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viernes, 23 de septiembre de 2016

Reflexiones a partir de “Entre el Pasado y el Futuro” de Hannah Arendt



Por Hernando Calla Ortega*


Aparecido originalmente hace 30 años, Entre el Pasado y el Futuro de Hannah Arendt ha sido traducido y publicado en castellano recién en 1996 por Editorial Península, y le damos la bienvenida por su relevancia actual para comprender el mundo contemporáneo, tarea para la cual la tradición del pensamiento político occidental se muestra crecientemente inapropiado.

Contiene ocho ensayos de pensamiento político que abordan conceptos tradicionales de la política como ser autoridad o libertad, desde la perspectiva de la ruptura de la tradición planteada por la época moderna. La indagación de Arendt se extiende, en estos textos, al concepto de la historia antiguo y moderno, la crisis de la educación y la cultura, la relación entre verdad y política, e incluso una reflexión sobre la significación de la conquista del espacio para la humanidad del hombre.

El título, elaborado en un ensayo específico en forma de prólogo, alude no al presente de la vida cotidiana en el flujo continuo y eterno del tiempo sino a la brecha entre el pasado y el futuro donde se ubica el pensamiento para intentar captar el significado del acontecimiento y la acción en un mundo –el mundo moderno – cuya vocación para interpretar a estos últimos en términos del concepto de proceso (o desarrollo) ha terminado por eclipsarlos, si acaso no destruye inclusive las condiciones de su emergencia.

El planteamiento de Arendt es que la tradición del pensamiento político en Occidente demostró su impotencia para iluminar la novedad radical de los regímenes totalitarios que se impusieron en varios países a partir de la década de 1930 y cuyo desmoronamiento global -aunque no sabemos si definitivo-, en la década pasada, tampoco fue anticipado por las tendencias dominantes de la ciencia política occidental.

De manera análoga, las categorías del pensamiento político tradicional impiden captar la realidad de otros hechos de signo opuesto, así como el significado de otro tipo de acciones  y acontecimientos singulares en su potencialidad para anunciar un porvenir que trascienda los estrechos marcos de la época moderna e, incluso, vaya más allá de la mera proyección de las tendencias actuales hacia un futuro pos moderno.


La tradición y la ideología revolucionaria

La lectura de los textos de Arendt nos incita a reflexionar sobre el sentido que pudieron haber tenido los gestos y actos de nuestra generación posterior a la revolución de 1952, cuando volvimos a descubrir la piedra filosofal al  encontrarnos con la conocida tesis de Marx sobre Feuerbach que decía: “Los filósofos han interpretado el mundo de diferentes maneras, el asunto sin embargo es cambiarlo”. El entusiasmo del reencuentro con la acción revolucionaria – al menos en la teoría – nos impidió tomar el recaudo de revisar el contexto de dichas tesis para tomar conciencia de que la “abolición de la filosofía” propugnada por Marx tenía un corte hegeliano, es decir, se la abolía, al mismo tiempo que se la concretizaba y conservaba (aufheben) en la actividad revolucionaria de la clase trabajadora. De este modo, dicha actividad no era sino una acción predeterminada por la filosofía clásica alemana que, desde entonces, se debía imponer a todas las sociedades independientemente de consideraciones de tiempo y lugar.

¿Cómo podíamos habernos imaginado, en aquellos agitados años de fines de 1960, que esta profesión de fe revolucionaria  y la inversión de la dialéctica hegeliana (no empezar por el pensamiento puro como lo hizo Hegel, sino por las condiciones materiales de la existencia de los hombres en sociedad) propugnada por Marx anunciaba no una nueva época sin la explotación del hombre por el hombre o una nueva sociedad sin clases sociales sino, a lo sumo, el final de la tradición del pensamiento político Occidental iniciado por la “alegoría de la caverna” de Platón? La lectura que realiza Arendt plantea justamente esta posibilidad aduciendo que si el comienzo de la tradición de la filosofía política se produjo cuando el filósofo se apartó de la política para elevarse hacia el “firmamento límpido de las ideas eternas” y luego regresar a imponer sus normas a los asuntos humanos, el fin llegó cuando otro filósofo se apartó de la filosofía como para “llevarla adelante” en el campo político.

El resultado fue que “Marx, al saltar de la filosofía a la política, llevó las teorías de la dialéctica a la acción, con lo que hizo que, mucho más que antes, la acción política fuera más teórica, más dependiente de lo que hoy llamaríamos ideología”[1]. No es extraño, entonces, que la opción de nuestra generación por la ideología revolucionaria haya asumido los contornos de un activismo que, a menudo, nos sumió en la perplejidad cuando nos encontramos con explotados que no querían “liberarse de sus cadenas”, u oprimidos que no querían “tomar conciencia de su situación de opresión”. Hablar de este particular desencuentro entre nuestros afanes de cambio y la “falsa conciencia” de los explotados, tomando en cuenta la larga tradición de luchas sociales que registra la historia de nuestro país parece un despropósito, hasta que caemos en cuenta que el mismo Che Guevara ya lo había anunciado al hablar en su diario de la mirada desconfiada de los campesinos que encontró en su camino hacia La Higuera.


El “tesoro perdido” de las gestas libertarias

¿Quiere decir aquello que toda acción política tiene siempre esa impronta de la filosofía, o ese carácter ideológico? Sería absurdo afirmar esto; en la sociedad, existen conflictos, emprendimientos o acciones que se dan no en base a una postura ideológica o una concepción preconcebida de la historia sino a partir de situaciones concretas. Además, existen coyunturas históricas en las que los ideólogos (los hombres abocados a un tipo de acción predeterminada por algún esquema filosófico) se encuentran ya sea en una posición de minoría, o bien en una situación que les obliga a actuar no en función de su ideología sino de las exigencias de la situación particular. En casos como estos, se diría que la acción política se ha liberado de los atavismos del pasado y está libre para desencadenar nuevos procesos en la particular circunstancia histórica en que se inscribe.

Una mirada a nuestra historia contemporánea nos hace pensar que han debido haber momentos en que el vacío político fue llenado por este tipo de acción política libre de ideologías (aunque sea sólo parcialmente libre). Creo que uno de esos momentos fue la huelga de hambre de 1977-78 iniciada por un grupo de mujeres mineras en circunstancias poco favorables y en un momento poco oportuno; empero, el “viento de la acción sopla por donde quiere”, y aquel fin de año del ‘77 sopló por donde menos lo esperaban los ideólogos y partidos de izquierda - por un espacio abierto por mujeres y niños-, obligándolos a dejar de lado (poner entre paréntesis) sus particulares concepciones ideológicas y adherirse a un tipo de acción basada en principios (el derecho a la política, la pluralidad del espacio público) y con objetivos específicos y claros (amnistía irrestricta que no excluya a los supuestos “delincuentes políticos” o “extremistas” impedidos de volver al país).

Se sabe que el mayor logro de aquel movimiento fue la apertura de un proceso democratizador distinto de cualquier otro precedente y el cual, aunque no llegó a consolidarse debido al golpe militar ocurrido en 1980, constituyó una anticipación del proceso de institucionalización democrática que hasta ahora intentamos llevar adelante como país. Sea como fuere, aquella experiencia parece haber contenido un “tesoro” que al poco tiempo se perdió, quizá el mismo del que habla Arendt al referirse a la experiencia de aquellos escritores y hombres de letras europeos que se unieron a la Resistencia durante la II Guerra Mundial.

“¿Qué tesoro era ése?”[2], parafraseando a Arendt, se podría decir que al parecer consistió en que los protagonistas habían descubierto que quien se  “unió a la huelga, se sintió plenamente inmerso en una experiencia histórica, plenamente popular y revolucionaria”[3], que ya no se veía sospechoso de su “condición de intelectual pequeño burgués”, que “tal vez por primera vez, había sido útil para su pueblo”. En esa experiencia del hambre compartida y ampliamente publicitada, por vez primera en sus vidas los visitaba una experiencia de libertad: no tanto porque actuaran contra la dictadura..., sino porque se habían convertido en “la oleada delantera de avance de la historia”, habían asumido la iniciativa y se “sintieron colocados en una posición justa y en un momento justo” y, por tanto, sin advertirlo plenamente, habían participado en la creación de un nuevo espacio público - aquel que mediaba entre todos aquellos que se constituyeron como pueblo - donde “la libertad estuviera siempre invitada”.

Aquello no duró mucho, después de restituirse el proceso democrático en 1982, las ideologías volvieron a influir de modo determinante en las acciones de los grupos y clases sociales que se vieron afectados por la hiperinflación o marginados del proceso de globalización de la economía; y -lo que actualmente es más decisivo-, a partir de 1985, los partidos políticos empezaron a monopolizar la actividad política que en las décadas precedentes había estado principalmente en manos de los llamados “factores de poder” (el movimiento obrero organizado o los militares). Pero ésta  es ya otra historia.


La sustitución de la acción por la conducta

Por lo visto, los momentos de la acción política no ideologizada son fugaces; rápidamente, el contexto de la modernidad asimila este tipo de acontecimientos singulares al proceso histórico más amplio. “Para nuestro modo de pensar moderno”, dice Arendt, “nada es significativo en y por sí mismo, ni siquiera la historia (...) tomada como un todo, (...) ni los hechos históricos específicos. (...) Los procesos invisibles han invadido todas las cosas concretas, toda entidad individual que sea visible para nosotros, reduciéndolas a funciones de un proceso general”[4].

Se diría que para nosotros, ni la huelga de hambre de 1977, ni la “marcha por la vida” de 1986, ni aquella “por la dignidad y territorio” de 1990 tienen una significación por sí solas; lo único que parece otorgarles un sentido es el hecho de que todos esos acontecimientos forman parte, en el mejor de los casos, de un amplio proceso de democratización de nuestra sociedad; aunque también se los puede considerar como acontecimientos de signo opuesto en función de su capacidad (o incapacidad) de bloqueo del proceso de desestatización de la economía.

En el contexto actual, la acción política ha vuelto a manos no ya del “revolucionario profesional” (aunque éste todavía aparece en la escena política como un caso aislado), sino a las del “político de oficio” quien ha empezado a monopolizar la actividad política gracias, en parte, a la representatividad excluyente otorgada por la Constitución a los partidos políticos; pero también debido a la solidaridad de tipo corporativo que se ha desarrollado al interior de la llamada “clase política”, una solidaridad que tiende a abarcar a todos los militantes de los partidos políticos independientemente de su signo ideológico.

En este caso, no es ya la tradición de la filosofía política sino la actual evolución de las ciencias sociales la que influye en los procesos sociales actuales, incluido el proceso político. En la medida en que aquellas han evolucionado mayoritariamente en dirección a un tipo de ciencias de la conducta humana, basadas en la estadística de los grandes números, “la sociedad espera de cada uno de sus miembros un tipo de conducta, imponiendo innumerables y variadas reglas, las cuales tienden a “normalizar” a sus miembros, obligándoles a conducirse (de un modo tal) que la acción espontánea o el logro sobresaliente quedan excluidos”[5]. Es posible que esta sustitución de la acción por la conducta, que está en la base de los procesos sociales actuales, haya sido reforzada por las ciencias de la conducta cuyos paradigmas también han alcanzado a las ciencias políticas.

