por Jean Robert [1]
Derechos de autor Sylvia Marcos *
El libro
El género vernáculo de Iván Illich es un intento por entender el principio
generador de sociedades sin escritura ni ley formal y libres de los arreglos institucionales
hoy considerados indispensables para el “funcionamiento” de cualquier sociedad.
Lo que Illich llamó el género es un modo de relaciones entre cuerpos,
herramientas, espacios y tiempos masculinos y femeninos que, hoy, sólo
sobreviven como restos subterráneos. El género vernáculo fue sumergido bajo el
sexo económico, cuyo poder homogeneizador se superpone al del postulado
fundamental de toda economía formal, el axioma de escasez. Por lo tanto, leer
la historia a la luz del género es la mejor introducción a una historia aún por
escribir, la historia de la escasez, de la que autores como Karl Polanyi o
Louis Dumont hicieron bosquejos convincentes.
El punto
ciego de Karl Polanyi
Recuerdo
una conversación con Iván Illich en su cocina de Ocotepec a principios de los
años setenta. Él me hablaba de La gran transformación de Carl Polanyi
(Polanyi). Me decía: “No puedo rebasar su posición”. Un muro parecía cerrarle
el paso. Polanyi había descrito la marcha a la modernidad desde el siglo XV
como un proceso de desincrustación o desempotramiento (disembedding en
inglés) de esferas separadas (la política, la religión, la educación, la
ciencia pura y, sobre todo, la economía, esfera de la cual Polanyi describiría
la autonomización) a partir de un tejido general polivalente. Bajo el nombre de
disembedding, había logrado describir el “deshilachamiento” de este
tejido, pero no tenía los conceptos para hablar de lo que precedía: un
entramado social y cultural de correspondencias, en el que todo ser era lo que
era por su correspondencia con otro, de la misma manera en que la orilla
derecha de un río sólo es orilla porque existe la orilla izquierda.
En otras
palabras, Polanyi había descrito el rompimiento del entramado de
correspondencias y la constitución correlativa de esferas separadas, pero no
había logrado entender en qué telar ni con qué hilo estaba formado este
entramado. Había descrito un proceso histórico de desincrustación (disembedding)
y había visto en él la esencia de la modernización, pero no había logrado
hablar de la situación previa, en la que las cosas eran mutuamente
complementarias y estaban incrustadas. Para usar las palabras de Polanyi:
equiparó la modernización con un proceso que llamó dis-embedding, pero
no dio pistas sobre lo que había sido el estado anterior de embeddedness,
de mutua imbricación de las cosas.
Illich tuvo
tempranamente la intuición de que, en la situación previa a la emergencia de
las esferas sociales que caracterizan la modernidad, cada cosa recibía su ser
de otra cosa que le correspondía, de un “otro” que le era a la vez muy
diferente y casi idéntico, algo así como lo expresa la frase de una mujer
zapatista, que Illich nunca oyó, y que decía: “Somos iguales porque somos
diferentes”. A partir de su intuición de alguien que es radicalmente diferente
de uno y, al mismo tiempo, “casi lo mismo”, Iván Illich se sintió capaz
finalmente de dar un paso más allá de Polanyi.
Primero
calificó el entramado de correspondencias previo a la modernización como una
asimetría mutuamente constitutiva y, luego, durante una conversación con un
amigo matemático, lo llamó disimetría mutuamente constitutiva. Aunque no
corresponde estrictamente a la genealogía del concepto, nos quedaremos con la
segunda expresión. La relación madre-hijo puede servir de ejemplo: el hijo
constituye a la madre como madre y recíprocamente la madre constituye al hijo
como hijo. El historiador Illich llegó a pensar que, en el mundo previo a lo
que Polanyi llamó “la gran transformación”, cualquier meditación sobre el ser
requería ser sensible a correspondencias que podrían llamarse “cósmicas”,
entendiendo que, para los griegos, la palabra kosmos podía referirse a
relaciones disimétricamente constitutivas, un concepto heurístico como las que
existen entre el microcosmos y el macrocosmos. El microcosmos es el cuerpo y el
macrocosmos es lo que llamamos el universo, visible como cielo nocturno, que
orienta el mundo en el que habitan los cuerpos. Joseph Rykwert, el gran
historiador de la arquitectura, amigo de Iván Illich, confirmó esta intuición
“cósmica” definiendo el edificio, en todas las tradiciones premodernas que él
conocía, como el lugar de una danza del cuerpo —representado por la columna—
sobre un escenario que sus orientaciones cósmicas definían (Rykwert).
