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lunes, 31 de enero de 2022

Reflexiones sobre un “capitalismo lingüístico”: la represión de voces indígenas y de voces de mujeres

por Jean Robert

Escuchar a los que hablan de sí y de nosotros en su propia voz

Uno de los aspectos de la propuesta electoral del CNI es que va permitir escuchar a indígenas reivindicándose como tales, es decir hablando en su propia voz de cosas que les atañen en lo más cercano y que, sin embargo, no son productos de un acto de poder o una planeación sino que les son dadas. Son cosas como sus territorios, sus costumbres, sus lenguas, la medicina tradicional y, con ella, la percepción del propio cuerpo – su “autocepción” como dice la historiadora Barbara Duden – pero también la migración indígena a las grandes ciudades y, ahí, la reconstrucción de lazos comunitarios. La iniciativa indígena de hablar en su propia voz es una invitación a todas las comunidades del país a buscar su propia voz también.

Esta reconstrucción u “organización” es el centro de la propuesta política y organizativa indígena y, por lo tanto, nos concierne también a los que no somos indígenas. El hecho que la aspirante indígena a la candidatura presidencial sea médica tradicional manifiesta la urgencia de hablar en voz propia sobre el propio cuerpo y el territorio en el que se inserta, pero también de confrontar la dificultad de mantener viva esta voz. Escuchar a quien es capaz y tiene el valor de hablar en su propia voz es una invitación a hacerlo también en nuestros lugares. Sólo pueden tejer una relación auténtica con otros los que son capaces de hablar de lo que más les atañe y de escuchar a quienes también lo hacen.

Un rodeo lleno de enseñanzas por la lingüística

Hablando de la palabra voz, les recuerdo que lo que los lingüistas llaman voces son dos formas verbales que sobreviven en los idiomas de Europa del norte: la voz activa y la voz pasiva. Ejemplo: yo como la manzana, forma activa, y la manzana es comida por mí, forma pasiva. Entre los lingüistas, existe la hipótesis de que este dualismo gramatical es la reducción de una pluralidad de voces que, en el sur de Europa, es todavía posible imaginar, pero menos en el norte. El ejemplo clásico es el griego, idioma en el cual existe una voz media, o medio-pasiva. En primera aproximación, se puede decir que la voz medio-pasiva corresponde a una conjugación con forma pasiva y sentido activo. Tomemos por ejemplo el verbo activo griego skopeo, considero, del cual deriva una palabra como radioscopia; su forma medio-pasiva es skeptomai que, en griego moderno, tiene el sentido de “yo pienso” y de la cual deriva la palabra escepticismo. Muchos lingüistas consideran que en español - otro idioma del sur de Europa – el pronombre reflexivo (me parece, se me hace que…) – puede ser un marcador no gramatical de la voz media. Además, el participo pasado de la forma pasiva –“la casa fue – o quedó - terminada en enero” – tiene un sentido ambiguo, ya que “terminada” se puede entender a la vez como forma verbal y como adjetivo. En otras palabras: en español existe una memoria de la voz media y la voz pasiva es ambigua.

Fascinación por la erudición inútil y reconocimiento de sus límites

Esta digresión sólo sirve para recalcar que los hispanohablantes aún tenemos un acceso marginal a formas de expresión que los hablantes de los idiomas europeos del norte han perdido casi por completo. Ya que abrí la puerta a la erudición inútil – como decía Foucault – agravaré mi caso permitiéndome llevar la erudición hasta la pedantería profesoral: la cuestión de una dualidad – o de una pluralidad – de voces verbales se conoce en lingüística como la cuestión de la diátesis verbal. Sin embargo, mi ignorancia me impide arriesgarme al terreno arduo que valdría la pena explorar aquí: él de las lenguas mesoamericanas. Sólo puedo citar a los pocos nahuatlatos que consulté. Me convencieron de que el nahuatl conoce la diátesis de la que me dieron el ejemplo siguiente: ni-c-tlazohta in cihuaatl: amo a la mujer, ni-tlazohtla-lo: soy amado. Lo que no permite decir el nahuatl es soy amado por la mujer, en otras palabras el nahuatl conoce una voz pasiva sin agente. En vista de lo que sigue, me pregunto si no sería más correcto hablar de una voz media del nahuatl, más que de una voz pasiva, concepto gramatical europeo y moderno. ¡Úf!

