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sábado, 6 de enero de 2018

El ayuno voluntario como una práctica de izquierda


por Hernando Calla*/Kostas Chatzikyriakou


Piquete de huelga de hambre de 1978 (foto de Alfonso Gumucio D.)

Hasta mis 27 años, el ayuno me sugería –lo mismo que probablemente a muchos de mis contemporáneos– el ayuno poco voluntario de las "fiestas de guardar", relacionadas con el calendario religioso. En efecto, para algunos de nosotros cuya adolescencia y juventud coincidió con los años de dictadura militar (desde mediados de los sesenta hasta principios de los ochenta), el rechazo del ayuno religioso era otro aspecto más de nuestra actitud “revolucionaria”: rechazábamos el ayuno junto a otras creencias y prácticas de la “alienación religiosa”; aunque más tarde algunos tuvimos una ceremonia de matrimonio religiosa, bautizamos a nuestros hijos, fuimos padrinos o madrinas, etc.

En la víspera del Año Nuevo de 1978 me sumé junto a otras diez personas, que en el transcurso de los siguientes días llegaron a cerca de 1200, a una medida de ayuno voluntario –la famosa huelga de hambre iniciada por mujeres de las minas y rememorada en un libro de próxima publicación–1 en busca de la recuperación de las libertades democráticas de cuya privación el pueblo boliviano se había hartado. En dicha oportunidad pasé de una vida donde el ayuno regular había desaparecido prácticamente de nuestras costumbres a un ayuno total de varios días (hasta 18 en nuestro caso) donde sólo consumíamos líquidos.

Han pasado 25 años desde entonces y me pregunto: ¿qué es lo que ha quedado de todo aquello? Habíamos luchado por recuperar la democracia y nos motivaban ideales de libertad y justicia social. Pero una vez lograda la apertura democrática, y desencadenado el proceso de restitución de las libertades políticas y sindicales, se dieron nuevamente aquellos procesos de enajenación histórica en que los frutos de los esfuerzos de hombres y mujeres por constituirse en comunidad se vuelven contra ellos mismos. Son estos procesos perversos en el marco de la democracia representativa, tal como ésta ha llegado a configurarse hasta el momento, los que han determinado su déficit creciente de legitimidad entre la población al punto de que ya no sabemos si ésta la considera todavía un régimen político preferible a las dictaduras [hoy 6 de enero de 2017, no sólo lo sabemos sino que estamos convencidos de ello].

Hace cuatro meses, el 28 de marzo de 2003, rememoramos el acontecimiento con algo de sabor amargo en la boca y el sentimiento de no haber logrado arribar, como comunidad nacional, a ningún puerto. De todos modos, quisimos celebrar los 25 años del ayuno histórico con unas palabras de conmemoración de la fecha y de reflexión sobre la coyuntura actual, algunas canciones de la época y, sobre todo, compartiendo un buen rato con los amigos mientras degustábamos una copa de vino y unos quesitos.

Posteriormente, algunos de los asistentes nos hemos reunido varias veces en la sede de la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos de Bolivia, gracias a la generosa hospitalidad de sus impulsoras, compartiendo nuestros criterios, a menudo divergentes, sobre la difícil coyuntura que estamos viviendo los bolivianos. Lo que hemos experimentado es cierta desazón al no poder asimilar muchos hechos indigeribles del acontecer reciente (p.ej. lo ocurrido el 12/13 de febrero [hacíamos referencia a un enfrentamiento sangriento entre militares y policías en el mismísimo centro político del país]) dentro una perspectiva afín que tienda a una eventual comunión de criterios y sentimientos.

Al reflexionar sobre las razones de un probable desencuentro con los amigos de entonces, me pregunto si no será por no haber incluido en nuestras reflexiones al hecho mismo de haber ayunado tantos días en esas épocas lejanas. En su momento, la experiencia era para mí totalmente desconocida. En mi familia, la política y el ayuno habían estado prácticamente ausentes: a pesar de ser oriundos de las minas, donde la combativa clase minera tenía una larga tradición de este tipo de métodos de lucha, poco o nada sabíamos de una huelga de hambre.

Cuando empezamos el ayuno aquel de 1977-78, lo primero que nos decían los amigos era que, para poder aguantar durante varios días, había que ¡comer! (se suponía que de ocultas). Sin embargo, después de asistir el segundo día de huelga (el primero estábamos tan cansados que hasta nos habíamos olvidado que no comimos en todo el día) a un rito bastante desabrido de comer unas galletas a hurtadillas y con la conciencia culpable, nuestro grupo se planteó la tarea de prestigiar la huelga de hambre. Frente al intento del oficialismo por desprestigiar la huelga de hambre por medio de calumnias e insinuaciones de que se comía opíparamente, nuestro grupo optó por hacer una huelga más estricta aún, absteniéndonos inclusive de dulces o de líquidos que pudieran ser alimenticios.

