por Franciso Varela
PRIMERA PARTE
Agradezco las circunstancias que permiten la reedición de este libro y la oportunidad de escribir este prefacio a 20 años de su primera edición. Es raro en la vida de un científico tener la ocasión, no solo de producir ideas que se presienten como de envergadura, sino además de ver sus dificultades balbucientes y constatar cómo echan raíces en el pensamiento científico. Esto ha ocurrido con la noción de autopoiesis y sus vicisitudes que este libro introducía por primera vez en 1973, y de las que he sido testigo de primera mano en el devenir científico internacional.
¿Qué hace que una idea como la autopoiesis, estrictamente una teoría de la organización celular, adquiera visibilidad y prominencia más allá de la biología profesional y sea capaz de afectar campos de saber lejanos? Mi respuesta es que en, último término, sólo podemos comprender ese fenómeno porque la idea contiene un trasfondo de sensibilidades históricas de importancia con las cuales se alinea y resuena. Ese trasfondo de tendencias no aparece delineado sino en retrospectiva, porque las ideas, como la historia, son una posibilidad que se cultiva, no un determinismo mecánico. A esta distancia, la autopoiesis ocupa en mi opinión un lugar privilegiado por haber anunciado de manera clara y explícita una tendencia que hoy es ya una configuración de fuerzas en muchos dominios del quehacer cultural.
La tendencia a la que hago referencia, dicho rápidamente, es la desaparición del espacio intelectual y social que hace del conocer una representación mentalista y del hombre un agente racional. Es la desaparición de lo que Heidegger llama la época de la imagen del mundo y que puede también designarse como cartesianismo. Si la autopoiesis ha tenido influencia es porque supo alinearse con otro proyecto cuyo centro de interés es la capacidad interpretativa del ser vivo que concibe al hombre no como un agente que "descubre" el mundo, sino que lo constituye. Es lo que podemos llamar el giro ontológico de la modernidad, que hacia el fin siglo XX se perfila como un nuevo espacio de vida social y de pensamiento que ciertamente está cambiando progresivamente el rostro de la ciencia.
A lo largo es estas páginas intentaré un mayor desarrollo de lo que acabo de expresar. Son ideas que debemos tener como faros frente a nosotros, para hacer posible una lectura de los orígenes, la gestación y maduración de la idea de autopoiesis. Dicho de otra manera, la autopoiesis ocupa un lugar en una trama bastante más amplia que la de la biología, en la que aparece hoy en una posición privilegiada. Esa sintonía con una tendencia histórica, intuida más que sabida, constituye el fundamento central de este libro y es su trayectoria la que me propongo trazar.
Dejar una firma en un texto, más que una posesión personal, es un hito en un camino. Las ideas aparecen como movimientos de redes históricas en que los individuos son formados, más que ellos a las ideas. Así, Darwin tenía ya a Wallace que lo esperaba, y a la Inglaterra victoriana como sustrato; Einstein solitario en su oficina de patentes suiza, dialogaba con Lorentz, y lo sostenía el mundo de la física germánica de fin de siglo; Crick conocía ya las ideas de Rose y Pauling al encontrar a Watson, y su estado de ánimo era propio del Cambridge de los años 50. Haciendo las diferencias y guardando las distancias que cabe, la historia de la autopoiesis también tiene sus antecedentes de resultados de donde surge y un sustrato peculiar que la nutre, en particular en las ideas de Maturana en los años 60. Pero más allá, fue Chile entero que jugó un rol fundamental en esta historia. Los nuevos científicos de Chile y América Latina tienen aquí material para la reflexión.
Escribir este prefacio es, insisto, un pliegue de la historia donde los hombres y las ideas viven porque somos más puntos de acumulación de las redes sociales en las que habitamos que voluntades o genios individuales. No se puede pretender aglutinar la densidad de acciones y conversaciones que nos constituyen en un relato personal necesariamente unidimensional. No pretendo que lo que digo aquí es una narrativa pretendidamente objetiva. Lo que ofrezco es, por primera vez, mi lectura, tentativa y abierta, de cómo surgió la noción de autopoiesis, y cuál ha sido su importancia y devenir. Cada una de las cosas que digo la he madurado largamente, y la creo honesta hasta donde puedo juzgar en mi conciencia como responsable de ser uno de los actores directos de esta creación, pero consciente de que no puedo considerarme poseedor de la verdad.
Para poder iluminar los temas de fondo necesito comenzar por lo que fueron las raíces de esta historia desde mi perspectiva personal. Paradójicamente, sólo a través de rescatar cómo los temas de fondo aparecieron en la especificidad de mi perspectiva es que puedo comunicar al lector la manera como esta invención encuentra un lugar en un horizonte más amplio.
