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lunes, 1 de abril de 2024

Lucho Espinal: honestidad con el hambre y autoridad moral

 por Hernando Calla*

En esta ocasión, a 44 años de su cruel tortura y muerte violenta a manos de sus asesinos sin nombre, nos interesa rememorar a Lucho Espinal amigo, a la persona de carne y hueso, de mente lúcida para comprender la realidad, de ingenio mordaz para pintar la situación concreta, de gran sencillez como para disfrutar de los placeres más cotidianos (“un vaso de agua fresca”, sobre todo después de una huelga de hambre), de virtudes poco frecuentes en nuestro medio como la honestidad o la puntualidad, de enorme generosidad con todos para compartir sus conocimientos sobre cine y otros campos, y sobre todo al ser solidario con las causas nobles del pueblo boliviano.

Después de haber escuchado los testimonios de nuestros colegas y amigos aquí presentes, quienes destacaron sus varios aportes a la creación e impulso inicial de importantes instituciones culturales, académicas y sociales de nuestro país, me toca destacar que su participación también fue importante en la organización temprana de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz y en la fundación de la APDHB en 1977. No existen muchos registros de su paso en los años constitutivos de la Asamblea, pero a poco de su llegada a nuestro país en 1968 se involucró pronto en las denuncias que varios sacerdotes católicos venían haciendo al régimen dictatorial que se impuso sangrientamente en 1971 y en su cuestionamiento de la falsa prudencia de la jerarquía católica en su relación con dicho régimen.

Por ejemplo, en un manifiesto de 1973 titulado “Evangelio y violencia”, varios religiosos católicos, entre ellos Luis Espinal, Xavier Albó y Amparo Carvajal, se pronunciaban contra el terrorismo de Estado del régimen militar del coronel Hugo Banzer Suárez, con centenares de desaparecidos, presos políticos, torturados, perseguidos y exiliados. Algunos de los firmantes de ese documento, entre ellos Eric de Wasseige y Arturo Sist, conformaron la Comisión de Justicia y Paz que tuvo asimismo un papel relevante en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos durante el régimen banzerista. No hemos podido determinar si Luis Espinal formó parte de la Comisión Justicia y Paz, pero por los testimonios que aún nos quedan Lucho sí estuvo presente en los inicios de su sucesora más ecuménica – la Asamblea Permanente de Derechos Humanos – y desde las primeras reuniones a las que Gregorio Iriarte convocaba en su pequeña oficina en Fomento Cooperativo de la calle Genaro Sanjinés en la ciudad de La Paz.

Lo que sí me consta es que él participó en el primer congreso de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia el 10 de diciembre de 1977, porque tuvimos el privilegio de estar presentes como representantes del Taller de Teatro Popular de El Alto junto a su principal impulsor el educador popular Benito Fernández. Fue él quien me instó a participar en las reuniones de la Asamblea de Derechos Humanos y en ese primer congreso, y aunque en ese momento yo no conocía a muchos de los defensores de derechos humanos o dirigentes mineros que también participaron (Xavier Albó, Pepe Subirats, Domitila de Chungara, Guillermo Dalence), pude reconocer a Lucho Espinal pues lo había visto y escuchado en otras ocasiones cuando lo invitaban a dar charlas o cursillos sobre cine, compromisos que no rehusaba y a los que llegaba puntualmente antes que nadie.

Pero fue en las reuniones justo antes de la huelga de hambre de las mujeres mineras de Siglo XX que empecé a conocerlo un poco más cuando expresaba sus criterios siempre pertinentes y acertados sobre la coyuntura política. En un par de reuniones entre el 28 y 30 de diciembre de 1977 se discutió la medida ya asumida por las mujeres mineras en el Arzobispado y se decidió que la Asamblea de Derechos Humanos apoye la huelga de hambre en que se habían declarado las mujeres mineras y sus hijos, no sólo moralmente mediante un pronunciamiento público sino materialmente, es decir, organizando un segundo piquete que se declare en huelga de hambre en vísperas de Año Nuevo. No recuerdo si fue él mismo el que insistió que así fuera, pero sí recuerdo que cuando se tomó la decisión de incorporarse a la huelga fue uno de los primeros en anotarse en la lista de candidatos a asumir la extrema medida.