Mi madre, enterada de mi decisión de empezar a ayunar en la víspera de Año Nuevo y a pesar de haberse solidarizado “con su hijo” hambreando también ella durante la fiesta que obsequiaba a sus amigos, no se amilanó con la noticia y, después de conversar con papá y cavilar un poquito como era su costumbre, apareció toda sonriente el 2 de enero con su botella de ¡zumo de zanahorias! Le dolió mucho cuando le rechazamos el elixir, pero no pasó mucho tiempo y apareció nuevamente con unos dulces especiales rellenos con chocolate; pobrecita, sufrió mucho al no poder encontrar una alternativa digerible por nosotros, pero al final se resignó y terminó por comprender nuestras razones y la justicia de nuestras demandas.

Durante la huelga no se nos antojaban platos exquisitos, sino la comida más vulgar: tostaditas de pan. Aún el agua tenía un sabor envidiable.2 Apenas terminó la huelga, mientras nos aprestábamos a disfrutar el dulce sabor de la victoria, una amiga nos convidó unas galletitas de agua con miel, pues nos habían aconsejado no volver a comer una comida corriente sino gradualmente; nada me había parecido antes más sabroso que aquel tecito con galletas. No sabe lo que se perdió el amigo del Taller de Teatro Popular, al haberse "preparado" con demasía para ingresar a la huelga, de empacho ya no pudo sumarse al ayuno voluntario.

Pero pienso que hicimos mal en dejar de ayunar regularmente, una vez concluida la huelga de hambre. Entiendo que algunas compañeras y compañeros participaron otras veces en medidas de ese tipo, pero la mayoría, creo, hemos desatendido el hecho de que no por dejar de comer se volvía uno incapaz de hacer otras cosas como leer, discutir, pensar, y hasta hacer chistes para, decíamos entonces, “levantar la moral de los grupos en huelga”. En la huelga de 1978, yo aproveché de leer un par de libros [curiosamente, a la luz de la actual huelga de hambre de los médicos con la cual nos solidarizamos, uno de ellos era "Némesis Médica" la devastadora crítica de Iván Illich a la medicina moderna], estuve entretenido con las discusiones que surgían espontáneamente en la "sobremesa" del mate que tomábamos ritualmente a "la hora del té" y tenía una vida de sueños muy activa, puesto que nos acostábamos temprano y dormíamos hasta tarde como nos aconsejaron (para ahorrar energías).

Si adoptáramos el hábito del ayuno voluntario en nuestra vida cotidiana no tendríamos las restricciones propias del contexto de la huelga de hambre y podríamos, en principio, realizar nuestras actividades normalmente. Aparte de expresar nuestra solidaridad con los hambrientos del mundo, estaríamos solidarizándonos con nuestro propio organismo, del cual a menudo abusamos como si nos estuviéramos "preparando" todo el tiempo para otra huelga. Estamos hablando de "sacarle el jugo" a nuestra experiencia no sólo en el aspecto político, que es lo que hemos estado intentando hacer todo este tiempo, sino también en la misma práctica del ayuno voluntario, como otra forma de lograr un equilibrio en nuestras vidas en un contexto poco favorable para el mismo como es la sociedad de consumo.3

Con esa posibilidad en mente les adjunto a continuación mi traducción libre de la segunda parte del texto que escribe desde Grecia Kostas Chatzikyriakou, donde plantea sus argumentos alentando a incorporar en nuestras vidas "el ayuno voluntario como una práctica de izquierda"4 y cuyas reflexiones iniciales sobre la práctica del ayuno dentro de la tradición cristiano-ortodoxa griega he sustituido con las mías sobre la huelga de hambre de 1977-78 iniciada por 5 mujeres mineras en Bolivia.

“Reflexionando sobre lo anterior, mientras daba una vuelta por el paseo de Heraklion a la orilla del mar –el mismo que, después de haber sido denominado "Avenida Marcapasos", puede que haya mejorado el sistema de corazón-pulmones de algunos de sus habitantes (según sus médicos), pero con seguridad extendió el dominio de los médicos a un aspecto más de la vida de todos sus habitantes, a saber, el paseo distendido mordiendo las semillas "passatempo" recomendadas para la reflexión peripatética (la que se realiza en la caminata que facilita la digestión)– llegué a formular la siguiente pregunta: ¿será posible para nosotros, descendientes de la simbiosis cultural romano-ortodoxa, defender el ayuno voluntario establecido por la religión ortodoxa griega como una práctica de izquierda?

A continuación, presento algunos de mis argumentos a favor de ello:

1) El modo capitalista –desde sus orígenes tempranos, pero hoy día aun más– se basa en gran medida en la fundación de un espacio-tiempo homogéneo, universal. Es decir, donde sea que se establece, este modo tiende a reemplazar el espacio-tiempo peculiar de cada lugar con su propio espacio-tiempo instrumental, abstracto; el mismo que se proyecta, además, como el único paradigma "correcto" respecto al cual todos los demás se definen de modo negativo. Según el modo del capitalismo tardío, todos los tiempos y lugares son igualmente apropiados para todas las actividades, las cuales son, a su vez, definidas como actividades mercantiles. La preservación voluntaria del hábito del ayuno –para nosotros, descendientes de la simbiosis cultural romano-ortodoxa (y está claro que el mismo argumento podría aplicarse a prácticas similares en otras culturas, el ayuno de otras iglesias cristianas, la exclusión del cerdo en su dieta que realizan hebreos y musulmanes, el vegetarianismo hindú, etc.)–, cuyo énfasis en la distinción entre días y estaciones que se experimenta en el propio cuerpo, ayuda a preservar la diversidad cultural y, como consecuencia, dificulta, aunque por sí misma no pueda impedir, la incorporación de todas las actividades al mercado.