LOS AÑOS DE INCUBACIÓN
Pertenezco a una generación de científicos chilenos que tuvimos el privilegio de ser jóvenes en uno de los momentos más creativos de la comunidad científica chilena en la década de los años sesenta. Como adolescente, tuve una vocación temprana por el trabajo intelectual y las ciencias biológicas me parecían sin dudas como mi norte. Al egresar de secundaria en 1963 opté por la Universidad Católica que anunciaba un innovativo programa de "Licenciatura en Ciencias Biológicas" consecutivo al tercer año de Medicina. Como alumno de medicina, conocí así a los primeros investigadores que me parecieron fascinantes, personajes como Luis Izquierdo, Juan Vial, Héctor Croxato y sobre todo Joaquín Luco, quien me contagió definitivamente con la pasión de la neurobiología. A poco andar en mi primer año, pedí a Vial que me admitiera como aprendiz en su laboratorio de Biología Celular. Me dio la llave de una pequeña puerta de su laboratorio que daba a calle Marcoleta, donde iba en horas libres a hacer cortes de nervios con tinción de mielina.
Juan Vial me dio también buenos consejos, incluyendo el de cambiarme a continuar mi formación en 1965 a la recién abierta Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Fue un paso crucial, porque salí del universo de las carreras tradicionales para entrar de lleno en el universo de la formación científica exclusiva, hasta entonces desconocida en Chile. En unas salas prestadas en el último piso de la Escuela de Ingeniería de Beaucheff encontré mi caldo de cultivo: un pequeño grupo de jóvenes entusiasmados por la investigación en ciencias puras, y profesores-investigadores que enseñaban a los futuros científicos con pasión.
Aprendiz de neurobiólogo
El último de los consejos de Vial fue que intentara trabajar con Humberto Maturana, quien acababa de cambiarse de la Escuela de Medicina de la U. de Chile a la nueva Facultad de Ciencias. Un buen día de abril de 1966 fui a verlo a su laboratorio en el subterráneo de uno de los "dientes" de la nueva escuela en calle Independencia. Me preguntó qué era lo que me interesaba y en mi entusiasmo de los veinte le dije sin vacilación: "¡El siquismo en el universo!”. Humberto sonrió y dijo: "Muchacho, has llegado al lugar adecuado...". Fue un día memorable y el comienzo de una relación que tendría consecuencias para ambos. Maturana era ya un investigador de estatura en aquella época, conocido por sus trabajos de la fisiología de la visión en varios papers clásicos que había realizado en Harvard y MIT antes de volver a Chile1.**
En Chile continuaba trabajando en fisiología y anatomía de la retina de vertebrados.
Para continuar con mi aprendizaje en el oficio, Humberto me pidió que repitiera experimentos de registro eléctrico en el tectum óptico de la rana, lo que me llevó a profundizar los problemas de visión más a fondo de lo que nunca lo había hecho con ningún tema científico. Cuando dejé el laboratorio de Independencia para partir a EE.UU. dos años después, había desarrollado la capacidad de generar mis primeras ideas de investigación. Se trataba de una hipótesis sobre el rol del tiempo en la forma de operar de la retina, que llevaba a unas predicciones experimentales que dieron origen a mi primer artículo científico2.
La influencia de Maturana fue uno de los pilares que me dio los años de aprendizaje en Chile, y sobre la cual tendré más que decir. Pero es importante que esboce como hubo al menos otras dos corrientes de influencia que tuvieron y han seguido teniendo un enorme peso en mi historia intelectual. La primera, fue la filosofía y haber encontrado ciertas lecturas claves en esos años de formación. La segunda, fue el descubrir el mundo de la cibernética y la biología teórica.
La reflexión filosófica
En los años de liceo mis lecturas filosóficas eran tan apasionadas como azarosas, mezclando Aristóteles (en esas bellas ediciones de la Revista de Occidente), Ortega y Gasset, Sartre y Papini. En la Escuela de Medicina, un encuentro fructífero con Arturo Gaete me guió en una lectura disciplinada de Teilhard de Chardin. En la búsqueda de una formación más sistemática, al cambiarme a la Facultad de Ciencias en 1966, me inscribí también en la Licenciatura en Filosofía en el antiguo Instituto Pedagógico de la calle Macul y comencé a participar regularmente en las lecturas guiadas por Roberto Torreti en el Centro de Estudios Humanísticos de la Escuela de Ingeniería. Las grandes polémicas ideológicas del Pedagógico no me interesaron tanto como lo que pude describir gracias a las clases de Francisco Soler que resonaban con la formación alemana de Torreti, y que se plasmaban en las colecciones de la biblioteca del Centro. Encontré así la fenomenología europea, y comencé una lectura, que se continúa hasta hoy, de Husserl, Heidegger, y Merleau-Poty. Por primera vez me parecía encontrar en estos autores una preocupación por el tematizar la experiencia vivida que considero fundamental.