No todos los integrantes de la Asamblea podían entrar en huelga de hambre, por las responsabilidades que ya tenían en el seno de la organización, sea como articuladores y estrategas o bien facilitadores de la logística, pero Lucho sí decidió que, a pesar de sus propias dificultades laborales y otros compromisos asumidos con anterioridad, él sería un huelguista más junto a otros diez que nos sumamos a la medida, a título personal o en representación de nuestras propias organizaciones, organizaciones que formaban parte o tenían un vínculo estrecho con la Asamblea Permanente de Derechos Humanos.

Pero Lucho fue clave para darle un mayor contenido a la huelga de hambre, al menos desde la perspectiva de nuestro reducido piquete de huelga que se instaló en un ambiente del periódico católico Presencia. Estaba claro que, para todos los que se sumaron a la huelga, la mezquina amnistía de Banzer era decepcionante porque incluía una lista de “348 delincuentes políticos”, entre ellos dirigentes políticos, sindicales y periodistas conocidos, a los que no se les permitía volver al país o no podían salir de la clandestinidad. Las mujeres mineras de Siglo XX fueron las primeras en entrar en huelga de hambre junto a sus niños en ambientes del Arzobispado demandando una “amnistía amplia”, la reincorporación de sus esposos a sus puestos de trabajo, la vigencia de los sindicatos y el retiro de los militares de los centros mineros.

Por su parte, nuestro grupo de la APDH en Presencia justificó su medida no solamente como solidaridad con la demanda de las mujeres mineras sino en términos del derecho humano de los niños a estar bien alimentados, aunque también habían ingresado a la huelga de sus mamás en un ambiente del Arzobispado. Con su eminente sentido político, fue Lucho quien propuso que los 11 del piquete organizado por la Asamblea de Derechos Humanos nos declaráramos en huelga de hambre para sustituir a los 13 niños y que ellos no tengan que hambrear junto a sus mamás.

Además, a pesar de que era el lugar de trabajo donde componía sus columnas de cine regularmente, fue el mismo Espinal quien propuso que hiciéramos nuestra huelga en un lugar visible como el periódico Presencia; como él lo veía, sería como hambrear en una vitrina, por el alto nivel de cobertura mediática que tendríamos. Fue así que decidimos solidarizarnos con la huelga de las mujeres mineras en la sala de visitas del periódico, y aunque fuera una fecha inoportuna entramos en huelga de hambre en vísperas de Año Nuevo. Desde un inicio pudimos comprobar que él tenía razón pues fuimos el piquete de huelga que mayor cobertura mediática tuvo.

En nuestro caso, estuvimos 18 días de huelga de hambre estricta hasta el levantamiento de la medida el 18 de enero de 1978. A los que nunca tuvieron esa experiencia del ayuno voluntario por alguna causa, les resulta inverosímil que uno pueda estar tantos días sin comer. Desde la mirada cínica de los enemigos políticos de la época, la huelga de hambre de las organizaciones sindicales eran una simple fachada para ocultar verdaderas ¡orgías! Incluso algún obispo nos había desprestigiado insinuando un festín de salteñas entre los huelguistas. Se aprovecharon de esto los medios de la dictadura para caricaturizar el supuesto festín de los huelguistas.

Cuando empezamos nuestro ayuno voluntario, lo primero que nos decían los amigos era que, para poder aguantar durante varios días, había que ¡comer! (de ocultas, se suponía) Sin embargo, después de asistir el segundo día de huelga a un rito bastante desabrido de comer unas galletas a hurtadillas y con la conciencia culpable, y desoyendo la experiencia pragmática de los dirigentes sindicales que nos aconsejaban ingerir algún alimento para prolongar al máximo la huelga y la presión sobre el gobierno, nuestro grupo se planteó la tarea de prestigiar la huelga de hambre volviéndola más estricta aún, absteniéndonos inclusive de dulces o de líquidos que pudieran ser alimenticios. Fue nuevamente la autoridad moral de Luis Espinal que se impuso para que nuestro grupo optara por la honestidad con el hambre antes que seguir los consejos de algunos dirigentes o amigos, por muy bienintencionados que pudieran ser.