En la medida en que los partidos se han convertido en los sujetos centrales del sistema político y los únicos titulares legítimos de la actividad política, el político de oficio tiende a monopolizar la iniciativa dejando al resto de los ciudadanos el “derecho” a votar por él cada 5 años. El buen ciudadano resulta ser aquel que se comporta adecuadamente, conformándose con obedecer las leyes aprobadas por los políticos en su función legislativa y   participar de las políticas implementadas por ellos desde el Ejecutivo. Quien quiera reivindicar para sí, o para su grupo social, la posibilidad de actuar libremente, al margen del sistema político, no solamente se arriesga a entrar al campo de la ilegalidad sino también a ser incomprendido por sus conciudadanos.


La importancia de los escritos de Hannah Arendt para iluminar nuestro proceso político particular se hace evidente cuando reflexionamos sobre la amenaza que implica esta progresiva sustitución de la acción política por la conducta ciudadana y el peligro siempre presente de la distorsión de la realidad por parte de los que detentan el poder, o de aquellos que aspiran a detentarlo.

*Publicado originalmente por "El Malpensante" de La Razón, La Paz, 7 de marzo de 1999







[1] Hannah Arendt, La Tradición y la Epoca Moderna. En: Entre el Pasado y el Futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Editorial Península, Barcelona 1996, p.36
[2] Ibidem, p. 10
[3] Luis Espinal, El Testimonio de una Experiencia. En: La Huelga de Hambre, Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia, 1978, p.153
[4] Arendt, El Concepto de Historia Antiguo y Moderno. En: Op.cit.,  p. 72
[5] Arendt, The Human Condition. The University of Chicago Press, 1958, p. 40

sábado, 17 de septiembre de 2016

De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de lo vivo*

PREFACIO DE FRANCISCO J. VARELA GARCÍA (a segunda edición 1993)




por Francisco Varela

SEGUNDA PARTE

EXPANSIÓN Y CONTINUIDAD DE UNA IDEA

Devenir de la autopoiesis en sentido estricto

¿Cuál fue el devenir de la idea de autopoiesis  al interior de las ciencias?  Poco después de la aparición del artículo en Biosystems en 1974, la idea empezó a hacer su camino con cierta inercia en los medios científicos. No viene al caso hacer aquí una historia detallada, quiero sólo dar de modo indicativo algunos hitos.



Aquellos que se ocupaban de teoría de sistemas fueron los primeros en reaccionar y ya en 1976 la reunión internacional de sistémica en New York había una sesión especial llamada Autopoiesis (en la que fui conferenciante invitado). El primer libro dedicado exclusivamente a la idea apareció poco después12. Habrían de haber muchos otros libros y artículos en años posteriores. Más importante para mí, fue que la idea empezó a suscitar interés entre los biólogos, muy especialmente a través de Lynn Margulis, destacada investigadora del origen de la vida y la evolución celular. A partir de comienzos de los años 80 Margulis adopta la autopoiesis como el criterio para definir el origen de los seres vivos y difundió la idea a muchos otros científicos activos en el área. Bajo Margulis, Gail Fleischaker escogió el tema para su tesis doctoral y publicaría más tarde una serie de artículos originales sobre el tema. 


Aunque a partir de entonces, a nivel teórico y biológico la idea de autopoiesis se encarnaba en el discurso científico, por muchos años tenía yo la esperanza de que pudiera servir de guía para la síntesis de sistemas precelulares. Estos desarrollos habrían de esperar los años 90 cuando Luigi Luisi y su grupo en Zürich decidieron lanzarse al desafío de la construcción de sistemas autopoiéticos sintéticos sobre la base de micellas lipídicas, haciendo uso de un know-how experimental considerable13. Los resultados muestran claramente que la circularidad autopoiética puede implementarse en un sistema químico real, sometido a restricciones similares a las de los primeros sistemas celulares. Como señalaba el editorial de Nature, comentando un artículo de Luisi que aparecía en el mismo número, la síntesis de sistemas autopoiéticos artificiales representa "el haber completado una etapa más para resolver el misterio del origen de la vida”14.


Estos últimos años han sido también testigos de una nueva corriente de investigación interdisciplinaria llamada Vida artificial, continuación natural de la cibernética de los años 50, uno de cuyos objetivos es la simulación y realización de sistemas vivos a varios niveles, desde el celular hasta el robótico15. Uno de los postulados más repetidos de esta corriente, hoy en día muy publicitada en medios periodísticos, es que es una organización lo que permite definir la vida, y no los componentes, por muy sofisticadas que sean sus propiedades enzimáticas o replicativas. Ésa es, por cierto, una intuición que guiaba nuestra búsqueda en 1971. Más aún, los autómatas celulares que usáramos en el Protobio, se transformaron en las manos de la vida artificial, en la herramienta predilecta de simulación de toda clase de propiedades biológicas.



La autopoiesis como metonimia 

No puedo omitir aquí un comentario sobre otra dimensión de la expansión de la idea de autopoiesis más allá de la biología hacia las ciencias humanas, donde ha suscitado un interés inusitado. Pienso que en estos casos la autopoiesis aparece jugando un rol metafórico, o más precisamente, metonímico. Esta tendencia ya se planteaba en el prefacio que Stafford Beer escribiera en 1972, donde afirma que es "evidente" que la idea puede extenderse para caracterizar un sistema social. Ya en esa época tenía yo una posición escéptica al respecto, como lo señala el mismo Beer.


En los años que siguieron, este uso metonímico tomó fuerza en dominios tan diversos como la sociología, en los escritos del famoso sociólogo alemán Niklas Luhman16, la teoría jurídica17, la teoría literaria18, así como una extensa literatura en el campo de la terapia familiar sistémica19. Toda esta profusión de interés ha sido para mí fuente de sorpresa. Después de años de escuchar los argumentos y los usos de la idea en varios de estos campos, he llegado a algunas conclusiones generales de las que quiero dejar constancia brevemente.


Quiero distinguir en esta literatura secundaria dos modos de transposición de la idea original: (1) una utilización literal o estricta de la idea, (2) una utilización por continuidad. Con el primer modo me refiero al hecho que ha habido intentos repetidos de caracterizar, por ejemplo, una familia como un sistema autopoiético, de manera que la noción se aplique en este caso estrictamente. Estos intentos se fundan, en mi opinión, en un abuso de lenguaje. En la idea de autopoiesis las nociones de red de producciones y de frontera tiene un sentido más o menos preciso. Cuando la idea de una red de procesos se transforma en “interacciones entre personas”, y la membrana celular se transforma en el “borde” de un grupo humano, se incurre en un uso abusivo, como lo expresé en un comentario crítico que he publicado al respecto20.


El uso de la autopoiesis por continuidad es otro: se trata de tomar en serio el hecho de que la autopoiesis busca poner la autonomía del ser vivo al centro de la caracterización de la biología, y abre al mismo tiempo la posibilidad considerar los seres vivos como dotados de capacidades interpretativas desde su mismo origen. Es decir, permite ver que el fenómeno interpretativo es continuo desde el origen hasta su manifestación humana. En lo fundamental, yo estoy de acuerdo con este uso y esta extensión posible. En el panorama de ideas actuales es quizá una de las facetas más originales de este trabajo. Sin embargo, pienso que darle una argumentación y una expresión rigurosa a esta articulación requiere trabajo serio. Entre los ejemplos que me parecen convincentes destacan el que hace J.P. Dupuy en su análisis de los sistemas sociales21, Winnograd & Flores en su análisis sobre la comunicación22, y el texto más evocativo de W.I. Thompson23. Por desgracia a menudo la idea de autopoiesis se la cita en este tipo de literatura de manera mucho más superficial.


En breve, creo que queda claro para el lector que, en lo fundamental, tengo un gran escepticismo sobre la extensión del concepto más allá del área para la que fue pensado, es decir, la caracterización de organización de los sistemas vivos en su expresión mínima. Aunque no hay una razón a priori, después de todos estos años mi conclusión es que una extensión a niveles “superiores” no es fructífera y que debe ser dejada de lado, aun para caracterizar un organismo multicelular24.  Por el contrario, el ligar la autopoiesis como una opción epistemológica más allá de la vida celular, al operar del sistema nervioso y los fundamentos de la comunicación humana, es claramente fructífero25. 



MÁS ALLÁ DE LA AUTOPOIESIS

Quiero terminar con un breve comentario sobre lo que ha sido mi camino intelectual después de 1973, independientemente de los avatares tempranos o tardíos, de la autopoiesis. Lo hago sobre todo porque quisiera aprovechar este Prefacio para dejar en claro que a mis ojos la autopoiesis fue una etapa importante y útil, pero tan sólo una pieza del puzzle más para entender la biología del conocer de una manera nueva. Ciertamente mi manera de pensar hoy no queda caracterizada como “la teoría autopoiética”, contrariamente a lo que a veces se dice; es otro uso metonímico que sería mejor evitar.


Otra motivación para esbozar aquí estos hitos de mi propio desarrollo científico, es que después de los años de trabajo conjunto con Maturana en 1970-73, y un breve interludio de nuevas colaboraciones en mi segundo intento de vuelta a Chile en 1980-83, nuestros caminos intelectuales han divergido de múltiples maneras tanto en contenido, como en enfoque, como en estilo. Esto no debe sorprender; somos dos individuos diferentes y viviendo casi todo el tiempo en lugares distintos. Es importante, entonces, aclarar que nuestra colaboración en la creación de la autopoiesis no implica el que compartamos hoy una visión común en una supuesta "teoría autopoiética" unificada. Por cierto hay algún terreno compartido y que hemos expresado en un libro destinado al gran público, El árbol del conocimiento26, que redactamos entre 1982-83 y que ha tenido un éxito significativo en los doce idiomas a que ha sido traducido. Por el contrario, el corpus de investigaciones que menciono a continuación representa trabajo científico original, Y cuya responsabilidad me incumbe.



Auto referencia y clausura

La autopoiesis reposa sobre una concepción circular auto referencial de los procesos. Sin embargo, por muchos años la auto referencia recibió una atención marginal y más bien negativa. Una de las cosas que me han ocupado por períodos desde 1974 (y sobre todo trabajando con mi amigo y colega el matemático Jorge Soto-Andrade), es la de esclarecer la noción de auto referencia como concepto formal y lógico bien fundado27.