El segundo y fulgurante descubrimiento de estos años fue la naturaleza social de la ciencia. Le debo a Félix Schwartzman el haberme introducido temprano a todo ese mundo. En su curso de la Facultad de Ciencias conocí lo que hasta entonces era el saber de una minoría en Chile, los trabajos de la escuela francesa de historia y filosofía de las ciencias: Alexandre Koyré (sobre todo), Georges Canguilhem, y Gastón Bachelard. En todos estos autores se expresa la convicción no intuitiva de que las ideas científicas se hacen y cambian de manera abrupta y no por una suerte de acumulación de "evidencia puramente empírica", que se sustentan de imágenes e ideas que no son dadas e inmutables y que cada época es ciega a los fundamentos de lo que toma por cierto y evidente. El gran público se hizo consciente de todo esto gracia al famoso libro de Thomas Kuhn3, que es imposible sin los antecedentes de la escuela francesa a la que Kuhn cita con reverencia. Para mis cortos 19 años, estas lecturas guiadas de Schwartzman sobre el quehacer científico me sacaron para siempre de la posición de ingenuo aprendiz a ser también un crítico de lo que yo recibía en mi formación profesional.
Cerebro, máquinas y matemáticas
La Facultad de Ciencias en aquella época pionera, hacía pocas concesiones en el nivel de formación matemática. En mi primer día de clases, sin decir una palabra, el profesor comenzó a escribir: "Sea E un espacio vectorial; los axiomas de E son:...". Después del primer shock para ponerse a nivel, descubrí en las matemáticas un lenguaje y una manera de pensar que me fascinaron. Al mismo tiempo descubrí gracias a Heinz von Foerster, el mundo de la cibernética, los modelos y la reflexión sistémica. Heinz es uno de los fundadores de todo ese universo de discurso y aunque no lo conocí en persona sino en 1968, se transformó en un personaje de gran importancia para mí. En sus papers, que circulaban por el laboratorio de calle Independencia, aparecían títulos que me maravillaban, tales como Historia natural de las redes neutrales u otros más intraducibles como A circuity of clues for platonic ideation . Encontré en estas ideas un instrumento para expresar las propiedades de los fenómenos biológicos, más allá de sus particularidades materiales.
Era una manera de pensar que había sólo aparecido en los años cincuenta, más claramente con la publicación del libro Cybernetics de Norbert Wiener (1962) y bajo la influencia de otro gran personaje de MIT, Warren Mc Culloch5, quien Humberto había conocido en 1959-60 cuando trabajaba en MIT. Wiener, McCulloch y von Foerster fueron pioneros de la conjunción de la reflexión epistemológica, la investigación experimental y la modelización matemática. Entre otras cosas, aparecía aquí expresado de manera contagiosa que la metáfora del computador no era lo único que había a la mano para pensar en el operar del sistema nervioso.
Entrada en la epistemología experimental
El aprendizaje del oficio de neurobiólogo no era lo único que pasaba en el subterráneo de Independencia. Humberto había entrado francamente en un período de cuestionamiento de ciertas ideas dominantes en neurobiología, y la discusión, la lectura y el debate eran cotidianos, fomentados por la presencia de Gabriela Uribe, médico de clara inclinación epistemológica que trabajaba con Maturana en esa época. Eran tiempos de búsqueda y discusión para poner en foco lo que aparecía como una insatisfacción y una anomalía. La insatisfacción principal apuntaba al hecho de que la noción de información, supuestamente clave para entender del cerebro y el conocimiento, no aparecía jugando un papel explícito en el proceso biológico. Humberto intuía que los seres vivos son, como decía en aquella época, 'auto referidos', y que de alguna manera el sistema nervioso es capaz de generar sus propias condiciones de referencia. Se trataba de hacer una reformulación que condujera a una "epistemología experimental", un feliz término introducido por McCulloch. Gabriela y Humberto habían comenzado un estudio de ciertos efectos cromáticos similares a los descritos por E. Land en 1964, y que se transformaron en el tópico alrededor del cual se realizaba un primer intento de reformular la percepción visual como no-representacional.
El tiempo de mi formación en Chile terminaba. El Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias me ofreció apoyo para obtener una beca de la Universidad de Harvard para hacer un doctorado (aunque sólo había completado 4 años de Universidad, dos en Medicina y dos en la Facultad). Empecé a cerrar mi vida de estudiante en Chile, consciente de partir con un centro de interés claro en la epistemología experimental, y con sus tres pilares vivos en mi imaginación.