Haría falta más espacio para destacar otros rasgos de la personalidad de Luis Espinal que fueron fundamentales para que la participación de Derechos Humanos fuera clave en el triunfo de la huelga de hambre y la consecuente apertura democrática que vivimos entre 1978 y 1980. Algunos de ellos se pueden colegir del testimonio que el propio Espinal escribió para una publicación de la Asamblea sobre la huelga de hambre que fue muy difundida esos años, un testimonio personal invalorable que da cuenta de su autoridad moral y fuerza espiritual, y en el que también se pueden leer, en retrospectiva, anticipaciones de su propia muerte a través escenas violentas que tuvo en sus sueños casi cinematográficos de esos días. (Ver en mi blog: https://umbrales2.blogspot.com/2024/03/la-huelga-de-hambre-1977-78.html)

Sólo me queda alentarlos a que lean ese testimonio o sus “Oraciones a Quemarropa”, y sus editoriales publicados póstumamente en el libro compilado por Alfonso Gumucio “Luis Espinal. El grito de un pueblo”, de uno de los cuales hemos extraído una sentencia que nos pareció relevante en la complicada coyuntura presente, hoy atravesada de victimismos de toda especie como estrategias para perpetuarse en el poder, o para recuperarlo a cualquier costo: 

El país no necesita mártires, sino constructores. No queremos mártires, así se queden vacías las horas cívicas”.

*Hernando Calla es actualmente presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDHLP)

Lucho Espinal en Huelga de Hambre - Piquete APDHB en Presencia (Foto de Archivo - Alfonso Gumucio)



jueves, 21 de marzo de 2024

La huelga de hambre (1977-78)

En homenaje a Luis Espinal a los 44 años de su asesinato reproducimos su testimonio de la huelga de hambre de 1977-78, en la que tuvimos el privilegio de participar junto a otros mil doscientos ayunadores voluntarios en todo el país. A pesar del contexto diferente, creemos que el carácter primordial de una experiencia como esta trasciende las motivaciones y circunstancias particulares de esa época y permite una aproximación a las potencialidades de la acción humana concertada aun en condiciones extremas límite.

En estas fechas de marzo de 2024, en representación de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDHLP) queremos honrar la memoria de Luis Espinal y rememorar su generosa vida y fecundo aporte a la institucionalidad democrática de nuestro país, a pesar de que hoy esté... ¡"tan descendido al fondo de la pena", como dijo el poeta! (H.C.)

Testimonio de una experiencia

Por Luis Espinal Camps*

No voy a narrar acontecimientos de todos conocidos y comentados ampliamente por la prensa y radio bolivianas y difundidos a un nivel internacional. Quiero hablar solamente de mis impresiones personales, ante una de las experiencias más intensas de mi vida. Momentos como el del apresamiento de mi grupo de huelga, mientras intentábamos cantar “Viva mi Patria Bolivia”, no los olvidaré jamás.

La lucidez con que hemos pensado en jugarnos la vida, en algún momento, me trae un instante de suprema serenidad: la vida es para esto, para gastarla... por los demás.

Las fechas escogidas para la huelga de hambre fueron impugnadas y parecían poco aptas: fiestas de fin de año, mucha gente estaba de viaje, la universidad cerrada, periódicos y radios sin actividad por el fin de año, etc. No obstante, mi grupo emprendió la huelga el 31 de diciembre, como manera de apoyar a las mujeres mineras precisamente en este cuello de botella. La huelga, como un incendio tal vez no elige el día y la hora. Hay que aprovechar la coyuntura cuando llega.

Para enmarcar mi experiencia de la huelga de hambre he de aclarar dos hechos. Primero: mi condición de intelectual pequeño burgués, que de pronto se siente plenamente inmerso en una experiencia histórica, plenamente popular y revolucionaria. Tal vez, por primera vez, he sido útil para mi pueblo. En aquellos días, nos hemos sentido en la oleada delantera de avance de la historia; nos hemos sentido colocados en una posición justa y en un momento justo.

Aquellas jornadas han tenido algo de semejanza con los días de la lucha por la independencia frente a la colonia. Lo correcto de nuestra actitud lo comprobábamos por el eco popular que tenía y por los comentarios políticos que nos llegaban de grupos representativos. Esto nos hacía sentir del pueblo y para el pueblo.