Correspondencias
complementarias mutuamente constitutivas
Lo que
Illich puso en el lugar del punto ciego de Polanyi es algo que podríamos llamar
una teoría de complementariedades constitutivas de la realidad concreta. A
principio de los años ochenta, para Illich el género fue el paradigma de estas
relaciones de complementariedad, lo que lo involucró en controversias y
polémicas que tendré que comentar brevemente. Años más tarde, Illich retomó
esta reflexión bajo el nombre de proporcionalidad (en griego: analogía). La
proporcionalidad es el sentido de lo adecuado, de la buena medida, de lo que se
corresponde, de la mezcla justa de los humores en el cuerpo, de la relación
entre el microcosmos y el macrocosmos. En la arquitectura clásica, como nos lo
recordaba Joseph Rykwert, el edificio es el quiasma en el que el cosmos se
proyecta sobre el cuerpo y en el que éste se orienta en el cosmos.
Si Illich
se hubiera contentado con formular su visión de las correspondencias
complementarias en cuanto filósofo, habría sido leído como un gran erudito,
amigo y colega del profesor Rykwert en la universidad de Pennsylvania. Pero a
Illich no le interesaba hacer una carrera universitaria. Tenía un proyecto
subversivo del orden de la universidad. Quería desplazar su centro de gravedad:
pasar de las aulas a salones de convivencia equipados con una reserva de vino y
situados a proximidad de una buena biblioteca. No podía concebir lo que los
antiguos llamaban scientia fuera de la práctica de la amistad.
Reprochaba que la ciencia se hubiera transformado en un conjunto de bienes
escasos, de “informaciones” desprovistas de las correspondencias mutuas que
constituyen todo lo que es concreto. Conocí bien a Iván, pero después de más de
un tercio de siglo de los eventos penosos que no puedo evitar comentar, aún me
preguntó a qué urgencia respondió el aterrizaje de su percepción de las
complementariedades en un terreno tan controvertido como las relaciones
simultáneamente injustas y envidiosas entre mujeres y hombres de finales del
siglo XX. Creo tener una parte de la respuesta, que no es toda la respuesta.
En los años
setenta, Illich se concentró en los efectos “materiales” del modo industrial de
producción, es decir en lo que las herramientas desmedidas hacen al
medio ambiente y a la gente. Al final de este decenio empezó a interesarse en
lo que las herramientas industriales dicen, en otras palabras, en sus
efectos simbólicos. Llegó a la conclusión de que los efectos simbólicos de las
herramientas e instituciones industriales son aún más destructores que sus
efectos materiales. Por esta razón, dedicó los últimos veinte años de su vida
al estudio de las percepciones a través de los cinco sentidos corporales. Él
llegó a pensar que la progresiva pérdida de la diferencia entre las
percepciones de las mujeres y las de los hombres fue uno de los mayores daños
simbólicos de la industrialización. Sin que yo pueda elaborar aquí el argumento
en tan poco espacio, expreso mi convicción personal de que la igualación de los
modos femeninos y masculinos de percibir, de hablar y de pensar, precondición
de una sociedad industrializada necesariamente unisex, aceleró la destrucción
de las capacidades de subsistencia de los pueblos y los volvió cada vez más
dependientes de mercancías y servicios. El Estado y el mercado entablan contra
la subsistencia de la gente común una guerra que llegó a su paroxismo en la
sociedad industrial, cuya principal característica es una igualación formal de
las mujeres con los hombres que ha generado formas inéditas de desigualdad.
Illich había seguido con esperanza las primeras fases de los movimientos
feministas, particularmente el “Movimiento de las Mujeres” en Alemania. Durante
una larga estancia en Berlín, discutió las ideas que plasmó en El género
vernáculo con Barbara Duden, una prominente pensadora y activista de este
movimiento.
