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domingo, 17 de julio de 2016

Nota de otras épocas sobre Marcelo Quiroga Santa Cruz

Aprovecho esta fecha en que se recuerda ese aciago 17 de julio del golpe militar de García Meza en 1980 para compartir una nota inédita (del 27/01/98) donde rebatía la apreciación de un conocido ideólogo de la revolución proletaria (también ya fallecido hace unos años) de que la identificación de Marcelo Quiroga Santa Cruz (el líder socialista boliviano asesinado a quemarropa por paramilitares ese día mientras descendía junto a otros dirigentes políticos y sindicales aprehendidos por las gradas de la COB) con el socialismo era una pose! o de que, como decían sus detractores de la época, "Marcelo es un burgués que juega a socialista"!! Lo curioso es que opiniones como esas seguían siendo toleradas después de la cruenta muerte de Quiroga Santa Cruz e incluso transcurridas décadas sin haberse hecho justicia a su memoria, restituyendo sus restos mortales a sus familiares, hasta el presente!!


MARCELO QUIROGA, A TRAVES DE LOS LENTES DE GUILLERMO LORA

Por Hernando Calla O.

Una desafortunada “polémica” sobre la posición que tendría hoy el desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz publicada hace poco en Ventana de La Razón (27/01/98) nos motiva a intervenir no en el debate de fondo (¿cómo actuaría Marcelo Quiroga en el mundo de hoy?) sino para constatar que a algunos ideólogos les es totalmente ajena la autocrítica, aquella facultad para cuestionarse a sí mismo que aparece tan sensiblemente ausente en cada oportunidad en que Guillermo Lora es invitado a opinar sobre cualquier tema.

Dejo a Filemón Escobar la tarea (que efectivamente asumió en innumerables ocasiones como militante de una tendencia de izquierda contraria al trotskysmo) de señalar la contribución de Lora y su partido, el Partido Obrero Revolucionario, a que las coyunturas de vacío de poder en la historia contemporánea de Bolivia se definieran a favor de la derecha, los militares o los golpistas de turno. A mí me interesa señalar, antes que sus errores políticos desde la perspectiva del movimiento obrero, la patente incapacidad del ideólogo del POR para poner en cuestionamiento sus propias percepciones -acaso apresuradas por lo agitado de la vida política- respecto a sus rivales o sus particulares representaciones, informadas por su ideología marxista, sobre la realidad en general.

En la entrevista (polémica) mencionada, Lora nos obsequia una sarta de lindezas sobre la supuesta dependencia de Quiroga respecto a “su” clase (cual si fuera un cordón umbilical que nunca habría llegado a cortar) que en vez de permitirnos acceder a una novedosa percepción de la verdadera figura del político en cuestión, delata de cuerpo entero al ideólogo de marras incapaz de percibir la realidad al margen de sus categorías doctrinarias.

No otra cosa significa que empiece (o termine) señalando que la identificación de Quiroga con el “movimiento revolucionario” era poco más que una pose: “por ejemplo, cuando (Quiroga) se hace fotografiar (en 1971) en el estadio con su ametralladora. Eso no es para hacerse tomar fotografías, las armas son para hacerlas funcionar”. En otras palabras, si Quiroga hubiera sido un verdadero revolucionario, se podría colegir, la fotografía que habría testimoniado tal vocación tendría que haber sido la del fascista baleado por el arma de Marcelo (!!).

Como quiera que ni el mismo Lora estaría de acuerdo en la validez de tal testimonio, habría que verificar su tesis de la pose empezando por la última aparición pública del líder socialista (en vez de las primeras) y preguntándonos si acaso la participación de Quiroga en la reunión de la COB y el CONADE en ocasión del Golpe de García Meza se debió a que quería posar frente a las cámaras de la televisión boliviana y, en vez de ello, “qué lástima”, resultó siendo baleado por la metralleta de un paramilitar.