El segundo hecho es de mi condición de boliviano nacionalizado (frecuentemente atacado por el gobierno como extranjero indeseable), y que en un momento dado se encuentra aceptado por el pueblo; morir por un pueblo puede dar más carta de ciudadanía que nacer en un pueblo. A este propósito, recuerdo que un día llegó un campesino, desde su comunidad perdida en el Altiplano, traía su cartilla de apoyo a la huelga de hambre con tres firmas y dos huellas digitales. Las faltas de ortografía testimoniaban autenticidad popular. Aquel día sentí que no era extranjero en Bolivia.

La huelga de hambre es una experiencia límite a la cual nos hemos lanzado con serenidad, sin entusiasmo, críticamente, después de considerar que las fechas eran poco oportunas. Además, en aquel momento no éramos aún multitudes; éramos el primer grupo de apoyo a las esposas mineras.

Además, la huelga de hambre la hemos empezado con una carga de prejuicios y falta de información. Por ejemplo, yo creía que no se podría durar más de una semana sin comer. Pero en realidad, hemos aguantado casi tres semanas, y aún teníamos resistencia para prolongarla unos días (o semanas) más.

Una hijita de Domitila Chungara le escribía a su mamá; y la palabra “huelga” había cobrado un matiz muy nativo: “welga”; una nueva ortografía popular muy simpática. Era una “welga” del pueblo.

La experiencia del hambre

Lo más doloroso de la huelga de hambre son los primeros días. Luego parece que el organismo se acomoda a la situación. Al principio se siente el hambre, con su acompañamiento de retortijones y acidez gástrica. Hacia el tercer día, era muy intenso el dolor de cabeza. Luego, poco a poco, el aparato digestivo se va paralizando hasta llegar a una inactividad total, como si no existiese. A partir de entonces sólo va en aumento la debilidad; una debilidad que se convierte en somnolencia y cansancio.

Teníamos los ojos un poco irritados, tal vez por estar casi siempre bajo la luz de los tubos fluorescentes. La desnutrición se notaba en la boca: la base de los dientes estaba sensibilizada: tocarlos era como tocar una herida.

La huelga de hambre me ha hecho descubrir las energías físicas de nuestro organismo, mucho más resistente de lo que creía. Es una máquina extraordinaria. El organismo se ha puesto a economizar energías, a autodefenderse a base de una especie de hibernación: parecía que todo se había lentificado, hasta la respiración. También son inmensas las energías de nuestra mente; y el cuerpo necesita los ideales con más urgencia que la misma comida. Cuando se cree en lo que se hace, el cuerpo resiste mejor. Hemos descubierto que podemos más de lo que creíamos; estamos más arraigados a la vida de lo que sospechamos.

Por otra parte, hemos tenido una esmerada atención médica; no era por lo tanto jugarse la salud a la ruleta.

La profunda somnolencia que da la debilidad nos hacía encontrar aceptable la dureza del suelo para dormir. A pesar de que cada día eran más salientes las aristas de nuestros huesos, se podía dormir con facilidad. Hasta sobre clavos habríamos dormido.

Durante la huelga, no se antojaban platos exquisitos, sino la comida más vulgar: tostaditas de pan. Aún el agua tenía un sabor envidiable. Un día intenté imaginar alguna comida de las que no me gustan; pero en aquel momento todo me parecía sabroso y a pedir de boca.

Un amigo se preparó tan bien para la huelga de hambre que de empacho no pudo entrar en ella.

Caí en la cuenta de que nunca había tenido la experiencia del hambre. Esta experiencia el pueblo la sufre con frecuencia; nosotros la hemos sufrido como en un laboratorio. El hambre se nos ha convertido también en un medio de comunicación; es una manera para comprender mejor al pueblo que hambrea siempre, y no solamente en una circunstancia excepcional. El hambre es una experiencia violenta, que nos hace comprender la valentía y la ira del pueblo. Cuando se tiene hambre se comprende mejor la urgencia de trabajar para que haya justicia en el mundo. Los pobres hambrean todo el año; pero ellos no están en vitrina (como estábamos nosotros), y su hambre es tan crónica que ya ha dejado de ser noticia. Este pensamiento me hacía sentir un hambriento muy especial, muy alharaco, muy burgués.

Con el subconsciente a flor de piel

En la huelga de hambre he aprendido muchas cosas. Al tratarse de una experiencia límite me he enfrentado con problemas tan serios como el de la muerte, que hemos aceptado como una posibilidad real y concreta, seguramente como se hace en la guerra. Una vez se ha aceptado la muerte misma si hiciese falta, ya no hay nada que pueda acobardar; y esto nos ha dado una gran libertad y lucidez; pienso en las cosas que hemos dicho a los policías que nos apresaban o amenazaban. Por ejemplo, nosotros decíamos a los mediadores que no tuviesen prisa. La huelga de hambre debe ser más angustiosa para el que la contempla que para el que la sufre.