Junto con la búsqueda de un fundamento más claro a la circularidad, se me hizo claro también que la noción de autopoiesis es un caso particular de una clase o familia de organizaciones con características propias. Lo que tiene en común es que todas ellas dan al sistema en cuestión una dimensión autónoma. La base de esta conclusión fue sobre todo el repensar desde este nuevo ángulo las dos redes biológicas cognitivas más evidentes: el sistema nervioso (expresado en mi trabajo experimental de varias maneras) y el sistema inmunitario (que comenzó a ocuparme desde 1976). La idea es simple: sólo una circularidad del tipo de la autopoiesis puede ser la base de una organización autónoma. La caracterización de la clase de organización pertinente es lo que comencé a llamar el principio de clausura operacional. La palabra clausura la uso aquí en su sentido de operación al interior de un espacio de transformaciones, como es habitual en matemáticas, y no, por cierto, como sinónimo de cerrazón o ausencia de interacción, lo que sería absurdo. Lo que interesa es caracterizar una nueva forma de interacción mediado por la autonomía del sistema. Todas estas observaciones y conclusiones las resumí in extenso en un libro titulado Principios de autonomía biológica que apareció en 1979.28  Ese libro continúa siendo la síntesis más completa del desarrollo de los fundamentos, las aplicaciones y los intentos de formalización de noción de autonomía29.




Identidad somática y sistema inmunitario

A un nivel menos programático y más aplicado, una dirección de trabajo que ha sido de enorme fertilidad es un extensa reformulación del sistema inmunitario bajo los principios de organización autónoma. Este tema se abrió para mí al conocer en 1976 a Nelson Vaz en EE.UU.30. Sin embargo, no fue sino hasta mi instalación en París en 1986 y mi colaboración intensa con Antonio Coutinho del Instituto Pasteur, que esas instituciones han dado sus frutos. En pocas palabras, la idea central es la siguiente. La inmunología tradicional tiene como metáfora central la defensa contra los antígenos externos invasores. Ésta es una transposición isomórfica de las ideas dominantes representacionistas en el sistema nervioso: los antígenos juegan el rol de inputs conteniendo información, la respuesta inmunitaria juega el rol de output. Nuestra proposición es en cambio: el sistema inmunitario es sobre todo una clausura operacional propia a los linfocitos y las regiones V-variables de las inmunoglobulinas, que permiten una identidad somática al organismo multicelular Sólo secundariamente esta red desarrolla en el curso de la evolución capacidades defensivas tipo respuesta inmunitaria a infecciones masivas. Pero el corazón del funcionamiento del sistema es constitutivo de la identidad somática mediante la provisión de una red de inter comunicaciones al interior del paisaje celular y molecular del organismo, y no una serie de respuestas de anticuerpos dirigida al exterior. Se trata, por decirlo brevemente, de un verdadero sistema cognitivo del cuerpo.


Estas ideas las hemos expresado en numerosos trabajos, y han tenido un impacto en el mundo de la inmunología tradicional31. Más interesante tal vez es que el paso entre la revisión del fenómeno inmunitario y su expresión en resultados experimentales nuevos e inesperados ha sido muy rápido. Así por ejemplo, nuestro enfoque llevó a poner en evidencia por primera vez que el sistema como un todo tiene una rica dinámica temporal en la composición de inmunoglobulinas que expresa, entre otras cosas, la diferencia entre normali¬dad y enfermedades auto inmunitarias32.

Evolución y deriva natural

Un tercer paralelo crítico al que he llegado naturalmente en estos años es que para poder dar sentido a un sistema autónomo, el pensamiento evolutivo debe dejar atrás una visión neo darwinista que entiende la selección como fuente instructiva de modificaciones históricas. La nueva visión que emerge en consonancia con todo un movimiento renovador en biología evolutiva se hace cargo de las capacidades auto organizativas intrínsecas del organismo a nivel genotípico (el genoma es una red compleja) y durante el desarrollo embriológico (el desarrollo es una transformación integrada, y no la expresión de caracteres). Además, el acoplamiento estructural con el medio se realiza, no sólo a nivel del individuo, sino también a vatios otros niveles, tanto celular como poblacional, y sobre la base de ciclos completos de vida. El énfasis en la constitución interna y los múltiples niveles de imbricación del ciclo de vida de todo organismo llevan a cambiar la visión de la selección natural clásica a una que puede designarse como deriva natural. En la evolución como deriva natural, la selección aparece como condi¬ciones de borde que deben ser satisfechas, pero al interior de las cuales el camino genotípico y fenotípico de un organismo se funda en su clausura operacional. Las consecuencias de todo esto son, por cierto muy importantes, pero no es éste el lugar para entrar en detalles33.




Enacción y cognición

Una de las críticas que debe hacerse a esta obra (así como a mi libro del 79), es que la crítica de la representación como guía del fenómeno cognitivo es reemplazada por una alternativa débil: lo externo como mera perturbación de la actividad generada por la clausura operacional, que el organismo interpreta ya sea a nivel celular, inmunitario o neuronal. Reemplazar la noción de input-output por la de acoplamiento estructural fue un paso importante en la buena dirección porque evita la trampa del lenguaje clásico de hacer del organismo un sistema de procesamiento de información. Pero es una formulación débil porque no propone una alternativa constructiva al dejar la interacción en la bruma de una mera perturbación. A menudo se ha hecho la crítica que la autopoiesis, tal y como está expuesta en este libro, lleva a una posición solipsista. Por lo que acabo de decir, yo pienso que ésta es una crítica que tiene un cierto mérito. La tentación de una lectura solipsista de estas ideas deriva de que la noción de perturbación en el acoplamiento estructural no toma adecuadamente en cuenta las regularidades emergentes de una historia de interacción en donde el dominio cognitivo no se constituye ni internamente (de un modo que lleva efectivamente al solipsismo), ni externamente (como lo quiere el pensamiento representacionista tradicional). En estos últimos años he desarrollado una alternativa explícita que evita estos dos escollos, haciendo de la reciprocidad histórica la clave de una codefinición entre un sistema autónomo y su entorno. Es lo que propongo llamar el punto de vista de la enacción en la biología y ciencias cognitivas34. Enacción es un neologismo, inspirado del inglés corriente en vez del griego como lo es la autopoiesis. Corrientemente enacción se usa en el sentido de traer a la mano o hacer emerger, que es lo que me interesa destacar. La prueba de fuego de este punto de vista es que ha permitido una reconstitución detallada y meticulosa de un fenómeno que puede verse como caso ejemplar: la visión de colores35.




Conciencia y fenomenología

La última pieza del puzzle a considerar aquí es la relación de estas ideas sobre el ser vivo en sus varias dimensiones y el fenómeno de lo mental y la conciencia, entendida como experiencia vivida. De hecho el problema de la conciencia vuelve a estar a la orden del día hoy: no se puede hacer neurociencias sin dar una respuesta, aunque sea implícita, a esta cuestión. Desde mi punto de vista, la crítica del conocimiento que acompaña a la autopoiesis  y que se continúa al poner en evidencia el rol central de la interpretación y de la autonomía de los seres vivos, es clave. Sin embargo, ese nuevo análisis biológico requiere un complemento de una disciplina fenomenológica de la experiencia. Esta exigencia de una disciplina adecuada es un punto ciego en nuestro discurso científico que se contenta con suponer que la vida mental aparece como algo evidente y accesible a los humanos, lo que es un error radical. Esta crítica se aplica a la cuasi totalidad de los escritos actuales sobre la conciencia y aún a lo que decimos en El Árbol del conocimiento, donde se reclama un rol para la experiencia (es el comienzo y el fin del camino del itinerario conceptual que el libro recorre), pero no se ve más allá en el esfuerzo por buscar una metodología explícita para poder tematizar esa experiencia. En este sentido he vuelto a recobrar mi antiguo interés en la fenomenología europea, y en particular en Merleau-Ponty, como el antecedente más cercano a mi posición enactiva, aunque añado a esa tradición europea, un sostenido interés en una disciplina de la experiencia que encarna la tradición de medita¬ción budista a lo largo de 20 siglos. Esta circulación necesaria entre experiencia y ciencias cognitivas es el tema de mi libro más reciente, quizá el escrito que más me ha exigido en un esfuerzo de síntesis, para lograr poner lado a lado la enacción y la experiencia entendida como una disciplina rigurosa36. Mi interés actual está centrado sobre todo en esta reciprocidad: externalidad de la operación cognitiva y fenomenología de la experiencia vivida. En el laboratorio, las nuevas técnicas de imágenes cerebrales permiten explorar todo esto de manera empírica y precisa. Es el comienzo de una nueva ciencia biofenomelógica donde falta casi todo por hacer.




CODA

Como se ve, desde mi perspectiva de 1994, la autopoiesis no encarna sola una nueva visión de la vida y el conocimiento. A su lado aparecen otras nociones igualmente importantes, tales como la clausura operacional, la enacción, la deriva natural y la metodología fenomenológica. Los referentes empíricos se extienden consecuentemente en nuevos programas de investigación detallados, sean las redes de linfocitos, la marcha de los insectos, o las imágenes cerebrales. Se trata de un edificio de nuevas concepciones epistemológicas y de resultados empíricos que tiene gran amplitud y se sostiene con rigor. Han sido 20 años productivos en los que la etapa de formulación de la autopoiesis marca, en retrospectiva, un hito importante como debería ser evidente para el lector que ha tenido la paciencia de seguirme hasta aquí. Este Prefacio es también para mí la ocasión de agradecerle públicamente una vez más a Humberto Maturana el haber sido mi primer maestro en el juego de la ciencia, y luego colega en la aventura de lo nuevo. Pocos son los que tienen su coraje y lucidez como pensador; si nuestros encuentros no hubieran sido, mi vida tendría una dimensión de menos.


Pero si esta construcción lenta y sostenida, llena de corsi y ricorsi como toda creación intelectual, tiene hoy día viabilidad científica, es porque se  inserta en una sensibilidad histórica que la autopoiesis intuía ya en 1973. Como decía al comienzo de este Prefacio, no hay creaciones personales desprovistas de una inserción: el que una idea tenga un impacto es un hecho histórico y no una aventura personal o un asunto de “tener razón”. La autopoiesis sigue siendo un buen ejemplo de alineamiento con algo que sólo aparece más claramente configurado en varios dominios del quehacer cultural humano y que indicaba yo con el nombre de un giro ontológico. Es decir, una progresiva mutación del pensamiento que termina con la larga dominancia del espacio social del cartesianismo y que se abre a la conciencia aguda de que el hombre y la vida son las condiciones de posibilidad de la significación y de los mundos en los que vivimos. Que conocer, hacer y vivir no son cosas separables y que la realidad y nuestra identidad transitoria son partners de una danza constructiva. Esa tendencia que designo como un giro ontológico no es una moda de filósofos, sino que se refleja en la vida de todos. Entramos en una nueva época de fluidez y flexibilidad que trae detrás la necesidad de una reflexión acerca de la manera de como los hombres hacen los mundos donde viven, y no los encuentran ya hechos como una referencia permanente.