Harvard y la crisis del 68
Partí a Harvard un día 2 de enero de 1968, en un avión de Braniff, y leyendo un texto de Koyré sobre Platón. Llegué a Cambridge con una gran tormenta de nieve, sin casa, lejos de hablar inglés fluidamente, y con la espada de Damocles sobre mí: si no rendía en todo con 'A' la beca seña suspendida. Fueron unos primeros meses duros, pero una vez instalado, sabiendo ya moverme en este nuevo reino, me lancé de lleno a escuchar cursos y seminarios de todo tipo: en antropología (los estudios sobre la etología natural de primates comenzaba), en evolución (S. Gould acababa de llegar a Harvard y contrastaba con E. Mayr, el clásico), en matemáticas (la teoría de sistemas dinámicos no lineales se descubría en esa época), y en filosofía y lingüística (Chomsky era la figura dominante junto a Putnam y Quine). Encontré en Cambridge bibliotecas hasta entonces de fábula, bien provistas y abiertas a toda hora. Tenía la impresión de haber saltado de galaxia, y no recuerdo un solo día en que no sintiera las ganas de absorber como heliogábalo todo lo que tenía a la mano.
Muy luego me di cuenta, con gran sorpresa, que respecto a mis compañeros de generación en los estudios doctorales, mi visión de la ciencia y mis intereses eran francamente más heterodojos y maduros que la mayoría. Es más, me di cuenta que ponerse a hablar con mis profesores de problemas epistemológicos como estaba habituado a hacerlo en Santiago, era mal visto. Lo mismo ocurrió cuando intenté buscar cultivar mis intereses en biología teórica. Lo que había sido la escuela de MIT, en 1968 había ya desaparecido, con Mc Culloch jubilado y sin nadie que tomara su lugar. Mi único punto de referencia continuaría siendo von Foerster a quien visité varias veces en el Biological Computer Laboratory en la Universidad de Illinois en Urbana, un activo y productivo centro que él dirigía en esos años. Fue fácil concluir que mi búsqueda intelectual tendría que ser en dos tiempos: el oficial y el privado.
Oficialmente me hice alumno de Keith Porter, en cuyo laboratorio aprendí a trabajar en biología celular, y de Torsten Wiesel, quien poco después recibiría el Premio Nobel por sus trabajos sobre el "procesamiento de información" en la corteza visual. Orienté mi interés a aspectos comparativos de la visión y me puse a trabajar en la estructura funcional de los ojos de los insectos, que sería el tema de mi Tesis. Para comienzos de 1970 había ya publicado cuatro artículos en el tema, y aprobé mi Tesis en abril de 1970.
Fuera del laboratorio y extraoficialmente, por primera vez me movía en un mundo enormemente más vasto que el de Santiago, con jóvenes de otra cultura, donde se mezclaban las nacionalidades y las razas. El azar quiso que esos años portaran los míticos eventos que marcaron a toda mi generación. Lo que comenzara en París la noche del 10 de mayo de 1968 correspondía con el Movement norteamericano, nucleado por la oposición a la guerra de Vietnam. A los muertos en Kent State siguieron las primeras huelgas estudiantiles a las que me uní, con momentos dramáticos como la noche en que la policía nos sacó a palos de Harvard Yard. Los años en Cambridge fueron para mí el descubrimiento de mi inserción social ciudadana y de la posibilidad de hacerme responsable de cambios en mi entorno social. Fue un reencuentro, a la distancia, con mis raíces en América Latina a través de mis amigos del Movement que exaltaban la revolución cubana. No sólo era la ciencia lo que me ocupaba, era también el sueño de pensar en una América Latina nueva, propia de nuestra generación.
El haberme descubierto como animal social y político, acentuó la necesidad de guardar silencio en público sobre mis verdaderos intereses en los círculos oficiales. Fiel a la idea de ciencia como actividad que se hace y se crea a saltos y por innovaciones atrevidas, cultivé con mis camaradas de generación la intención de volver a Chile a hacer una ciencia distinta, donde las anomalías que ya había presentido en Chile y que se acentuaban en EE.UU., pudieran ser transformadas en práctica científica. Hacer ciencia original y propia parecía lo mismo que el compromiso con mi historia y mis orígenes.
Me gradué de doctor en Biología en junio de 1970. Contra el reclamo de mis profesores, decliné un cargo como investigador de Harvard y otro como Profesor Asistente en otra universidad americana. Decidí aceptar el cargo que me ofrecía la Facultad de Ciencias, justamente deseosa de recuperar el esfuerzo que se había puesto en mi formación. Volví a Chile el 2 de septiembre de 1970, y la elección de Allende dos días más tarde me pareció mi segunda y verdadera graduación. Por fin el trabajo podía comenzar en pleno, con problemas claves bien delimitados, con la seguridad de ser tan preparado y competente como el que más en la escena científica mundial, y con el contexto de trabajar en una inserción en la que había un futuro por construir. Esta convergencia de circunstancias fue absolutamente decisiva. Es con todos estos ingredientes de la situación a septiembre de 1970 que puedo ahora volver a la especificidad de la noción de autopoiesis y su gestación.
