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domingo, 12 de agosto de 2018

¡JALLALLA JULIO!



 por Hernando Calla

Para mí Julio Mantilla Cuéllar —ex Alcalde de La Paz, ideólogo temprano de lo andino-aymara, reivindicador de la identidad cholo-indígena, etc. — fue ante todo un amigo. Un gran amigo que se desviaba de su camino para dar una mano al que se encontraba en apuros, al que era agredido por la autoridad abusiva, al que necesitaba una oportunidad o, simplemente, unas palabras de aliento.

Detrás del hombre público que una vez fue, yo prefiero recordar al primer amigo en la ciudad anónima o al compañero de curso que desbordaba la disciplina escolar para entablar una relación personal más directa. Quisiera compartir algunas reminiscencias de Julio, el amigo, con el propósito de matizar el perfil del político y hombre público que acompañó la noticia de su muerte por enfermedad hace unos días en Cochabamba.

En mis primeras incursiones en La Paz, cuando vine de las minas para estudiar la secundaria, abordé un colectivo de esos antiguos y quise apearme en la plaza de San Pedro, pero como el vehículo no daba señales de detenerse decidí bajarme del bus en plena marcha pero ¡sin tomar en cuenta su impulso acelerado! No es difícil imaginar cómo pude haberme torcido el tobillo en la caída, lo cierto es que el dolor me impedía caminar y no encontraba ningún rostro amigable entre los transeúntes. De pronto aparece este grandote del curso que me reconoce, se compadece de mi aprieto, si bien algo divertido por las circunstancias, y me lleva en hombros unas cuadras hasta hacerme abordar otra movilidad que me lleve de vuelta a casa. Era Julio Mantilla quién sería, 30 años después, alcalde de la ciudad que acababa de conocer bruscamente al “caerme” del colectivo en una de sus calles.

Pero las anécdotas del Mantilla, como le decíamos en el colegio, no hacían sino empezar. Mis compañeros de curso deben tener las suyas propias, pero una compartida y que permanece en nuestras retinas a pesar del tiempo transcurrido (corrían los 1960) es aquella en que el Mantilla se “trenzó” en abierta lucha libre con un cura abusivo que le gustaba aplicar literalmente la sentencia ibérica de que “la letra entra con sangre”. Pero nuestro amigo, y alumno rebelde en colegio, no aceptaba fácilmente los malos tratos y, en la ocasión, el “reglazo” en las yemas de los dedos supuestamente ejemplarizador fue cogido en el aire con un movimiento rápido y certero del Mantilla, momento en el cual se inició un verdadero cachascán entre profesor y alumno que todos los del curso festejaron cuando coreaban al unísono: “dale Julio”, alentando al “loco” Mantilla en sus esfuerzos por liberarse del intento del cura por doblegar la inesperada fuerza del rebelde. Las consecuencias fueron, por supuesto, graves para la permanencia de Mantilla en un colegio supuestamente reputado por educar a los alumnos en la obediencia al superior. Fue expulsado del Don Bosco (creo que su familia lo mandó después a un internado en San José de Chiquitos) y ya no lo vimos sino hasta mucho tiempo después.

A mediados de los 1970, después de graduarse como economista de la UMSA, Julio trabajaba en el Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios. Eran los tiempos de Banzer, pero la izquierda — en el caso de Mantilla, la Juventud del PCB— siempre encontraba para sus militantes algunos espacios donde sobrevivir en el sector público. Por mi parte, yo era de lo más anarquista, y me aparecía sin previo aviso y a cualquier hora en las oficinas del amigo. Julio era, por cierto, todo menos un burócrata y aprovechaba mis apariciones como una ocasión para compartir con alguien sus tesoros personales y sueños íntimos. Es así que, en cierta oportunidad, me mostró sus habilidades artísticas plasmadas en unos cuadros de “Cristo Proletario” y otros similares que él había pintado y que lo delataban como un hombre con una sensibilidad siempre a flor de piel, aunque todavía no aparecían de modo ostensible esos motivos andino- aymaras que lo identificaron posteriormente en su quehacer político y gestión pública.