La debilidad parece que pone el subconsciente a flor de piel. Cualquier ejercicio de yoga me habría sido fácil. Bastaba fijar la atención en un punto, para perder lentamente la conciencia del mundo circundante y sumergirse en una especie de serenidad, como un nirvana. Comprendí el fácil engaño de los estados místicos. El límite entre vigilia y sueño parece ser mucho más débil, al igual que entre consciente e inconsciente.

Con la debilidad creciente, no se ha desmoronado nuestra voluntad (como temíamos), ni se ha oscurecido nuestra mente; todo lo contrario, ahora comprendo por qué se dice que “es más listo que el hambre”. Es cierto que hemos sentido la debilidad física (expresada en la somnolencia, que algunos ya tenían como si fuera una precursora de la muerte), hemos notado que nuestro subconsciente afloraba más fácilmente y se expresaba a través de sueños relacionados con los temas básicos del hambre, la violencia y la muerte. Yo, por ejemplo, nunca sueño, pero en aquellos días tenía sueños de estilo cinematográfico: entraba la policía y nos baleaba, allí sobre el suelo, y los chorros de sangre saltaban lentamente, como en los filmes de Peckinpah; y comíamos carne humana, unos filetes alargados, como los deportistas del accidente de avión en los Andes.

A lo largo de la huelga han ido en aumento los índices de emotividad, notaba que me fallaban los controles culturales que normalmente limitan su expresión exterior. Por ejemplo, me sentí extraño, al notar la facilidad con que me atacaba el llanto o la emoción.

Nos han dicho que el hambre aumenta la agresividad; más aún, que nos notaban más agresivos. Esta debe ser una componente del instinto vital de conservación: agresividad para defenderse en una situación de peligro habitual. Nosotros no notamos esta agresividad contra el grupo, lo cual sería lamentable para la convivencia. Esta agresividad, tal vez se descargaba en las visitas, y sobre todo en los comentarios que hacíamos.

En realidad, durante la huelga, el mayor peligro que hemos tenido hemos sido nosotros mismos: los nerviosismos, el pánico, la ansiedad... los huelguistas que se han tenido que dar de baja médicamente, con frecuencia se han debido a estas causas sicosomáticas, más que a la debilidad física proveniente de no comer. Por eso tiene tanta importancia el mantener la moral alta dentro de cada grupo. Lo cual se ha logrado con los chistes, la comunicación, la clarificación de nuestros objetivos, aceptar las amenazas, etc.

La huelga de hambre, como toda praxis radical, ha ayudado también a radicalizarnos y a aclarar nuestras actitudes ideológicas. Ante el hambre ya no vale la simple palabrería aprendida en los libros. La huelga de hambre nos ha radicalizado a nosotros y ha radicalizado a la gente que ha estado en contacto con nosotros. Es el mejor cursillo politizador al que hemos asistido jamás. Este cursillo intensivo de politización era ayudado por la misma variedad humana y política de los participantes del grupo de huelga; así se han entablado provechosos diálogos entre diversos partidos, y se ha profundizado en un necesario diálogo cristiano-marxista, etc. De los grupos que han estado en la huelga de hambre, sin duda, van a salir personalidades para la militancia política más estricta.

Hambre e ideología

La huelga de hambre vale políticamente en la medida que es una experiencia publicitada, es una experiencia para la vitrina, en un local periodístico, lejos de toda vida privada. Por esto habíamos elegido acertadamente el local de un periódico. Esto ya plantea un tema político: la huelga de hambre no es un acto solamente ético y personal, sino publicitario y colectivo; la huelga vale en la medida en que es conocida y divulgada. Por supuesto, entiendo por publicitario que ha de ser público y publicitado, no que deba ser falso o ficticio. Esto nos separa totalmente de la moral individual puramente privada y personal.

Al empezar la huelga de hambre, encontramos un buen motivo publicitario y emotivo: sustituir a los niños mineros para que ellos no hambreasen. Este era un recurso emotivo y fácilmente comprensible para todos. Más adelante, ya optamos más directamente por el apoyo de los cuatro puntos propuestos por las huelguistas de las minas, y que luego cohesionaron a todos los grupos.

