por Jean Robert
Escuchar
a los que hablan de sí y de nosotros en su propia voz
Uno de los
aspectos de la propuesta electoral del CNI es que va permitir escuchar a
indígenas reivindicándose como tales, es decir hablando en su propia voz
de cosas que les atañen en lo más cercano y que, sin embargo, no son productos
de un acto de poder o una planeación sino que les son dadas. Son cosas como sus
territorios, sus costumbres, sus lenguas, la medicina tradicional y, con ella,
la percepción del propio cuerpo – su “autocepción” como dice la historiadora
Barbara Duden – pero también la migración indígena a las grandes ciudades y,
ahí, la reconstrucción de lazos comunitarios. La iniciativa indígena de hablar
en su propia voz es una invitación a todas las comunidades del país a buscar su
propia voz también.
Esta
reconstrucción u “organización” es el centro de la propuesta política y
organizativa indígena y, por lo tanto, nos concierne también a los que no somos
indígenas. El hecho que la aspirante indígena a la candidatura presidencial sea
médica tradicional manifiesta la urgencia de hablar en voz propia sobre el
propio cuerpo y el territorio en el que se inserta, pero también de confrontar
la dificultad de mantener viva esta voz. Escuchar a quien es capaz y tiene el
valor de hablar en su propia voz es una invitación a hacerlo también en
nuestros lugares. Sólo pueden tejer una relación auténtica con otros los que
son capaces de hablar de lo que más les atañe y de escuchar a quienes también
lo hacen.
Un rodeo
lleno de enseñanzas por la lingüística
Hablando de
la palabra voz, les recuerdo que lo que los lingüistas llaman voces son dos
formas verbales que sobreviven en los idiomas de Europa del norte: la voz
activa y la voz pasiva. Ejemplo: yo como la manzana, forma activa, y la manzana
es comida por mí, forma pasiva. Entre los lingüistas, existe la hipótesis de
que este dualismo gramatical es la reducción de una pluralidad de voces que, en
el sur de Europa, es todavía posible imaginar, pero menos en el norte. El
ejemplo clásico es el griego, idioma en el cual existe una voz media, o
medio-pasiva. En primera aproximación, se puede decir que la voz medio-pasiva
corresponde a una conjugación con forma pasiva y sentido activo. Tomemos por
ejemplo el verbo activo griego skopeo, considero, del cual deriva una
palabra como radioscopia; su forma medio-pasiva es skeptomai que, en
griego moderno, tiene el sentido de “yo pienso” y de la cual deriva la palabra
escepticismo. Muchos lingüistas consideran que en español - otro idioma del sur
de Europa – el pronombre reflexivo (me parece, se me hace que…) – puede ser un
marcador no gramatical de la voz media. Además, el participo pasado de la forma
pasiva –“la casa fue – o quedó - terminada en enero” – tiene un sentido
ambiguo, ya que “terminada” se puede entender a la vez como forma verbal y como
adjetivo. En otras palabras: en español existe una memoria de la voz media y la
voz pasiva es ambigua.
Fascinación
por la erudición inútil y reconocimiento de sus límites
Esta
digresión sólo sirve para recalcar que los hispanohablantes aún tenemos un
acceso marginal a formas de expresión que los hablantes de los idiomas europeos
del norte han perdido casi por completo. Ya que abrí la puerta a la erudición
inútil – como decía Foucault – agravaré mi caso permitiéndome llevar la
erudición hasta la pedantería profesoral: la cuestión de una dualidad – o de
una pluralidad – de voces verbales se conoce en lingüística como la cuestión de
la diátesis verbal. Sin embargo, mi ignorancia me impide arriesgarme al
terreno arduo que valdría la pena explorar aquí: él de las lenguas
mesoamericanas. Sólo puedo citar a los pocos nahuatlatos que consulté. Me
convencieron de que el nahuatl conoce la diátesis de la que me dieron el
ejemplo siguiente: ni-c-tlazohta in cihuaatl: amo a la mujer, ni-tlazohtla-lo:
soy amado. Lo que no permite decir el nahuatl es soy amado por la mujer,
en otras palabras el nahuatl conoce una voz pasiva sin agente. En vista
de lo que sigue, me pregunto si no sería más correcto hablar de una voz
media del nahuatl, más que de una voz pasiva, concepto gramatical europeo y
moderno. ¡Úf!