Las consecuencias éticas de este darse cuenta son importantes, y en todo caso suficientemente actuales para que merezcan una discusión más extensa que la que puedo hacer aquí37. Pero insisto sobre este punto porque la ocasión de escribir este prefacio que celebra estos 20 años sería tristemente dilapidada si no llegara a comunicar al lector la importancia de expandir el horizonte para considerar el carácter profundamente social y estético de donde esta idea se inserta, más allá de la ciencia y la biología, y más allá de las personas que figuran como autores. En ese sentido este pequeño libro no ha perdido vigencia y todavía puede leerse con provecho. En definitiva una invención científica en cualquier campo requiere actores que sean sensibles a las anomalías que siempre nos rodean. Esas anomalías deben ser mantenidas en un estado de suspensión y cultivo mientras se es capaz de encontrar una expresión alternativa que reformule la anomalía como un problema central, tal y como la autopoiesis pone la autonomía al centro del problema de la vida y el conocer. Quizá el caso de la autopoiesis, en el que me ha tocado la fortuna de ser partícipe, pueda servir para ilustrar esta dinámica de la innovación y contribuir así a que el futuro de la ciencia en Chile sea responsable de cultivar sus sensibilidades propias y no sea un eco de tendencias de otras latitudes.

París, enero de 1994.

* Humberto Maturana y Francisco Varela, "De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organizaciòn de lo vivo. Buenos Aires: Lumen, 2003 (Tomado del sitio web: Autopoiesis.cl, el 11 sept. 2016). Ver Primera parte de este prefacio de Francisco Varela a la segunda edición (1993) en: http://umbrales2.blogspot.com/2016/09/de-maquinas-y-seres-vivos-autopoiesis.html

NOTAS

(Primera parte)

1. En particular véase el "clásico": Maturana, H.; Lettvin, J.; McCulloch, W.; Pitts, W., "Anatomy and physiology of vision in the frog", en J. General Physiology, 1960, 43: 129-175.
2. Varela F.; Maturana H., "Time course of excitation and inhibition in the vertebrate retina", en Exp. Neurol, 1970, 26: 53-59.
3. Kuhn, T., The structure of scientific revolutions, Harvard University Press, 1970.
4. Para una selección de estos y otros artículos véase: von Foerster, H., Observing Systems: selected papers, Interscience, California, 1979.
5. Una selección de sus trabajos más importantes apareció recién en 1975: McCulloch, W.S., Embodiments of mind, MIT Press.
6. Garvin, P. (ed.), Cognition: a multiple view, Spartan Books, Washington, 1970.
7. Piaget, J., Biologie et connaissance, Gallimard, Paris, 1969; traducción española apareció en S. XXI, Buenos Aires en 1972.
8. Sobre estos trabajos véase Deamer, D.; Fleshchaker, G. (Ed.), The origins of life: the central concepts, Jonathan Cape, Boston, 1994.
9. Se trata de su libro The Anatomy of Human Destructiveness.
10. Maturana, H.; Varela, F.J., Autopoiesis and cognition: the realization of the living, BSPS, vol. 42, D. Reidel, Boston, 1980.
11. Varela, F.; Maturana, H.; Uribe, R., "Autopoiesis: the organization of the living systems, its characterization and a model", en Biosystems, 1974, 5: 187-196

(Segunda Parte)




viernes, 16 de septiembre de 2016

La subsistencia: intangibilidad deshecha más acá del TIPNIS

 por Hernando Calla*

A poco de que el gobierno de Bolivia promulgara una “ley corta” que establece que ninguna carretera pueda atravesar por el TIPNIS y declara a este territorio indígena y parque nacional un área de reserva natural “intangible”, las negociaciones para llegar a una reglamentación consensuada sobre el alcance y los límites de dicha “intangibilidad” han quedado en suspenso, cuando han trascurrido más de dos semanas del acuerdo arribado entre el gobierno y los indígenas de tierras bajas que caminaron durante más de 60 días hasta el mismísimo centro del poder político en La Paz para evitar que se consume el despropósito de construir una autopista alquitranada por el medio de este bosque tropical amazónico (lo que no implica que no se puedan abrir caminos [i] que vinculen al TIPNIS con el resto del territorio nacional).


El primer mandatario, el vicepresidente y otros personeros del gobierno no dejan de sorprender a la opinión pública con declaraciones que contradicen los acuerdos arribados y la ley que los consagra. Por un lado, Evo Morales se sigue mostrando impermeable a los acontecimientos e insiste ‘motu proprio’, en reiteradas declaraciones poco afortunadas, o a través de interpósitas personas (p.ej. el gobernador de Cochabamba), que la carretera descartada por ley es una demanda irrenunciable de las organizaciones sociales y los departamentos involucrados. García Linera, por su parte, da la impresión de que el gobierno pretende seguir el hostigamiento a las ONGs que apoyaron a los marchistas y continuar con la represión policial/acoso judicial a los indígenas en Chaparina o La Paz, aunque la próxima vez en el mismo TIPNIS ahora declarado “intangible” para que, según la torcida interpretación de algunos dirigentes del oficialismo, ni los mismos indígenas puedan tocar nada, mucho menos las ONGs u otras empresas de “dudoso” estatus como socias de las organizaciones indígenas para la implementación de proyectos de ecoturismo o aprovechamiento forestal sostenible.

Entre tanto la “intangibilidad” del TIPNIS se ha vuelto un asunto susceptible a toda clase de interpretaciones antojadizas. ¿Pero qué significa intangible en sus acepciones ordinarias? Una indagación en los diccionarios da cuenta de algunas: 1) aquello que no puede o no debe tocarse, 2) algo vago e indefinible, 3) otras acepciones más especializadas (como en “activos intangibles” de la contabilidad empresarial). En el caso del TIPNIS, la intangibilidad parece estar relacionada con la consigna de la marcha: “el TIPNIS no se toca” y es un término con antecedentes en el manejo de áreas protegidas para designar lugares verdaderamente “intocables” o “sagrados” al interior de dichas áreas. Fue supuestamente sugerido por los asesores de los indígenas para garantizar cierto estatus de “intocable” del TIPNIS, es decir, cuyos recursos naturales –renovables y no renovables– no pueden ser explotados por terceros (ajenos a los pueblos que habitan el territorio indígena) o, visto en términos de tamaño, no pueden ser explotados a gran escala poniendo en peligro los frágiles ecosistemas del territorio indígena o amenazando la preservación de la biodiversidad en el parque natural; de todos modos hay temores, incluso entre los propios dirigentes indígenas,[ii] de que la intangibilidad pueda interpretarse tan radicalmente de modo que ni los propios indígenas que viven ahí puedan aprovechar sus recursos renovables para generar ingresos económicos que complementen sus medios de subsistencia.

Pero el asunto nos da la oportunidad para hablar de otro tema igualmente intangible en torno a nuestra realidad. Ello debido a que la palabra tiene dos acepciones que apuntan en distintas direcciones: la primera, aquella que está siendo debatida respecto a la “intangibilidad” del TIPNIS, se refiere a “lo que no debe tocarse”; la segunda, cuyo debate nos parece mucho más significativo, alude a “lo que no puede tocarse”, no porque esté prohibido o sea considerado algo sagrado, sino porque no tiene un carácter material (como la cultura) o, se nos antoja, porque al haberse destruido, o al menos desestructurado, ha quedado opacado por otras realidades aparentemente más tangibles (como la economía) al punto de asumir un contorno vago e indefinido. ¿Qué puede ser aquello? No pretendemos abordar los destrozos provocados en áreas otrora intangibles como la reserva del Aguaragüe actualmente sujeta a una intensa intervención para la explotación de madera, hidrocarburos y otros recursos, y en consecuencia, de creciente destrozo del entorno natural.[iii] Queremos abordar más bien otro tipo de bendiciones intangibles o poco evidentes para los economistas, o los ciudadanos que se han dejado contagiar por este punto de vista. Estamos pensando en las actividades de ‘subsistencia’ inherentes a sus condiciones de existencia autosuficiente por las que también lucharon los indígenas del TIPNIS, pero las cuales se siguen destruyendo impunemente más acá de este parque y, bien mirado, en toda la geografía nacional donde todavía perviven poblaciones que subsisten sin una gran dependencia del mercado.

¿Qué es la subsistencia? Habría que indicar primeramente que “subsistente” es aquella realidad que se sostiene por sí misma; es subsistente, simplemente existe por sí misma.[iv] De ahí que la “subsistencia” sea aquella forma de existir en que la gente genera por sí misma –autónomamente –, en relación permanente con su entorno material y cultural más inmediato, los medios materiales y las condiciones sociales de su existencia colectiva. Otra forma de traducirla sería como “la capacidad y libertad de cultivar el alimento propio, construir uno mismo su vivienda, moverse por cuenta propia espacial y espiritualmente”.[v] Sin embargo, con la expansión de la sociedad económica a todos los confines del mundo, las realidades de la subsistencia se han vuelto intangibles, han quedado opacadas por las realidades de la economía, la misma que se ha instalado en el imaginario de todas las sociedades contemporáneas como la única forma de sobrevivir en este mundo desprovisto de condiciones para la subsistencia.

Este es un término que economistas y desarrollistas usan ambos con desdén para chantajear a las poblaciones que todavía viven al margen del mercado advirtiéndoles sobre el empeoramiento de sus “magras condiciones de subsistencia”, a menos que emprendan proyectos de “desarrollo sostenible” de sus recursos humanos y naturales que les permitan la satisfacción de sus necesidades crecientes (independientemente del contenido de este paradigma del desarrollo, el término suele utilizarse simplemente para identificar aquellos productos autóctonos o destrezas productivas tradicionales con posibilidades de encontrar nichos de mercado en la economía global). Los profesionales de todas las ramas enfocan la subsistencia como algo indigno y frente a lo cual la única respuesta posible es la necesidad de salir cuanto antes de esa “miseria” que afecta a tanta gente que no solo tiene ingresos monetarios reducidos o nulos sino, “lo que es peor”, está obligada a vivir de lo que produce ella misma (o vive apenas de lo que logra cazar o pescar, como los indígenas del TIPNIS).

Al presente, se ha llegado a establecer un monopolio radical de la economía que afecta incluso al imaginario social donde ya no caben otras alternativas que no sean compatibles con los modelos industrialistas y las formas mercantiles de la economía; mientras tanto, la posibilidad de experimentar las actividades de subsistencia, o de imaginar nuevos modos de subsistencia al margen del mercado, tienden a desaparecer cuando ya no existen las condiciones de uso no comercial del entorno común o los “ámbitos de comunidad”.

El deterioro de las condiciones de subsistencia de las comunidades o pueblos indígenas es algo que se percibe ocasionalmente cuando las poblaciones afectadas se ven obligadas a migrar para trabajar en otros países o, más dramáticamente, mendigar en otros lugares donde hay grandes concentraciones humanas como en las principales ciudades. En algunos casos, estos procesos de deterioro o su contraparte, de creciente mercantilización de las comunidades campesinas,[vi] están siendo documentados por investigadores e instituciones dedicadas a la investigación socio-económica y a la propuesta de alternativas. No obstante, en vez de ver maneras de ponerle freno a este deterioro, las respuestas a estos procesos son normalmente intentos por encontrar alternativas ‘económicas’ que permitan, a los afectados por la creciente pobreza, superar la miseria en base a la metamorfosis de las pocas bendiciones culturales y precaria munificencia del entorno natural que todavía les queda, en recursos humanos e insumos naturales crecientemente apetecidos por el mercado globalizado de la modernidad para así convertirlos en bienes y servicios destinados a otros, es decir, en valores económicos.

