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domingo, 14 de noviembre de 2021

Hacia una ecología política del agua

Jean Robert*

Después de escribir el Capital, Marx se puso a meditar sobre las consecuencias “periféricas” y los límites de su teoría. Sus últimos escritos se pueden consultar en la biblioteca de la universidad de Amsterdam. Algunos de los que los estudiaron [1] van hasta decir que estas meditaciones tardías de Marx sacudieron sus convicciones y lo llevaron a proclamar que no era marxista. Murió. De ahora en adelante, el “marxista” será Engels. Una de las dudas de Marx se expresó más o menos en estos términos: Mi teoría de la economía política abarca toda la historia y también todo el “metabolismo del hombre con la naturaleza”. Sin embargo, hay dos cosas que escapan a ella: el aire puro y el agua limpia

Dice Teodor Shanin que es cuando una teoría entra en contradicción con sigo misma que se vuelve interesante. Tratemos de situar la contradicción:

1. Para Marx, la cultura material, las relaciones económico-políticas, en breve, las conexiones entre la sociedad y la forma histórica de las fuerzas productivas que él llamaba el modo de producción se encuentran en metabolismo con la naturaleza. Esto lo distingue de los economistas neoliberales que, hoy, niegan la naturaleza. Pero dice también que el metabolismo con la naturaleza esta sometido a las leyes de la economía política, y esto acerca Marx a la tradición liberal.

2. Sin embargo, hay cosas que no obedecen a las leyes de la economía política: entre ellas: las más fundamentales para el metabolismo con la naturaleza: el aire y el agua.

Sólo podemos especular sobre lo que hubiera dicho Marx si no hubiera muerto en 1883 a la edad de 65 años. Quizás hubiera cambiado su opinión sobre la “periférica” Rusia, país en que, de acuerdo a la leyes de la historia, nunca podrá suceder la revolución. O quizás le hubiera ocurrido lo que ocurre a los científicos cuando se acumulan las excepciones a sus leyes. Según Thomas Kuhn[2], inventan un nuevo paradigma. La teoría de la economía política de la que el viejo Marx empezó a dudar había sometido tanto la historia como la naturaleza a la ley de fierro de la escasez, axioma fundamental de la tradición liberal. Pero, dos cosas escapaban a esta ley: el aire puro y el agua limpia.

¿Era Marx muy a su pesar – y antes de sus dudas tardías – un pensador de la tradición liberal, como lo ha pretendido Paul Dumouchel?

Los economistas y pensadores de la tradición liberal, como Locke, Hume y Malthus explican generalmente la violencia, el vicio y la miseria por una causa única: la escasez. Esta idea es [aun] muy frecuente en el pensamiento económico y la reflexión social modernos. La encontramos también en Marx. La expresión es distinta, pero el pensamiento es el mismo. En la Ideología Alemana, Marx y Engels afirman que el desarrollo de las fuerzas productivas es una condición sine qua non del fin de la lucha de clases y del advenimiento del comunismo mundial, sino la penuria se vuelve general y, con la necesidad, volvería a empezar la lucha por lo necesario y se recaería fatalmente en el mismo viejo fango.[3]

De acuerdo con Dumouchel, un pensamiento único sostiene el liberalismo y la visión del Marx temprano y maduro sobre el desarrollo de las fuerzas productivas: la necesidad suspende la moral. Los hombres no escogen el mal contra el bien. No escogen: la Necesidad los tiene en sus redes. La parsimonia de la naturaleza los condena a la guerra, la escasez obliga los deseos a convergir hacia los mismo objetivos. Es lo que postulan hoy los que pregonan futuras “guerras del agua”. Dos postulados subyacen a esta visión:

La naturaleza es una madrastra avara. Por tanto, la ley de escasez rige a la naturaleza como rige a la sociedad. Es la primera de las leyes naturales. La historia no sólo es una lucha contra la escasez, como lo ilustraría el derrotero de los “modos de producción”, sino que es una lucha en la que una clase particular tiene la capacidad de redimir a todas las clases con el simple hecho de luchar por sus propios intereses. Esta clase es la clase universal, cuyos intereses coinciden por axioma con las necesidades genéricas de la humanidad.