2) La distinción entre alimentos que entran y no entran en el ayuno, que trae consigo la práctica del ayuno voluntario, se opone al “reduccionismo” que convierte nuestro pan de cada día en producto alimenticio, nuestro comer diario en "recargar las pilas" y el hacer nuestras necesidades –ya sea diariamente o no!– en la producción de desecho urbano comparable al canceroso desecho industrial. En otras palabras, la relación específica que el ayuno voluntario establece con las comidas prohíbe la transformación del cuerpo en otro más de los "sistemas de energía e información" cuyo funcionamiento correcto sólo sería conocido por aquellos profesionales que normalmente poseen el poder de convertir sus recomendaciones –vendidas en el mercado o impuestas por el Estado– en obligatorias.

3) El ayuno voluntario es una askesis (práctica de la renuncia, ascetismo) que cultiva hábitos personales que se perdieron, como ser la auto-disciplina y el comportamiento mesurado, hábitos que son absolutamente necesarios en un ciudadano. En nuestras sociedades de consumo, el ayuno voluntario puede abrirnos un espacio donde se pueda cultivar la solidaridad: el ayuno semanal (religioso) de los miércoles y viernes se puede convertir en un continuo recordatorio de nuestra obligación de responder al clamor de los hambrientos de este mundo (¡obviamente, esta solidaridad no se agota en la práctica del ayuno voluntario!).

4) Finalmente, la cuestión de la producción de alimentos se ha convertido en uno de los problemas políticos más graves de nuestro tiempo (se podría decir que siempre lo fue). El ayuno voluntario, autónomo, obviamente no religioso para los no creyentes, de casi 180 días (al año) de abstinencia de alimentos que provienen de animales no sólo restringe el consumo de carne embotadora de la mente que caracteriza a la llamada "sociedad de consumo", sino que también lleva a una relación más equilibrada con nuestro entorno natural en la medida en que las reglas y períodos del ayuno voluntario estén en consonancia con las características del paisaje de nuestro rincón del mundo. Por tanto, la adopción consciente, anunciada, públicamente declarada, del ayuno voluntario podría ser una propuesta similar a las explícitas opciones vegetarianas de otras colectividades que luchan contra la incorporación total del ciclo alimenticio en el modo capitalista/industrial.

Y puesto que todos los argumentos se basan tanto en la imaginación como en la razón: imagínense a un grupo de amigos en torno a una mesa, comiendo sus platos sencillos y sin carne, y disfrutándolos tanto como los acuerdos y desacuerdos que surgen en el curso de su discusión (p.ej. uno de ellos insiste –no sin razón– que la principal enseñanza que deberíamos sacar de la huelga de hambre es la capacidad de la gente para actuar políticamente sin la intermediación obligada de los partidos políticos, mientras que otro plantea –sin demasiadas esperanzas de ser escuchado– que tal vez la lección que habría que sacar de todo aquello es la necesidad de volver al ayuno voluntario como una práctica permanente incorporada en nuestras vidas cotidianas N.d.T.), mientras que sus hijos (en caso de tenerlos) están muy felices jugando al "doctor y sus pacientes" en otro cuarto. Comparen luego esa imagen con el comer rápido, silencioso y solitario de todos los días, que se propaga con el ostentoso estilo de vida moderno, y las salidas demasiado frecuentes de la familia nuclear los días domingo a los locales de comida rápida que atraen a los más jóvenes por estar más expuestos a la propaganda comercial de la TV. ¿Cuál consideran Uds. que se acerca más a la imagen de un lugar donde se busca y se practica el bien de modo convivial?”

*Versión original La Paz, 19 de agosto, 2003; editada el 6 de enero, 2017.

Notas
1 Jean Pierre Lavaud, "La Dictadura Minada. La huelga de hambre de las mujeres mineras. Bolivia 1977-1978". La Paz: IFEA/CESU/Plural Editores, 2003 (El texto íntegro es ahora de libre acceso en el siguiente enlace: http://books.openedition.org/ifea/4348) 
2 Se puede leer en el testimonio de Luis Espinal. En: Alfonso Gumucio Dagron (Comp.), "Luis Espinal. El grito de un pueblo". La Paz, Plural Editores/Fundación Xavier Albó, 2017, p. 169.
3 Ver las reflexiones de Luis Espinal al respecto. En: Ibidem, p. 173-174
4 Kostas Chatzikyriakou, Fasting as a leftist practice (El ayuno como una práctica de izquierda). Ponencia presentada en la inauguración del Centro Intercultural de Documentación Ivan Illich en Lucca, Italia: 13-15 junio, 2003. Manuscrito inédito al que se puede acceder en el siguiente enlace: http://www.pudel.uni-bremen.de/pdf/Fasting_1.pdf)



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