A pesar de todo, las personas persisten en mantener a contracorriente ciertos medios de subsistencia producidos por ellas mismas. Yo soy de las minas del sur de Potosí; mi familia vivió en las minas por varias generaciones, obteniendo sus medios de sustento de la pulpería: el almacén de abarrotes que las empresas mineras mantenían para el aprovisionamiento de sus obreros y empleados de la mayor parte de sus “necesidades básicas” (las amas de casa podían sacar de la pulpería, a cuenta del salario del minero o el sueldo del empleado, desde latas de leche evaporada hasta algunos kilos de carne por familia al mes, y hasta el mismo “pan nuestro de cada día”). Con todo, incluso después de la nacionalización de las minas –que implicó la consolidación de la clase minera y la creciente dependencia de las poblaciones mineras de lo suministrado por las pulperías–, muchas familias seguían cultivando algunos medios de subsistencia propios, como ser: sembradíos de papa en pequeñas parcelas en los cerros, lechugas en los márgenes de la quebrada, o chanchos en pequeños chiqueros en las afueras. Esta misma experiencia la tenían hasta hace poco los habitantes de pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, cuya alimentación dependía, aparte de la variedad de productos que se podían adquirir en el mercado con dinero, del mantenimiento de huertos y chacras donde se cultivaban las hortalizas y frutos propios de la región, o de la crianza de animales domésticos para el aprovisionamiento subsistente de los principales ingredientes para los platos criollos preparados en los días de fiesta.

El argumento de Pierre Chaunu, un insigne representante de la geo-historia francesa, para la mayor parte de Europa en el siglo XVIII podría servirnos con ligeras modificaciones para dimensionar las realidades de nuestra propia subsistencia: “Hasta el siglo XVIII”, decía él, “salvo para las ciudades, 90% de lo que consume un habitante de un ‘mundo pleno‘ se encuentra disponible en un círculo de 5 km cuyo centro es su casa, tan estrecha es aún la dependencia hacia el suelo de todo lo que contribuye a la existencia humana… En otras palabras, en un primer círculo de 5 km de diámetro y unos 80 km2 de superficie se encuentran las cinco o seis pequeñas comunidades entre las cuales ocurren cerca de 90% de los ‘intercambios‘ (más que de intercambios monetarizados se trata de formas de ‘trueque contabilizado‘). Hasta 1700-1750, este primer círculo retiene, bajo la forma del auto-consumo, por lo menos 90% de la producción…”[vii] ¿Cuán diferente habrá sido la realidad del autoconsumo o la subsistencia en los países americanos? ¿Cuándo habrán empezado a cambiar estas realidades autosubsistentes en nuestro país?

De cualquier modo, la realidades de la subsistencia en Bolivia han pervivido hasta nuestros días en comunidades campesinas de tierras altas (basta que uno salga unos cuántos kilómetros fuera de las grandes ciudades, digamos a las comunidades de la cuenca del lago Titicaca, para encontrar que las realidades de la subsistencia todavía se encuentran a ojos vista) y, como nos lo han hecho recordar los indígenas marchistas del TIPNIS, en las comunidades de los pueblos indígenas de tierras bajas. De ahí la conmovedora acogida con que la gente de La Paz y otras ciudades del país recibió a los marchistas que arribaron el 19 de octubre, a los que no escatimaron en brindarles toda clase de muestras de solidaridad. A diferencia de algunos analistas que han visto en los gestos de simpatía de las clases medias y altas una confabulación con la derecha o una fabulación interesada del “mito del buen salvaje”,[viii]nosotros pudimos ver que paceños de todas las clases, edades y géneros les dieron un sincero y caluroso recibimiento a los indígenas de tierras bajas en su épico ingreso a la ciudad; [ix] los acompañaron en su vigilia de varios días a la espera de resultados favorables en las negociaciones de sus dirigentes con el gobierno[x] y, por último, vimos que hubo una sentida despedida de ambos al momento de partir los marchistas de retorno a sus territorios.

Aunque sería tonto negar la solidaridad proverbial de los paceños con la gente afectada por desgracias colectivas, nosotros creemos que la emotiva acogida con que recibieron a los indígenas del TIPNIS también tiene que ver con la intuición de la población citadina respecto a que la lucha de los indígenas por su hábitat concierne a aquellas bendiciones intangibles que ella misma ha ido perdiendo en su tránsito desde sus comunidades autosubsistentes hasta los contaminados barrios de sus ciudades, donde sobrevive gracias a una creciente dependencia de la circulación mercantil pero con posibilidades de subsistir cada vez más reducidas, a pesar de todas las comodidades que estas ciudades ofrecen (o quizás por ello mismo). Esta intuición se hizo entrañable, se nos ocurre, cuando redescubrimos nuestra común humanidad en el rostro de los más pobres y humildes de nuestra patria al momento de su entrada decisiva en la historia contemporánea.
*Publicado originalmente en Bolpress.com el 15 de noviembre, 2012

[i] A propósito de una distinción entre caminos y carreteras, ver este fantástico cuento de Gustavo Duch en
[ii] Ver http://elsistema.info/index.php?option=com_content&view=article&id=11922&catid=14
[iii] Ver http://www.lostiempos.com/oh/actualidad/actualidad/20100502/el-aguarague-manual-para-destruir-una-reserva-natural_68344_125303.html
[iv] Ver Lee Hoinacki, Why Philia? (Lecture note) Conferencia leída en la Lecture Series "Conversations: The Legacies of Ivan Illich" en Pitzer College, Claremont (California, USA), Marzo 2004, p. 9. Visitar http://www.pudel.uni-bremen.de
[v] Ver Ivan Illich, Subsistence, en Kenneth Vaux, ed., «Powers That Make Us Human» (Urbana: University of Illinois Press, 1985), p. 50.
[vii] Cf. Pierre Chaunu, Histoire, Science Sociale. La durée, l‘espace et l‘homme à l‘époque moderne, SEDES: París, 1974.
[viii] Ver Alison Spedding, Por qué no voy a salir a marchar en defensa del TIPNIS
[ix] Ver relato sobre el recibimiento en La Paz en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011101901
[x] Ver un balance de la marcha indígena en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011102501


domingo, 11 de septiembre de 2016

De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de lo vivo*

PREFACIO DE FRANCISCO J. VARELA  GARCÍA (a la segunda edición, 1993)





por Franciso Varela

PRIMERA PARTE

Agradezco las circunstancias que permiten la reedición de este libro y la oportunidad de escribir este prefacio a 20 años de su primera edición. Es raro en la vida de un científico tener la ocasión, no solo de producir ideas que se presienten como de envergadura, sino además de ver sus dificultades balbucientes y constatar cómo echan raíces en el pensamiento científico. Esto ha ocurrido con la noción de autopoiesis y sus vicisitudes que este libro introducía por primera vez en 1973, y de las que he sido testigo de primera mano en el devenir científico internacional.

¿Qué hace que una idea como la autopoiesis, estrictamente una teoría de la organización celular, adquiera visibilidad y prominencia más allá de la biología profesional y sea capaz de afectar campos de saber lejanos? Mi respuesta es que en, último término, sólo podemos comprender ese fenómeno porque la idea contiene un trasfondo de sensibilidades históricas de importancia con las cuales se alinea y resuena. Ese trasfondo de tendencias no aparece delineado sino en retrospectiva, porque las ideas, como la historia, son una posibilidad que se cultiva, no un determinismo mecánico. A esta distancia, la autopoiesis ocupa en mi opinión un lugar privilegiado por haber anunciado de manera clara y explícita una tendencia que hoy es ya una configuración de fuerzas en muchos dominios del quehacer cultural.

La tendencia a la que hago referencia, dicho rápidamente, es la desaparición del espacio intelectual y social que hace del conocer una representación mentalista y del hombre un agente racional. Es la desaparición de lo que Heidegger llama la época de la imagen del mundo y que puede también designarse como cartesianismo. Si la autopoiesis ha tenido influencia es porque supo alinearse con otro proyecto cuyo centro de interés es la capacidad interpretativa del ser vivo que concibe al hombre no como un agente que "descubre" el mundo, sino que lo constituye. Es lo que podemos llamar el giro ontológico de la modernidad, que hacia el fin siglo XX se perfila como un nuevo espacio de vida social y de pensamiento que ciertamente está cambiando progresivamente el rostro de la ciencia.


A lo largo es estas páginas intentaré un mayor desarrollo de lo que acabo de expresar. Son ideas que debemos tener como faros frente a nosotros, para hacer posible una lectura de los orígenes, la gestación y maduración de la idea de autopoiesis. Dicho de otra manera, la autopoiesis ocupa un lugar en una trama bastante más amplia que la de la biología, en la que aparece hoy en una posición privilegiada. Esa sintonía con una tendencia histórica, intuida más que sabida, constituye el fundamento central de este libro y es su trayectoria la que me propongo trazar.


Dejar una firma en un texto, más que una posesión personal, es un hito en un camino. Las ideas aparecen como movimientos de redes históricas en que los individuos son formados, más que ellos a las ideas. Así, Darwin tenía ya a Wallace que lo esperaba, y a la Inglaterra victoriana como sustrato; Einstein solitario en su oficina de patentes suiza, dialogaba con Lorentz, y lo sostenía el mundo de la física germánica de fin de siglo; Crick conocía ya las ideas de Rose y Pauling al encontrar a Watson, y su estado de ánimo era propio del Cambridge de los años 50. Haciendo las diferencias y guardando las distancias que cabe, la historia de la autopoiesis también tiene sus antecedentes de resultados de donde surge y un sustrato peculiar que la nutre, en particular en las ideas de Maturana en los años 60. Pero más allá, fue Chile entero que jugó un rol fundamental en esta historia. Los nuevos científicos de Chile y América Latina tienen aquí material para la reflexión.


Escribir este prefacio es, insisto, un pliegue de la historia donde los hombres y las ideas viven porque somos más puntos de acumulación de las redes sociales en las que habitamos que voluntades o genios individuales. No se puede pretender aglutinar la densidad de acciones y conversaciones que nos constituyen en un relato personal necesariamente unidimensional. No pretendo que lo que digo aquí es una narrativa pretendidamente objetiva. Lo que ofrezco es, por primera vez, mi lectura, tentativa y abierta, de cómo surgió la noción de autopoiesis, y cuál ha sido su importancia y devenir. Cada una de las cosas que digo la he madurado largamente, y la creo honesta hasta donde puedo juzgar en mi conciencia como responsable de ser uno de los actores directos de esta creación, pero consciente de que no puedo considerarme poseedor de la verdad.


Para poder iluminar los temas de fondo necesito comenzar por lo que fueron las raíces de esta historia desde mi perspectiva personal. Paradójicamente, sólo a través de rescatar cómo los temas de fondo aparecieron en la especificidad de mi perspectiva es que puedo comunicar al lector la manera como esta invención encuentra un lugar en un horizonte más amplio.