En otro momento, Lora opina que “se notaba” que Quiroga era un tipo radical “porque él quería entrar desesperadamente a “la Asamblea Popular (que) se creó por influencia trotskysta, yo redacté sus documentos ideológicos”; posteriormente, cuando ambos participaban del Frente Revolucionario Antiimperialista le dijo que si quería “volverse realmente revolucionario” tenía que “volverse marxista, ser marxista”. La conclusión inevitable es que para volverse realmente revolucionario Quiroga tenía que haber pasado a ser militante del POR de Lora, aunque al final “... no tuvo el coraje de romper con su clase... la burguesía lo volvió a atrapar, es una lástima”.

En ningún momento, se le ocurre a Lora cuestionar su propia miopía e ideología como impedimentos para percartarse de la existencia de un hombre excepcional que no dudó en denunciar, con toda su capacidad retórica y habilidad política, la hipocresía de aquella clase advenediza que se había encaramado en el poder a partir de la revolución de 1952 (y a la cuál Quiroga, en realidad, no llegó a pertenecer) y frente a la cual, ya sea en coyunturas golpistas o “electoralistas”, supo actuar en consecuencia, tal como se esperaría de un revolucionario.

En cambio, Lora afirma que Quiroga, haciendo referencia a la posición de su padre en la empresa de Patiño, fue “rico hasta después de la muerte”, aunque no se animó a “preguntarle si el cuadro de Picasso que tenía (en su casa) era auténtico o una réplica”. De todos modos, “Marcelo era un hombre acomodado” y Lora piensa que esto significaba lo mismo que pertenecer a la burguesía. Lo cierto es que, “después de (una) breve peregrinación por el campo de la izquierda”, según Lora, Quiroga habría vuelto a la derecha, “al campo típicamente burgués”.

¿Es que acaso la teoría marxista no tiene una interpretación más precisa de lo que significa pertenecer a la clase dominante? Si acaso la tiene, por lo visto es de poca utilidad cuando la ideología se convierte en prejuicios o anteojeras que impiden a la gente ver más allá de sus narices y les hacen confundir papas con patatas, ovejas con llamas o ricos con nobles; y como en el caso de Lora, los lleva a plantear una prospectiva mezquina, si no es simplemente idiota, como para pensar que hoy Quiroga “estaría detrás de un gobierno democratizante al estilo del MNR, del MBL o del MIR”.

Guillermo Lora, no contento con la constatación de la muerte violenta de Quiroga en manos de sus asesinos materiales e intelectuales, quiere hacer el triste papel de sepulturero también de sus ideas y su memoria. “Está claro que como pensamiento filosófico y político Marcelo no dejó nada”, nos dice Lora, para añadir luego que “no es el caso de Marx que muere hace 150 años y sus pensamientos siguen vivos”.

El único comentario que se me ocurre respecto a este último dislate es rememorar aquellos versos autoinflados del poeta vallegrandino Neptalí Morón de los Robles (de la noble estirpe de los cronopios) que decían más o menos así: “Marx ha muerto. Lenin ha muerto. Mao acaba de morir. Yo Mismo no me encuentro bien de salud”


lunes, 4 de julio de 2016

La convivencialidad

por Ivan Illich

LA INVERSIÓN POLÍTICA (Capítulo v)

Si en un futuro muy próximo la humanidad no limita el impacto de su instrumentación sobre el ambiente y no pone en obra un control eficaz de nacimientos, nuestros descendientes conocerán el espantoso apocalipsis predicho por muchos ecólogos. La sociedad puede aislar su supervivencia dentro de los límites fijados y reforzados por una dictadura democrática, o bien reaccionar políticamente a la amenaza, recurriendo a los procedimientos jurídico y político. La falsificación ideológica del pasado nos vela la existencia y la necesidad de esta elección.