El desastre mundial del agua y la magnitud inaudita de catástrofes profesionalmente anunciadas hacen dudar de estos dos postulados. Sin embargo, siguen siendo enarbolados por los Estados, por las organizaciones no-gubernamentales, por los ciudadanos y, entre ellos, y de manera particularmente virulenta, por los universitarios. Parece ser que los partidarios del Capital y los que otrora se persignaban con el Trabajo y los nombres de sus héroes se han puesto de acuerdo sobre la universalidad de la “ley de escasez”. En tanto al plato de “la clase universal”, es, hoy, servido con salsa académica condimentada con doctorados. Si para Hegel, esta clase era la burocracia prusiana y para Marx el proletariado internacional, en nuestra Edad de los Sistemas, la clase universal es la clase universitaria. Al dudar de que el aire y el agua estuvieran sometidos a la misma ley económica que las mercancías, el viejo Marx puso a tambalear su propio edificio teórico y, por anticipación, él de la clase universitaria. 

Los papeles de Ámsterdam testimonian de que se dio cuenta de la magnitud de esa ruptura epistémica. No deja de asombrarme el que una ruptura con la historia y con la condición humana tan brutal como la que, hoy, vuelve escaso lo que en todos las épocas ha sido, con pocas excepciones, fundamentalmente gratuito no logre llamar la atención de los historiadores. Esta ceguera selectiva es indisociable del predicamento del agua. Lo que se debe poner a debate son los axiomas de lo que Gabriel Zaid ha llamado “la Alianza Tripartita contra el Público” entre el Gobierno, el nuevo Poder Empresarial del Agua y sus Expertos Asalariados, generalmente universitarios. En El Progreso Improductivo [4], Zaid denuncia su falacia común: la creencia que hay que sacrificarlo todo a la creación de empleos. Pero tenemos que denunciar un error aún más grave que el espejismo empleocentrista: la creencia de que es necesario captar cada vez más agua, entubarla y distribuirla. Zaid demuestra que, más allá de limites rebasados desde mucho tiempo, la creación de empleos fomenta la escasez de iniciativas y habilidades locales y permite el ascenso de los universitarios trepadores al poder. Idénticamente, más allá de límites ampliamente rebasados, el bombeo del agua y su entubamiento fomentan su escasez y con ello el Empleo de los Expertos en Agua.

Como lo ha también demostrado Zaid, los expertos universitarios se vuelven los promotores de diversas Juntas Coordinadoras de Elefantes Blancos. Sólo en México, se pueden mencionar decenas de tales Elefantes: los que bombean agua a más de mil metros de altura, los que trasvasan agua de una cuenca a la otra, los que sacan de los acuíferos más agua de la que da anualmente la lluvia, los que separan mentalmente el agua de su matriz de suelo, de piedra y de aire, los que quieren incrementar la dotación de agua potable de los ciudadanos que la tiran por el caño o la usan para limpiar coches.

Por disciplina, en mis pocas intervenciones en reuniones sobre el agua, evito usar la jerga cientista que usan los trepadores descritos por Zaid: los que necesitan las necesidades de los demás y por ello las fomentan y fingen además creer que sus intereses particulares son compatibles con estas necesidades. 