LOS AÑOS DE INCUBACIÓN


Pertenezco a una generación de científicos chilenos que tuvimos el privilegio de ser jóvenes en uno de los momentos más creativos de la comunidad científica chilena en la década de los años sesenta. Como adolescente, tuve una vocación temprana por el trabajo intelectual y las ciencias biológicas me parecían sin dudas como mi norte. Al egresar de secundaria en 1963 opté por la Universidad Católica que anunciaba un innovativo programa de "Licenciatura en Ciencias Biológicas" consecutivo al tercer año de Medicina. Como alumno de medicina, conocí así a los primeros investigadores que me parecieron fascinantes, personajes como Luis Izquierdo, Juan Vial, Héctor Croxato y sobre todo Joaquín Luco, quien me contagió definitivamente con la pasión de la neurobiología. A poco andar en mi primer año, pedí a Vial que me admitiera como aprendiz en su laboratorio de Biología Celular. Me dio la llave de una pequeña puerta de su laboratorio que daba a calle Marcoleta, donde iba en horas libres a hacer cortes de nervios con tinción de mielina.


Juan Vial me dio también buenos consejos, incluyendo el de cambiarme a continuar mi formación en 1965 a la recién abierta Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile. Fue un paso crucial, porque salí del universo de las carreras tradicionales para entrar de lleno en el universo de la formación científica exclusiva, hasta entonces desconocida en Chile. En unas salas prestadas en el último piso de la Escuela de Ingeniería de Beaucheff encontré mi caldo de cultivo: un pequeño grupo de jóvenes entusiasmados por la  investigación en ciencias puras, y profesores-investigadores que enseñaban a los futuros científicos con pasión.



Aprendiz de neurobiólogo

El último de los consejos de Vial fue que intentara trabajar con Humberto Maturana, quien acababa de cambiarse de la Escuela de Medicina de la U. de Chile a la nueva Facultad de Ciencias. Un buen día de abril de 1966 fui a verlo a su laboratorio en el subterráneo de uno de los "dientes" de la nueva escuela en calle Independencia. Me preguntó qué era lo que me interesaba y en mi entusiasmo de los veinte le dije sin vacilación: "¡El siquismo en el universo!”. Humberto sonrió y dijo: "Muchacho, has llegado al lugar adecuado...". Fue un día memorable y el comienzo de una relación que tendría consecuencias para ambos. Maturana era ya un investigador de estatura en aquella época, conocido por sus trabajos de la fisiología de la visión en varios papers clásicos que había realizado en Harvard y MIT antes de volver a Chile1.**  

En Chile continuaba trabajando en fisiología y anatomía de la retina de vertebrados.

Para continuar con mi aprendizaje en el oficio, Humberto me pidió que repitiera experimentos de registro eléctrico en el tectum óptico de la rana, lo que me llevó a profundizar los problemas de visión más a fondo de lo que nunca lo había hecho con ningún tema científico. Cuando dejé el laboratorio de Independencia para partir a EE.UU. dos años después, había desarrollado la capacidad de generar mis primeras ideas de investigación. Se trataba de una hipótesis sobre el rol del tiempo en la forma de operar de la retina, que llevaba a unas predicciones experimentales que dieron origen a mi primer artículo científico2.


La influencia de Maturana fue uno de los pilares que me dio los años de aprendizaje en Chile, y sobre la cual tendré más que decir. Pero es importante que esboce como hubo al menos otras dos corrientes de influencia que tuvieron y han seguido teniendo un enorme peso en mi historia intelectual. La primera, fue la filosofía y haber encontrado ciertas lecturas claves en esos años de formación. La segunda, fue el descubrir el mundo de la cibernética y la biología teórica.



La reflexión filosófica

En los años de liceo mis lecturas filosóficas eran tan apasionadas como azarosas, mezclando Aristóteles (en esas bellas ediciones de la Revista de Occidente), Ortega y Gasset, Sartre y Papini. En la Escuela de Medicina, un encuentro fructífero con Arturo Gaete me guió en una lectura disciplinada de Teilhard de Chardin. En la búsqueda de una formación más sistemática, al cambiarme a la Facultad de Ciencias en 1966, me inscribí también en la Licenciatura en Filosofía en el antiguo Instituto Pedagógico de la calle Macul y comencé a participar regularmente en las lecturas guiadas por Roberto Torreti en el Centro de Estudios Humanísticos de la Escuela de Ingeniería. Las grandes polémicas ideológicas del Pedagógico no me interesaron tanto como lo que pude describir gracias a las clases de Francisco Soler que resonaban con la formación alemana de Torreti, y que se plasmaban en las colecciones de la biblioteca del Centro. Encontré así la fenomenología europea, y comencé una lectura, que se continúa hasta hoy, de Husserl, Heidegger, y Merleau-Poty. Por primera vez me parecía encontrar en estos autores una preocupación por el tematizar la experiencia vivida que considero fundamental.


El segundo y fulgurante descubrimiento de estos años fue la naturaleza social de la ciencia. Le debo a Félix Schwartzman el haberme introducido temprano a todo ese mundo. En su curso de la Facultad de Ciencias conocí lo que hasta entonces era el saber de una minoría en Chile, los trabajos de la escuela francesa de historia y filosofía de las ciencias: Alexandre Koyré (sobre todo), Georges Canguilhem, y Gastón Bachelard. En todos estos autores se expresa la convicción no intuitiva de que las ideas científicas se hacen y cambian de manera abrupta y no por una suerte de acumulación de "evidencia puramente empírica", que se sustentan de imágenes e ideas que no son dadas e inmutables y que cada época es ciega a los fundamentos de lo que toma por cierto y evidente. El gran público se hizo consciente de todo esto gracia al famoso libro de Thomas Kuhn3, que es imposible sin los antecedentes de la escuela francesa a la que Kuhn cita con reverencia. Para mis cortos 19 años, estas lecturas guiadas de Schwartzman sobre el quehacer científico me sacaron para siempre de la posición de ingenuo aprendiz a ser también un crítico de lo que yo recibía en mi formación profesional.

Cerebro, máquinas y matemáticas

La Facultad de Ciencias en aquella época pionera, hacía pocas concesiones en el nivel de formación matemática. En mi primer día de clases, sin decir una palabra, el profesor comenzó a escribir: "Sea E un espacio vectorial; los axiomas de E son:...". Después del primer shock para ponerse a nivel, descubrí en las matemáticas un lenguaje y una manera de pensar que me fascinaron. Al mismo tiempo descubrí gracias a Heinz von Foerster, el mundo de la cibernética, los modelos y la reflexión sistémica. Heinz es uno de los fundadores de todo ese universo de discurso y aunque no lo conocí en persona sino en 1968, se transformó en un personaje de gran importancia para mí. En sus papers, que circulaban por el laboratorio de calle Independencia, aparecían títulos que me maravillaban, tales como Historia natural de las redes neutrales u otros más intraducibles como A circuity of clues for platonic ideation . Encontré en estas ideas un instrumento para expresar las propiedades de los fenómenos biológicos, más allá de sus particularidades materiales.


Era una manera de pensar que había sólo aparecido en los años cincuenta, más claramente con la publicación del libro Cybernetics de Norbert Wiener (1962) y bajo la influencia de otro gran personaje de MIT, Warren Mc Culloch5, quien Humberto había conocido en 1959-60 cuando trabajaba en MIT. Wiener, McCulloch y von Foerster fueron pioneros de la conjunción de la reflexión epistemológica, la investigación experimental y la modelización matemática. Entre otras cosas, aparecía aquí expresado de manera contagiosa que la metáfora del computador no era lo único que había a la mano para pensar en el operar del sistema nervioso.



Entrada en la epistemología experimental

El aprendizaje del oficio de neurobiólogo no era lo único que pasaba en el subterráneo de Independencia. Humberto había entrado francamente en un período de cuestionamiento de ciertas ideas dominantes en neurobiología, y la discusión, la lectura y el debate eran cotidianos, fomentados por la presencia de Gabriela Uribe, médico de clara inclinación epistemológica que trabajaba con Maturana en esa época. Eran tiempos de búsqueda y discusión para poner en foco lo que aparecía como una insatisfacción y una anomalía. La insatisfacción principal apuntaba al hecho de que la noción de información, supuestamente clave para entender del cerebro y el conocimiento, no aparecía jugando un papel explícito en el proceso biológico. Humberto intuía que los seres vivos son, como decía en aquella época, 'auto referidos', y que de alguna manera el sistema nervioso es capaz de generar sus propias condiciones de referencia. Se trataba de hacer una reformulación que condujera a una "epistemología experimental", un feliz término introducido por McCulloch. Gabriela y Humberto habían comenzado un estudio de ciertos efectos cromáticos similares a los descritos por E. Land en 1964, y que se transformaron en el tópico alrededor del cual se realizaba un primer intento de reformular la percepción visual como no-representacional.
El tiempo de mi formación en Chile terminaba. El Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias me ofreció apoyo para obtener una beca de la Universidad de Harvard para hacer un doctorado (aunque sólo había completado 4 años de Universidad, dos en Medicina y dos en la Facultad). Empecé a cerrar mi vida de estudiante en Chile, consciente de partir con un centro de interés claro en la epistemología experimental, y con sus tres pilares vivos en mi imaginación.



Harvard y la crisis del 68

Partí a Harvard un día 2 de enero de 1968, en un avión de Braniff, y leyendo un texto de Koyré sobre Platón. Llegué a Cambridge con una gran tormenta de nieve, sin casa, lejos de hablar inglés fluidamente, y con la espada de Damocles sobre mí: si no rendía en todo con 'A' la beca seña suspendida. Fueron unos primeros meses duros, pero una vez instalado, sabiendo ya moverme en este nuevo reino, me lancé de lleno a escuchar cursos y seminarios de todo tipo: en antropología (los estudios sobre la etología natural de primates comenzaba), en evolución (S. Gould acababa de llegar a Harvard y contrastaba con E. Mayr, el clásico), en matemáticas (la teoría de sistemas dinámicos no lineales se descubría en esa época), y en filosofía y lingüística (Chomsky era la figura dominante junto a Putnam y Quine). Encontré en Cambridge bibliotecas hasta entonces de fábula, bien provistas y abiertas a toda hora. Tenía la impresión de haber saltado de galaxia, y no recuerdo un solo día en que no sintiera las ganas de absorber como heliogábalo todo lo que tenía a la mano.


Muy luego me di cuenta, con gran sorpresa, que respecto a mis compañeros de generación en los estudios doctorales, mi visión de la ciencia y mis intereses eran francamente más heterodojos y maduros que la mayoría. Es más, me di cuenta que ponerse a hablar con mis profesores de problemas epistemológicos como estaba habituado a hacerlo en Santiago, era mal visto. Lo mismo ocurrió cuando intenté buscar cultivar mis intereses en biología teórica. Lo que había sido la escuela de MIT, en 1968 había ya desaparecido, con Mc Culloch jubilado y sin nadie que tomara su lugar. Mi único punto de referencia continuaría siendo von Foerster a quien visité varias veces en el Biological Computer Laboratory en la Universidad de Illinois en Urbana, un activo y productivo centro que él dirigía en esos años. Fue fácil concluir que mi búsqueda intelectual tendría que ser en dos tiempos: el oficial y el privado.