Para Illich,
el género es el prototipo de disimetrías mutuamente constitutivas sin las que
no hay realidad concreta. Él usó el género como clave heurística para explorar
la historia. Contra muchas antropólogas, afirmó que el género no es una
“dualidad” más entre muchas otras (mujer-hombre, frío-caliente, vida-muerte,
tierra-cielo, noche-día, etc.), sino una correspondencia primordial para
percibir la realidad. Ésta es obviamente una forma de concebir la relación
entre las mujeres y los hombres, pero es una relación histórica, propia de los
mundos premodernos y que en nuestra época está en extinción. Hoy prevalece otra
forma de relación entre hombres y mujeres que Illich llamó el sexo. Iván Illich
no tardó mucho en percatarse de que, lo que Karl Polanyi llamó La gran
transformación, corresponde a una extinción progresiva del género y el auge del
sexo. Llamó al primero el género vernáculo para recalcar que nunca hubo un
género universal, igual en todas partes, sino que el género siempre fue propio
de un territorio, de un suelo particular, de un valle, de un pueblo. Por su
parte, el sexo es universal, deslocalizado, igual en todas partes, como la
economía, y su axioma fundamental es la escasez. Por ello lo llamó el sexo
económico.
Bajo la
égida del género vernáculo, las mujeres y los hombres son lo suficientemente
diferentes para no tenerse envidia mutua. En el régimen del sexo económico, las
diferencias significativas entre hombres y mujeres —entre sus cuerpos, sus
formas de ver y de decir el mundo— han sido tan erosionadas que ellos pueden
envidiarse mutuamente, pueden competir por los mismos poderes y por el acceso a
las mismas herramientas unisex, fuera del género:
Defino la ruptura con el pasado, descrita por
otros como la transición al modo de producción capitalista, como el paso de la
égida del género al régimen del sexo. Considero que la desaparición del género
vernáculo es la condición imprescindible del desarrollo del “capitalismo” y de
un estilo de vida totalmente sometido a la mercancía industrial […]. Empleo el
término “género” en un sentido nuevo, a fin de designar une dualidad que
anteriormente era tan evidente que no se denominaba, y que en la actualidad nos
resulta tan lejana que frecuentemente se confunde con el sexo. El “sexo” es el
resultado de la polarización de las características comunes que, desde el final
del siglo XVIII, se atribuyen a todos los seres humanos (Illich).
En este
momento, yo solamente quiero dejar en claro que, en cuanto concepto heurístico,
el género vernáculo, o mejor dicho su progresiva desaparición, y el auge del
sexo económico, es una manera de hablar de la marcha hacia la modernidad, a
partir de leves indicios que provienen desde el siglo XII —cierta
transformación de la página manuscrita—**, el “individualismo” del peregrino,
masivamente a partir del siglo XV, época de grandes descubrimientos, de
conquistas-invasiones, de los inicios del Estado y del mercado modernos y de su
guerra contra la subsistencia de la gente común.
*Publicado en
Unidiversidad REVISTA de pensamiento y cultura de la BUAP enero-marzo 2020
[1] Este
artículo fue publicado anteriormente en Voz de la tribu, revista de la
Secretaría de Coordinación Universitaria de la Universidad Autónoma de Morelos.
[2] Iván Illich,
“El texto y la universidad. La idea y la historia de una institución única”
[Publicación original en inglés: Universidad de Bremen 1991]
Segunda
parte*
El
género vernáculo, un concepto heurístico [1]
Por Jean Robert
Derechos de autor Sylvia Marcos
Las siete
conferencias de Illich en Berkeley En 1982, Iván Illich fue invitado a
presentar siete conferencias en la Universidad de California, en Berkeley.
Ocupó la posición prestigiosa y bien pagada de Regents Lecturer. Con sus
honorarios, rentó la casa del profesor Nishi, un teólogo que pasaba un año
sabático en Japón. Invitó a un grupo internacional —del cual el que escribe
formó parte— a compartir esa casa con él. Las respetables profesoras de la
universidad que conocieron esta casa porque se les invitó a desayunar en ella
no tardaron en referirse a nosotros como “los groupies de Illich”. Describieron
el espíritu de la casa como una atmósfera de carnaval, de constante happening.
