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miércoles, 17 de agosto de 2016

SOBRE EL “RADICALISMO HUMANISTA” DE IVÁN ILLICH


por Hernando Calla

Con carácter previo al abordaje de las ideas, conceptos e historias que nos legó Iván Illich en el encuentro en su homenaje al que nos convocan los amigos de Cuernavaca este diciembre de 2012, quisiera comentar brevemente sobre los términos de la convocatoria, más específicamente, sobre el “radicalismo humanista” de nuestro autor (o “humanismo radical” al decir de Jean Robert) que según Erich Fromm podría ser el término “menos inadecuado” para caracterizar su actitud fundamental hacia la vida.

Antes que nada es importante recordar qué entendía Fromm por radicalismo y por qué veía en Illich a un radical humanista. “Por radicalismo no me refiero principalmente a un cierto conjunto de ideas sino más bien a una actitud, a una “manera de ver”, por así decir. Para comenzar, esta manera de ver puede caracterizarse con el lema: de omnibus dubitandum; todo debe ser objeto de duda, particularmente los conceptos ideológicos que son virtualmente compartidos por todos y que como consecuencia han asumido el papel de axiomas indudables del sentido común... Dudar radicalmente quiere decir cuestionar; no quiere decir necesariamente negar... La duda radical es un proceso; un proceso que nos libera del pensamiento idolatrante; un ensanchamiento de la percepción, de la visión creativa e imaginativa de nuestras posibilidades y opciones. La actitud radical no existe en el vacío. No empieza de la nada, sino que comienza en las raíces, y la raíz, como dijo una vez Marx, es el hombre...”.[1]

Además, “[e]l radicalismo humanista es un cuestionamiento radical guiado por el entendimiento de la dinámica de la naturaleza del hombre y por una preocupación por el crecimiento y pleno desarrollo del hombre...el radicalismo humanista cuestiona cualquier idea y cualquier institución con el objeto de saber si ayudan u obstaculizan la capacidad del hombre para vivir en plenitud y alegría... El autor [Illich] es un hombre de particular coraje, gran vitalidad, erudición y brillo extraordinarios, y fértil imaginación, y todo su pensamiento está basado en su preocupación por el desarrollo físico, espiritual e intelectual del hombre...”.[2]

Antes de pasar a la discusión sobre los importantes temas a los que nos lleva el pensamiento de Illich, quisiera compartir con ustedes (apelando a su paciencia para este tipo de digresiones personales) algunas reflexiones sobre mis propios intentos (generalmente fallidos) por encarnar esta actitud “radical” en mis ideas y actividades en los 1970.

Quisiera contarles que, antes de encontrarme con Illich, me impresionaron las ideas de Paulo Freire, el educador brasileño conocido por impulsar la “conscientización” y la educación liberadora (y en los 1960s incluso huésped de Iván en Cuernavaca”), quién también reivindica una actitud radical ante el cambio social acentuando, en este caso, su materialización en la acción o, como decíamos entonces, en la “praxis” (reflexión y acción).

Permítanme leerles algunas frases que me impresionaron de Freire extraídas de uno de sus textos cuando contrapone “el hombre radical” al “sectario” en los siguientes términos: “La sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre. La radicalización, por el contrario, es siempre creadora dada la criticidad que la alimenta. En tanto la sectarización es mítica, y por ende alienante, la radicalización es crítica y, por ende, liberadora. Liberadora ya que, al implicar el enraizamiento de los hombres en la opción realizada, los compromete cada vez más en el esfuerzo de transformación de la realidad concreta, objetiva... Precisamente por estar inserto, como un hombre radical, en un proceso de liberación, no puede enfrentarse pasivamente a la violencia del dominador... El hombre radical, comprometido con la liberación de los hombres, no se deja prender en ‘círculos de seguridad’ en los cuales aprisiona también la realidad. Por el contrario, es tanto más radical, cuanto más se inserta en esta realidad para, a fin de conocerla mejor, transformarla mejor”.[3] (cursivas mías) Es cierto, la fraseología es ilustrativa de las visiones que atraían a las generaciones de los 1960 y los 1970, y es poco probable que hoy fuésemos tan “radicales” en la expresión de nuestro compromiso, aun si pensáramos lo mismo. Pero el ejemplo me permite distinguir algunas connotaciones importantes del término radical, tal como era utilizado en esos años.