LA GESTACIÓN DE LA IDEA
Cerniendo el problema
El antecedente directo de la gestación de la autopoiesis es el texto de Maturana escrito hacia mediados de 1969 originalmente titulado Neurophysiology of cognition. Humberto había continuado su propio camino de interrogación sobre lo inadecuado de la idea de información y representación para entender el sistema biológico. Pasó a visitarme en varias ocasiones a Cambridge y, como en Santiago, tuvimos largas conversaciones. En el semestre de primavera de 1969, Heinz von Foerster lo invitó por algunos meses al Biological Computer Laboratory, ocasión que coincidió con una reunión internacional de la Wenner Green Foundation bajo el tema "Cognition: A multiple view", un título visionario a la luz del desarrollo enorme de las hoy llamadas ciencias cognitivas, pero hasta entonces no formuladas como campo de investigación científico.
Humberto preparó para esa reunión el texto mencionado, dando por primera vez expresión clara atractiva a sus ideas maduradas hasta entonces, para poner más en claro lo que hasta entonces aludía como el carácter autorreferido de los seres vivos, y para definitivamente identificar la noción de representación como el pivote epistemológico que había que cambiar. En su lugar era necesario poner al centro de atención la concatenación interna de los procesos neuronales, y describir al sistema nervioso como un sistema "cerrado" como dice el texto. Este artículo marca un salto importante, y todavía hoy creo que inicia de manera indiscutible un giro en una nueva dirección. Recuerdo haber ido a visitar a Humberto a Illinois y haber discutido varias partes difíciles del texto mientras el parto se concluía. El texto apareció poco después6, y el artículo se abre con un párrafo de agradecimiento a las muchas conversaciones con Heinz y conmigo. Poco después Humberto retrabajó este texto a uno más definitivo que pasó a llamarse Biology of cognition.
En este texto se toca sumariamente una idea que me venía intrigando desde antes, y que como ayudante del curso de biología celular que enseñaban George Wald y James Watson en Harvard me había aparecido como no muy claro, como una anomalía: se hablaba de la constitución molecular de la célula, y se usaban términos como automantención, pero nadie, ni aun los dos premios nobeles reunidos, sabían lo que se quería decir con ello. Lo que es peor, cuando empujaba yo la discusión a la hora del almuerzo, la reacción habitual era un típico "Francisco, siempre metiéndose en filosofía". Mis notas de aquella época incluyen varios intentos de cernir la autonomía básica del proceso celular como base de la autonomía de lo viviente. Hacia fines de 1969 apareció en el escaparate de Shoenhoff’s Foreign Books en Cambridge, el opus magnum de Jean Pieaget titulado Biologie et connaissance7, donde se apunta claramente a una necesidad de revisar la biología en la dirección de "l'autonomie du vivant", pero el lenguaje de Piaget y sus idiosincrasias me dejaban insatisfecho.
En su artículo, Humberto hacía el vínculo entre el carácter de los procesos neuronales y el hecho que el organismo es también un proceso circular de cambios metabólicos, como se ilustraba con referencia a un artículo reciente de Conmone aparecido en Science que discutía los nuevos avances de la bioquímica del metabolismo y su evolución. La pregunta que se cernía entonces era ésta: ¿si dejamos de lado por el momento la organización del sistema nervioso centramos la pregunta sobre la autonomía de lo vivo en su forma celular, qué podemos decir? Esta reflexión sobre la naturaleza circular del metabolismo en los seres vivos y su relación con el operar cognitivo, aunque ocupa una corta página en la versión definitiva de Biology of cognition, sería un punto focal desde donde arrancaría el desarrollo de la noción de autopoiesis.
Estos eran los meses finales de 1970. Estaba yo de vuelta en Chile, ya que el Departamento de Biología me había pedido que me hiciera cargo del curso introductorio de Biología Celular para nuestros nuevos alumnos. Con Maturana éramos ahora colegas en el Departamento de Biología, vecinos de oficina en las barracas "transitorias" (pero todavía utilizadas) del nuevo campus de la Facultad de Ciencias en la calle Las Palmeras, en Macul. Estaba todo en su lugar para lanzarse a explorar la pregunta sobre la naturaleza de la organización mínima de lo vivo, y no perdimos tiempo. En mis notas los primeros esbozos más maduros aparecen ya a fines de 1970, y hacia fines de abril de 1971 aparecen más detalles junto con un modelo mínimo que sería más tarde simulado en el computador. En mayo de 1971 el término autopoiesis figura en mis notas como resultado de la inspiración de nuestro amigo José M. Bulnes, quien acababa de publicar una tesis sobre el Quijote donde se utilizaba la distinción entre praxis y poiesis. Una nueva palabra nos convenía porque queríamos designar algo nuevo. Pero la palabra sólo adquirió poder asociada al contenido que nuestro texto le asigna; su resonancia va más allá del mero encanto de un neologismo.