Como científicas, dijeron haber observado cómo Illich imponía su dominio mental
a sus “seguidores”. Estaban dispuestas a resistir a lo que consideraban una
fascinación fatal. La lingüista Robin Lakoff fue más tajante: el libro El
género vernáculo presenta “all the salient features of modern propaganda, as
exemplified in classics of the genre like Mein Kampf” [2a] Una de ellas dijo:
Prestamos atención hasta la mitad de la serie de conferencias. Luego, nos
sentimos decepcionadas y, rápidamente, justamente enojadas. A principios de
noviembre de 1982, bajo el título de Symposium, organizaron una sesión
final de las conferencias sobre El género vernáculo en un gran auditorio de la
universidad, lleno a reventar. En el podio de este auditorio estaba dispuesta
una mesa alrededor de la cual se sentaron siete profesoras, cada una de las cuales
recibió veinte minutos de tiempo de palabra para expresar sus críticas. A
Illich no lo invitaron a sentarse en esta mesa y tuvo que ocupar un sillón bajo
el pódium. Para contestar las críticas de las siete profesoras se le dieron, en
total, diez minutos. Según la historiadora italiana Gianna Pomata, otra
invitada a la casa Nishi, las profesoras reunidas en un simulacro de tribunal,
no trataron de entrar a fondo en los argumentos de Illich. Por ello, si
queremos reconsiderar el argumento de El género vernáculo a través de la
neblina intelectual que se generó hace treinta y cinco años, ahora debemos
“poner el libro sobre la mesa”.
La
manzana de la discordia
Hace unos
treinta años, el editor mexicano de El género vernáculo me pidió que revisara
la segunda parte del libro titulada simplemente Notas, que constaba de 119
notas de pie de página en letras pequeñas. Cuando Valentina Borremans me regaló
la versión francesa del libro [2b] —en la que el argumento principal ocupa 105
páginas y lo que, en la versión española, son 119 notas, es una serie de 125
pequeños ensayos que ocupan 102 páginas—, me di cuenta de que estamos en
presencia de dos libros cortos que pueden leerse de manera independiente, pero
que, en una segunda lectura, reciben su consistencia a través de
correspondencias mutuas. En otras palabras, la misma estructura de la obra
refleja la “disimetría mutuamente constitutiva” que es su tema. El “primer libro”
es la exposición sucinta del argumento que podríamos resumir así: En todas las
épocas anteriores a la modernidad, la economía estuvo contenida por la cultura,
que Illich sólo concibe como una configuración del género particular a un lugar
y un tiempo. Lo que caracteriza a la sociedad moderna, es que, en ella, la
economía contiene a la cultura y extingue el género. Este cambio es la mayor
metamorfosis, transformación o catástrofe cultural de todos los tiempos. De
manera radical, aparta a la modernidad de todas las épocas anteriores.
Percepciones
antagónicas
David Cayley,
coautor con Illich de Los ríos al norte del futuro, [3] ha emitido la hipótesis
de que la mayoría de las profesoras de la universidad de Berkeley que
enjuiciaron a Illich se oponían ante todo a su percepción de la modernidad.
Resumo la lectura de Cayley. En el pasado, hombres y mujeres estaban bajo el
yugo de la naturaleza. Hoy, en cambio, liberados de la naturaleza, están bajo
el yugo del mercado. El mercado es una creación humana y, por lo tanto, puede
cambiarse. En nuestras manos está alterar de fondo la relación entre las
mujeres y los hombres modificando la economía de mercado. Los alimentos pueden
comprarse preparados. La ropa de confección es elegante, y, si es necesario,
caliente. Los departamentos modernos son estéticos y confortables. Hay tanta
oferta de servicios de todo tipo —de guardería, de cuidados a padres enfermos,
de limpieza de departamentos, de tintorería— que no hay razón para que las
mujeres no entren masivamente en el mercado del trabajo y ganen tanto como los
hombres según calificaciones iguales. [4] En los hogares modernos, todas las
tareas de manutención se pueden repartir de manera igual entre hombres y
mujeres. Lejos de generar nuevas desigualdades, la modernidad, con su oferta de
bienes materiales y de servicios, nunca antes vista, es una extraordinaria
oportunidad de igualdad que nos toca aprovechar. A los ojos de Cayley, las
profesoras que impusieron a Illich un simulacro de juicio tenían una visión del
presente radicalmente opuesta a la suya. La violencia verbal en la que algunas
de ellas cayeron refleja su voluntad de defender el orden del que eran parte.
