En homenaje a Luis Espinal a los 44 años de su asesinato reproducimos su testimonio de la huelga de hambre de 1977-78, en la que tuvimos el privilegio de participar junto a otros mil doscientos ayunadores voluntarios en todo el país. A pesar del contexto diferente, creemos que el carácter primordial de una experiencia como esta trasciende las motivaciones y circunstancias particulares de esa época y permite una aproximación a las potencialidades de la acción humana concertada aun en condiciones extremas límite.
En estas fechas de marzo de 2024, en representación de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDHLP) queremos honrar la memoria de Luis Espinal y rememorar su generosa vida y fecundo aporte a la institucionalidad democrática de nuestro país, a pesar de que hoy esté... ¡"tan descendido al fondo de la pena", como dijo el poeta! (H.C.)
Testimonio de una experiencia
Por Luis Espinal Camps*
No voy a narrar
acontecimientos de todos conocidos y comentados ampliamente por la prensa y
radio bolivianas y difundidos a un nivel internacional. Quiero hablar solamente
de mis impresiones personales, ante una de las experiencias más intensas de mi
vida. Momentos como el del apresamiento de mi grupo de huelga, mientras
intentábamos cantar “Viva mi Patria Bolivia”, no los olvidaré jamás.
La lucidez con
que hemos pensado en jugarnos la vida, en algún momento, me trae un instante de
suprema serenidad: la vida es para esto, para gastarla... por los demás.
Las fechas
escogidas para la huelga de hambre fueron impugnadas y parecían poco aptas:
fiestas de fin de año, mucha gente estaba de viaje, la universidad cerrada,
periódicos y radios sin actividad por el fin de año, etc. No obstante, mi grupo
emprendió la huelga el 31 de diciembre, como manera de apoyar a las mujeres
mineras precisamente en este cuello de botella. La huelga, como un incendio tal
vez no elige el día y la hora. Hay que aprovechar la coyuntura cuando llega.
Para enmarcar
mi experiencia de la huelga de hambre he de aclarar dos hechos. Primero: mi
condición de intelectual pequeño burgués, que de pronto se siente plenamente
inmerso en una experiencia histórica, plenamente popular y revolucionaria. Tal
vez, por primera vez, he sido útil para mi pueblo. En aquellos días, nos hemos
sentido en la oleada delantera de avance de la historia; nos hemos sentido
colocados en una posición justa y en un momento justo.
Aquellas
jornadas han tenido algo de semejanza con los días de la lucha por la
independencia frente a la colonia. Lo correcto de nuestra actitud lo
comprobábamos por el eco popular que tenía y por los comentarios políticos que
nos llegaban de grupos representativos. Esto nos hacía sentir del pueblo y para
el pueblo.
El segundo
hecho es de mi condición de boliviano nacionalizado (frecuentemente atacado por
el gobierno como extranjero indeseable), y que en un momento dado se encuentra
aceptado por el pueblo; morir por un pueblo puede dar más carta de ciudadanía
que nacer en un pueblo. A este propósito, recuerdo que un día llegó un
campesino, desde su comunidad perdida en el Altiplano, traía su cartilla de
apoyo a la huelga de hambre con tres firmas y dos huellas digitales. Las faltas
de ortografía testimoniaban autenticidad popular. Aquel día sentí que no era
extranjero en Bolivia.
La huelga de
hambre es una experiencia límite a la cual nos hemos lanzado con serenidad, sin
entusiasmo, críticamente, después de considerar que las fechas eran poco
oportunas. Además, en aquel momento no éramos aún multitudes; éramos el primer
grupo de apoyo a las esposas mineras.
Además, la
huelga de hambre la hemos empezado con una carga de prejuicios y falta de
información. Por ejemplo, yo creía que no se podría durar más de una semana sin
comer. Pero en realidad, hemos aguantado casi tres semanas, y aún teníamos
resistencia para prolongarla unos días (o semanas) más.
Una hijita de
Domitila Chungara le escribía a su mamá; y la palabra “huelga” había cobrado un
matiz muy nativo: “welga”; una nueva ortografía popular muy simpática. Era una
“welga” del pueblo.