Aproximadamente la mitad de la literatura sobre la “escasez de agua” que revisé está dedicada a sus aspectos económicos. La “water economics” es la rama más reciente de la “ciencia de los días malos” (dismal science), como no sin razón se define la economía. El tenor de esta “economía del agua entubada” puede ser resumido en pocas líneas: Primero, a más de un siglo de la muerte de Marx, pretende desmentir sus dudas tardías. “Si señor Marx, el agua limpia está sometida a las leyes de fierro de la economía (nosotros nos encargamos de ello)”, parecen decir los nuevos capitalistas del agua. Segundo, sus evaluaciones “costos y beneficios” reparten los “costos” entre dos categorías: los costos de adaptación a la nueva situación (en la que el agua obedece las leyes de la economía) y los costos sin remedio. Para el individuo, adaptarse a esta nueva situación significa pagar lo que antaño era gratuito. De los que no pueden pagar no se habla: sería de mal gusto. La nueva situación se define por lo que el viejo Marx no podía imaginar: la ausencia generalizada de agua pura gratuita. Ya no hay manantiales comunales, ni fuentes ni lavaderos públicos, ni riachuelos de agua limpia y el agua de los grifos domésticos “da cáncer” o tiene más bacterias que la “De los Ángeles”. Un síntoma de esta nueva forma de escasez es la omnipresencia de la botella comprada a precio de Coca Cola o de gasolina. Para los Estados, la adaptación es más complicada. En la medida en que las bombas mandan más y más agua por tubos cada vez más largos, y que, para legitimar sus privilegios, los expertos fomentan más necesidades, la escasez cambia de registro. En su forma moderada o, como decía Hume, “relativa”, se encargó de que el agua libre se transformara en bien económico.[5] En la forma aguda o “absoluta” que los expertos en agua ven perfilarse en el horizonte y en realidad contribuyen a crear, los mismos conceptos de la economía deben transformarse. De ahora en adelante, en los presupuestos, la protección contra el “riesgo” de tener menos agua en los tubos ocupará una posición mayor que la “satisfacción de las necesidades”. En otras palabras, los contribuyentes deben aprender que, amén de pagar para consumir agua entubada y embotellada, tendrán ahora que invertir en medidas de protección para poder seguir consumiendo. Las conferencias públicas en las que se invoca el espectro de la Futura Gran Escasez del Agua tienen como fin preparar el público derecho-habiente a los nuevos costos de defensa de sus derroches. Resumo aquí como, so pretexto de exorcizarla, el sociólogo-economista alemán Ulrich Beck profetiza esta mutación:

1. En la nueva economía, los riesgos ocuparían la posición de las riquezas y valores en la economía clásica. Pero los riesgos son algo fundamentalmente distinto de las riquezas. Son generalmente invisibles. Su existencia se funda en interpretaciones causales que constituyen una nueva forma de saber. Este saber se puede dramatizar o ridiculizar: se presta a todas las manipulaciones sociales, de lo cual resulta que los medios ocuparían una posición clave en la definición de las políticas.

2. En la medida en que los riesgos se expanden, se vuelven objeto de mercadotecnia. Aparece un “mercado de protección contra los riesgos” que anuncian ya los programas “antivirus” y las botellas de agua purificada, por ejemplo.

3. Sin embargo, la “mercadotecnia de los riesgos” no rompe con la lógica del desarrollo capitalista, sino que la eleva a un nuevo nivel. Los riesgos de la modernización son “big business”; los economistas pueden redefinir las protecciones contra los riesgos como nuevas “necesidades elementales”. Son el tonel de las Danáides de las necesidades infinitas, indefinidamente auto reproducibles. La “sociedad del riesgo” reproduce así el nivel de riesgo que es su condición de existencia.

4. Las riquezas pueden ser poseídas, uno es afectado por los riesgos. Pero, en resistencia contra la economía del riesgo, pueden surgir, más allá de las divisiones de clase, coaliciones de personas igualmente afectadas por ellos. Nuevos estilos de hacer política pueden emerger de estas coaliciones. 

5. Los riesgos reconocidos socialmente pueden volverse verdaderos detonadores políticos y la lucha por su definición se vuelve primordial, puesto que afectará las políticas de mercado, de inversión, de control burocrático.

6.Pero cuidado: la sociedad del riesgo es también una “sociedad de catástrofes” en la cual el estado de excepción amenaza transformarse en estado normal [6]. En otro libro, Beck define justamente esta mutación como “la locura vuelta normalidad”.[7] ¿Cómo distanciarse de esta locura? Veo tres líneas interdependientes de acción:

