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viernes, 4 de febrero de 2022

Adiós al proletariado. Más allá del socialismo

por André Gorz (1980)

No se trata más de consagrarnos a una Causa trascendente que redimiría nuestros sufrimientos y nos reembolsaría con intereses el precio de nuestras renuncias. A partir de ahora, se trata de saber lo que queremos. La lógica del Capital nos ha llevado al umbral de la liberación. Pero este umbral sólo será franqueado por una ruptura que sustituya la racionalidad productivista por una racionalidad diferente. Esta ruptura sólo puede venir de los propios individuos. El reino de la libertad nunca será el resultado de procesos materiales: sólo puede establecerse por el acto fundador de la libertad asumiéndose ella misma como fin supremo en cada individuo.

Ahora sabemos que la sociedad nunca será "buena" por su organización, sino sólo por los espacios de autonomía, autoorganización y cooperación voluntaria que abre a los individuos.

1. EL PROLETARIADO SEGÚN SAN MARX*

La teoría marxista del proletariado no se basa en un estudio empírico de los antagonismos de clase ni en una experiencia militante de la radicalidad proletaria. Ninguna observación empírica o experiencia militante puede conducir al descubrimiento de la misión histórica del proletariado; misión que es, según Marx, constitutiva de su ser de clase. Marx insistió muchas veces: no es la observación empírica de los proletarios la que nos permite conocer su misión de clase. Por el contrario, es el conocimiento de su misión de clase lo que nos permite discernir el verdadero ser de los proletarios.  Poco importa, por tanto, hasta qué punto los proletarios están conscientes de su ser; y poco importa lo que crean que hacen o quieren: sólo importa lo que son. Aunque, por el momento, su conducta esté mistificada y los fines que creen perseguir sean contrarios a su misión histórica, tarde o temprano el ser triunfará sobre las apariencias y la Razón sobre las mistificaciones. En otras palabras, el ser del proletariado es trascendente a los proletarios; constituye una garantía trascendental de que ellos adoptarán la línea de clase correcta.

Inmediatamente surge una pregunta: ¿Quién es capaz de saber y decir lo que es el proletariado cuando los propios proletarios sólo tienen una conciencia borrosa o mistificada de este su ser? Históricamente, la respuesta a esta pregunta es: sólo Marx fue capaz de saber y decir qué es realmente el proletariado y su misión histórica. Su verdad está inscrita en la obra de Marx. Él es el alfa y el omega; es el fundador.

(…)

La teoría marxista del proletariado es una impresionante condensación histórica sincrética de tres corrientes dominantes del pensamiento occidental en la época de la burguesía heroica: el cristianismo, el hegelianismo y el cientificismo, siendo el hegelianismo la piedra angular. Para Hegel, en efecto, la Historia es la progresión dialéctica por la que el Espíritu, al principio ajeno a sí mismo, toma conciencia y posesión del mundo -que, en verdad, no era más que el propio Espíritu existiendo fuera y separado de sí mismo- hasta que lo retoma completamente en sí mismo y se unifica con él. Los avatares de esta progresión son otras tantas etapas que, debido a su contradicción interna, han de "pasar" necesariamente a la etapa siguiente, hasta la realización de la síntesis final que es, al mismo tiempo, el sentido de toda la Historia precedente y la culminación de la Historia.

(…)

Se reconoce ahí la matriz de la dialéctica marxista. De la dialéctica hegeliana, Marx conserva lo esencial: la idea de un sentido de la historia independiente de la conciencia de los individuos y que se realiza, sea cual sea dicha conciencia, a través de sus actividades. Pero este sentido, en lugar de "caminar sobre su cabeza", como en el caso de Hegel, caminará en el caso de Marx sobre las piernas del proletariado: la obra del Espíritu que eleva el mundo a la conciencia de sí mismo hasta la unificación final, era sólo el delirio idealista de un teólogo comprometido con el racionalismo. No es el Espíritu el que trabaja, sino los obreros. La historia no es la progresión dialéctica del Espíritu tomando posesión del mundo, es la progresiva toma de posesión de la Naturaleza por el trabajo humano. El mundo no es en primer lugar el Espíritu ajeno a sí mismo, es ante todo la exterioridad de una Naturaleza hostil a la vida de los hombres y sobre la que sus actividades no tienen el control. Pero poco a poco irán moldeando la Naturaleza según sus necesidades hasta que, dominándola toda, se reconozcan en ella como con su obra.

(…)

Se puede ver el paralelismo. Lo que ocupa el lugar del Espíritu es la actividad de producir el mundo. Al principio oculta de sí misma, va tomando conciencia de sí a medida que se desarrollan las fuerzas productivas, hasta la autoafirmación prometeica del trabajador colectivo como autor –en la cooperación de todos con todos– del mundo y de sí mismo. El móvil de la historia no es la presencia del Espíritu al final de los tiempos, sino la imposibilidad de que un ser que es producción del mundo acepte que esta producción le sea robada y que sus productos, vueltos contra él, sirvan para someterlo a "objetivos externos". Esta imposibilidad es a la vez esencial e histórica: sólo se hace manifiesta y operativa a partir del momento en que la naturaleza de las técnicas y de las relaciones sociales de producción hace que el mundo, despojado de su "velo místico", aparezca como producto del trabajo social y los individuos, despojados de sus "actividades limitadas" gracias a la socialización del trabajo, aparezcan como productores del mundo.

