por Erich Fromm*
No hay
necesidad de una introducción a los siguientes artículos o al autor de los
mismos. Sin embargo, si el doctor Illich me ha honrado al invitarme a
escribirla y si yo acepté gustoso, la razón en nuestras mentes para ambos dos parece ser
que esta introducción ofrece una oportunidad que permite clarificar la
naturaleza de una actitud y una fe comunes, a pesar del hecho de que algunos de
nuestros puntos de vista difieren considerablemente. Incluso algunos puntos de
vista del propio autor de los artículos no son hoy los mismos que él mantenía cuando
los escribió, en diferentes ocasiones y en el curso de los años. Pero él se ha
mantenido coherente en lo esencial de su actitud y es esa esencia la que ambos
compartimos.
No es fácil
encontrar una palabra justa que describa esa esencia. ¿Cómo se puede concretar
en un concepto una actitud fundamental hacia la vida sin con ello
distorsionarla y torcerla? Pero, dado que necesitamos comunicarnos con
palabras, el término más adecuado –o, mejor dicho, el menos inadecuado– parece
ser “radicalismo humanista”.
¿Qué se
quiere decir con radicalismo? ¿Qué es lo que implica radicalismo humanista?
Por
radicalismo, no me refiero principalmente a un cierto conjunto de ideas sino
más bien a una actitud, a una “manera de ver”, por así decir. Para comenzar,
esta manera de ver puede caracterizarse con el lema: de ómnibus dubitandum;
todo debe ser objeto de duda, particularmente los conceptos ideológicos que son
virtualmente compartidos por todos y que como consecuencia han asumido el papel
de axiomas indudables del sentido común.
En ese
sentido, “dudar” no implica un estado psicológico de incapacidad para llegar a decisiones
o convicciones, como es el caso de la duda obsesiva, sino la disposición y
capacidad para cuestionar críticamente todos los supuestos e instituciones que
se han convertido en ídolos, en nombre del sentido común, la lógica y lo que se
supone que es “natural”. Ese cuestionamiento radical sólo es posible si uno no
da por sentados los conceptos de su propia sociedad o de todo un período histórico
–como la cultura occidental desde el Renacimiento– y, más aún, si uno aumenta
el alcance de su percepción y se interna en los aspectos de su pensar. Dudar
radicalmente es un acto de develamiento y descubrimiento; es comenzar a darnos
cuenta de que el emperador está desnudo y de que su espléndido atuendo no es
más que el producto de nuestra fantasía.
Dudar
radicalmente quiere decir cuestionar; no quiere decir negar necesariamente. Es
fácil negar simplemente al aseverar lo opuesto de lo que existe; la duda
radical es dialéctica en cuando abarca el proceso de despliegue de los opuestos
y se dirige hacia una nueva síntesis que niega y afirma.
La duda
radical es un proceso; un proceso que nos libera del pensamiento idolátrico; un
ensanchamiento de la percepción, de la visión creativa e imaginativa de
nuestras posibilidades y opciones. La actitud radical no existe en el vacío. No
empieza de la nada, sino que comienza en las raíces, y la raíz, como dijo una
vez Marx, es el hombre. Pero afirmar “la raíz es el hombre” no pretende decirlo
en un sentido positivista, descriptivo. Cuando hablamos del hombre no hablamos
de él como una cosa sino como un proceso; hablamos de su potencial para desarrollar
todos sus poderes; los poderes de dar mayor intensidad a su ser, mayor armonía,
más amor, mayor percepción. También hablamos del hombre con un potencial para
corromperse, con su poder de acción transformándose en ambición de poder sobre
los demás, con su amor por la vida degenerando en pasión destructora de la vida.
El radicalismo
humanista es un cuestionamiento radical guiado por el entendimiento de la
dinámica de la naturaleza del hombre y por una preocupación por el crecimiento
y pleno desarrollo del hombre. En contraste con el positivismo contemporáneo,
el radicalismo humanista no es “objetivo”, si por “objetividad” se entiende
teorizar sin perseguir apasionadamente una meta que impulse y nutra el proceso
de pensamiento. Pero el radicalismo humanista es extremadamente objetivo si por
ello se entiende que cada paso en el proceso del pensamiento está basado en
evidencias críticamente analizadas y si además asume una actitud crítica hacia
los supuestos del sentido común. Todo esto significa que el radicalismo cuestiona
cualquier idea y cualquier institución desde el punto de vista de saber si
ayudan u obstaculizan la capacidad del hombre para vivir con mayor plenitud y
gozo.
Este no es
lugar para analizar ampliamente algunos ejemplos del tipo de supuestos de
sentido común que son cuestionados por el radicalismo humanista. Tampoco es
necesario hacerlo, porque los artículos del doctor Illich tratan precisamente
de ejemplos tales como la utilidad de la escuela obligatoria o la función
actual del clero. Se podrían agregar muchos ejemplos más, algunos de los cuales
están implícitos en los artículos del autor. Quiero mencionar sólo unos
cuántos: el concepto moderno del “progreso”, que implica el principio del
permanente aumento de la producción, del consumo, del ahorro de tiempo, de la
maximización de la eficiencia y las utilidades, del cálculo de todas las actividades
económicas sin tomar en cuenta sus efectos sobre la calidad de vida y el
desarrollo del hombre; el dogma de que el aumento del consumo conduce a la
felicidad del hombre, de que el manejo de las empresas a gran escala debe ser necesariamente
burocrático y alienado; el que el objeto de la vida es tener (y usar), en lugar
de ser; el que la razón reside en el intelecto y está divorciada de la vida
afectiva; el que lo más nuevo es siempre mejor que lo viejo; el que el
radicalismo es la negación de la tradición; el que lo contrario de “ley y orden”
es la falta de estructuras. En pocas palabras, el que las ideas y categorías
que han surgido durante el desarrollo de la ciencia moderna y la
industrialización son superiores a todas aquellas de culturas anteriores, e
indispensables para el progreso de la raza humana.
El
radicalismo humanista cuestiona todas estas premisas y no le teme a llegar a
conclusiones e ideas que puedan sonar absurdas. Veo el gran valor de los escritos
del doctor Illich precisamente en el hecho de que representan el radicalismo
humanista en su aspecto más pleno e imaginativo. El autor es un hombre de
particular coraje, gran vitalidad, extraordinaria erudición y brillantez, y
fértil imaginación, y todo su pensamiento está basado en su preocupación por el
desarrollo físico, espiritual e intelectual del hombre. La importancia de su
pensamiento, tanto en éste como en sus otros escritos, reside en el hecho de
que tienen un efecto liberador sobre la mente; porque muestran posibilidades
totalmente nuevas; hacen que el lector pueda vivir más plenamente porque abren
la puerta que conduce fuera de la cárcel de las ideas preconcebidas, rutinarias,
estériles. A través del impacto creador que transmiten –salvo para aquellos que
reaccionan con ira a tanto sinsentido– estos escritos pueden ayudar a estimular
el empeño y la esperanza para un nuevo comienzo.
* Extraído de Ivan Illich, "Celebration of Awareness" [Celebración de la conciencia] (1970). En: Iván Illich OBRAS REUNIDAS - Volumen I, México: Fondo de Cultura Económica 2006 (p. 47)
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