Para discutir este punto, regresemos a los idiomas europeos cuya gramática nos es más familiar a los que somos no-indígenas. Defenderé una tesis del lingüista francés Émile Benveniste.[1]

La desaparición de la voz media de los idiomas europeos

Fuera del griego y, parcialmente del español, los idiomas europeos modernos solo tienen dos voces verbales: la voz activa y la voz pasiva. Lo que las diferencia es que, en la voz activa, el sujeto actúa sin verse afectado por el proceso verbal mientras que, en la voz pasiva, el sujeto es afectado, se vuelve “paciente”, sin poder actuar. En otras palabras, la voz activa provee el sujeto con un poder exterior sobre el objeto, una exterioridad que me parece corresponder al cogito cartesiano: soy maestro absoluto de la manzana que como y mi ser se confunde con este poder: soy maestro de la naturaleza que la tecnología me permite dominar y cuyos padecimientos no me deben de afectar. La voz pasiva, en cambio, resta al sujeto (o al objeto-vuelto-sujeto gramatical) toda forma de poder sobre un acontecer que sólo puede sufrir pasivamente. En los idiomas antiguos de Europa, existía una voz “intermedia” que permitía al sujeto expresar que estaba íntimamente involucrado con este acontecer a punto de considerarlo como parte íntima de su ser y de experimentar amor o rechazo por él (posible ejemplo: amor profundo a mi cultura nativa y, simultáneamente, rechazo visceral de sus aspectos sexistas). Las voces gramaticales de las lenguas del norte de Europa – con una reserva para el viejo alemán - han perdido la capacidad de expresar estas afectaciones.

La tesis de Benveniste es que la oposición entre una voz que presupone un sujeto todopoderoso, exterior e indiferente a los efectos de su acción y, por otro lado, una voz “esclava”, sumisa, pasiva es una reducción de una multiplicidad pasada de voces. Califiquemos de medias estas voces verbales que no son ni activas ni pasivas sino “otras” o, como dice la gramática griega de su voz media, medio-pasivas. Casi podríamos decir que el dominio de las voces activa y pasiva y la pérdida de la voz media son expresiones de un “capitalismo lingüístico” – hay una voz de “amo” y una voz de “esclavo”. Según Benveniste, la polaridad voz activa – voz pasiva resultaría de un empobrecimiento lingüístico que restó al sujeto, tanto activo como pasivo, su capacidad de hablar en forma natural de cuán íntimamente el acontecimiento descrito por el verbo lo involucra. Perdida esta capacidad de expresar que un acontecimiento que no controlo involucra todas les fibras de mi ser, pudieron florecer, por ejemplo, los sentimentalismos nacionalistas que revisten con palabras altisonantes y vacías mi ausencia de afecto arraigado por el territorio en que “me tocó vivir”. El volver a cultivar la voz media perdida podría contribuir a articular un discurso liberado de las ojeras tanto nacionalistas como capitalistas. Pero, ya que (casi) ha desaparecido el concepto de voz media, es imposible.

Mujeres hablando de un acontecimiento “muy de ellas”

Lo que podemos hacer, es escuchar la voz de personas que hablan en su propia voz de sí y de cosas que les atañen en lo más profundo. El caso que presentaré es el de mujeres alemanas hablando de una experiencia muy de mujeres: el “embarazo”, palabra de observadores exteriores con ojo masculino. Este sustantivo expresa el embargo de conocimientos científicos exteriores sobre una experiencia íntima de mujeres que, cuando ellas la comentan entre sí, prefieren hacerlo en forma verbal. El viejo alemán – así como varios dialectos – permite hacerlo, llamando esta experiencia el Schwangergehen, de schwanger, embarazada y gehen, ir. La historiadora del cuerpo alemana Barbara Dueden, de la que estoy traduciendo en este momento un largo ensayo al francés,[2] ve en el verbo schwangergehen lo que el viejo alemán puede ofrecernos de más cercano a un redescubrimiento de la voz media.

Ahora bien, ¡ojo! La comparación que haré entre los saberes callados de las mujeres y los saberes callados de las y los indígenas no significa para nada que los indígenas sean “femeninos” en relación a los mestizos “machos”. Significa que, como los saberes de las mujeres alemanas, los saberes de los y las indígenas han sido callados demasiado tiempo. Significa que, tanto las mujeres como los indígenas, son portadores de saberes reprimidos.

Presentada sucintamente, la tesis de B. Duden es que, desde la Antigüedad hasta mediados del siglo XX, los saberes nacidos de la experiencia íntima del “ir embarazada” y los conocimientos exteriores, “librescos”, no sentidos ni vividos y epistémicamente “masculinos” sobre el “embarazo” se mantenían en equilibrio; dice también que, en última instancia, prevalecía el saber de las mujeres. Existe un abismo entre ambas formas de verdad.