El capitalismo, según Marx, satisface estas dos condiciones: sus fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, dan lugar, en lugar del mundo natural y sus misterios, al universo tecnificado de la fábrica automática, de su entorno y de sus riquezas manufacturadas; y este universo industrial da lugar, a su vez, a una clase cuyos miembros no trabajan en su interés individual particular ni con medios individuales particulares: por el contrario, ellos están despojados de toda individualidad particular y, al ser intercambiables, ponen en marcha una totalidad de capacidades y medios técnicos inmediatamente sociales para producir desde el principio unos efectos globales.

Ese es el proletariado: con él, el trabajo como autoproducción del hombre y del mundo tiene, por primera vez, la posibilidad histórica de equipararse a sí mismo y de hacer arribar un universal humano. El hecho notable es que esta teoría no partió de una observación empírica, sino de una reflexión crítica sobre la esencia del trabajo, llevada a cabo como reacción contra el hegelianismo. Para el joven Marx, no era la existencia de un proletariado revolucionario lo que justificaba su teoría; por el contrario, era su teoría la que permitía predecir la aparición del proletariado revolucionario y establecía la necesidad de su surgimiento. La primacía correspondía a la filosofía. La filosofía anticipaba el curso de las cosas, establecía que el sentido de la historia era hacer surgir, con el proletariado, una clase universal que sería la única capaz de liberar a toda la sociedad. Esta clase tenía que surgir y, de hecho, se empezaba a ver los signos de su arribo. Estas señales sólo eran legibles para el filósofo. Pero el filósofo, como conciencia separada del proletariado en su significación histórica, estaba destinado a desaparecer a medida que el proletariado tomara conciencia de su propio ser [revolucionario] y lo asumiera en su práctica. Entonces la filosofía se encarnaría en el proletariado. El filósofo como conciencia filosófica separada debía procurar su autoanulación y, en consecuencia, la abolición de la filosofía como actividad separada.

La dialéctica materialista por la cual la actividad productiva debe reivindicarse como fuente del mundo y del hombre mismo, para abolir finalmente, en la unidad de la autoproducción integral, “todos los poderes exteriores”, tendría entonces que ir acompañada de una dialéctica político filosófica por la cual el proletariado deberá interiorizar la consciencia de sí que, inicialmente, no existe sino al exterior de ella misma, en la persona de Karl Marx y, más tarde, en la vanguardia marxista-leninista.

(…) Para los jóvenes militantes revolucionarios de antes y después de mayo del ’68, como para Marx, uno no milita en el movimiento revolucionario y uno no se coloca en las fábricas porque el proletariado actúa, piensa y siente de manera revolucionaria, sino porque él es revolucionario por destino, es decir, debe serlo, él debe “devenir aquello que [esencialmente] es”.

A partir de esta posición filosófica se anuncia la posibilidad de todas las desviaciones: el vanguardismo, el sustitucionismo, el elitismo, y sus correspondientes negativos: el espontaneísmo, el seguidismo, el basismo. La imposibilidad de toda verificación empírica de la teoría no ha dejado de pesar sobre el marxismo como un pecado original.

(…) Los discípulos de Marx no han sido olvidados porque el proletariado aún conserva el misterio de su trascendencia: todavía no ha interiorizado la conciencia de sí mismo que le devuelve la vanguardia marxista (leninista). Por lo tanto, esta vanguardia permanece necesariamente separada en virtud de la propia misión histórica de la que está investida, a sus propios ojos. Y como sigue separada, nadie -y menos el proletariado- es capaz de zanjar los debates que dividen a los marxistas. A falta de cualquier verificación empírica posible, sus tesis político-teóricas divergentes sólo pueden extraer su legitimidad de la fidelidad al Libro.

El espíritu de ortodoxia, dogmatismo, religiosidad no son entonces unos fenómenos accidentales del marxismo: ellos son necesariamente inherentes a una filosofía de estructura hegeliana cuyo profetismo no tiene otra base que la revelación por la que pasó el espíritu del profeta. Puedes buscar todo lo que quieras el fundamento de la teoría marxista del proletariado. El único fundamento que te ofrecerán sus diversos defensores es la obra de Marx y la palabra de Lenin: es decir, la autoridad de los fundadores. La filosofía del proletariado es religiosa. Sólo retiene de la realidad los signos que la refuerzan: "Dado que el proletariado es y debe ser revolucionario, veamos las razones en que se basa su voluntad revolucionaria y los obstáculos en que se quiebra".

(…)

*André Gorz, Adieux au prolétariat. Au-delà du socialisme. Éditions Galilée 1980 (p. 30-38)



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