Fueron meses de discusión y trabajo casi permanentes. Algunas ideas las probaba con mis estudiantes del curso de Biología Celular, otras con colegas en Chile. Era claro que nos embarcábamos en una tarea que era conscientemente revolucionaria y antiortodoxa, y que ese coraje tenía todo que ver con el estado de ánimo de Chile donde las posibilidades se abrían a una creatividad colectiva. Los meses que llevaron a la configuración de la autopoiesis no son separables del Chile de entonces.
En el invierno de 1971 sabíamos que teníamos un concepto importante entre las manos y decidimos escribirlo. Un amigo nos prestó su casa en la playa de Cachagua. Fuimos en dos ocasiones entre junio y diciembre. Los días en la playa se dividían en largas caminatas, y sobre todo un ritmo monástico de escritura que normalmente iniciaba Humberto y retomaba yo. Al mismo tiempo iniciaba yo una primera versión (que revisaba Humberto) de un artículo más breve que expondría las ideas principales con la ayuda de la simulación de un modelo mínimo (que llamamos "Protobio", como detallo más adelante). Hacia el 15 de diciembre (otra vez según mis notas de 1971), teníamos una versión completa de un texto en inglés llamado: Autopoiesis: the organization of living systems. En su versión dactilografiada eran 76 páginas, de las cuales se hicieron algunas docenas de copias en el antiguo método de roneo en tinta azul. Aunque hubo algunas modificaciones ulteriores, ese texto es lo que el lector tiene entre sus manos en su traducción española.
Como ha ocurrido a menudo en la historia de la ciencia, la dinámica creativa entre Maturana y yo fue una resonancia en espiral ascendente, en la que participaba un interlocutor ya maduro que aportaba su bagaje de experiencia y pensamiento previo, y un joven científico que aportaba ideas y perspectivas frescas. Como es evidente dadas las circunstancias, las ideas no surgieron en una conversación ni en dos, ni era una simple cuestión de hacer explícito lo que estaba ya dicho antes. Lo que estaba en el trasfondo debió ser configurado en un salto cualitativo. Tales transiciones no son nunca simples, ni es posible retratar como ocurrieron de manera exacta, porque es siempre una mezcla de pasado y presente, de talentos y debilidades, de imaginación e inspiración. La noción madura de autopoiesis tenía, como hemos visto, claros antecedentes, pero entre los antecedentes y una idea madura hay un salto que es crucial. Y así como Franklin no es la doble hélice de Watson & Crick, ni Lorentz es la relatividad especial, los antecedentes claves de la autopoiesis no son reducibles a la expresión madura de la idea, como es fácil ver comparando los textos publicados. Es un ejemplo límpido de lo que había ya aprendido con mis maestros franceses: que la ciencia tiene discontinuidades, que no funciona por acumulación empírica progresiva, y que es inseparable de su contexto histórico social.
Dejemos por el momento la filigrana histórica e identifiquemos cual es, más precisamente, la especificidad del concepto y como se constituye como un salto cualitativo.
La Especificidad de la Autopoiesis
¿Qué era lo que habíamos logrado en esos meses de intensa producción? ¿Por qué el concepto habría de tener una resonancia más allá de las barracas de la Facultad de Ciencias? Para poder responder, necesito la paciencia del lector para poder decir qué es la autopoiesis y diferenciarla de lo que no es. Esto por dos razones. La primera porque lo que esté dicho en el texto de este libro ha tenido una maduración en las dos décadas que lo siguieron que lo aclaran y lo hacen más terso que cuando fuera escrito por primera vez. Segundo, porque es sobre la base de mi comprensión actual que hablo aquí sobre su historia y su devenir.
Lo que demarca el trabajo hecho en este texto es que por primera vez se articulan explícitamente las ideas siguientes:
0. El problema de la autonomía de lo vivo es central y hay que cernirlo en su forma mínima, en la caracterización de la unidad viviente.
1. La caracterización de la unidad viva mínima no puede hacerse solamente sobre la base de componentes materiales. La descripción de la organización de lo vivo como configuración o pattern es igualmente esencial.
2. La organización de lo vivo es, en lo fundamental, un mecanismo de constitución de su identidad como entidad material.
3. El proceso de constitución de identidad es circular: una red de producciones metabólicas que, entre otras cosas, producen una membrana que hace posible la existencia misma de la red. Esta circularidad fundamental es por lo tanto una autoproducción única de la unidad viviente a nivel celular. El término autopoiesis designa esta organización mínima de lo vivo.