Haciendo un repaso de su trayectoria con amigos comunes, descubrimos que también habíamos coincidido sin vernos en otros momentos históricos: como cuando nos tocó participar en la huelga de hambre de 1978 que marcó el fin de la dictadura banzerista — Julio habría hambreado varios días en el piquete de huelga de la UMSA, mientras que yo lo hice en el piquete de Presencia—. Me contaron que fue allí donde conoció a su esposa con quien tuvo tres hijos y una hija que lo acompañaron, ellos sí, hasta sus últimos días en Sipe Sipe cuando estuvo aquejado por todas las dolencias juntas.

Nos volvimos a encontrar a mediados de los 1980 cuando se me presentó la oportunidad de postular a la titularidad de una materia que ya enseñaba como invitado en la Facultad de Ciencias Sociales, otra vez apareció Julio formando parte de mi panel de evaluación. Gracias a él, no me descalificaron directamente por no tener el título en provisión nacional sino me dieron la chance de seguir optando a la titularidad “una vez que hubiera cumplido todos los requisitos formales”. Pero lo mío es apenas un recuerdo amable comparado con lo que me cuenta otra amiga suya de una ocasión en que, a la salida de uno de sus Talleres en una comunidad de la Isla del Sol, un joven campesino le contó que él había logrado ser profesional gracias a Julio Mantilla, a quien recordaba con cariño pues le había ayudado con los trámites del titulo de bachiller mientras lo preparaba personalmente para que pudiera dar satisfactoriamente su examen de ingreso a la universidad.

A fines de los 1980, Julio Mantilla se involucró como protagonista de primera línea en la corriente liderada por Carlos Palenque a la cabeza de CONDEPA, lo que lo llevó a ser elegido como Alcalde de La Paz al derrotar  en las elecciones municipales de 1991 al candidato de ADN Ronald McLean. Aparte del enorme caudal electoral de la emergente CONDEPA, fue decisiva para el triunfo de su candidatura la capacidad histriónica de Mantilla para desafiar, en un debate clave transmitido por televisión, la supuesta experticia y derecho de clase reclamados por tecnócratas tipo Harvard como McLean para asumir el gobierno metropolitano o el nacional.

Como indicaron las notas de prensa con la noticia de su muerte, la primera gestión de Mantilla tuvo muchos logros ediles y cambios simbólicos que anticiparon los vientos que vendrían con el llamado “proceso de cambio”. Sus colaboradores recuerdan, entre los primeros, cómo el Alcalde paceño logró que la Embajada de Estados Unidos se viera obligada a retroceder 60 cm. un muro ya construido de su legación por encontrarse este fuera de línea y nivel (lo hizo con maquinaria especial para no tener que derrumbarlo). En cuanto a los segundos, el “Jallalla Bolivia Markasa” fue precursor en la utilización de la simbología aymara como carta de presentación oficial. Pero tenía que ser la marca de los actuales titulares del proceso la ingratitud cívica, y hasta el desprecio político, no únicamente hacia los que los antecedieron en otras corrientes políticas como Julio Mantilla —quien peleó por la visibilidad de la mujer de pollera en la sociedad boliviana— sino incluso con aquellos que quisieron aportar con sus capacidades de gestión y/o consistencia ideológica al inicio del proceso político vigente, y después fueron ignorados y estigmatizados por no compartir la línea oficial.

Todavía pude apreciar al amigo cuando, después de sufrir una desgracia en mi familia, me visitó un día el año pasado y quiso consolarme con su fantástica  personalidad que a ratos parecía conectarse casi naturalmente  con el más allá (o la Pachamama). Quedamos en que nos veríamos más seguido... pero no lo busqué, y no escuché nada más de él hasta que nos llegó la noticia de su muerte. Tengo para mí que simplemente se nos adelantó en ese viaje a través del río del olvido hasta alcanzar la otra orilla en que, limpiados de nuestros buenos y malos recuerdos por las aguas del Leteo, enfrentaremos todos el juicio justo y, a la vez, misericordioso de lo Eterno. Entre tanto, prefiero guardar en la memoria el recuerdo del amigo dispuesto a salirse de su camino... para ayudarme a seguir el mío. Descanse en Paz. ¡Jallalla Julio!

Chuquiago Marka, 18 de septiembre, 2012