La experiencia del hambre
Lo más doloroso
de la huelga de hambre son los primeros días. Luego parece que el organismo se
acomoda a la situación. Al principio se siente el hambre, con su acompañamiento
de retortijones y acidez gástrica. Hacia el tercer día, era muy intenso el dolor
de cabeza. Luego, poco a poco, el aparato digestivo se va paralizando hasta
llegar a una inactividad total, como si no existiese. A partir de entonces sólo
va en aumento la debilidad; una debilidad que se convierte en somnolencia y
cansancio.
Teníamos los
ojos un poco irritados, tal vez por estar casi siempre bajo la luz de los tubos
fluorescentes. La desnutrición se notaba en la boca: la base de los dientes
estaba sensibilizada: tocarlos era como tocar una herida.
La huelga de
hambre me ha hecho descubrir las energías físicas de nuestro organismo, mucho
más resistente de lo que creía. Es una máquina extraordinaria. El organismo se
ha puesto a economizar energías, a autodefenderse a base de una especie de
hibernación: parecía que todo se había lentificado, hasta la respiración.
También son inmensas las energías de nuestra mente; y el cuerpo necesita los
ideales con más urgencia que la misma comida. Cuando se cree en lo que se hace,
el cuerpo resiste mejor. Hemos descubierto que podemos más de lo que creíamos;
estamos más arraigados a la vida de lo que sospechamos.
Por otra parte,
hemos tenido una esmerada atención médica; no era por lo tanto jugarse la salud
a la ruleta.
La profunda
somnolencia que da la debilidad nos hacía encontrar aceptable la dureza del
suelo para dormir. A pesar de que cada día eran más salientes las aristas de
nuestros huesos, se podía dormir con facilidad. Hasta sobre clavos habríamos
dormido.
Durante la
huelga, no se antojaban platos exquisitos, sino la comida más vulgar:
tostaditas de pan. Aún el agua tenía un sabor envidiable. Un día intenté
imaginar alguna comida de las que no me gustan; pero en aquel momento todo me
parecía sabroso y a pedir de boca.
Un amigo se
preparó tan bien para la huelga de hambre que de empacho no pudo entrar en
ella.
Caí en la
cuenta de que nunca había tenido la experiencia del hambre. Esta experiencia el
pueblo la sufre con frecuencia; nosotros la hemos sufrido como en un
laboratorio. El hambre se nos ha convertido también en un medio de
comunicación; es una manera para comprender mejor al pueblo que hambrea
siempre, y no solamente en una circunstancia excepcional. El hambre es una
experiencia violenta, que nos hace comprender la valentía y la ira del pueblo.
Cuando se tiene hambre se comprende mejor la urgencia de trabajar para que haya
justicia en el mundo. Los pobres hambrean todo el año; pero ellos no están en
vitrina (como estábamos nosotros), y su hambre es tan crónica que ya ha dejado
de ser noticia. Este pensamiento me hacía sentir un hambriento muy especial, muy
alharaco, muy burgués.
Con el subconsciente a flor de
piel
En la huelga de
hambre he aprendido muchas cosas. Al tratarse de una experiencia límite me he
enfrentado con problemas tan serios como el de la muerte, que hemos aceptado
como una posibilidad real y concreta, seguramente como se hace en la guerra.
Una vez se ha aceptado la muerte misma si hiciese falta, ya no hay nada que
pueda acobardar; y esto nos ha dado una gran libertad y lucidez; pienso en las
cosas que hemos dicho a los policías que nos apresaban o amenazaban. Por
ejemplo, nosotros decíamos a los mediadores que no tuviesen prisa. La huelga de
hambre debe ser más angustiosa para el que la contempla que para el que la
sufre.
La debilidad
parece que pone el subconsciente a flor de piel. Cualquier ejercicio de yoga me
habría sido fácil. Bastaba fijar la atención en un punto, para perder
lentamente la conciencia del mundo circundante y sumergirse en una especie de
serenidad, como un nirvana. Comprendí el fácil engaño de los estados místicos.
El límite entre vigilia y sueño parece ser mucho más débil, al igual que entre
consciente e inconsciente.