I. Deslindar el agua, bien común por esencia, de la escasez y de la economía que la fomenta.

II. Reubicar el agua en la naturaleza.

III. Reubicar el agua en la historia, es decir: fomentar el estudio de la historia cultural del agua.

I. Liberar el agua de las falacias de la escasez

Es falso que la escasez (re)sentida sea inversamente proporcional a las cantidades reales de bienes. Desde Veblen, todos los analistas sensibles han reconocido el carácter construido de las necesidades y la constitución social de la escasez. En realidad, por razones que ha magistralmente sintetizado Dumouchel [8], la experiencia de la escasez suele crecer con el aumento de las cantidades reales. Ejemplo: el agua disponible en una casa nunca ha sido tan abundante y jamás ha sido percibida como tan escasa. Contraejemplo: las culturas del desierto son las que han tenido más éxito en mantener el agua fuera de los círculos viciosos de la escasez: un fellah con la cantimplora llena no puede chantajear a un jeque sediento. Todos los pueblos pre-modernos han, mal que bien, erigido barreras culturales a la aparición de la escasez, cuya intensidad es a su vez un signo de descomposición cultural[9]. El aumentar sin límites la base de captación de agua intensificará inevitablemente la experiencia le la escasez. Por lo tanto: una buena política del agua pone límites al bombeo y al entubamiento del agua.

II. Devolver el agua a su matriz local de suelo, piedra y aire

Para entender filosóficamente la naturaleza del agua, tenemos que tomar en cuenta sus dos características aparentemente contradictorias: es fluida y ubicua,[10] pero también es limitada y local. Es limitada en una forma que, por su fluidez, niega toda frontera. El agua y la sal (que muchas lenguas asocian semánticamente, cf la palabra griega thalassa) son los primeros y últimos dones de la hospitalidad. Los límites del agua se parecen a los de la hospitalidad: se burlan de las fronteras, pero reconocen horizontes. Cada cuenca, es decir cada matriz agua-suelo-aire esta guardada por sus parte-aguas. Esos son los horizontes hídricos que tradicionalmente han protegido el agua de ser un fluido i.i.i.: insípido, inodoro e incoloro.

La ecología política del agua debe partir de los horizontes hídricos concretos que delimitan la matriz de tierra, de roca, de arena y el clima [11] de la que hace parte el agua. Debe respetar el estilo hídrico propio de esta matriz. Se evitará desincrustar el agua de su matriz local, es decir de su nicho natural, de su sabor y de sus poderes mito poéticos locales. Los grandes trasvases de cuenca a cuenca y las grandes presas se considerarán por lo que son: despojos y modos de fomentar la escasez de lo que fue gratuito [12].

III. Estudiar la historia cultural del agua

Según Ivan Illich, las aguas arquetípicas, las que no han perdido ni su sabor ni sus poderes mito poéticos difieren tanto de H2O como el murmullo de un manantial de los borborigmos de las aguas negras en la cañería. Para los poetas, el murmullo de las fuentes es la voz de Mnèmosynè, la memoria de las voces dormidas:

Siguiendo río arriba las aguas del sueño, el historiador aprenderá a distinguir el vasto registro de sus voces. Conforme su oído se entone con la música de las aguas profundas, oirá un sonido discordante que es ajeno a las aguas y reverbera por las cañerías de las ciudades modernas. Reconocerá que el H2O que gorgotea por las tuberías de Dallas no es agua sino una materia que la sociedad industrial crea. Se dará cuenta de que el siglo XX ha realizado una metamorfosis grotesca del agua en un fluido con el cual las aguas arquetípicas no se pueden mezclar.[13]

Podemos ahora resolver el enigma de los límites de la economía política de Marx. Las aguas rebeldes a la ley de fierro de la economía son las aguas arquetípicas de las que habla Illich. Pueden extinguirse, su voz se puede cubrir con cemento, se pueden separar de su matriz única y de su clima, pero no se pueden transformar en bienes económicos. Su modo de existencia es el commons, el ámbito de comunidad.[14] El bien económico bombeado, separado de su matriz natural, desodorizado, desinfectado, entubado y embotellado no es agua sino H2O, una mercancía como la gasolina o el detergente. Finalmente, el viejo Marx tuvo razón contra sus revisionistas capitalistas.

*Presentado como "Jean Robert, El filósofo del agua" (19/09/2010)  y publicado por Foro Oaxaqueño del Agua (Original en: https://forooaxaquenodelagua.wordpress.com/2010/09/19/jean-robert-el-filosofo-del-agua/)



Notas bibliográficas

[1] Shanin, Teodor, compilador, Late Marx and the Russian Road: Marx and the “Peripheries of Capitalism”, Monthly Review, 1984.

