La caída de Assad ofrece la posibilidad del cambio. (The Atlantic, 8 Dic. 2024)
por Anne Applebaum* (Traducción no autorizada de Hernando Calla)
En una ocasión Hemingway escribió de la bancarrota de cierta manera que podría aplicarse al colapso de los regímenes autocráticos; suele ocurrir de manera gradual, y luego repentinamente –de manera lenta, y luego de golpe–. No se trata sólo de una metáfora literaria. Los seguidores del tirano se mantienen leales a él sólo en la medida en que puede ofrecerles protección de la rabia de sus compatriotas. En Siria, las dudas respecto al presidente Bashar al-Assad ciertamente crecieron de manera lenta, después de que sus padrinos rusos empezaran a trasferir efectivos y pertrechos a Ucrania, desde 2022. Por otra parte, el ataque más reciente de Israel a la cúpula de Hezbolá ha obstaculizado que Irán, otro aliado de Assad, pueda asimismo seguirle ayudando.
Entonces,
después que un conjunto de rebeldes armados y altamente motivados tomara la
ciudad de Alepo el 29 de noviembre, muchos de los defensores del régimen repentinamente
dejaron de combatir y Assad desapareció. Las escenas que se vieron a
continuación en Damasco –el derribamiento de estatuas, la gente sacándose
selfies en el palacio del dictador– son las mismas que se mostrarán en Caracas,
Teherán o Moscú el día en que los componentes armados de esos regímenes pierdan
su fe en los comandantes en jefe, y también la ciudadanía les pierda el temor a
esas fuerzas armadas.
Las
similitudes entre estos lugares son verdaderas, puesto que los países de Rusia,
Irán, Venezuela, Corea del Norte y, hasta ahora, Siria, pertenecen todos a una
red informal de autocracias. En la década pasada, las tropas y los mercenarios
rusos han estado combatiendo en Ucrania, el Medio Oriente y África. Los
operativos políticos y de [des]información rusos buscan de manera activa
socavar, dominar o derrocar a los gobiernos democráticos en Moldavia, Georgia
y, últimamente, Rumanía. Empezando en 2015, las tropas rusas en sociedad con
Irán y el agente de Irán [en el Líbano] Hezbolá, apuntalaron a Assad. En
Ucrania, la guerra de Rusia se posibilita con drones de Irán, efectivos y
municiones de Corea del Norte, y la ayuda encubierta de China. Rusia, Irán,
Cuba y China colaboran para mantener en el poder a un régimen venezolano que,
de igual manera, ha defraudado de manera catastrófica a su población.
Se trata de
conflictos militares en muchos casos, pero el presidente ruso Vladimir Putin
también cree que él está librando una guerra de ideas, y ha logrado que otros le
sigan. En Siria y la parte ocupada de Ucrania, de manera deliberada Rusia ha respaldado
o creado regímenes que no se han limitado a reprimir a sus opositores, sino que
se han explayado en demostrar un abierto desprecio por los derechos humanos y el
estado de derecho, nociones que Putin pretende pertenecen al pasado. Cuando él
habla acerca de un nuevo orden mundial o un “mundo multipolar”, como lo hizo de
nuevo el pasado mes, lo que quiere decir es lo siguiente: desea construir un
mundo en el que su crueldad no tenga cortapisas, en el que él y sus dictadores socios
gocen de impunidad y en el que no existan valores universales, ni siquiera como
aspiración.
Las
consecuencias han sido terribles. La Red Siria de Derechos Humanos tiene documentadas,
desde 2011, más de 112 mil personas desaparecidas –hombres, mujeres y niños
arbitrariamente arrestados y encarcelados sin ninguna justificación formal o
legal–. El régimen ha torturado a decenas de miles de personas en cárceles inhumanas,
confinándolas en celdas oscuras, prohibiéndoles cualquier contacto con el mundo
exterior. De manera infame, Assad utilizó gas tóxico en contra de su propia
población y luego mintió sobre ello. Los bombardeos conjuntos del gobierno
sirio y ruso apuntaban deliberadamente a hospitales y practicaban ataques
aéreos “por doble partida”, bombardeando primero un blanco civil y luego poco
después volviendo a atacar el mismo sitio para matar a los rescatistas.
La guerra
rusa contra Ucrania ha sido igualmente despiadada y sin respeto a ninguna ley,
en muchos casos copiando las tácticas usadas en Siria. En la parte ocupada de
Ucrania, miles de alcaldes, dirigentes locales, profesores y figuras de la
cultura también han desaparecido en el cautiverio invisible [del régimen
invasor]. Al exalcalde de Jersón, plagiado en junio de 2022, se lo ha reportado
como detenido en una prisión ilegal en Crimea; el alcalde de Dniprorudne murió hace
poco en cautiverio. En el resto de Ucrania, Rusia apunta de manera deliberada contra
hospitales y otras infraestructuras civiles, exactamente como lo hicieron en
Siria los aviones del gobierno sirio y ruso. Los ataques por doble partida son también
comunes en Ucrania.
Este tipo
de crueldad fría, deliberada, bien planificada también tiene su lógica: la inhumanidad
tiene el propósito de inducir a la desesperanza. Las campañas con mentiras
ridículas y propaganda cínica están dirigidas a crear apatía y actitudes
nihilistas. Las detenciones arbitrarias han motivado a que millones de sirios,
ucranianos y venezolanos se vayan al exterior, provocando grandes oleadas desestabilizadoras
de refugiados y dejando a los que se quedaron sin ninguna esperanza. De nuevo,
la falta de esperanza forma parte del plan. Estos regímenes quieren privarle a
la gente de cualquier capacidad para vislumbrar un futuro diferente, convencer
a la gente de que sus dictaduras son eternas. El emblema de la dinastía de
Assad era “Nuestro líder por siempre”.
Pero todos
esos regímenes “eternos” tienen un defecto funesto: los militares y policías
son también parte de la sociedad civil. Ellos tienen parientes que sufren,
primos y amigos que experimentan la represión política y los efectos del
colapso económico. Ellos también alimentan dudas, y pueden sentir asimismo
inseguridad. En Siria, acabamos de ver el resultado final.
No sé si
los acontecimientos de hoy traerán la paz y la estabilidad a Siria, y mucho
menos libertad y democracia. Un grupo que se hace llamar el Gobierno Nacional
Transitorio supuestamente ha emitido una declaración llamando a los sirios a “unirse
y mantenerse unidos”, para “reconstruir el estado y sus instituciones” y
empezar una “amplia reconciliación nacional” que incluya el retorno de todos
los refugiados. Los comandantes de los grupos rebeldes armados incluyen a extremistas
islámicos; en una entrevista con CNN, Abu Mohammad al-Jolani, el líder del
grupo más numeroso, Hayat Tahrir al-Sham, describió su anterior afiliación a
al-Qaeda como una suerte de error de juventud. Esto podría ser lenguaje
táctico, o mera propaganda o algo irrelevante. Mientras escribo estas líneas, en
Damasco los sirios están saqueando el palacio presidencial.
De
cualquier manera, el fin del régimen de Assad crea algo nuevo, y no solamente
en Siria. No hay nada peor que la pérdida de toda esperanza, nada más desmoralizador
que el pesimismo, la desolación y la desesperanza. La caída de un régimen
apoyado por los rusos e iraníes ofrece, repentinamente, la posibilidad del
cambio. El futuro podría ser diferente, y esa posibilidad será motivo de
esperanza por todo el mundo.
*Anne
Applebaum es columnista de planta de The Atlantic (Hernando Calla es traductor
independiente)
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