por Gustavo Esteva*
Términos
clave: autonomía, democracia radical, patriarcado, modernidad
Hoy la
autonomía alude a actitudes, prácticas y posiciones que cubren todo el espectro
ideológico, desde el autogobierno de individuos soberanos hasta verdaderos
movimientos que adoptan la democracia radical como horizonte de emancipación
que rebasa el capitalismo, el modo industrial de producción, la modernidad
occidental y el patriarcado. Más que autonomía, lo que hay son autonomías, sea en
la realidad o como proyectos políticos, como mitos movilizadores y como
horizontes: como lo que todavía no es.
En
consecuencia, excluyo de este ensayo dos escuelas de pensamiento y acción que
en mi opinión no son alternativas verdaderas al régimen dominante:
-
La
escuela individualista, a veces llamada “libertaria”, y sus agrupaciones de
egoístas voluntarios (Stirner), que normalmente funcionan dentro del seudo
anarquismo capitalista.
-
La
escuela socialista, leninista y supuestamente anticapitalista, que reduce la
autonomía a una forma descentralizada de administrar los poderes verticales del
Estado al interior de estructuras de dominación que se justifican como
requisitos para la transición al socialismo. La autonomía como autoactividad de
la multitud (Negri, Virno) pertenece a esta escuela, como todos aquellos
enfoques que tratan de las masas, no el pueblo.
Vayamos al
meollo del asunto y a las alternativas que ofrecen posibilidades reales.
La palabra “autonomía”
es muy antigua. En el siglo XVII, en Europa, el término griego podía usarse ya
sea para referirse a la libertad otorgada a los judíos que vivían según sus
propias leyes o para deliberar sobre la autonomía kantiana de la voluntad
individual. Varias escuelas de pensamiento y acción europeas adoptaron el
término en el siglo XX para caracterizar sus posiciones y aspiraciones. En el
resto del mundo, otras nociones, actitudes y prácticas que hoy se llamarían
autonómicas han existido desde tiempos inmemoriales.
Para
entender los debates actuales, podemos diferenciar entre la ontonomía,
las normas endógenas tradicionales que siguen vigentes por doquier; la autonomía,
que remite a los procesos por los cuales un grupo o comunidad adopta nuevas
normas; y la heteronomía, cuando son otros los que imponen las reglas.
Los movimientos autonomistas intentar ampliar tanto como sea posible los
ámbitos de la ontonomía y la autonomía.
Una nueva
constelación semántica que surge de los movimientos sociales y políticos de
emancipación comparte, al menos parcialmente, los siguientes elementos:
Va más
allá de la democracia formal. Tanto Grecia que acuñó el término “democracia”, y Estados Unidos que le
dio su forma moderna, eran sociedades con esclavos. Durante los últimos 200
años, formas suavizadas de esclavitud se cobijaron u ocultaron en regímenes que
el gran intelectual negro W.E.B. Dubois caracterizó adecuadamente como
despotismo democrático. La democracia participativa no ha logrado eliminar la
verticalidad de las sociedades democráticas, regidas por dictaduras profesionistas
en las que los profesionales asumen poderes legislativos, ejecutivos y
judiciales en cada campo e impiden la participación de la gente común en las
funciones de gobierno.
El
desencanto con la democracia es hoy universal. El llamado de los zapatistas a
despertar, en 1994, colocó a la autonomía en el centro del debate político. “¡Basta!
¡Que se vayan todos!”, dijeron los argentinos en 2001. “Mis sueños no caben en
su ánfora electoral”, afirmaban los “Indignados” en España. Occupy Wall
Street permitió a millones de personas, en Estados Unidos, reconocer
finalmente que su sistema está al servicio del 1%. Todavía hay intentos de
reformarlo, pero muchas luchas tratan más bien de ampliar, fortalecer y
profundizar los espacios en que la gente pueda ejercer su propio poder. Están
construyendo la democracia literalmente desde las raíces, una en la que la
gente común pueda asumir el poder del Leviatán, libre de hablar, optar y actuar
(Lummis 1996). Los intentos de este tipo son innumerables y están por todo el
mundo. Por ejemplo, el Congreso Indígena Nacional de México, con el apoyo de
los zapatistas, lanzó el 1ro de enero de 2017 una propuesta para la creación
del Consejo de Gobierno con base tanto en las autonomías indígenas como las no
indígenas. En vez de tratar de capturar el aparato estatal, diseñado y
funcionando para el control y la dominación, están intentando desmantelarlo y
crear instituciones donde la práctica de mandar obedeciendo pueda prosperar.