[2] La estructura de las revoluciones científicas, original: The Structure of Scientific Revolutions, Chicago: The University of Chicago Press, 1962. 

[3] Dumouchel, Paul, “L’Ambivalence de la Rareté”, Paul Dumouchel et Jean-Pierre Dupuy, L’Enfer des choses. René Girard et la logique de l’économie, Paris: Seuil, 1979, p. 137.

[4] México: Siglo XXI, 1979 y Libros de Contenido, 1991.

[5] Hume, David, An Inquiry Concerning the Principles of Morals, Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1957. Hume imagina cuatro situaciones: 1. La abundancia material sin límites (escasez cero). 2. Sin que haya abundancia, una bondad sin límites, de tal suerte que los hombres son una sola familia que lo pone todo en común (escasez mediada por la cultura). 3. Una precariedad tal que, según Hume, la Necesidad sea más fuerte que todo sentido de justicia (escasez material total). 4. Una maldad humana tal que, sin que los hombres estén sometidos a la penuria, la sola ley sea la de la conservación de sí mismo (creación social de la escasez en condiciones de abundancia relativa). Concluye: “La situación habitual de la sociedad es un término medio entre estos extremos”, en la que prevalece la escasez “moderada” o “relativa” que, sin llevar a la penuria, incita los hombres a trabajar. Es esta escasez que, de acuerdo a la ceguera selectiva de los economistas, es el fundamento de toda vida en sociedad de Jericó (hace 11.000 años) a México.

[6] Ulrich Beck, Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne (La sociedad del riesgo: hacia otra forma de modernidad), Frankfurt a.M.: Suhrkamp, 1986, resumen del primer capítulo. A partir del éxito de este libro, Beck y su esposa-colaboradora Elisabeth Gernsheim, desde su ciudad de Bamberg fundaron una verdadera “cottage industry” de ensayos en alemán y en inglés sobre las consecuencias de esta transformación, ver por ejemplo: Ulrich Beck, comp., Politik in der Risikogesellschaft, Frankfurt a.M.: Suhrkamp, 1991. Ulrich Beck, Ecological Politics in an Age of Risk, Cambridge UK: Polity Press, 1995. Cabe preguntarse si el canto de Casandra inicial no se esta transformado en exploración – y explotación – de un modelo económico causante y consecuencia de catástrofes hídricas y climáticas. 

[7] Ecological Politics in an Age of Risk, op. cit. p. 7.

[8] Op. cit.. 

[9] Firth, Raymond, Social Change in Tikopia, New York: Macmillan, 1959. 

[10] Böhme, Hartmut, “Umriß einer Kulturgeschichte des Wassers. Eine “Einleitung” (Contornos de una historia cutural del agua. Una introducción), en Hartmut Böhme, Kulturgeschichte des Wassers, Frankfurt a/M: Suhrkamp, 1988, pp. 7-42.

[11] Watsuji, Tetsuro, Climate and Culture. A Philosophical Study, título original: Fudo, trad. Geoffrey Bownas, Tokyo: Printing Bureau, Japanese Government, 1961 o Londres: Greenwood Press. El concepto de clima se compara aquí a los de fu-do (aire-suelo), de sui-do (agua-suelo) , de fu-sui (aire-agua) y de matriz agua-suelo-aire.

[12] Cummings, Barbara, Dam the Rivers, Damn the People. Development and Resistance in Amazonian Brazil, Londres: Earthscan Publications, 1990. Impresionante documento sobre la lucha de los pueblos amazónicos contra los constructores de grandes presas.

[13] Illich, Ivan, El H2O y las aguas del olvido. Reflexiones sobre la historicidad de la “materia”, aquello de lo que las cosas están hechas, México: Joaquín Mortiz, 1993. Original: H2O and the Waters of Forgetfullness, Dallas: The Dallas Institute for Humanities and Culture o Berkeley: Heyday Books, 1985.

[14] Robert, Jean, Water is a Commons, México: Coalición Internacional del Habitat (HIC), 1994

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