Me parece que, en el caso de Freire (y otros activistas), el acento está puesto en la radicalización como un esfuerzo por enraizarse o insertarse de raíz en la realidad que sufren los oprimidos. Si bien comparte con la actitud descrita por Fromm de cuestionar radicalmente la realidad existente, yo percibo cierto énfasis en la acción, el compromiso, la inserción en la realidad para transformarla, etc. Aparte de los acentos ¿Estamos frente a una misma actitud en los hechos? Podría ser; sin embargo, creo que da cuenta más bien de lo que entendemos, cuando nos toca compartir con otros actores en diversas iniciativas de acción cívica u objetivos sociales comunes, por “compañeros de ruta” (fellow travelers, dicen en inglés)

Puedo recordar situaciones en las que he compartido con otros una misma actitud radical de compromiso con determinados objetivos (como declararnos en huelga de hambre para recuperar las libertades democráticas), lo cual no implicaba que pusiéramos radicalmente en cuestión las certidumbres sociales que se dan por sentado de manera universal (como las “necesidades de educación y salud” que se consideran “derechos básicos” de los “seres humanos”). También puedo pensar en muchos compañeros “radicalmente” comprometidos con los movimientos sociales o, más recientemente, los movimientos indígenas, pero que escucharían con suspicacia la afirmación de que la educación es nociva para nuestros hijos. Deberíamos preguntarnos, sin embargo, ¿será que la crítica radical de Illich tiene mayores posibilidades de ser escuchada por aquellos hombres radicalmente comprometidos con los más pobres?

Al cabo de algunos intentos (fallidos) por “concientizar a los oprimidos respecto a la realidad de opresión que les impedía ser más” (imitando a Freire), me encontré con las ideas de Illich en sus primeros escritos de los 1970 que, como dice Jean Robert en su convocatoria al encuentro internacional que hoy nos reúne, “no eran ideas dominantes ni generalmente compartidas por el gran público, pero no eran calladas; al contrario, generaban animadas controversias y hasta los partidarios de las posturas convencionales pedían oírlas”.[4] Creo que la vinculación Illich-Freire era frecuente, pues en esos años se los asociaba rápidamente por presentarse ambos como “peregrinos de lo obvio”,[5] aunque ello suponía críticas teóricas o prácticas muy radicales a la educación convencional: a la escuela universal para los niños o la educación formal de adultos.

Lo que seguramente me ocurrió es que la crítica radical de Illich me llegó en un momento decisivo en que todas mis certidumbres se tambaleaban, después de haberme encontrado con otros pensadores radicales a su modo — Marcuse, Freire, Marx— quienes instaban a cuestionar cada una de las certidumbres de nuestra época —la sociedad de consumo, la educación “bancaria”, el mercado capitalista, etc. —. Como explica Jean Robert, la crítica radical  de Illich profundizaba aún más todas estas críticas: “¿Qué llamo crítica radical?  Llamo así una crítica que no se queda en las apariencias sino que va a las raíces. Como él, me ‘aventaré palabrotas’ que luego explicaré. En sus términos, se puede decir, para empezar, que la crítica radical no rectifica teoremas sino que se ataca a los axiomas subyacentes. Él insistía en efecto en que quería examinar críticamente los axiomas que sirven de base a los teoremas sociales de la época moderna. Parece complicado, pero se enmendaba inmediatamente en palabras de todo el mundo. En vez de ‘axiomas’ decía también, más pedestremente, certezas o certidumbres, y hablaba de las certidumbres no examinadas que sirven de fundamento a todas las teorías sociales y económicas de la sociedad industrial moderna”.[6]

Pero es necesario asimismo recordar el contexto de la época en que Illich formuló su crítica radical. Como nos lo recuerda Jean: “La crítica que comentaremos fue formulada en un mundo bipolar, quiere decir dividido entre dos polos antagónicos, socialista el uno, capitalista el otro. En ésta época, la crítica radical no se dedicaba a oponer los ‘teoremas’ del uno a los del otro. No, sino que se empeñaba en cuestionar las certidumbres, o los ‘axiomas’, comunes en las teorías económicas socialistas realmente existentes y las capitalistas. Los dos polos de la economía compartían entonces el ‘axioma’ de la escasez. Los dos privilegiaban los valores de cambio y reprimían a los productores de valores de uso. (…) De ambos lados, el postulado o ‘axioma’ no-cuestionado de la economía era la ‘ley de escasez’, para la cual los bienes escasos son los que cuentan. En el primer capítulo del Capital, Marx calificaba lapidariamente esa base de toda economía capitalista de fetichismo de la mercancía. La economía del socialismo existente no llegó a mucho más que a ser una especie de capitalismo de Estado, opuesta al capitalismo liberal. Se puede decir también que fue un fetichismo de la mercancía de Estado”.[7]