Más allá
de la sociedad económica. Los movimientos autonomistas, visibles ampliamente en América Latina,
no sólo están desafiando a la globalización neoliberal, sino también están
actuando explícitamente en contra del capitalismo sin volverse socialistas.
Algunos no sólo están intentando acabar su dependencia del mercado o el Estado,
sino están también rompiendo con el “supuesto de la escasez” que define a la
sociedad económica: la premisa lógica de que los deseos humanos son enormes,
por no decir infinitos, mientras que sus medios son limitados. Ese axioma crea
un problema económico por excelencia: la asignación de recursos a través del
mercado o el plan. Por el contrario, estos movimientos adoptan el “principio de
la suficiencia”, evitando así la separación entre medios y fines tanto en términos
económicos como políticos. Sus luchas adoptan la figura del resultado que
pretenden lograr.
Más allá
de la modernidad occidental. Hay cada vez más personas que hacen esfuerzos por desvincularse de las
verdades y valores que definen a la modernidad occidental en la que llegaron a
creer. La mayoría de ellos aún no puede encontrar un nuevo sistema de
referencia. Enfrentados con esa pérdida de valores y orientación, algunos
pueden volverse fundamentalistas. Sin embargo, otros pueden llegar reconocer la
relatividad de sus antiguas verdades, sumergirse en diferentes formas de
radicalismo, y practicar nuevas formas de conocer y experimentar el mundo,
participando en la insurrección de los saberes sometidos. Con la inspiración de
Raimon Pannikar, ellos reemplazan a los nombres que crean dependencia –la
educación, salud, alimentación, morada, etc.– con verbos que les devuelven su
agencia personal, su autonomía: aprender, curar, comer, morar. Reconocen al
individuo como una construcción moderna de la que ellos se desvinculan, a favor
de una concepción de personas como nudos en redes de relaciones, que
constituyen a los muchos nosotros de verdad que definen una nueva sociedad.
Más allá
del patriarcado.
Varias escuelas feministas participan en movimientos autonomistas que van más
allá de las visiones convencionales en sociedades postpatriarcales. Un claro ejemplo es la
sociedad zapatista, donde la política y la ética, y no la economía, están en el
centro de la vida social, y el cuidado de la vida, las mujeres y la Madre
Tierra tienen la más alta prioridad. En estas sociedades, las prácticas
autónomas caracterizan todas las facetas de la vida cotidiana, normadas a
través de procesos democráticos que organizan comunitariamente el arte de la
esperanza y la dignidad.
* Traducción (no autorizada) de Hernando Calla del original Autonomy en
“Pluriverse. A Post-Development Dictionary” (Varios editores, Tulika Books,
2019)
Referencias
adicionales
Albertani,
Claudio, Guiomar Rovira y Massimo Modonesi (Coord.) (2009), La autonomía
posible: Reinvención de la política y emancipación. México: Universidad
Autónoma de la Ciudad de México.
Dinerstein, Ana Cecilia (2015), The Politics of Autonomy
in Latin America: The Art of Organizing Hope. Hampshire, England: Palgrave
MacMillan.
Enlace
Zapatista, http://enlacezapatista.ezln.org.mx.
Linebaugh,
Peter (2006), The Magna Carta Manifesto. Berkeley: University of
California Press.
Lummis, Douglas (1996), Radical Democracy. Ithaca:
Cornell University Press.
Pannikar,
Raimon (1999), El espíritu de la política. Barcelona: Península.
Gustavo Esteva (1936 - 2022) es un activista e intelectual desprofesionalizado. Columnista en La Jornada y ocasionalmente en The Guardian, participa en organizaciones de base locales, nacionales e internacionales, y es autor de numerosos libros y ensayos.
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