Fueron ciegas a un aspecto de El género vernáculo que, en 1989, la historiadora
alemana Beate Wagner-Hasel entendió así:
[El género vernáculo] es la elaboración de
una concepción de la sociedad no organizada a priori alrededor de las
categorías del derecho, de la economía y de la política, de las distinciones
entre la cultura y la sociedad o entre el dominio privado y el dominio público
que predeterminan las distinciones institucionales típicas de nuestras
sociedades altamente impregnadas de derecho (Wagner-Hasel) (la traducción
es mía).
Si
nosotros, los modernos, nos hemos vuelto incapaces de entender una sociedad
organizada por otros principios que los del derecho, de la economía y de la
política (entre otras “esferas”), es que hemos perdido el sentido del género en
cuanto organizador del espacio y del tiempo. Según Illich, “el género fue
sustituido por la educación” y así pudo ser negado y casi completamente
olvidado.
Para Iván
Illich, la percepción del género vernáculo —y de lo que nos queda de él— es
fundamentalmente ambigua. Es la sensibilidad ante algo que puede ser a la vez
radicalmente diferente de uno y, locamente, casi igual. [5a] Por falta de esta
sensibilidad, las olas de feminismos “de la igualdad” y “de la diferencia” que
se suceden desde los años 1970, oscilan entre reivindicaciones igualitarias y
afirmaciones de diferencias irrevocables. Parece ser que, para los legisladores
europeos que quieren imponer leyes de igualación de los géneros a todos los
países miembros de la unión, el péndulo se detuvo temporalmente del lado
“igualdad”.
El péndulo
feminista oscila entre un extremo igualitario y otro que afirma las diferencias
entre hombres y mujeres. El género vernáculo nos invita a afinar nuestras
percepciones a lo que queda de género vernáculo en la era del sexo económico,
lo que requiere una apertura a las ambigüedades, al “enteramente diferente y
casi igual”. [5b]
*Publicado en
Unidiversidad REVISTA de pensamiento y cultura de la BUAP enero-marzo 2020
[1] Este
artículo fue publicado anteriormente en Voz de la tribu, revista de la
Secretaría de Coordinación Universitaria de la Universidad Autónoma de Morelos.
[2a] Cito
la versión literal de las palabras —que no deseo traducir— de Lakoff, que
publicó el año posterior en Feminist Issues.
[2b] Iván Illich, Œuvres complètes, II, Paris:
Fayard: 2005.
[3] Editado
en algún lugar de los Altos de Morelos. Impresión con fines educativos y
culturales, sin ánimo de lucro. Los interesados pueden dirigirse a la dirección
electrónica siguiente: jeanrobert37@gmail.com.
[4] En
Alemania, entre los años 1970 y el inicio de la gran “reforma” legal de
principios de los años 2000, las mujeres ganaban en promedio 19% menos que los
hombres según calificaciones iguales. No tengo aún datos contundentes sobre el
agravamiento o, por el contrario, la reducción, de esta desigualdad desde la
promulgación de las nuevas leyes de igualación.
[5a]
[5b] Véase Iván Illich y David Cayley, The Rivers North of the Future
(Cayley). En la traducción
castellana aún clandestina Los ríos al norte del futuro, p. 237:
Illich: Bueno,
en matemática, a esto uno lo llama disimetría. No es falta de simetría, no es
asimétrico, sino disimétrico, enteramente diferente, pero casi igual.
Cayley: ¿Correspondiente,
pero no lo mismo?
Illich:
Correspondiente en todo, pero en todo siempre ligeramente fuera de marca, un
poco “no del todo correcto”. En alemán tengo una expresión muy simple para
describirlo. Rücken quiere decir mover, verrücken significa poner “fuera de
foco”. La gente que está verrückt está loca, tú lo sabes también por el
yiddish. Así que Dios creó un mundo que, en su forma suprema está […] verrückt.
Esta es la esencia del mundo que Dios creó [Risas]
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