Con la
debilidad creciente, no se ha desmoronado nuestra voluntad (como temíamos), ni
se ha oscurecido nuestra mente; todo lo contrario, ahora comprendo por qué se
dice que “es más listo que el hambre”. Es cierto que hemos sentido la debilidad
física (expresada en la somnolencia, que algunos ya tenían como si fuera una
precursora de la muerte), hemos notado que nuestro subconsciente afloraba más
fácilmente y se expresaba a través de sueños relacionados con los temas básicos
del hambre, la violencia y la muerte. Yo, por ejemplo, nunca sueño, pero en
aquellos días tenía sueños de estilo cinematográfico: entraba la policía y nos
baleaba, allí sobre el suelo, y los chorros de sangre saltaban lentamente, como
en los filmes de Peckinpah; y comíamos carne humana, unos filetes alargados,
como los deportistas del accidente de avión en los Andes.
A lo largo de
la huelga han ido en aumento los índices de emotividad, notaba que me fallaban
los controles culturales que normalmente limitan su expresión exterior. Por
ejemplo, me sentí extraño, al notar la facilidad con que me atacaba el llanto o
la emoción.
Nos han dicho
que el hambre aumenta la agresividad; más aún, que nos notaban más agresivos.
Esta debe ser una componente del instinto vital de conservación: agresividad
para defenderse en una situación de peligro habitual. Nosotros no notamos esta
agresividad contra el grupo, lo cual sería lamentable para la convivencia. Esta
agresividad, tal vez se descargaba en las visitas, y sobre todo en los
comentarios que hacíamos.
En realidad,
durante la huelga, el mayor peligro que hemos tenido hemos sido nosotros
mismos: los nerviosismos, el pánico, la ansiedad... los huelguistas que se han
tenido que dar de baja médicamente, con frecuencia se han debido a estas causas
sicosomáticas, más que a la debilidad física proveniente de no comer. Por eso
tiene tanta importancia el mantener la moral alta dentro de cada grupo. Lo cual
se ha logrado con los chistes, la comunicación, la clarificación de nuestros
objetivos, aceptar las amenazas, etc.
La huelga de
hambre, como toda praxis radical, ha ayudado también a radicalizarnos y a
aclarar nuestras actitudes ideológicas. Ante el hambre ya no vale la simple
palabrería aprendida en los libros. La huelga de hambre nos ha radicalizado a
nosotros y ha radicalizado a la gente que ha estado en contacto con nosotros.
Es el mejor cursillo politizador al que hemos asistido jamás. Este cursillo
intensivo de politización era ayudado por la misma variedad humana y política
de los participantes del grupo de huelga; así se han entablado provechosos
diálogos entre diversos partidos, y se ha profundizado en un necesario diálogo
cristiano-marxista, etc. De los grupos que han estado en la huelga de hambre,
sin duda, van a salir personalidades para la militancia política más estricta.
Hambre e ideología
La huelga de
hambre vale políticamente en la medida que es una experiencia publicitada, es
una experiencia para la vitrina, en un local periodístico, lejos de toda vida
privada. Por esto habíamos elegido acertadamente el local de un periódico. Esto
ya plantea un tema político: la huelga de hambre no es un acto solamente ético
y personal, sino publicitario y colectivo; la huelga vale en la medida en que
es conocida y divulgada. Por supuesto, entiendo por publicitario que ha de ser
público y publicitado, no que deba ser falso o ficticio. Esto nos separa
totalmente de la moral individual puramente privada y personal.
Al empezar la
huelga de hambre, encontramos un buen motivo publicitario y emotivo: sustituir
a los niños mineros para que ellos no hambreasen. Este era un recurso emotivo y
fácilmente comprensible para todos. Más adelante, ya optamos más directamente
por el apoyo de los cuatro puntos propuestos por las huelguistas de las minas,
y que luego cohesionaron a todos los grupos.
Cuando iban
proliferando los grupos de huelga de hambre por todo el país, el gobierno habló
de una “gran organización” y de una “cabeza invisible” que lo planificaba todo.
En realidad, la huelga de hambre fue un fenómeno espontáneo, que halló gran eco
popular por la justicia de lo que se pedía y por una creciente conciencia de lo
raquítica que fue la amnistía navideña. La huelga brotaba por doquier, como la
hierba después de la lluvia, sin que nadie la siembre. Por otra parte, en lo
que se pedía no había slogans sofisticados ni raros, ni palabrería política
para entendidos, sino enunciados llanos y asequibles a todos. Se pedían cosas
concretas, en vez de soltar epítetos hirientes contra el gobierno. Al estar
formuladas las peticiones de un modo llano y poco ideológico –no se
identificaban con consignas de ningún partido político– y de gente
independiente.