Cuando iban proliferando los grupos de huelga de hambre por todo el país, el gobierno habló de una “gran organización” y de una “cabeza invisible” que lo planificaba todo. En realidad, la huelga de hambre fue un fenómeno espontáneo, que halló gran eco popular por la justicia de lo que se pedía y por una creciente conciencia de lo raquítica que fue la amnistía navideña. La huelga brotaba por doquier, como la hierba después de la lluvia, sin que nadie la siembre. Por otra parte, en lo que se pedía no había slogans sofisticados ni raros, ni palabrería política para entendidos, sino enunciados llanos y asequibles a todos. Se pedían cosas concretas, en vez de soltar epítetos hirientes contra el gobierno. Al estar formuladas las peticiones de un modo llano y poco ideológico –no se identificaban con consignas de ningún partido político– y de gente independiente.

Si se hubiesen lanzado consignas frías, ningún partido político habría sido capaz de acaudillar un movimiento semejante. Y en cambio, aquí no había una buena red organizativa; aunque no se pueden desconocer los aportes de Derechos Humanos y de los grupos universitarios. La expectativa en que se mantuvieron los partidos políticos (además de mostrar su propia debilidad) fue beneficiosa, para no politizar excesivamente el movimiento huelguístico, y mantenerlo dentro de un tono solamente humano y sindical. Hay que tener en cuenta que los seis años de dictadura en su afán de desmovilización social han desprestigiado en exceso la palabra “política”.

La huelga de hambre se ha enmarcado dentro de las características de una lucha pacífica de resistencia, tipo Gandhi o Luther King. Este pacifismo ha dificultado la credibilidad de los epítetos injuriosos lanzados por el gobierno, de que era un movimiento “extremista” o “subversivo”. Nuestra protesta difícilmente se podía decir que alteraba el orden público. Su aspecto pacífico minaba la moral de los mismos agentes y tiras, como vimos en la noche que nos apresaron; uno de los policías comentó: “Nunca he odiado mi profesión como ahora”. La fuerza bruta de ellos quedaba ridiculizada y denunciada por nuestra simple actitud de resistencia pasiva.

La huelga de hambre la he sentido como una experiencia clave en contra de la sociedad de consumo. Cuando uno se priva de algo tan necesario como el alimento, todos los bienes de consumo se vuelven superfluos y aún ridículos. ¿Qué significa entonces el dinero, la posesión de bienes, la comodidad, el afeitarse y aun ciertas formas de educación y urbanidad...? Cuando no se come, la moda, las apariencias, el qué dirán, el figurar, etc. pierden todo su valor. Así se recobra un alto nivel de libertad, ya que el consumo nos compra: hemos de someternos a mil cosas para ganar más y poder comprar más.

Nuestro grupo se planteó la tarea de prestigiar la huelga de hambre. Ya que es la última arma del pueblo, no se la puede desgastar y depreciar impunemente. Hemos visto los conatos desesperados del oficialismo por desprestigiar la huelga de hambre por medio de calumnias e insinuaciones de que se comía.  Por esto, nuestro grupo optó por hacer una huelga más estricta aún, absteniéndonos aún de dulces o de líquidos que pudieran ser alimenticios.

Esta agudización de la estrechez de la huelga de hambre nos ha servido también a los mismos huelguistas para mantener una moral más alta: el hambre era tan sincera como nuestras peticiones e ideales. Por esto rechazamos toda propuesta de farsa, para quienes querían sensacionalismo. Por otra parte, la alta resistencia de nuestros organismos ha dado a la huelga el tiempo necesario y suficiente para que evolucionen los acontecimientos y las negociaciones. Pensamos que, como pequeños burgueses, tenemos más reservas orgánicas que un obrero, habitualmente mal alimentado.

Algunos sentían la necesidad de “espiritualizar” la huelga de hambre, para hacerla más cristiana; y en ese sentido se celebraron dos misas en nuestro grupo. Yo no sentía esa necesidad. El hambre me resultaba un magnífico rito religioso, de solidaridad y comunión. ¿Por qué he de buscar a Dios por otros caminos, cuando sufro solidariamente con mis hermanos? ¿Porqué buscar a Dios en el misterio, cuando era tan tangible en la vida?