4. Toda interacción de la identidad autopoiética ocurre, no sólo en términos de su estructura físico-química, sino que también en tanto unidad organizada, esto es, en referencia a su identidad autoproducida. Aparece de manera explícita un punto de referencia en las interacciones y por tanto la emergencia de un nuevo nivel de fenómenos: la constitución de significados. Los sistemas autopoiéticos inauguran en la naturaleza el fenómeno interpretativo.
5. La identidad autopoiética hace posible la evolución a través de series reproductivas con variación estructural con conservación de la identidad. La constitución identitaria de un individuo precede, empírica y lógicamente, el proceso de evolución.
Estos cinco puntos entrelazados expresan la especificidad de la autopoiesis como noción, su ruptura con concepciones anteriores y, en mi opinión, el fundamento de por qué ha encontrado resonancia en estas dos décadas. En efecto, la idea condensa de una manera compacta y casi holográfica tres conceptos que están al centro de las preocupaciones de varias disciplinas científicas actuales: la neurobiología y la biología evolutiva, las ciencias cognitivas y la inteligencia artificial, las ciencias sociales y de la comunicación:
· Hay en la naturaleza propiedades radicalmente emergentes, que surgen de sus componentes de base, pero que no se reducen a ellos. La vida celular es un caso ejemplar de una tal propiedad emergente, y sobre esta base puede definirse lo vivo de una manera precisa y aún formalizable.
· Toda serie evolutiva es secundaria a la individuación de los miembros de la serie El proceso de individuación contiene capacidades emergentes o internas que hacen que la serie evolutiva no se explica sólo sobre la base de una selección externa, sino requiere también de las propiedades intrínsecas de la autonomía de los individuos que la constituyen.
· El fenómeno interpretativo es una clave central de todos los fenómenos cognitivos naturales, incluyendo la vida social. La significación surge en referencia a una identidad bien definida, y no se explica por una captación de información a partir de una exterioridad.
Lo que esta idea no evoca es la deriva histórica de sistemas celulares terrestres, tal como los conocemos hoy en su expresión mínima bacteriana. En particular la autopoiesis establece las condiciones necesarias para una serie evolutiva porque determina un tipo de individuos, pero no se pronuncia sobre la manera como esos individuos adquieren cambios estructurales que les permiten una deriva evolutiva rica y diversa. Es aquí donde entran a jugar un rol clave los ácidos nucleicos (ADN, ARN) y las proteínas (las llamadas moléculas con información) en tanto soporte de la herencia celular, lo que probablemente comenzó con el mundo del ARN. La discusión sobre el origen de la vida habitualmente se centra sobre esta serie de cambios estructurales8. En contraste, la autopoiesis sólo pretende establecer la clase de individuos con la que esa serie evolutiva comienza y se origina: se trata del criterio de demarcación entre los primeros seres vivos y la sopa primordial que los precede, ni más ni menos. Mantener estas distinciones a la vista permite evitar muchas discusiones estériles.
Una idea y dos textos
Lo que acabo de perfilar no era evidente, insisto, en 1971. Como es inevitable, la comprensión se desenvuelve a lo largo del tiempo y en la medida de sus efectos. No sorprende entonces el que el texto que concluimos hacia fines de 1971 no tuvo una aceptación inmediata. De hecho fue enviado al menos a cinco editores y revistas, y todos sin excepción lo consideraron impublicable. Recuerdo que en enero de 1972, mi ex profesor Porter me invitó de visita al nuevo Departamento de Biología de la Universidad de Boulder, donde con entusiasmo di una charla titulada: "Cells as autopoietic machines". La recepción fue fría y distante, como la fue también la de colegas de Berkeley que visité por la misma época.
Las dificultades de publicación, añadidas al momento político por el que pasaba Chile hacia fines de 1972, me hacían sentirme alienado del mundo científico internacional. Por lo mismo, la ocasional recepción entusiasta de ciertas personas a quienes yo respetaba fue de un enorme valor. El primero en tener una percepción clara de las posibilidades de la idea fue naturalmente nuestro amigo Heinz en EE.UU., con quien había comunicación constante y quien vino a Chile durante esos años. Otro cibernético y sistemista ya célebre que tuvo una reacción positiva fue Stafford Beer que venía regularmente a Chile. En efecto, Fernando Flores lo había contratado a nombre del gobierno para echar a andar un sistema revolucionario de comunicación y regulación de la economía chilena inspirado del sistema nervioso, que pasó a llamarse Proyecto Cinco. Beer respondió con tal entusiasmo a lo que el texto planteaba que decidimos pedirle un Prefacio que él accedió a escribir inmediatamente. En enero de 1972, con una copia todavía fresca del manuscrito fui invitado a México por Iván Illich a su centro CIDOC en Cuernavaca. El día de la llegada, le di el manuscrito y a la mañana siguiente me quedó grabada su reacción: “Es un texto clásico. Ustedes han logrado poner la autonomía al centro de la ciencia". A través de Illich, el texto llegó a manos del famoso psicólogo Erich Fromm, quien me invitó a su casa-retiro a discutir del nuevo concepto, que él incorporó de inmediato al libro que escribía por entonces9. En Chile mismo, Fernando Flores y otros colegas del Proyecto Cinco fueron también un público atento a nuestra manera de pensar. Trabamos con Flores lo que habría de ser una fructífera amistad, y muchos años más tarde la autopoiesis figuraría entre los conceptos importantes que él utilizaría para desarrollar sus propias ideas. Es difícil imaginar todo lo que significó para mí en esa época el encontrar receptividad en personas de esta calidad.