Oficialmente me hice alumno de Keith Porter, en cuyo laboratorio aprendí a trabajar en biología celular, y de Torsten Wiesel, quien poco después recibiría el Premio Nobel por sus trabajos sobre el "procesamiento de información" en la corteza visual. Orienté mi interés a aspectos comparativos de la visión y me puse a trabajar en la estructura funcional de los ojos de los insectos, que sería el tema de mi Tesis. Para comienzos de 1970 había ya publicado cuatro artículos en el tema, y aprobé mi Tesis en abril de 1970.


Fuera del laboratorio y extraoficialmente, por primera vez me movía en un mundo enormemente más vasto que el de Santiago, con jóvenes de otra cultura, donde se mezclaban las nacionalidades y las razas. El azar quiso que esos años portaran los míticos eventos que marcaron a toda mi generación. Lo que comenzara en París la noche del 10 de mayo de 1968 correspondía con el Movement norteamericano, nucleado por la oposición a la guerra de Vietnam. A los muertos en Kent State siguieron las primeras huelgas estudiantiles a las que me uní, con momentos dramáticos como la noche en que la policía nos sacó a palos de Harvard Yard. Los años en Cambridge fueron para mí el descubrimiento de mi inserción social ciudadana y de la posibilidad de hacerme responsable de cambios en mi entorno social. Fue un reencuentro, a la distancia, con mis raíces en América Latina a través de mis amigos del Movement que exaltaban la revolución cubana. No sólo era la ciencia lo que me ocupaba, era también el sueño de pensar en una América Latina nueva, propia de nuestra generación.


El haberme descubierto como animal social y político, acentuó la necesidad de guardar silencio en público sobre mis verdaderos intereses en los círculos oficiales. Fiel a la idea de ciencia como actividad que se hace y se crea a saltos y por innovaciones atrevidas, cultivé con mis camaradas de generación la intención de volver a Chile a hacer una ciencia distinta, donde las anomalías que ya había presentido en Chile y que se acentuaban en EE.UU., pudieran ser transformadas en práctica científica. Hacer ciencia original y propia parecía lo mismo que el compromiso con mi historia y mis orígenes.


Me gradué de doctor en Biología en junio de 1970. Contra el reclamo de mis profesores, decliné un cargo como investigador de Harvard y otro como Profesor Asistente en otra universidad americana. Decidí aceptar el cargo que me ofrecía la Facultad de Ciencias, justamente deseosa de recuperar el esfuerzo que se había puesto en mi formación. Volví a Chile el 2 de septiembre de 1970, y la elección de Allende dos días más tarde me pareció mi segunda y verdadera graduación. Por fin el trabajo podía comenzar en pleno, con problemas claves bien delimitados, con la seguridad de ser tan preparado y competente como el que más en la escena científica mundial, y con el contexto de trabajar en una inserción en la que había un futuro por construir. Esta convergencia de circunstancias fue absolutamente decisiva. Es con todos estos ingredientes de la situación a septiembre de 1970 que puedo ahora volver a la especificidad de la noción de autopoiesis y su gestación.

LA GESTACIÓN DE LA IDEA

Cerniendo el problema

El antecedente directo de la gestación de la autopoiesis es el texto de Maturana escrito hacia mediados de 1969 originalmente titulado Neurophysiology of cognition. Humberto había continuado su propio camino de interrogación sobre lo inadecuado de la idea de información y representación para entender el sistema biológico. Pasó a visitarme en varias ocasiones a Cambridge y, como en Santiago, tuvimos largas conversaciones. En el semestre de primavera de 1969, Heinz von Foerster lo invitó por algunos meses al Biological Computer Laboratory, ocasión que coincidió con una reunión internacional de la Wenner Green Foundation bajo el tema "Cognition: A multiple view", un título visionario a la luz del desarrollo enorme de las hoy llamadas ciencias cognitivas, pero hasta entonces no formuladas como campo de investigación científico.


Humberto preparó para esa reunión el texto mencionado, dando por primera vez expresión clara atractiva a sus ideas maduradas hasta entonces, para poner más en claro lo que hasta entonces aludía como el carácter autorreferido de los seres vivos, y para definitivamente identificar la noción de representación como el pivote epistemológico que había que cambiar. En su lugar era necesario poner al centro de atención la concatenación interna de los procesos neuronales, y describir al sistema nervioso como un sistema "cerrado" como dice el texto. Este artículo marca un salto importante, y todavía hoy creo que inicia de manera indiscutible un giro en una nueva dirección. Recuerdo haber ido a visitar a Humberto a Illinois y haber discutido varias partes difíciles del texto mientras el parto se concluía. El texto apareció poco después6, y el artículo se abre con un párrafo de agradecimiento a las muchas conversaciones con Heinz y conmigo. Poco después Humberto retrabajó este texto a uno más definitivo que pasó a llamarse Biology of cognition.


En este texto se toca sumariamente una idea que me venía intrigando desde antes, y que como ayudante del curso de biología celular que enseñaban George Wald y James Watson en Harvard me había aparecido como no muy claro, como una anomalía: se hablaba de la constitución molecular de la célula, y se usaban términos como automantención, pero nadie, ni aun los dos premios nobeles reunidos, sabían lo que se quería decir con ello. Lo que es peor, cuando empujaba yo la discusión a la hora del almuerzo, la reacción habitual era un típico "Francisco, siempre metiéndose en filosofía". Mis notas de aquella época incluyen varios intentos de cernir la autonomía básica del proceso celular como base de la autonomía de lo viviente. Hacia fines de 1969 apareció en el escaparate de Shoenhoff’s Foreign Books en Cambridge, el opus magnum de Jean Pieaget titulado Biologie et connaissance7, donde se apunta claramente a una necesidad de revisar la biología en la dirección de "l'autonomie du vivant", pero el lenguaje de Piaget y sus idiosincrasias me dejaban insatisfecho.


En su artículo, Humberto hacía el vínculo entre el carácter de los procesos neuronales y el hecho que el organismo es también un proceso circular de cambios metabólicos, como se ilustraba con referencia a un artículo reciente de Conmone aparecido en Science que discutía los nuevos avances de la bioquímica del metabolismo y su evolución. La pregunta que se cernía entonces era ésta: ¿si dejamos de lado por el momento la organización del sistema nervioso centramos la pregunta sobre la autonomía de lo vivo en su forma celular, qué podemos decir? Esta reflexión sobre la naturaleza circular del metabolismo en los seres vivos y su relación con el operar cognitivo, aunque ocupa una corta página en la versión definitiva de Biology of cognition, sería un punto focal desde donde arrancaría el desarrollo de la noción de autopoiesis


Estos eran los meses finales de 1970. Estaba yo de vuelta en Chile, ya que el Departamento de Biología me había pedido que me hiciera cargo del curso introductorio de Biología Celular para nuestros nuevos alumnos. Con Maturana éramos ahora colegas en el Departamento de Biología, vecinos de oficina en las barracas "transitorias" (pero todavía utilizadas) del nuevo campus de la Facultad de Ciencias en la calle Las Palmeras, en Macul. Estaba todo en su lugar para lanzarse a explorar la pregunta sobre la naturaleza de la organización mínima de lo vivo, y no perdimos tiempo. En mis notas los primeros esbozos más maduros aparecen ya a fines de 1970, y hacia fines de abril de 1971 aparecen más detalles junto con un modelo mínimo que sería más tarde simulado en el computador. En mayo de 1971 el término autopoiesis figura en mis notas como resultado de la inspiración de nuestro amigo José M. Bulnes, quien acababa de publicar una tesis sobre el Quijote donde se utilizaba la distinción entre praxis y poiesis. Una nueva palabra nos convenía porque queríamos designar algo nuevo. Pero la palabra sólo adquirió poder asociada al contenido que nuestro texto le asigna; su resonancia va más allá del mero encanto de un neologismo.


Fueron meses de discusión y trabajo casi permanentes. Algunas ideas las probaba con mis estudiantes del curso de Biología Celular, otras con colegas en Chile. Era claro que nos embarcábamos en una tarea que era conscientemente revolucionaria y antiortodoxa, y que ese coraje tenía todo que ver con el estado de ánimo de Chile donde las posibilidades se abrían a una creatividad colectiva. Los meses que llevaron a la configuración de la autopoiesis no son separables del Chile de entonces.


En el invierno de 1971 sabíamos que teníamos un concepto importante entre las manos y decidimos escribirlo. Un amigo nos prestó su casa en la playa de Cachagua. Fuimos en dos ocasiones entre junio y diciembre. Los días en la playa se dividían en largas caminatas, y sobre todo un ritmo monástico de escritura que normalmente iniciaba Humberto y retomaba yo. Al mismo tiempo iniciaba yo una primera versión (que revisaba Humberto) de un artículo más breve que expondría las ideas principales con la ayuda de la simulación de un modelo mínimo (que llamamos "Protobio", como detallo más adelante). Hacia el 15 de diciembre (otra vez según mis notas de 1971), teníamos una versión completa de un texto en inglés llamado: Autopoiesis: the organization of living systems. En su versión dactilografiada eran 76 páginas, de las cuales se hicieron algunas docenas de copias en el antiguo método de roneo en tinta azul. Aunque hubo algunas modificaciones ulteriores, ese texto es lo que el lector tiene entre sus manos en su traducción española.


Como ha ocurrido a menudo en la historia de la ciencia, la dinámica creativa entre Maturana y yo fue una resonancia en espiral ascendente, en la que participaba un interlocutor ya maduro que aportaba su bagaje de experiencia y pensamiento previo, y un joven científico que aportaba ideas y perspectivas frescas. Como es evidente dadas las circunstancias, las ideas no surgieron en una conversación ni en dos, ni era una simple cuestión de hacer explícito lo que estaba ya dicho antes. Lo que estaba en el trasfondo debió ser configurado en un salto cualitativo. Tales transiciones no son nunca simples, ni es posible retratar como ocurrieron de manera exacta, porque es siempre una mezcla de pasado y presente, de talentos y debilidades, de imaginación e inspiración. La noción madura de autopoiesis tenía, como hemos visto, claros antecedentes, pero entre los antecedentes y una idea madura hay un salto que es crucial. Y así como Franklin no es la doble hélice de Watson & Crick, ni Lorentz es la relatividad especial, los antecedentes claves de la autopoiesis no son reducibles a la expresión madura de la idea, como es fácil ver comparando los textos publicados. Es un ejemplo límpido de lo que había ya aprendido con mis maestros franceses: que la ciencia tiene discontinuidades, que no funciona por acumulación empírica progresiva, y que es inseparable de su contexto histórico social.