También dentro de la iglesia católica se manifestaron claramente las estructuras de clase; propendían a sostener las ideas del gobierno y en cambio la gente de base se identificaba con los postulados del pueblo. Por ejemplo, el Cardenal pactó con el gobierno, por su cuenta, sin tener en cuenta, ni escuchar detenidamente las propuestas de los huelguistas. Menos mal que luego retractó su actitud. En cambio, el Arzobispo de La Paz (Monseñor Manrique) estuvo siempre a nuestro lado; nunca olvidaré su presencia silenciosa y doliente, pero participante en una de las noches en que estaba preso. Finalmente su actitud firme y la amenaza de “entredicho” fueron los que solucionaron el problema.

Experiencia de grupo

Celebrar algo juntos, une. Pero hambrear juntos creo que une mucho más. Hemos tenido una experiencia de grupo y de hermandad inolvidables, durante la huelga. Lo que nos unía eran actitudes e ideas muy importantes para nosotros.

La huelga de hambre ha sido una extraordinaria experiencia de grupo; pocas personas encerradas en un espacio reducido y enfrentadas con problemas básicos de política y supervivencia. Esta es una situación ideal para un grupo. Este grupo variado se ha unificado por la presión misma de los acontecimientos, y por la vibración de los mismos ideales. Esta experiencia de grupo se ha convertido en un cursillo fecundísimo, que nos ha politizado más y nos ha enriquecido humanamente. Acercarse a los problemas del pueblo es una gran universidad.

Por otra parte, éramos un número ideal (once personas), un grupo fácil de interrelacionarse: ni demasiado grande ni excesivamente pequeño. El espíritu de grupo nos ha ayudado a olvidarnos de nosotros mismos como individuos: lo cual se probó en el momento de la separación violenta y el aislamiento (al caer presos) donde cada uno estaba dispuesto a arriesgar su vida (por ejemplo, al cortar el consumo de agua y el rechazo de la asistencia médica, en el momento más crítico, con tal de tutelar a los demás). Este espíritu de equipo es el que nos llevó a la solidaridad con cinco mujeres mineras, a una solidaridad mayor entre más de mil huelguistas de hambre y numerosos grupos de apoyo, hasta convertirnos en un movimiento nacional y aún internacional.

En la huelga de hambre, los grupos de apoyo han sido tan importantes (o más) que los mismos grupos de huelga. Una decisión acertada fue la de no dialogar con el gobierno, grupo por grupo separadamente, sino en todos conjuntamente, a través de nuestros mediadores de Derechos Humanos (que no estaban en huelga, al menos al principio) y podían conocer mejor los detalles de la situación sociopolítica.

Pronto nos dimos cuenta que los grupos más aislados eran los más expuestos al pánico y a la desorientación, o a tomar decisiones incorrectas o apresuradas. Por esto nos han ayudado extraordinariamente las visitas; porque aunque cansen físicamente, pero distraen y animan. Y, a veces, derivan en anécdotas chistosas: un sábado a medianoche vino a verme un amigo farreado; también él quería entrar en la huelga de hambre. Le dije que volviese al día siguiente, ya de sano, y que entonces hablaríamos. Aquella noche, mi amigo se quedó durmiendo en la escalera.

En estos momentos excepcionales se muestra realmente quién es quién. Amigos, al parecer muy cercanos, se hicieron humo; como si fuésemos apestados. En cambio, nació nueva solidaridad con centenares de personas, antes desconocidas.

Los mensajes, frecuentemente chistosos, que intercambiábamos entre los grupos de huelga, han sido muy eficaces para mantener la moral y unirnos para una misma causa. Así se ha creado una “mística” que superaba en mucho una “eficacia puramente funcional”. Luchar por una causa justa no es algo triste, aunque se pase hambre.

Siempre los chistes macabros tienen un sabor agridulce; pero contados por famélicos durante la huelga, se ve que tenían un impacto especial sobre los visitantes; eran como una pedrada en un cristal; era romper esa convención social de no hablar de la pita en casa del ahorcado.

Cada grupo, en sus contactos con la prensa, narraba sus propias experiencias, pero dejaba los comunicados y los temas de fondo para los mediadores, para evitar interferencias y discrepancias. También, un buen ejemplo práctico del espíritu de grupo que nos ha animado ha sido el delegar quienes iban a hablar ante las diversas televisiones que vinieron a entrevistar, sin llevarnos las ganas de figurar o de aparecer en la pantalla.