Si se hubiesen
lanzado consignas frías, ningún partido político habría sido capaz de
acaudillar un movimiento semejante. Y en cambio, aquí no había una buena red
organizativa; aunque no se pueden desconocer los aportes de Derechos Humanos y
de los grupos universitarios. La expectativa en que se mantuvieron los partidos
políticos (además de mostrar su propia debilidad) fue beneficiosa, para no
politizar excesivamente el movimiento huelguístico, y mantenerlo dentro de un
tono solamente humano y sindical. Hay que tener en cuenta que los seis años de
dictadura en su afán de desmovilización social han desprestigiado en exceso la
palabra “política”.
La huelga de
hambre se ha enmarcado dentro de las características de una lucha pacífica de
resistencia, tipo Gandhi o Luther King. Este pacifismo ha dificultado la
credibilidad de los epítetos injuriosos lanzados por el gobierno, de que era un
movimiento “extremista” o “subversivo”. Nuestra protesta difícilmente se podía
decir que alteraba el orden público. Su aspecto pacífico minaba la moral de los
mismos agentes y tiras, como vimos en la noche que nos apresaron; uno de los
policías comentó: “Nunca he odiado mi profesión como ahora”. La fuerza bruta de
ellos quedaba ridiculizada y denunciada por nuestra simple actitud de
resistencia pasiva.
La huelga de
hambre la he sentido como una experiencia clave en contra de la sociedad de
consumo. Cuando uno se priva de algo tan necesario como el alimento, todos los
bienes de consumo se vuelven superfluos y aún ridículos. ¿Qué significa
entonces el dinero, la posesión de bienes, la comodidad, el afeitarse y aun
ciertas formas de educación y urbanidad...? Cuando no se come, la moda, las
apariencias, el qué dirán, el figurar, etc. pierden todo su valor. Así se
recobra un alto nivel de libertad, ya que el consumo nos compra: hemos de
someternos a mil cosas para ganar más y poder comprar más.
Nuestro grupo
se planteó la tarea de prestigiar la huelga de hambre. Ya que es la última arma
del pueblo, no se la puede desgastar y depreciar impunemente. Hemos visto los
conatos desesperados del oficialismo por desprestigiar la huelga de hambre por
medio de calumnias e insinuaciones de que se comía. Por esto, nuestro grupo optó por hacer una
huelga más estricta aún, absteniéndonos aún de dulces o de líquidos que
pudieran ser alimenticios.
Esta
agudización de la estrechez de la huelga de hambre nos ha servido también a los
mismos huelguistas para mantener una moral más alta: el hambre era tan sincera
como nuestras peticiones e ideales. Por esto rechazamos toda propuesta de
farsa, para quienes querían sensacionalismo. Por otra parte, la alta
resistencia de nuestros organismos ha dado a la huelga el tiempo necesario y
suficiente para que evolucionen los acontecimientos y las negociaciones.
Pensamos que, como pequeños burgueses, tenemos más reservas orgánicas que un
obrero, habitualmente mal alimentado.
Algunos sentían
la necesidad de “espiritualizar” la huelga de hambre, para hacerla más
cristiana; y en ese sentido se celebraron dos misas en nuestro grupo. Yo no
sentía esa necesidad. El hambre me resultaba un magnífico rito religioso, de
solidaridad y comunión. ¿Por qué he de buscar a Dios por otros caminos, cuando
sufro solidariamente con mis hermanos? ¿Porqué buscar a Dios en el misterio,
cuando era tan tangible en la vida?
También dentro
de la iglesia católica se manifestaron claramente las estructuras de clase;
propendían a sostener las ideas del gobierno y en cambio la gente de base se
identificaba con los postulados del pueblo. Por ejemplo, el Cardenal pactó con
el gobierno, por su cuenta, sin tener en cuenta, ni escuchar detenidamente las
propuestas de los huelguistas. Menos mal que luego retractó su actitud. En
cambio, el Arzobispo de
Experiencia de grupo
Celebrar algo
juntos, une. Pero hambrear juntos creo que une mucho más. Hemos tenido una
experiencia de grupo y de hermandad inolvidables, durante la huelga. Lo que nos
unía eran actitudes e ideas muy importantes para nosotros.