La gestión burocrática de la supervivencia humana es una elección aceptable, desde un punto de vista ético o político. Pero habrá de fracasar. Es posible que la gente vuelva a poner de su propio grado sus destinos en manos de un Hermano Mayor y de sus agentes anónimos, aterrorizados por la creciente evidencia de la superpoblación, de la mengua de los recursos y de la organización insensata de la vida cotidiana. Es posible que a los tecnócratas se les encargue conducir al rebaño al borde del abismo, es decir, fijar los límites multidimensionales al crecimiento, justamente más acá del umbral de la autodestrucción. Semejantes fantasía suicida mantendría al sistema industrial en el más alto grado de productividad capaz de ser tolerado.

El hombre viviría protegido en una cápsula de plástico que le obligaría a sobrevivir como el condenado a muerte antes de la ejecución. El umbral de tolerancia del hombre en materia de programación y de manipulación pronto se volvería el obstáculo más serio para el crecimiento. Y la empresa alquímica renacería de sus cenizas: se trataría de producir y de hacer obedecer al mutante monstruoso parido por la pesadilla de la razón. Para garantizar su supervivencia en un mundo racional y artificial, la ciencia y la técnica se empeñarían en instrumentar el siquismo del hombre. Desde el nacimiento a la muerte, la humanidad estaría confinada en la escuela permanente, extendida a escala mundial, tratada de por vida en el gran hospital planetario y atada día y noche a implacables cadenas de comunicación. Es así como funcionaría el mundo de la Gran Organización. Sin embargo, los fracasos anteriores de las terapias de masa hacen esperar la quiebra también de este último proyecto de control planetario.

La instalación del fascismo tecnoburocrático no está escrita en las estrellas. Existe otra posibilidad: un proceso político que permita a la población determinar el máximo que cada uno pueda exigir, en un mundo de recursos manifiestamente limitados; un proceso consensual destinado a fijar y mantener límites al crecimiento de la instrumentación; un proceso de estímulo a la investigación radical, de manera que un número creciente de gente pueda hacer cada vez más con cada vez menos. Un programa así puede aún parecer utópico en la hora actual; si sigue agravándose la crisis, pronto revelará un realismo extremo.

(.....)

EL PRECIO DE ESTA INVERSIÓN (Capítulo II, La reconstrucción convivencial)

Sin embargo, la transición del presente estado de cosas a un modo de producción convivencial amenazará a mucha gente, incluso en sus posibilidades de sobrevivir. En opinión del hombre industrializado, los primeros en sufrir y morir, a consecuencia de los límites impuestos a la industria, serían los pobres. Pero la dominación del hombre por la herramienta ha tomado ya un giro suicida. La supervivencia de Bangla-Desh depende del trigo canadiense, y la salud de los neoyorkinos exige el saqueo de los recursos planetarios. La transición pues a una sociedad convivencial irá acompañada de extremos sufrimientos: hambre para algunos, pánico para los otros. Tienen el derecho a desear esta transición sólo aquellos que saben que la organización industrial dominante está en vías de producir sufrimientos aún peores, so pretexto de aliviarlos. Para ser posible dentro de la equidad, la supervivencia exige sacrificios y postula una elección. Exige una renuncia general a la sobrepoblación, a la sobreabundancia y al superpoder, ya se trate de individuos o de grupos. Esto redunda en renunciar a la ilusión que sustituye la preocupación por el prójimo, es decir, lo más próximo, por la insoportable pretensión de organizar la vida en las antípodas. Esto implica renunciar al poder, en servicio tanto de los demás como de sí mismo. La supervivencia dentro de la equidad no será producto de un ukase de los burócratas, ni efecto de un cálculo de los tecnócratas. Será resultado del idealismo de los humildes. La convivencialidad no tiene precio, pero se debe saber muy bien lo que costará desprenderse del modelo actual. El hombre reencontrará la alegría de la sobriedad y de la austeridad, reaprendiendo a depender del otro, en vez de convertirse en esclavo de la energía y de la burocracia todopoderosa.

[Extractado de Ivan Illich, "La convivencialidad". Barral Editores: Barcelona, 1975, pags. 133-134, 31]