De modo parecido a Robert, yo no dejaba (o no quería dejar) de ver líneas de continuidad entre estos autores. De ahí que se me ocurrió que al leer a Illich estaba ante otro Marx de nuestra época y que, de manera similar a cuando este último profesaba su actitud filosófica radical, Illich por un lado profundizaba la crítica a la religión e iglesia modernas —la educación y escuela universales— y, por otro, ponía esta crítica a la educación en una perspectiva más amplia de crítica a la sociedad industrial moderna que la hacía necesaria (tal como hizo Marx con la crítica de Feurbach a la religión cristiana) Llegue incluso a borronear un plagio de la Introducción a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel sustituyendo “religión” por escuela y “más allá” por futuro, etc. Como muestra de mi despropósito les leo un párrafo plagiado de Marx:

“La abolición de la escuela, en tanto es la ‘esperanza  ilusoria’ del pueblo en el futuro, es necesaria para su felicidad presente. La demanda de renunciar a las ilusiones  acerca de su condición es la demanda de renunciar a una condición que necesita ilusiones. La crítica de la escuela es, por tanto, in embryo la crítica del ‘valle de la desigualdad’, del cual ‘el halo’ es la escuela”.

Pero nos estamos alejando del tema. Lo que quería sugerir con este previo es que posiblemente el radicalismo de Marx fue la fuente de varios tipos de radicalismos con los que nos hemos topado en el transcurso de nuestras vidas. Precisamente en esa Introducción Marx dice lo siguiente:

“Cierto, el arma de la crítica no puede sustituir la crítica por las armas; la violencia material no puede ser derrocada sino con violencia material. Pero también la teoría se convierte en violencia material una vez que prende en las masas. La teoría es capaz de prender en las masas, en cuanto demuestra ad hominem, y demuestra ad hominem en cuanto se radicaliza. Ser radical es tomar la cosa de raíz. Y para el hombre la raíz es el hombre mismo”.[8] (cursivas mías)

Me pregunto cómo lo habrá dicho Marx —tomar la cosa de raíz— en el original; desafortunadamente, no hablo ni leo el alemán. De todos modos encuentro el párrafo equivalente en algún sitio web y la última frase se escribe así:

Radikal sein ist die Sache an der Wurzel fassen. Die Wurzel für den Menschen ist aber der Mensch selbst”.[9]

Busco en mi Langenscheidts y descubro que Sache es “cosa” y Wurzel es “raíz”, pero sobre todo que Marx dijo fassen =  coger (de, por), asir, agarrar (Arg.). “Coger la cosa de raíz” me suena más gráfico que “tomar la cosa de raíz”; de cualquier modo, me parece algo diferente al “cuestionamiento radical” del humanista, según Fromm, o a la “crítica radical” de Illich, según Robert, pero también a la “inserción radical” del hombre comprometido del que nos habló Freire.

Recuerdo que yo mismo intenté, en un grupo de universitarios de mi época de activista, que nos identificáramos como una tendencia de “izquierda radical”. Por suerte no tuve éxito pues mis amigos, mucho más listos que yo para moverse en un contexto dictatorial represivo de las tendencias de izquierda en mi país, simplemente dejaron pasar la sugerencia como algo fuera de foco. En ese momento, los “radicales” eran aquellos que habían pasado a la clandestinidad pues sus conclusiones apuntaban a la necesidad de pasar de las “armas de la crítica a la crítica de las armas”, o bien los que sin creer necesario ocultarse demasiado pensaban que a la sociedad capitalista le había llegado su hora (de morir) y, por tanto, no había que apoyar ninguna postura de compromiso con el orden establecido sino promover la radicalidad de la acción de masas para provocar su derrumbe. Mis amigos no simpatizaban con estas actitudes radicales ni de los violentos (“fierreros”, les decíamos) ni de los trotzkystas o sus variantes; y tampoco yo necesariamente pero me costaba distinguir entre mi comprensión particular del “radicalismo” comprometido y la percepción generalizada sobre las implicancias del término en la coyuntura específica que vivíamos en mi país.