Dejemos por el momento la filigrana histórica e identifiquemos cual es, más precisamente, la especificidad del concepto y como se constituye como un salto cualitativo.



La Especificidad de la Autopoiesis

¿Qué era lo que habíamos logrado en esos meses de intensa producción? ¿Por qué el concepto habría de tener una resonancia más allá de las barracas de la Facultad de Ciencias? Para poder responder, necesito la paciencia del lector para poder decir qué es la autopoiesis y diferenciarla de lo que no es. Esto por dos razones. La primera porque lo que esté dicho en el texto de este libro ha tenido una maduración en las dos décadas que lo siguieron que lo aclaran y lo hacen más terso que cuando fuera escrito por primera vez. Segundo, porque es sobre la base de mi comprensión actual que hablo aquí sobre su historia y su devenir.

Lo que demarca el trabajo hecho en este texto es que por primera vez se articulan explícitamente las ideas siguientes:


0. El problema de la autonomía de lo vivo es central y hay que cernirlo en su forma mínima, en la caracterización de la unidad viviente.

1. La caracterización de la unidad viva mínima no puede hacerse solamente sobre la base de componentes materiales. La descripción de la organización de lo vivo como configuración o pattern es igualmente esencial.

2. La organización de lo vivo es, en lo fundamental, un mecanismo de constitución de su identidad como entidad material.

3. El proceso de constitución de identidad es circular: una red de producciones metabólicas que, entre otras cosas, producen una membrana que hace posible la existencia misma de la red. Esta circularidad fundamental es por lo tanto una autoproducción única de la unidad viviente a nivel celular. El término autopoiesis designa esta organización mínima de lo vivo.

4. Toda interacción de la identidad autopoiética ocurre, no sólo en términos de su estructura físico-química, sino que también en tanto unidad organizada, esto es, en referencia a su identidad autoproducida. Aparece de manera explícita un punto de referencia en las interacciones y por tanto la emergencia de un nuevo nivel de fenómenos: la constitución de significados. Los sistemas autopoiéticos inauguran en la naturaleza el fenómeno interpretativo. 

5. La identidad autopoiética hace posible la evolución a través de series reproductivas con variación estructural con conservación de la identidad. La constitución identitaria de un individuo precede, empírica y lógicamente, el proceso de evolución.



Estos cinco puntos entrelazados expresan la especificidad de la autopoiesis como noción, su ruptura con concepciones anteriores y, en mi opinión, el fundamento de por qué ha encontrado resonancia en estas dos décadas. En efecto, la idea condensa de una manera compacta y casi holográfica tres conceptos que están al centro de las preocupaciones de varias disciplinas científicas actuales: la neurobiología y la biología evolutiva, las ciencias cognitivas y la inteligencia artificial, las ciencias sociales y de la comunicación: 


· Hay en la naturaleza propiedades radicalmente emergentes, que surgen de sus componentes de base, pero que no se reducen a ellos. La vida celular es un caso ejemplar de una tal propiedad emergente, y sobre esta base puede definirse lo vivo de una manera precisa y aún formalizable.


· Toda serie evolutiva es secundaria a la individuación de los miembros de la serie El proceso de individuación contiene capacidades emergentes o internas que hacen que la serie evolutiva no se explica sólo sobre la base de una selección externa, sino requiere también de las propiedades intrínsecas de la autonomía de los individuos que la constituyen.


· El fenómeno interpretativo es una clave central de todos los fenómenos cognitivos naturales, incluyendo la vida social. La significación surge en referencia a una identidad bien definida, y no se explica por una captación de información a partir de una exterioridad.



Lo que esta idea no evoca es la deriva histórica de sistemas celulares terrestres, tal como los conocemos hoy en su expresión mínima bacteriana. En particular la autopoiesis establece las condiciones necesarias para una serie evolutiva porque determina un tipo de individuos, pero no se pronuncia sobre la manera como esos individuos adquieren cambios estructurales que les permiten una deriva evolutiva rica y diversa. Es aquí donde entran a jugar un rol clave los ácidos nucleicos (ADN, ARN) y las proteínas (las llamadas moléculas con información) en tanto soporte de la herencia celular, lo que probablemente comenzó con el mundo del ARN. La discusión sobre el origen de la vida habitualmente se centra sobre esta serie de cambios estructurales8. En contraste, la autopoiesis sólo pretende establecer la clase de individuos con la que esa serie evolutiva comienza y se origina: se trata del criterio de demarcación entre los primeros seres vivos y la sopa primordial que los precede, ni más ni menos. Mantener estas distinciones a la vista permite evitar muchas discusiones estériles.


Una idea y dos textos

Lo que acabo de perfilar no era evidente, insisto, en 1971. Como es inevitable, la comprensión se desenvuelve a lo largo del tiempo y en la medida de sus efectos. No sorprende entonces el que el texto que concluimos hacia fines de 1971 no tuvo una aceptación inmediata. De hecho fue enviado al menos a cinco editores y revistas, y todos sin excepción lo consideraron impublicable. Recuerdo que en enero de 1972, mi ex profesor Porter me invitó de visita al nuevo Departamento de Biología de la Universidad de Boulder, donde con entusiasmo di una charla titulada: "Cells as autopoietic machines". La recepción fue fría y distante, como la fue también la de colegas de Berkeley que visité por la misma época.


Las dificultades de publicación, añadidas al momento político por el que pasaba Chile hacia fines de 1972, me hacían sentirme alienado del mundo científico internacional. Por lo mismo, la ocasional recepción entusiasta de ciertas personas a quienes yo respetaba fue de un enorme valor. El primero en tener una percepción clara de las posibilidades de la idea fue naturalmente nuestro amigo Heinz en EE.UU., con quien había comunicación constante y quien vino a Chile durante esos años. Otro cibernético y sistemista ya célebre que tuvo una reacción positiva fue Stafford Beer que venía regularmente a Chile. En efecto, Fernando Flores lo había contratado a nombre del gobierno para echar a andar un sistema revolucionario de comunicación y regulación de la economía chilena inspirado del sistema nervioso, que pasó a llamarse Proyecto Cinco. Beer respondió con tal entusiasmo a lo que el texto planteaba que decidimos pedirle un Prefacio que él accedió a escribir inmediatamente. En enero de 1972, con una copia todavía fresca del manuscrito fui invitado a México por Iván Illich a su centro CIDOC en Cuernavaca. El día de la llegada, le di el manuscrito y a la mañana siguiente me quedó grabada su reacción: “Es un texto clásico. Ustedes han logrado poner la autonomía al centro de la ciencia". A través de Illich, el texto llegó a manos del famoso psicólogo Erich Fromm, quien me invitó a su casa-retiro a discutir del nuevo concepto, que él incorporó de inmediato al libro que escribía por entonces9. En Chile mismo, Fernando Flores y otros colegas del Proyecto Cinco fueron también un público atento a nuestra manera de pensar. Trabamos con Flores lo que habría de ser una fructífera amistad, y muchos años más tarde la autopoiesis figuraría entre los conceptos importantes que él utilizaría para desarrollar sus propias ideas. Es difícil imaginar todo lo que significó para mí en esa época el encontrar receptividad en personas de esta calidad.


Entretanto el texto seguía haciéndose rechazar por una lista creciente de editores extranjeros. Era natural entonces dirigirse a la Editorial de nuestra Universidad, y a fines de 1972 firmamos un contrato que incluía la traducción del texto por doña Carmen Cienfuegos. De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica se imprimió en abril de 1973. El texto original en inglés no aparecería sino hasta 1980, cuando la idea había ya adquirido una cierta popularidad, en la prestigiosa serie "Boston studies on the philosophy of science", con una Introducción firmada por Maturana, el texto Biology of cognition, el prefacio de Beer, y el texto en cuestión Autopoiesis: the organization of living systems10. Según me informa el editor, este libro ha sido el best seller de la colección.


El destino del breve artículo escrito en paralelo a este texto sufrió una historia similar. Como mencioné antes, además de una presentación sucinta de la noción de autopoiesis, la intención del artículo era de ayudar a la claridad expositiva a través de un caso mínimo de autopoiesis. Ya hacia fines de 1970 habíamos llegado a la conclusión de que un caso simple de auto producción requeriría dos reacciones: una de polimerización de elementos de membrana, la otra de generación metabólica de monómeros. Esta última debía ser una reacción catalizada por un tercer elemento preexistente en la sopa de reacción. Concebido este esquema de reacción, parecía evidente probar una simulación de este caso mínimo (que pronto pasó a llamarse Protobio en nuestra conversación) utilizando autómatas celulares (o de teselación, como se decía entonces), un útil de modelización introducida en los años 50 especialmente por John von Neuman. 


Con la colaboración de Ricardo Uribe de la Escuela de Ingeniería, las simulaciones dieron rápidamente los resultados que la intuición nos hacía esperar: la emergencia espontánea en este mundo bidimensional artificial de unidades que se auto distinguían a través de la formación de una membrana, y que mostraban una capacidad de auto reparación. El paper fue enviado a varias revistas incluyendo Science and Nature, con resultados semejantes al texto del libro: rechazo completo. Heinz vino a Chile de visita en el invierno de 1973, y nos ayudó a reescribir el texto de manera significativa. Se lo llevó a EE.UU. bajo el brazo y lo envió al editor de la revista Biosystems de la cual era miembro del comité editor. El paper sufrió algunos comentarios duros de los revisores, pero poco después fue aceptado y finalmente apareció a mediados de 1974.11 Este artículo es importante de mencionar aquí porque fue la primera publicación de la idea de autopoiesis en inglés en el mundo internacional, lo que llevó a la comunidad internacional a hacerse cargo de la idea, y porque anticipó en 20 años lo que habría de devenir el explosivo campo hoy llamado de la vida artificial y los autómatas celulares, como explico más adelante.


La visita de Heinz en julio de 1973 tuvo lugar en el medio de la tormenta que se avecinaba y que nos sumía a todos en una atmósfera de crisis permanente con desesperados intentos por estabilizar un país que se dividía en dos. Como militante comprometido con el gobierno del Presidente Allende, a partir del 11 de septiembre me encontré amenazado. Inteligencia militar vino a la Facultad con listas de ex partidarios, y en dos ocasiones patrullas nocturnas vinieron a buscarme a mi domicilio donde ya no acudía a dormir. Fui exonerado de mi cargo universitario por órdenes "superiores". Con mi familia decidimos vender todo y partir. La mayor parte de mis colegas de la Facultad de Ciencias se dispersaban también por el mundo. Con la diáspora de los científicos de la Facultad, se acababa una época de la ciencia en Chile, una etapa importante de mi vida personal, y con ella el contexto que dio origen a la idea de autopoiesis. Pero naturalmente la idea habría de tener nuevos avatares, sobre todo fuera de Chile.

* Humberto Maturana y Francisco Varela, "De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organizaciòn de lo vivo. Buenos Aires: Lumen, 2003 (Tomado del sitio web: Autopoiesis.cl, el 11 sept. 2016) 

**Las notas aparecen en la 2da parte de este prefacio.