por André Gorz (1980)
No se trata
más de consagrarnos a una Causa trascendente que redimiría nuestros
sufrimientos y nos reembolsaría con intereses el precio de nuestras renuncias.
A partir de ahora, se trata de saber lo que queremos. La lógica del Capital nos
ha llevado al umbral de la liberación. Pero este umbral sólo será franqueado
por una ruptura que sustituya la racionalidad productivista por una
racionalidad diferente. Esta ruptura sólo puede venir de los propios
individuos. El reino de la libertad nunca será el resultado de procesos
materiales: sólo puede establecerse por el acto fundador de la libertad asumiéndose
ella misma como fin supremo en cada individuo.
Ahora
sabemos que la sociedad nunca será "buena" por su organización, sino
sólo por los espacios de autonomía, autoorganización y cooperación voluntaria
que abre a los individuos.
1. EL PROLETARIADO SEGÚN SAN MARX*
La teoría
marxista del proletariado no se basa en un estudio empírico de los antagonismos
de clase ni en una experiencia militante de la radicalidad proletaria. Ninguna
observación empírica o experiencia militante puede conducir al descubrimiento
de la misión histórica del proletariado; misión que es, según Marx,
constitutiva de su ser de clase. Marx insistió muchas veces: no es la
observación empírica de los proletarios la que nos permite conocer su misión de
clase. Por el contrario, es el conocimiento de su misión de clase lo que nos
permite discernir el verdadero ser de los proletarios. Poco importa, por tanto, hasta qué punto los
proletarios están conscientes de su ser; y poco importa lo que crean que
hacen o quieren: sólo importa lo que son. Aunque, por el momento, su conducta
esté mistificada y los fines que creen perseguir sean contrarios a su misión
histórica, tarde o temprano el ser triunfará sobre las apariencias y la Razón
sobre las mistificaciones. En otras palabras, el ser del proletariado es
trascendente a los proletarios; constituye una garantía trascendental de que
ellos adoptarán la línea de clase correcta.
Inmediatamente surge una pregunta: ¿Quién es capaz de saber y decir lo que es el proletariado cuando los propios proletarios sólo tienen una conciencia borrosa o mistificada de este su ser? Históricamente, la respuesta a esta pregunta es: sólo Marx fue capaz de saber y decir qué es realmente el proletariado y su misión histórica. Su verdad está inscrita en la obra de Marx. Él es el alfa y el omega; es el fundador.
(…)
La teoría
marxista del proletariado es una impresionante condensación histórica
sincrética de tres corrientes dominantes del pensamiento occidental en la época
de la burguesía heroica: el cristianismo, el hegelianismo y el cientificismo, siendo
el hegelianismo la piedra angular. Para Hegel, en efecto, la Historia es la
progresión dialéctica por la que el Espíritu, al principio ajeno a sí mismo,
toma conciencia y posesión del mundo -que, en verdad, no era más que el propio
Espíritu existiendo fuera y separado de sí mismo- hasta que lo retoma
completamente en sí mismo y se unifica con él. Los avatares de esta progresión
son otras tantas etapas que, debido a su contradicción interna, han de
"pasar" necesariamente a la etapa siguiente, hasta la realización de
la síntesis final que es, al mismo tiempo, el sentido de toda la Historia precedente
y la culminación de la Historia.
(…)
Se reconoce
ahí la matriz de la dialéctica marxista. De la dialéctica hegeliana, Marx
conserva lo esencial: la idea de un sentido de la historia independiente de la
conciencia de los individuos y que se realiza, sea cual sea dicha conciencia, a
través de sus actividades. Pero este sentido, en lugar de "caminar sobre
su cabeza", como en el caso de Hegel, caminará en el caso de Marx sobre
las piernas del proletariado: la obra del Espíritu que eleva el mundo a la conciencia
de sí mismo hasta la unificación final, era sólo el delirio idealista de un
teólogo comprometido con el racionalismo. No es el Espíritu el que trabaja,
sino los obreros. La historia no es la progresión dialéctica del Espíritu
tomando posesión del mundo, es la progresiva toma de posesión de la Naturaleza
por el trabajo humano. El mundo no es en primer lugar el Espíritu ajeno a sí
mismo, es ante todo la exterioridad de una Naturaleza hostil a la vida de los
hombres y sobre la que sus actividades no tienen el control. Pero poco a poco
irán moldeando la Naturaleza según sus necesidades hasta que, dominándola toda,
se reconozcan en ella como con su obra.
(…)
Se puede
ver el paralelismo. Lo que ocupa el lugar del Espíritu es la actividad de
producir el mundo. Al principio oculta de sí misma, va tomando conciencia de sí
a medida que se desarrollan las fuerzas productivas, hasta la autoafirmación
prometeica del trabajador colectivo como autor –en la cooperación de todos con
todos– del mundo y de sí mismo. El móvil de la historia no es la presencia del
Espíritu al final de los tiempos, sino la imposibilidad de que un ser
que es producción del mundo acepte que esta producción le sea robada y
que sus productos, vueltos contra él, sirvan para someterlo a "objetivos
externos". Esta imposibilidad es a la vez esencial e histórica: sólo se
hace manifiesta y operativa a partir del momento en que la naturaleza de las
técnicas y de las relaciones sociales de producción hace que el mundo,
despojado de su "velo místico", aparezca como producto del
trabajo social y los individuos, despojados de sus "actividades
limitadas" gracias a la socialización del trabajo, aparezcan como
productores del mundo.
