una cierta protección y más tarde cuando aprendió
a organizarse, luchó por conseguir, y obtuvo, considerables derechos para sí
misma. La distinción principal hoy no es entre países socialistas y países
capitalistas, sino entre países que respetan esos derechos, como, por ejemplo,
Suecia de un lado y Estados Unidos de otro, y los que no los respetan, como,
por ejemplo, la España de Franco de un lado y la Rusia soviética de otro.
¿Qué ha hecho entonces el socialismo o el comunismo, tomados en su forma más pura? Han destruido esta clase, sus instituciones, los sindicatos y los partidos de trabajadores, y sus derechos: convenios colectivos, huelgas, seguro de desempleo, seguridad social. En su lugar, estos regímenes han ofrecido la ilusión de que las fábricas eran propiedad de la clase trabajadora, que como clase había sido abolida, y la atroz mentira de que ya no existía el desempleo, mentira basada tan solo en la muy real inexistencia del seguro de desempleo. En esencia, el socialismo ha continuado sencillamente y llevado a su extremo lo que el capitalismo comenzó. ¿Por qué iba a ser su remedio?
[…..]
Pregunta:
¿Cómo explica usted el hecho de que el movimiento de reforma en el Este –y no
pienso solamente en el muy citado modelo checoeslovaco, sino también en las
diferentes obras de intelectuales soviéticos propugnando la democratización de
la Unión Soviética y en protestas similares– jamás sugiriera forma alguna de
capitalismo, aunque fuese modificado, como alternativa al sistema que estaban
criticando?
Hannah Arendt: Bien, yo diría
que ellos son obviamente de mi opinión, que de la misma manera que el
socialismo no es un remedio para el capitalismo, el capitalismo no puede ser un
remedio ni una alternativa para el socialismo. Pero no insistiré en esto. La
pugna no atañe simplemente a un sistema económico. El sistema económico solo
está implicado en tanto que la dictadura impide a la economía desarrollarse tan
productivamente como lo haría sin la traba dictatorial. En lo demás, la pugna
es una cuestión política: se refiere a la clase de Estado, a la clase de constitución,
a la clase de legislación, al género de salvaguardas para la libertad de
palabra y de prensa que uno desea tener; es decir, se refiere a lo que nuestros
inocentes niños de Occidente denominan “libertad burguesa”.
No existe
tal cosa; la libertad es la libertad tanto si está garantizada por las leyes de
un Gobierno “burgués” como si lo está por las de un Estado “comunista”. Del
hecho de que los Gobiernos comunistas no respeten hoy los derechos civiles ni
garanticen la libertad de expresión y de asociación no se deduce que tales
derechos y libertades sean “burgueses”. La “libertad burguesa” es con
frecuencia y del todo erróneamente equiparada con la libertad de lograr más
dinero del que uno necesita. Porque esta es la única “libertad” que también
respeta el Este, donde en realidad uno puede llegar a ser extremadamente rico.
El contraste entre ricos y pobres –si por una vez vamos a emplear un lenguaje
claro, y no una jerga– respecto de los ingresos es más grande incluso que en
los Estados Unidos si no se toman en consideración a unos pocos miles de
multimillonarios.
Pero este
tampoco es el caso. Repito: el caso es sencilla y únicamente si yo puedo decir
e imprimir lo que desee o si no puedo; si mis vecinos me espían o no me espían.
La libertad siempre implica la libertad de disentir. Ningún dirigente antes de
Stalin y de Hitler discutió la libertad de decir sí: Hitler excluyó a judíos y
gitanos del derecho al asentimiento y Stalin fue el dictador que segó las
cabezas de sus más entusiásticos seguidores quizá porque pensaba que cualquiera
que dijera sí también podía decir no. Ningún tirano precedente fue tan lejos
como ellos, y lo que hicieron tampoco les dio resultado.
Ninguno de estos
sistemas, ni siquiera el de la Unión Soviética, es verdaderamente totalitario, aunque
he de admitir que no estoy en posición de juzgar a China. En la actualidad solo
quedan excluidos quienes disienten y se hallan en oposición [no quienes forman
parte de alguna nacionalidad o etnia oprimida], pero esto no significa en
manera alguna que haya allí libertad. Y precisamente es en la libertad política
y en la seguridad de sus derechos básicos en lo que están, certeramente,
interesadas las fuerzas de oposición.
Pregunta:
¿Cómo considera usted la afirmación de Thomas Mann: “El antibolchevismo es la
necedad básica de nuestra época”?
Hay tantos absurdos en nuestra época que es difícil asignar a uno el primer lugar. Pero, hablando seriamente, el antibolchevismo, como teoría, como ismo, es la invención de los excomunistas. Término con el que no denomino a cualquiera que haya sido bolchevique o comunista, sino, más bien, a aquellos que “creían” y que un día se sintieron personalmente desilusionados del señor Stalin; es decir, quienes no eran realmente revolucionarios ni estaban políticamente comprometidos y que, como ellos mismos dijeron, habían perdido un dios y se lanzaron a la búsqueda de un nuevo dios y también de su opuesto, un nuevo diablo. Simplemente invirtieron el marco.
Pero es erróneo decir que cambió la mentalidad de estas personas, que en lugar de buscar creencias vieron realidades, las tuvieron en cuenta e intentaron cambiar las cosas. Tanto si los antibolcheviques anuncian que el Este es el mal, como si los bolcheviques mantienen que América es el mal, mientras que sus hábitos de pensamiento vayan parejos, se llega al mismo resultado. La mentalidad sigue siendo la misma. Se sigue viendo solo blanco y negro. En la realidad no existe tal cosa. Si uno no conoce todo el espectro de colores políticos de una época, si no puede distinguir entre las condiciones básicas de los diferentes países, las diversas fases de desarrollo, género y grados de producción, tecnología, mentalidad, etc., entonces uno simplemente no sabe cómo moverse ni cómo orientarse en este campo. Solo puede deshacer el mundo en pedazos para tener finalmente ante sus ojos algo… simplemente negro.*Hannah Arendt, “Crisis de la República”, Editorial Trotta, 2015 (Fragmento con varias preguntas de texto basado en una entrevista de Hannah Arendt con el escritor alemán Adalbert Reif, en el verano de 1970. El original alemán fue traducido al inglés por Denver Lindley. La traducción castellana de Guillermo Solana está ligeramente corregida y ajustada por Hernando Calla)
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