Entretanto el texto seguía haciéndose rechazar por una lista creciente de editores extranjeros. Era natural entonces dirigirse a la Editorial de nuestra Universidad, y a fines de 1972 firmamos un contrato que incluía la traducción del texto por doña Carmen Cienfuegos. De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica se imprimió en abril de 1973. El texto original en inglés no aparecería sino hasta 1980, cuando la idea había ya adquirido una cierta popularidad, en la prestigiosa serie "Boston studies on the philosophy of science", con una Introducción firmada por Maturana, el texto Biology of cognition, el prefacio de Beer, y el texto en cuestión Autopoiesis: the organization of living systems10. Según me informa el editor, este libro ha sido el best seller de la colección.
El destino del breve artículo escrito en paralelo a este texto sufrió una historia similar. Como mencioné antes, además de una presentación sucinta de la noción de autopoiesis, la intención del artículo era de ayudar a la claridad expositiva a través de un caso mínimo de autopoiesis. Ya hacia fines de 1970 habíamos llegado a la conclusión de que un caso simple de auto producción requeriría dos reacciones: una de polimerización de elementos de membrana, la otra de generación metabólica de monómeros. Esta última debía ser una reacción catalizada por un tercer elemento preexistente en la sopa de reacción. Concebido este esquema de reacción, parecía evidente probar una simulación de este caso mínimo (que pronto pasó a llamarse Protobio en nuestra conversación) utilizando autómatas celulares (o de teselación, como se decía entonces), un útil de modelización introducida en los años 50 especialmente por John von Neuman.
Con la colaboración de Ricardo Uribe de la Escuela de Ingeniería, las simulaciones dieron rápidamente los resultados que la intuición nos hacía esperar: la emergencia espontánea en este mundo bidimensional artificial de unidades que se auto distinguían a través de la formación de una membrana, y que mostraban una capacidad de auto reparación. El paper fue enviado a varias revistas incluyendo Science and Nature, con resultados semejantes al texto del libro: rechazo completo. Heinz vino a Chile de visita en el invierno de 1973, y nos ayudó a reescribir el texto de manera significativa. Se lo llevó a EE.UU. bajo el brazo y lo envió al editor de la revista Biosystems de la cual era miembro del comité editor. El paper sufrió algunos comentarios duros de los revisores, pero poco después fue aceptado y finalmente apareció a mediados de 1974.11 Este artículo es importante de mencionar aquí porque fue la primera publicación de la idea de autopoiesis en inglés en el mundo internacional, lo que llevó a la comunidad internacional a hacerse cargo de la idea, y porque anticipó en 20 años lo que habría de devenir el explosivo campo hoy llamado de la vida artificial y los autómatas celulares, como explico más adelante.
La visita de Heinz en julio de 1973 tuvo lugar en el medio de la tormenta que se avecinaba y que nos sumía a todos en una atmósfera de crisis permanente con desesperados intentos por estabilizar un país que se dividía en dos. Como militante comprometido con el gobierno del Presidente Allende, a partir del 11 de septiembre me encontré amenazado. Inteligencia militar vino a la Facultad con listas de ex partidarios, y en dos ocasiones patrullas nocturnas vinieron a buscarme a mi domicilio donde ya no acudía a dormir. Fui exonerado de mi cargo universitario por órdenes "superiores". Con mi familia decidimos vender todo y partir. La mayor parte de mis colegas de la Facultad de Ciencias se dispersaban también por el mundo. Con la diáspora de los científicos de la Facultad, se acababa una época de la ciencia en Chile, una etapa importante de mi vida personal, y con ella el contexto que dio origen a la idea de autopoiesis. Pero naturalmente la idea habría de tener nuevos avatares, sobre todo fuera de Chile.
* Humberto Maturana y Francisco Varela, "De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organizaciòn de lo vivo. Buenos Aires: Lumen, 2003 (Tomado del sitio web: Autopoiesis.cl, el 11 sept. 2016)
**Las notas aparecen en la 2da parte de este prefacio.
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