Para
discutir este punto, regresemos a los idiomas europeos cuya gramática nos es
más familiar a los que somos no-indígenas. Defenderé una tesis del lingüista
francés Émile Benveniste.[1]
La
desaparición de la voz media de los idiomas europeos
Fuera del
griego y, parcialmente del español, los idiomas europeos modernos solo tienen
dos voces verbales: la voz activa y la voz pasiva. Lo que las diferencia es
que, en la voz activa, el sujeto actúa sin verse afectado por el proceso verbal
mientras que, en la voz pasiva, el sujeto es afectado, se vuelve “paciente”,
sin poder actuar. En otras palabras, la voz activa provee el sujeto con un
poder exterior sobre el objeto, una exterioridad que me parece
corresponder al cogito cartesiano: soy maestro absoluto de la manzana
que como y mi ser se confunde con este poder: soy maestro de la naturaleza que
la tecnología me permite dominar y cuyos padecimientos no me deben de afectar.
La voz pasiva, en cambio, resta al sujeto (o al objeto-vuelto-sujeto
gramatical) toda forma de poder sobre un acontecer que sólo puede sufrir
pasivamente. En los idiomas antiguos de Europa, existía una voz “intermedia”
que permitía al sujeto expresar que estaba íntimamente involucrado con este
acontecer a punto de considerarlo como parte íntima de su ser y de experimentar
amor o rechazo por él (posible ejemplo: amor profundo a mi cultura nativa y,
simultáneamente, rechazo visceral de sus aspectos sexistas). Las voces
gramaticales de las lenguas del norte de Europa – con una reserva para el viejo
alemán - han perdido la capacidad de expresar estas afectaciones.
La tesis de
Benveniste es que la oposición entre una voz que presupone un sujeto
todopoderoso, exterior e indiferente a los efectos de su acción y, por otro
lado, una voz “esclava”, sumisa, pasiva es una reducción de una multiplicidad
pasada de voces. Califiquemos de medias estas voces verbales que no
son ni activas ni pasivas sino “otras” o, como dice la gramática griega de su
voz media, medio-pasivas. Casi podríamos decir que el dominio de las
voces activa y pasiva y la pérdida de la voz media son expresiones de un
“capitalismo lingüístico” – hay una voz de “amo” y una voz de “esclavo”. Según
Benveniste, la polaridad voz activa – voz pasiva resultaría de un
empobrecimiento lingüístico que restó al sujeto, tanto activo como pasivo, su
capacidad de hablar en forma natural de cuán íntimamente el acontecimiento
descrito por el verbo lo involucra. Perdida esta capacidad de expresar que un
acontecimiento que no controlo involucra todas les fibras de mi ser, pudieron
florecer, por ejemplo, los sentimentalismos nacionalistas que revisten con
palabras altisonantes y vacías mi ausencia de afecto arraigado por el
territorio en que “me tocó vivir”. El volver a cultivar la voz media perdida
podría contribuir a articular un discurso liberado de las ojeras tanto nacionalistas
como capitalistas. Pero, ya que (casi) ha desaparecido el concepto de voz
media, es imposible.
Mujeres
hablando de un acontecimiento “muy de ellas”
Lo que
podemos hacer, es escuchar la voz de personas que hablan en su propia voz de sí
y de cosas que les atañen en lo más profundo. El caso que presentaré es el de
mujeres alemanas hablando de una experiencia muy de mujeres: el “embarazo”,
palabra de observadores exteriores con ojo masculino. Este sustantivo expresa
el embargo de conocimientos científicos exteriores sobre una experiencia íntima
de mujeres que, cuando ellas la comentan entre sí, prefieren hacerlo en forma
verbal. El viejo alemán – así como varios dialectos – permite hacerlo, llamando
esta experiencia el Schwangergehen, de schwanger, embarazada y gehen,
ir. La historiadora del cuerpo alemana Barbara Dueden, de la que estoy
traduciendo en este momento un largo ensayo al francés,[2]
ve en el verbo schwangergehen lo que el viejo alemán puede ofrecernos de
más cercano a un redescubrimiento de la voz media.
Ahora bien,
¡ojo! La comparación que haré entre los saberes callados de las mujeres y los
saberes callados de las y los indígenas no significa para nada que los
indígenas sean “femeninos” en relación a los mestizos “machos”. Significa que,
como los saberes de las mujeres alemanas, los saberes de los y las indígenas
han sido callados demasiado tiempo. Significa que, tanto las mujeres como los
indígenas, son portadores de saberes reprimidos.
Presentada
sucintamente, la tesis de B. Duden es que, desde la Antigüedad hasta mediados
del siglo XX, los saberes nacidos de la experiencia íntima del “ir embarazada”
y los conocimientos exteriores, “librescos”, no sentidos ni vividos y
epistémicamente “masculinos” sobre el “embarazo” se mantenían en equilibrio;
dice también que, en última instancia, prevalecía el saber de las mujeres.
Existe un abismo entre ambas formas de verdad.
Hasta la
mitad del siglo XX, y hasta hoy en las regiones poco tocadas por la
occidentalización-modernización del mundo, estos dos tipos de verdad
mantuvieron simultáneamente su autoridad respectiva.