La huelga de
hambre ha sido una extraordinaria experiencia de grupo; pocas personas
encerradas en un espacio reducido y enfrentadas con problemas básicos de
política y supervivencia. Esta es una situación ideal para un grupo. Este grupo
variado se ha unificado por la presión misma de los acontecimientos, y por la
vibración de los mismos ideales. Esta experiencia de grupo se ha convertido en
un cursillo fecundísimo, que nos ha politizado más y nos ha enriquecido
humanamente. Acercarse a los problemas del pueblo es una gran universidad.
Por otra parte,
éramos un número ideal (once personas), un grupo fácil de interrelacionarse: ni
demasiado grande ni excesivamente pequeño. El espíritu de grupo nos ha ayudado
a olvidarnos de nosotros mismos como individuos: lo cual se probó en el momento
de la separación violenta y el aislamiento (al caer presos) donde cada uno
estaba dispuesto a arriesgar su vida (por ejemplo, al cortar el consumo de agua
y el rechazo de la asistencia médica, en el momento más crítico, con tal de
tutelar a los demás). Este espíritu de equipo es el que nos llevó a la
solidaridad con cinco mujeres mineras, a una solidaridad mayor entre más de mil
huelguistas de hambre y numerosos grupos de apoyo, hasta convertirnos en un
movimiento nacional y aún internacional.
En la huelga de
hambre, los grupos de apoyo han sido tan importantes (o más) que los mismos
grupos de huelga. Una decisión acertada fue la de no dialogar con el gobierno,
grupo por grupo separadamente, sino en todos conjuntamente, a través de
nuestros mediadores de Derechos Humanos (que no estaban en huelga, al menos al
principio) y podían conocer mejor los detalles de la situación sociopolítica.
Pronto nos
dimos cuenta que los grupos más aislados eran los más expuestos al pánico y a
la desorientación, o a tomar decisiones incorrectas o apresuradas. Por esto nos
han ayudado extraordinariamente las visitas; porque aunque cansen físicamente,
pero distraen y animan. Y, a veces, derivan en anécdotas chistosas: un sábado a
medianoche vino a verme un amigo farreado; también él quería entrar en la
huelga de hambre. Le dije que volviese al día siguiente, ya de sano, y que
entonces hablaríamos. Aquella noche, mi amigo se quedó durmiendo en la
escalera.
En estos
momentos excepcionales se muestra realmente quién es quién. Amigos, al parecer
muy cercanos, se hicieron humo; como si fuésemos apestados. En cambio, nació
nueva solidaridad con centenares de personas, antes desconocidas.
Los mensajes,
frecuentemente chistosos, que intercambiábamos entre los grupos de huelga, han
sido muy eficaces para mantener la moral y unirnos para una misma causa. Así se
ha creado una “mística” que superaba en mucho una “eficacia puramente
funcional”. Luchar por una causa justa no es algo triste, aunque se pase
hambre.
Siempre los
chistes macabros tienen un sabor agridulce; pero contados por famélicos durante
la huelga, se ve que tenían un impacto especial sobre los visitantes; eran como
una pedrada en un cristal; era romper esa convención social de no hablar de la
pita en casa del ahorcado.
Cada grupo, en
sus contactos con la prensa, narraba sus propias experiencias, pero dejaba los
comunicados y los temas de fondo para los mediadores, para evitar
interferencias y discrepancias. También, un buen ejemplo práctico del espíritu
de grupo que nos ha animado ha sido el delegar quienes iban a hablar ante las
diversas televisiones que vinieron a entrevistar, sin llevarnos las ganas de
figurar o de aparecer en la pantalla.
La huelga de
hambre, finalmente, ha dado la lección de la posibilidad de formar un frente
amplio dentro de la izquierda, arrinconando momentáneamente lo que nos separa,
para insistir en lo que nos une tácticamente. Sería un idealismo utópico y un
despilfarro de energías insistir en lo que nos diferencia; este es un lujo que
en este momento no nos podemos permitir, y que aplazamos para tiempos mejores.
Nuestro enemigo es el fascismo y el imperialismo, y no nuestro hermano de
izquierda que milita en el partido de al lado.
En el momento de la prueba
Las tácticas
utilizadas para hacernos desistir de la huelga de hambre han sido numerosas. He
aquí algunas para tenerlas en cuenta como experiencia para el futuro:
1.