El capitalismo, según Marx, satisface estas dos condiciones: sus fuerzas productivas, a medida que se desarrollan, dan lugar, en lugar del mundo natural y sus misterios, al universo tecnificado de la fábrica automática, de su entorno y de sus riquezas manufacturadas; y este universo industrial da lugar, a su vez, a una clase cuyos miembros no trabajan en su interés individual particular ni con medios individuales particulares: por el contrario, ellos están despojados de toda individualidad particular y, al ser intercambiables, ponen en marcha una totalidad de capacidades y medios técnicos inmediatamente sociales para producir desde el principio unos efectos globales.
Ese es el proletariado: con él, el trabajo como autoproducción del hombre y del mundo tiene, por primera vez, la posibilidad histórica de equipararse a sí mismo y de hacer arribar un universal humano. El hecho notable es que esta teoría no partió de una observación empírica, sino de una reflexión crítica sobre la esencia del trabajo, llevada a cabo como reacción contra el hegelianismo. Para el joven Marx, no era la existencia de un proletariado revolucionario lo que justificaba su teoría; por el contrario, era su teoría la que permitía predecir la aparición del proletariado revolucionario y establecía la necesidad de su surgimiento. La primacía correspondía a la filosofía. La filosofía anticipaba el curso de las cosas, establecía que el sentido de la historia era hacer surgir, con el proletariado, una clase universal que sería la única capaz de liberar a toda la sociedad. Esta clase tenía que surgir y, de hecho, se empezaba a ver los signos de su arribo. Estas señales sólo eran legibles para el filósofo. Pero el filósofo, como conciencia separada del proletariado en su significación histórica, estaba destinado a desaparecer a medida que el proletariado tomara conciencia de su propio ser [revolucionario] y lo asumiera en su práctica. Entonces la filosofía se encarnaría en el proletariado. El filósofo como conciencia filosófica separada debía procurar su autoanulación y, en consecuencia, la abolición de la filosofía como actividad separada.
La dialéctica materialista por la cual la actividad productiva debe reivindicarse como fuente del mundo y del hombre mismo, para abolir finalmente, en la unidad de la autoproducción integral, “todos los poderes exteriores”, tendría entonces que ir acompañada de una dialéctica político filosófica por la cual el proletariado deberá interiorizar la consciencia de sí que, inicialmente, no existe sino al exterior de ella misma, en la persona de Karl Marx y, más tarde, en la vanguardia marxista-leninista.
(…) Para los
jóvenes militantes revolucionarios de antes y después de mayo del ’68, como
para Marx, uno no milita en el movimiento revolucionario y uno no se coloca en las
fábricas porque el proletariado actúa, piensa y siente de manera
revolucionaria, sino porque él es revolucionario por destino, es decir, debe
serlo, él debe “devenir aquello que [esencialmente] es”.
A partir de esta posición filosófica se anuncia la posibilidad de todas las desviaciones: el vanguardismo, el sustitucionismo, el elitismo, y sus correspondientes negativos: el espontaneísmo, el seguidismo, el basismo. La imposibilidad de toda verificación empírica de la teoría no ha dejado de pesar sobre el marxismo como un pecado original.
(…) Los discípulos
de Marx no han sido olvidados porque el proletariado aún conserva el misterio
de su trascendencia: todavía no ha interiorizado la conciencia de sí mismo que
le devuelve la vanguardia marxista (leninista). Por lo tanto, esta vanguardia
permanece necesariamente separada en virtud de la propia misión histórica de la
que está investida, a sus propios ojos. Y como sigue separada, nadie -y menos
el proletariado- es capaz de zanjar los debates que dividen a los marxistas. A
falta de cualquier verificación empírica posible, sus tesis político-teóricas
divergentes sólo pueden extraer su legitimidad de la fidelidad al Libro.
El espíritu de ortodoxia, dogmatismo, religiosidad no son entonces unos fenómenos accidentales del marxismo: ellos son necesariamente inherentes a una filosofía de estructura hegeliana cuyo profetismo no tiene otra base que la revelación por la que pasó el espíritu del profeta. Puedes buscar todo lo que quieras el fundamento de la teoría marxista del proletariado. El único fundamento que te ofrecerán sus diversos defensores es la obra de Marx y la palabra de Lenin: es decir, la autoridad de los fundadores. La filosofía del proletariado es religiosa. Sólo retiene de la realidad los signos que la refuerzan: "Dado que el proletariado es y debe ser revolucionario, veamos las razones en que se basa su voluntad revolucionaria y los obstáculos en que se quiebra".
(…)
*André Gorz, Adieux au prolétariat. Au-delà du socialisme. Éditions Galilée 1980 (p. 30-38)
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