Algunas antropólogas sociales reportan las
declaraciones de mujeres embarazadas que perciben su estado en forma muy
distinta de la de las mujeres modernas, “desarrolladas”, urbanizadas. Algunas
de estas antropólogas expresan su sorpresa frente a la larga duración de
algunas certezas somáticas femeninas. En los años 1930, por ejemplo, la mayoría
de las campesinas sicilianas no podían admitir que sus esfuerzos para
restablecer su flujo menstrual mediante un conjunto de hierbas y con la ayuda
de una partera pudieran ser calificados de tentativas de aborto.[3]
En la región montañosa del norte de Ecuador, las mujeres no quieren oír que ser
embarazada es albergar un “feto”, una cosa de biólogo que, solo en la cabeza de
aquellos, puede ser conceptualmente aislada del cuerpo de la mujer.[4]
En Ecuador, esas «criaturas » son seres liminales que no pueden ser imaginados
separados de la mujer embarazada. Por muy polimorfas que puedan ser, las
experiencias y las percepciones de las mujeres,[5]
su rechazo conceptual de un no-nacido separado del cuerpo de la mujer que lo
carga era unánime.[6]
Una
forma de conocimiento sobre un asunto de mujeres enteramente distinta del saber
vivido de las mujeres
Toda
reflexión sobre el pasado de las percepciones del (aun) no-nato – que sea en el
mundo antiguo, medieval o premoderno, o en una cultura descalificada como
“subdesarrollada” hoy -, debe empezar por reconocer que lo que quieren decir
los filósofos, los hombres de iglesia o los juristas cuando pronuncian las
palabras “embarazo” y “feto” procede de una forma de conocimiento radicalmente
diferente de la experiencia de las mujeres.
Lo que ellas saben del estar embarazada
– del Schwangergehen – lo saben por haberlo vivido o vivirlo. En cambio,
en los discursos de las ciencias naturales, de la ginecología o de la teología,
el embarazo – un sustantivo – es un estado del cuerpo sobre el
cual se pueden hacer declaraciones y construir razonamientos morales (…). El saber
somático interno y el saber sistematizable “sobre” pertenecen a
constelaciones diferentes. Es la razón por la cual insisto en distinguir
cuidadosamente el nombre verbal volverse embarazada (el Schwangergehen)
del sustantivo el embarazo (die Schwangerschaft).[7]
La
pérdida de la voz media y sus consecuencias
Hablar en
forma verbal de este acontecimiento (el ‘ir-embarazada’) es, en cierta forma,
recobrar los poderes de la voz media. En cambio el definirlo entitativamente
mediante un sustantivo (el embarazo) es ofrecerlo a poderes exteriores,
“extra-femeninos”. Sin embargo, el contraste entre estas dos formas de hablar
se ha vuelto imperceptible hoy, porque casi se ha perdido el sentido de la voz
media.
El verbo
viejo-alemán schwangergehen expresa semánticamente la voz media que las
lenguas europeas modernas, con pocas excepciones, han eliminado. Esta voz media
se refería a una modalidad del hacer que no era ni activa ni pasiva y que
permitía hablar de “mi” implicación personal en un estado dado. Este
estado era algo que me ocurría según la modalidad de los viejos verbos
impersonales de sensación[8]
que volvían decible – como se dice «llueve» - que algo «se me presentara» o “se
me ocurriera” como un motivo de presentimiento, de ganas, de sufrimiento que
hoy expresaríamos por los verbos activos “presiento”, “tengo ganas”, “tengo dolores”.
La desaparición de estas modalidades del hablar señala una ruptura en la
experiencia somática que facilitó la transición de una función referencial somática
a une función referencial categorial del ego. La progresiva
desaparición del verbo schwangergehen, por ejemplo y su reemplazo por el
sustantivo embarazo – la autora habla del embarazo entitativo –
visualizado técnicamente por la ecografía y separado del cuerpo materno por la
terminología médica es un indicio de la oposición conflictiva entre la percepción
somática y la imputación categorial.
Lo que
hace la historiadora Barbara Duden en “sus territorios”
Conozco a
la historiadora del cuerpo Barbara Duden desde más de treinta años. Para ella,
el cuerpo moderno, cartografiado por la anatomía y la fisiología, no es la
representación de una última verdad, sino una construcción histórica, producto
de determinada época. El cuerpo moderno es iatrogénico, es decir
construido por los médicos (iatros= médico en griego). Es además tecnogénico,
en gran parte engendrado por tecnologías que permiten “ver” su interior,
iluminar “la oscuridad bajo la piel”, como dice.