Pero hay todavía una utilización del término que no suscribía Iván, y seguramente tampoco Fromm o Freire. Hace poco escuché el audio de una presentación de nuestro autor, en ocasión de alguna de sus conferencias sobre alternativas a las escuelas (ha debido ser en los 1970 quizá en Canadá), donde el presentador citaba alguna expresión del propio Illich respecto a que “en el CIDOC eran bienvenidos aquellos que quisieran reírse del sistema social con un profundo sentido del humor (sarcasmo), (también) los que reivindican la violencia pero están dispuestos a aprender “el respeto para la vida”... ¿revolucionarios serios a morir? (deadly serious) No, gracias (Non, merci); pero el sarcasmo es esencial...” Pienso que a este tipo de revolucionarios “serios a morir” también se les llamó, en determinadas circunstancias históricas, “radicales” por su frecuente actitud de querer eliminar al enemigo de raíz (de cuajo). Aunque creo que sería más correcto llamarles erradicadores.

Un ejemplo clásico es la pugna entre “conservadores” versus “radicales” en la China comunista de Mao Tse-tung. En su manual sobre las corrientes del marxismo, Leszek Kolakowski también utiliza el término para describir al maoísmo: “El maoísmo es, en su forma final, una utopía rural radical en la que prolifera la freaseología marxista, pero cuyos valores dominantes parecen completamente ajenos al marxismo... En 1957, Teng Hsiao-ping, el secretario general del PC Chino afirmó que el Partido permitía crecer la cizaña como ejemplo de disuasión para las masas; a continuación sería cortada de raíz y utilizada para fertilizar el suelo chino... La lucha dentro del Partido Comunista Chino siguió en secreto a partir de 1958. La principal era la entablada entre quienes favorecían un tipo de comunismo soviético y quienes defendían la fórmula de Mao de una sociedad nueva y perfecta... En primer lugar, ‘conservadores’ y ‘radicales’ tenían ideas diferentes... los ‘conservadores’ creían en diferencias de salarios o incentivos más o menos al estilo soviético..., mientras que los radicales predicaban el igualitarismo y confiaban más en el entusiasmo de masas... En la primavera de 1966, Mao y su grupo ‘radical’ lanzaron un masivo ataque ideológico sobre los más vulnerables centros de la ‘ideología burguesa’, a saber las universidades. Se instó a los estudiantes a levantarse contra las ‘autoridades académicas reaccionarias’ que, expertas en conocimientos burgueses, desafiaban a la educación maoísta... El Comité Central exigió ahora la eliminación de todos aquellos que habían adoptado ‘la vida capitalista’... Las convulsiones de la revolución cultural siguieron hasta 1969, y en cierto momento la situación llegó a estar claramente fuera de control...Los ‘radicales’ fueron derrotados solo después de la muerte de Mao”[10] (cursivas mías)

Mi previo resultó algo largo. De cualquier manera, pienso que la distinción entre los distintos radicalismos —el comprometido de Freire, el antropocéntrico de Marx, el totalitario de Mao— permite entender mejor a Fromm cuando calificaba al de Iván Illich como un radicalismo humanista, a falta de un término más adecuado.




[1] Es sabido que Fromm también intentó rescatar el aspecto humanista de las críticas de Marx al modo de producción capitalista y de su adhesión al socialismo como meta de superación de la alienación humana. Ver Erich Fromm (Ed.) “Socialist Humanism. An International Symposium”, New York: Doubleday, 1965
[2] Iván Illich. “Obras Reunidas, Vol. I”, México: FCE, 2006; pp. 47-49 [1971]
[3] Paulo Freire, “Pedagogía del Oprimido”, Montevideo: Tierra Nueva, 1970, pp. 30-33.
[4] Jean Robert, “Un filósofo y pensador radical  en Cuernavaca”. Mimeo s/f, p. 18
[5] Paulo Freire – Iván Illich, “Diálogo”, Buenos Aires: Ediciones Búsqueda, 1975, p. 37
[6] Jean Robert, Op. Cit., Mimeo s/f, pp. 15-16
[7] Idem, pp. 16-17
[8] Leszek Kolakowski, “Las principales corrientes del marxismo. Los fundadores” (Vol. I), Madrid: Alianza, 1980, p. 134.
[10] Leszek Kolakowski, Op. cit. La crisis (Vol. III), pp. 475-90

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