Cansarnos dando largas antes de
entablar un diálogo con los huelguistas;
2.
Procurar infiltrar policías en
los lugares de huelga, para descubrir a los cabecillas y organizadores, para
poder actuar contra ellos;
3.
Desalentar con amenazas, con
presiones familiares, con la incomprensión de los amigos, etc.;
4.
Desprestigiar la huelga de
hambre, diciendo que comíamos, hacíamos orgías, etc.;
5.
Con la represión abierta, al
tomarnos presos, y amenazándonos con juicios y expulsiones del país...
Durante el
Congreso Nacional de Derechos Humanos, en diciembre, la policía había rodeado
el recinto de las reuniones y nos había sacado fotos a los participantes.
Durante la huelga de hambre, nos dimos el gusto de ser nosotros quienes
sacábamos fotos a los policías camuflados que venían a observar. Cada
fotografía, a juzgar por sus caras, les dolía como un disparo.
Al allanar los
centros de huelga de hambre, la policía dejó en algunos de ellos botellas de
licor para denigrar a los huelguistas. También se calumnió a la huelga hablando
de orgías entre la gente joven de la universidad Todo esto es absurdo. En el
estado de inanición en el que estábamos, el trago habría desecho nuestro
estómago, cuando hasta un café nos daba náuseas. Y el que imaginó las orgías
estaba bien comido, ya que el hambre adormece todo instinto sexual.
Una medida
acertada ha sido la de continuar la huelga de hambre aunque estuviésemos ya
presos e incomunicados. Si a esto se unía el no aceptar revisión médica, creaba
el pánico de que alguno de los huelguistas se muriese en los lugares de
detención.
Una noche,
hacia las tres, tuve enormes ganas de fugarme. Era algo así como el deseo de un
niño de hacer una travesura, simplemente para molestar a la autoridad
arbitraria. La clínica estaba silenciosa; los policías dormían; y allí sobre la
mesa estaba la llave... Pero había otros presos; y mi fuga habría embromado a
los demás. Hubo que dejarlo para otra ocasión.
Radicalizar la
huelga de hambre hasta convertirla en huelga de sed es una medida extrema, y
sólo se debería usar como último recurso. Aquí el plazo temporal de que se
dispone es mínimo (¿48 horas?) y fácilmente es irreversible y puede acarrear
lesiones orgánicas de importancia. Los universitarios de
Y llegó el triunfo
Ha sido también
importante la experiencia del triunfo; pero de un triunfo limpio, que afectaba
más a los otros que a uno mismo. Esto me
ha dado la impresión de ser éstos unos días que valía la pena vivirlos, que
valía la pena sacrificarlo todo por ellos. Hemos visto claramente que hay cosas
que valen más que la propia vida. ¿No será ideal muy rastrero esperar morirse
de senectud y vejez? ¿No será mejor morir por algo?
La victoria
política ha sido múltiple; no solamente se ha conseguido lo que se pedía sino
que se ha dado osadía y esperanza al resto del pueblo: así se han ido
desconociendo a los “coordinadores” laborales, y resurge el empuje sindical. En
las calles se ven caras conocidas de personas que hace años estaban en el
exilio o en la cárcel. Otros obreros recuperan sus puestos de trabajo. Esta victoria, el pueblo la ha ido
aprovechando con prudencia, sin provocaciones, sin alarmar a nadie con palabras
estridentes. Es mejor que sean los hechos los radicales.
La huelga de
hambre se ha convertido en una experiencia imitable aún continentalmente. El
ejemplo boliviano ya se ha citado en el Brasil como un precedente; y en Perú se
ha procurado imitar el modelo boliviano. Entonces, hambrear valía la pena.
Los días
posteriores a la huelga, me daba vergüenza andar por la calle. Personas
desconocidas, gentes de toda clase social, nos han felicitado repetidamente por
la calle. Finalmente, no hemos hecho la de hambre tú y yo; ha sido todo un
pueblo, hemos sido uno más dentro de la corriente. No he hecho nada
extraordinario: era algo que simplemente había que hacer.
*En: La Huelga de Hambre, Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia, 1978.
Luis Espinal en Huelga de Hambre en Piquete APDHB en Presencia (Foto de Alfonso Gumucio)
Gracias, Nanito.
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