Este cuerpo
iatrogénico y tecnogénico ha sido constituido, desde por lo menos el siglo XV,
por capas sobre capas de descripciones en su gran mayoría masculinas. En el
caso de descripciones del cuerpo femenino, el autor masculino de la descripción
queda exterior a la realidad que ilustra y de la que no tiene la menor percepción
interna, vivida. Según Barbara Duden, el cuerpo descrito por los médicos
extingue las percepciones somáticas, particularmente de las mujeres. En
griego, cuerpo se dice soma, palabra que, contrariamente a la palabra
latina corpus, no se refiere al cuerpo visto desde afuera, sino a la
realidad humoral bajo la piel, cuyos flujos sentimos adentro.
Sería
inútil negar los inmensos poderes de la medicina moderna. Puede mantener
moribundos en vida mucho tiempo, alargar la “esperanza de vida” de las poblaciones,
permitir que mujeres puedan concebir después de la edad de la menopausia o que
mujeres jóvenes renten su cuerpo a parejas viejas para la gestación de un hijo
suyo. Ha encontrado también remedios a la mayor parte de las enfermedades
infecciosas de las que, en otros tiempos, morían muchos bebés y niños. Pero los
médicos no pueden hacer lo que pueden la mayor parte de las parteras, como por
ejemplo reacomodar con las manos la posición del niño por nacer en la matriz.
En los casos difíciles, los médicos recomiendan la cesárea.
En
Alemania, los saberes de las parteras son saberes reprimidos considerados
obsoletos por el orden de los médicos. Su represión se ha incrementado desde
que se rompió el equilibrio entre los saberes somáticos experimentados de las
mujeres y los conocimientos librescos y cartografiados de los médicos. Las
parteras, que necesitan tener una licencia para practicar, están bajo la lupa.
Su arte es tolerado cuando se redefinen como auxiliares de la medicina
obstétrica. Se les recomienda ejercerlo bajo control de un médico. El año
pasado, una reconocida partera alemana atendió un parto difícil en el que murió
el niño. Fue traída delante de un juez que la acusó de homicidio so pretexto
que el no haber acudido a un hospital en el que se hubiera practicado una
cesárea fue una terquedad criminal y la causa de la muerte. El juez ordenó la
suspensión de su licencia y la condenó a siete años de cárcel y al pago de una
compensación por “daños y perjuicios” de cientos de miles de euros.
Barbara
Duden, que se gana la vida como profesora de universidad, es capaz de cruzar la
mitad de Europa para reunirse un fin de semana con parteras alemanas,
austriacas, suizas, italianas. Quiere fomenta con ellas una resistencia
somática al rompimiento del equilibrio entre los saberes somáticos íntimos
de las mujeres y los conocimientos exteriores, “librescos” y científicos de los
médicos. Insiste también en recobrar los vestigios de voz media que habían
permitido a las mujeres hablar de sus experiencias en voz propia.
[1] Émile Benveniste, “Actif et
moyen dans le verbe”, Problèmes de linguistique générale, Paris :
Gallimard, 1966, p. 168-175.
[2] Barbara
Duden, “Zwischen ‚wahrem Wissen’ und Prophetie. Konzeptionen des Ungeborenen” (Entre conocimiento
verdadero’ y profecía. Concepciones del no-nacido”, en Bárbara Duden, Jürgen
Schlumbohn y Patrice Veit, Geschichte des Ungeborenen. Zur
Erfahrungs- und Wissenschaftsgeschichte des Schwangerschaft, 17.-20. Jahrhundert (Historia del [aún]
no-nacido. La historia de la experiencia del embarazo vs la historia de
su ciencia), Göttingen: Vandenhoek & Ruprecht, 2002.
[3] Nancy Triolo, “Famiglia,
aborto e ostetriche in Sicilia (1929-1940)”, in Giovanna Fiume (éd.), Madri,
storia di un ruolo sociale, Venecia, 1995, p. 247-266.
[4] Lynn
Morgan, “Imagining the unborn in the Ecuadoran Andes”, in Feminist Studies
23, 1997, p. 323-350.
[5] Ibid., p. 328: “En San
Gabriel, el feto nunca se pensaba en independencia de la mujer embarazada
[...]. En Quito, me enfrenté a un silencio casi total cuando me atreví a hacer
preguntas sobre el tema del feto”.
[6] Barbara
Duden, “Zwischen wahrem Wissen und Prophetie…” op. cit.
[7] Barbara Duden, op. cit.
[8] El ejemplo clásico de un
verbo impersonal es llover, un verbo impersonal climático. Construidos según el
modelo de «llueve», el latín conoce verbos impersonales de sensación como taedet,
disgusta, repugna, paenitet, es de lamentar. Esos verbos denotan un
estado psicológico que «me acontece», expresándolo como si se tratara de una
acción sin sujeto.
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