Hasta la mitad del siglo XX, y hasta hoy en las regiones poco tocadas por la occidentalización-modernización del mundo, estos dos tipos de verdad mantuvieron simultáneamente su autoridad respectiva.

Algunas antropólogas sociales reportan las declaraciones de mujeres embarazadas que perciben su estado en forma muy distinta de la de las mujeres modernas, “desarrolladas”, urbanizadas. Algunas de estas antropólogas expresan su sorpresa frente a la larga duración de algunas certezas somáticas femeninas. En los años 1930, por ejemplo, la mayoría de las campesinas sicilianas no podían admitir que sus esfuerzos para restablecer su flujo menstrual mediante un conjunto de hierbas y con la ayuda de una partera pudieran ser calificados de tentativas de aborto.[3] En la región montañosa del norte de Ecuador, las mujeres no quieren oír que ser embarazada es albergar un “feto”, una cosa de biólogo que, solo en la cabeza de aquellos, puede ser conceptualmente aislada del cuerpo de la mujer.[4] En Ecuador, esas «criaturas » son seres liminales que no pueden ser imaginados separados de la mujer embarazada. Por muy polimorfas que puedan ser, las experiencias y las percepciones de las mujeres,[5] su rechazo conceptual de un no-nacido separado del cuerpo de la mujer que lo carga era unánime.[6]

Una forma de conocimiento sobre un asunto de mujeres enteramente distinta del saber vivido de las mujeres

Toda reflexión sobre el pasado de las percepciones del (aun) no-nato – que sea en el mundo antiguo, medieval o premoderno, o en una cultura descalificada como “subdesarrollada” hoy -, debe empezar por reconocer que lo que quieren decir los filósofos, los hombres de iglesia o los juristas cuando pronuncian las palabras “embarazo” y “feto” procede de una forma de conocimiento radicalmente diferente de la experiencia de las mujeres.

Lo que ellas saben del estar embarazada – del Schwangergehen – lo saben por haberlo vivido o vivirlo. En cambio, en los discursos de las ciencias naturales, de la ginecología o de la teología, el embarazo – un sustantivo – es un estado del cuerpo sobre el cual se pueden hacer declaraciones y construir razonamientos morales (…). El saber somático interno y el saber sistematizable “sobre” pertenecen a constelaciones diferentes. Es la razón por la cual insisto en distinguir cuidadosamente el nombre verbal volverse embarazada (el Schwangergehen) del sustantivo el embarazo (die Schwangerschaft).[7]

La pérdida de la voz media y sus consecuencias

Hablar en forma verbal de este acontecimiento (el ‘ir-embarazada’) es, en cierta forma, recobrar los poderes de la voz media. En cambio el definirlo entitativamente mediante un sustantivo (el embarazo) es ofrecerlo a poderes exteriores, “extra-femeninos”. Sin embargo, el contraste entre estas dos formas de hablar se ha vuelto imperceptible hoy, porque casi se ha perdido el sentido de la voz media.

El verbo viejo-alemán schwangergehen expresa semánticamente la voz media que las lenguas europeas modernas, con pocas excepciones, han eliminado. Esta voz media se refería a una modalidad del hacer que no era ni activa ni pasiva y que permitía hablar de “mi” implicación personal en un estado dado. Este estado era algo que me ocurría según la modalidad de los viejos verbos impersonales de sensación[8] que volvían decible – como se dice «llueve» - que algo «se me presentara» o “se me ocurriera” como un motivo de presentimiento, de ganas, de sufrimiento que hoy expresaríamos por los verbos activos “presiento”, “tengo ganas”, “tengo dolores”. La desaparición de estas modalidades del hablar señala una ruptura en la experiencia somática que facilitó la transición de una función referencial somática a une función referencial categorial del ego. La progresiva desaparición del verbo schwangergehen, por ejemplo y su reemplazo por el sustantivo embarazo – la autora habla del embarazo entitativo – visualizado técnicamente por la ecografía y separado del cuerpo materno por la terminología médica es un indicio de la oposición conflictiva entre la percepción somática y la imputación categorial.

Lo que hace la historiadora Barbara Duden en “sus territorios”

Conozco a la historiadora del cuerpo Barbara Duden desde más de treinta años. Para ella, el cuerpo moderno, cartografiado por la anatomía y la fisiología, no es la representación de una última verdad, sino una construcción histórica, producto de determinada época. El cuerpo moderno es iatrogénico, es decir construido por los médicos (iatros= médico en griego). Es además tecnogénico, en gran parte engendrado por tecnologías que permiten “ver” su interior, iluminar “la oscuridad bajo la piel”, como dice.

