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sábado, 2 de abril de 2022

La destrucción de la “capacidad de hacer ciudad”

 (hacia una “sintaxis” del urbanismo popular)

 por Jean Robert

En esta sección, se abordan formas de despojo que no se pueden caracterizar como delitos porque generalmente no infringen leyes o reglamentos existentes. Además, son despojos que no se pueden siempre definir como violaciones de derechos individuales.

     En esta categoría cae la destrucción de los tejidos sociales. Lo que se define así no tiene dueño individual ni se puede defender como un derecho individual: su destrucción no afecta necesariamente los intereses inmediatos de ciudadanos particulares. Lo que afecta es un sentimiento general que podríamos definir como la amenidad de la experiencia urbana, la esperanza razonable de no sufrir agresiones en las calles o hasta de tener conversaciones amables con mis vecinos. La destrucción de los tejidos sociales no es el robo de una propiedad. Es la destrucción de un bien común, de un ámbito de comunidad, de “a commons” como dicen sucintamente los anglohablantes.

     De forma general, lo que se pierde en esta destrucción, es la capacidad ciudadana de “hacer ciudad”. Esta destrucción confronta a los ciudadanos a un monstruo urbano en él que no se reconocen, a un producto enajenado de su trabajo.

     Hemos intentado definir varias formas de las relaciones “poli-poéticas” (creadoras de ciudad) actualmente amenazadas.

Las relaciones de soporte mutuo

     Hace relativamente poco tiempo, en una calle típica de una ciudad, existía un orden profundo entre las actividades de varios tipos de esta misma calle. Como no obedecía a ninguna planeación, este orden podía parecer caótico. Lo podríamos definir como la complementariedad espontánea entre actividades económicas vecinas o actividades “de proximidad”. Por ejemplo, una vendedora de botanas colocará su puesto a proximidad de una escuela. Es posible que un vendedor de bebidas gaseosas escoja poner su changarro a proximidad del puesto de botanas. Se establecen así relaciones de soporte mutuo entre la escuela y los puestos de botanas y de bebidas. En el curso de los años, tales relaciones se entrelazan y estructuran las calles, constituyendo un patrimonio intangible.

Las asociaciones

     Los clubs de foot-ball de barrio, las pequeñas corales, las asociaciones deportivas, los círculos de debates de todo tipo, las tertulias son parte del tejido social de una ciudad. Constituyen otro patrimonio intangible amenazado de depleción por los grandes proyectos frecuentemente inútiles.

La prosperidad de los pequeños y medianos comerciantes

     Estos comerciantes, que son locales, no sólo reinvierten sus ganancias en la ciudad, sino que suelen participar en su vida asociativa. Las mega-tiendas, que exportan sus ganancias a bancos extranjeros, arruinan a los comerciantes locales, fomentan miseria y destruyen las asociaciones.

Las formas de diseño urbano que contribuyen a la seguridad sin necesidad de policías

     Se sabe que por lo menos tres características contribuyen a la seguridad de una calle:

-         una clara demarcación entre lo público y lo privado (debe haber umbrales claros);

-         que las casas tengan “ojos”, es decir ventanas sobre la calle;

-         que haya una gran diversidad en las razones de los transeúntes por estar en la calle.

Otros patrimonios intangibles son: 

La diversidad social de los habitantes de la ciudad.

     Si existe esta cohabitación de gente de varias condiciones, se crean fácilmente relaciones de soporte mutuo entre los más ricos y los menos ricos. En muchas ciudades, se establecen “mancuernas” entre un barrio de clase media cuyos habitantes buscan servicios de jardineros, de amas de llaves o de limpiadores de albercas y un barrio popular que ofrece estos servicios. Ejemplo: las relaciones entre los barrios de Las Delicias y de la

 Barona en Cuernavaca.

     A contrario, los barrios habitados por gente de la misma clase social son generalmente guetos, “gated communities”, conjuntos habitacionales guardados por una “pluma”.

 La visión del urbanismo como un “baile social”

o como una conversación entre interlocutores diversos

y no como un simple catálogo de equipamientos

      En el urbanismo tradicional, como en los barrios populares, cada habitante de la ciudad intentaba decir o hacer su parte en el concierto general. Las calles siempre estaban pobladas por gente a pie que se encontraba, se interpelaba, conversaba. Esta vivacidad de la vida callejera reflejaba una pluralidad de intenciones de la cual, como en una conversación no dirigida, podía nacer una complejidad poli-temática.

     En cambio, la planificación urbana contemporánea es monotemática; es una planificación desde arriba en la que el ciudadano se ve despojado de toda participación efectiva. Su tema dominante es la ganancia económica, la especulación.

 Los barrios llamados informales, despectivamente llamados “barriadas”

     Estos son otro patrimonio intangible por ser condensados de experiencias urbanas pasadas, como el uso intensivo del espacio y frecuentemente, al mismo tiempo laboratorios de experiencias sociales novedosas, como la creación de “hamacas” de apoyo mutuo entre vecinos. El caso ejemplar es aquí el de Perú, que, en los años 1960 y 1970, sirvió de modelo en toda América latina.

     En 1957, la Comisión para la Reforma Agraria y la Vivienda publicó un documento innovador que fomentó un cambio de actitud general. Antes de 1957, los barrios “informales”, “callejones” o “conventillos” se veían como un “problema” y tenían que ser rodeados por bardas librando los visitantes y turistas de su “incómoda vista”. Después de 1957, se vieron como “parte de la solución”, cayeron las bardas y fueron llamados pueblos jóvenes. Se reconoció que el sector informal construía aproximadamente la mitad de las viviendas y constituía el mayor potencial constructor de la nación. En vez de las políticas de erradicación u ocultación, se diseñaron políticas de apoyo.

     A partir de la experiencia de Perú, en muchos países de América latina, se empezó a revalorar la contribución del sector informal, no sólo a la construcción de viviendas, sino al urbanismo mismo y a la vitalidad de la ciudad. En 1976, la conferencia “Habitat” de Vancouver sobre los asentamientos urbanos convocada por las Naciones Unidas celebró las aportaciones al urbanismo del sector informal, es decir de los pueblos jóvenes y otros barrios auto-edificados y auto-administrados de las ciudades. En condiciones de extrema precariedad, gente joven y dinámica redescubría el “arte de hacer ciudad”, edificando barrios poli-céntricos con usos del suelo diversificados. Muchos cultivaban jardines urbanos. Redescubrían que la convivencia urbana no es un asunto de dinero, sino de subsistencia común.

     En México, gente oriunda de diversas partes del país, recreaba sustituto de las relaciones de parentesco tradicionales constituyendo verdaderas “hamacas de apoyo mutuo”.

     Hace más de 40 años, varios países de América latina, siguiendo el ejemplo de Perú, se orientaron hacia políticas de apoyo de los constructores autónomos practicando la autogestión más que la autoconstrucción de sus viviendas.

     Desgraciadamente, desde el inicio de las políticas neoliberales en los años 1980, estas políticas han sido ridiculizadas y luego suprimidas, lo que constituye un atropello mayor contra las iniciativas populares, la amenidad de la ciudad, la diversidad y la seguridad de las calles.

[Este texto de Jean Robert fue leído en la sesión #18 del Seminario de lectores de Jean Robert y fue comentado por la Dra. Silvia Grünig el 7 de marzo de 2022, seguido de preguntas y comentarios de los participantes. El enlace al video en Youtube aquí: https://youtu.be/UybieHpbFQs]



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