Este cuerpo iatrogénico y tecnogénico ha sido constituido, desde por lo menos el siglo XV, por capas sobre capas de descripciones en su gran mayoría masculinas. En el caso de descripciones del cuerpo femenino, el autor masculino de la descripción queda exterior a la realidad que ilustra y de la que no tiene la menor percepción interna, vivida. Según Barbara Duden, el cuerpo descrito por los médicos extingue las percepciones somáticas, particularmente de las mujeres. En griego, cuerpo se dice soma, palabra que, contrariamente a la palabra latina corpus, no se refiere al cuerpo visto desde afuera, sino a la realidad humoral bajo la piel, cuyos flujos sentimos adentro.

Sería inútil negar los inmensos poderes de la medicina moderna. Puede mantener moribundos en vida mucho tiempo, alargar la “esperanza de vida” de las poblaciones, permitir que mujeres puedan concebir después de la edad de la menopausia o que mujeres jóvenes renten su cuerpo a parejas viejas para la gestación de un hijo suyo. Ha encontrado también remedios a la mayor parte de las enfermedades infecciosas de las que, en otros tiempos, morían muchos bebés y niños. Pero los médicos no pueden hacer lo que pueden la mayor parte de las parteras, como por ejemplo reacomodar con las manos la posición del niño por nacer en la matriz. En los casos difíciles, los médicos recomiendan la cesárea.

En Alemania, los saberes de las parteras son saberes reprimidos considerados obsoletos por el orden de los médicos. Su represión se ha incrementado desde que se rompió el equilibrio entre los saberes somáticos experimentados de las mujeres y los conocimientos librescos y cartografiados de los médicos. Las parteras, que necesitan tener una licencia para practicar, están bajo la lupa. Su arte es tolerado cuando se redefinen como auxiliares de la medicina obstétrica. Se les recomienda ejercerlo bajo control de un médico. El año pasado, una reconocida partera alemana atendió un parto difícil en el que murió el niño. Fue traída delante de un juez que la acusó de homicidio so pretexto que el no haber acudido a un hospital en el que se hubiera practicado una cesárea fue una terquedad criminal y la causa de la muerte. El juez ordenó la suspensión de su licencia y la condenó a siete años de cárcel y al pago de una compensación por “daños y perjuicios” de cientos de miles de euros.

Barbara Duden, que se gana la vida como profesora de universidad, es capaz de cruzar la mitad de Europa para reunirse un fin de semana con parteras alemanas, austriacas, suizas, italianas. Quiere fomenta con ellas una resistencia somática al rompimiento del equilibrio entre los saberes somáticos íntimos de las mujeres y los conocimientos exteriores, “librescos” y científicos de los médicos. Insiste también en recobrar los vestigios de voz media que habían permitido a las mujeres hablar de sus experiencias en voz propia.



[1] Émile Benveniste, “Actif et moyen dans le verbe”, Problèmes de linguistique générale, Paris : Gallimard, 1966, p. 168-175.

[2] Barbara Duden, “Zwischen ‚wahrem Wissen’ und Prophetie. Konzeptionen des Ungeborenen” (Entre conocimiento verdadero’ y profecía. Concepciones del no-nacido”, en Bárbara Duden, Jürgen Schlumbohn y Patrice Veit, Geschichte des Ungeborenen. Zur Erfahrungs- und Wissenschaftsgeschichte des Schwangerschaft, 17.-20. Jahrhundert (Historia del [aún] no-nacido. La historia de la experiencia del embarazo vs la historia de su ciencia), Göttingen: Vandenhoek & Ruprecht, 2002.

[3] Nancy Triolo, “Famiglia, aborto e ostetriche in Sicilia (1929-1940)”, in Giovanna Fiume (éd.), Madri, storia di un ruolo sociale, Venecia, 1995, p. 247-266.

[4] Lynn Morgan, “Imagining the unborn in the Ecuadoran Andes”, in Feminist Studies 23, 1997, p. 323-350.

[5] Ibid., p. 328: “En San Gabriel, el feto nunca se pensaba en independencia de la mujer embarazada [...]. En Quito, me enfrenté a un silencio casi total cuando me atreví a hacer preguntas sobre el tema del feto”.

[6] Barbara Duden, “Zwischen wahrem Wissen und Prophetie…” op. cit.

[7] Barbara Duden, op. cit.

[8] El ejemplo clásico de un verbo impersonal es llover, un verbo impersonal climático. Construidos según el modelo de «llueve», el latín conoce verbos impersonales de sensación como taedet, disgusta, repugna, paenitet, es de lamentar. Esos verbos denotan un estado psicológico que «me acontece», expresándolo como si se tratara de una acción sin sujeto.



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