La huelga de hambre, finalmente, ha dado la lección de la posibilidad de formar un frente amplio dentro de la izquierda, arrinconando momentáneamente lo que nos separa, para insistir en lo que nos une tácticamente. Sería un idealismo utópico y un despilfarro de energías insistir en lo que nos diferencia; este es un lujo que en este momento no nos podemos permitir, y que aplazamos para tiempos mejores. Nuestro enemigo es el fascismo y el imperialismo, y no nuestro hermano de izquierda que milita en el partido de al lado.

En el momento de la prueba

Las tácticas utilizadas para hacernos desistir de la huelga de hambre han sido numerosas. He aquí algunas para tenerlas en cuenta como experiencia para el futuro:

1.      Cansarnos dando largas antes de entablar un diálogo con los huelguistas;

2.      Procurar infiltrar policías en los lugares de huelga, para descubrir a los cabecillas y organizadores, para poder actuar contra ellos;

3.      Desalentar con amenazas, con presiones familiares, con la incomprensión de los amigos, etc.;

4.      Desprestigiar la huelga de hambre, diciendo que comíamos, hacíamos orgías, etc.;

5.      Con la represión abierta, al tomarnos presos, y amenazándonos con juicios y expulsiones del país...

Durante el Congreso Nacional de Derechos Humanos, en diciembre, la policía había rodeado el recinto de las reuniones y nos había sacado fotos a los participantes. Durante la huelga de hambre, nos dimos el gusto de ser nosotros quienes sacábamos fotos a los policías camuflados que venían a observar. Cada fotografía, a juzgar por sus caras, les dolía como un disparo.

Al allanar los centros de huelga de hambre, la policía dejó en algunos de ellos botellas de licor para denigrar a los huelguistas. También se calumnió a la huelga hablando de orgías entre la gente joven de la universidad Todo esto es absurdo. En el estado de inanición en el que estábamos, el trago habría desecho nuestro estómago, cuando hasta un café nos daba náuseas. Y el que imaginó las orgías estaba bien comido, ya que el hambre adormece todo instinto sexual.

Una medida acertada ha sido la de continuar la huelga de hambre aunque estuviésemos ya presos e incomunicados. Si a esto se unía el no aceptar revisión médica, creaba el pánico de que alguno de los huelguistas se muriese en los lugares de detención.

Una noche, hacia las tres, tuve enormes ganas de fugarme. Era algo así como el deseo de un niño de hacer una travesura, simplemente para molestar a la autoridad arbitraria. La clínica estaba silenciosa; los policías dormían; y allí sobre la mesa estaba la llave... Pero había otros presos; y mi fuga habría embromado a los demás. Hubo que dejarlo para otra ocasión.

Radicalizar la huelga de hambre hasta convertirla en huelga de sed es una medida extrema, y sólo se debería usar como último recurso. Aquí el plazo temporal de que se dispone es mínimo (¿48 horas?) y fácilmente es irreversible y puede acarrear lesiones orgánicas de importancia. Los universitarios de La Paz se lanzaron por cuenta propia a este camino, sin consultar. Al tratarse de un último cartucho, hay que jugarlo con toda lucidez. Así creo que lo jugué, una vez ya estábamos presos e incomunicados, como arma para conseguir movilizar a favor de nuestros compañeros presos. Hacer huelga de sed, cuando uno ya está debilitado por la huelga de hambre, fue tal vez una indiscreción. Con la huelga de sed, la boca y garganta se secan; la lengua parece de corcho, en la boca no hay una gota de saliva, y aún hablar se hace difícil. La sed que se tiene es rara; no es la sed ordinaria que todos conocemos, es ya un dolor como un cuchillo clavado en el paladar y que va hasta el cerebro.

Y llegó el triunfo

Ha sido también importante la experiencia del triunfo; pero de un triunfo limpio, que afectaba más a los otros que a uno mismo.  Esto me ha dado la impresión de ser éstos unos días que valía la pena vivirlos, que valía la pena sacrificarlo todo por ellos. Hemos visto claramente que hay cosas que valen más que la propia vida. ¿No será ideal muy rastrero esperar morirse de senectud y vejez? ¿No será mejor morir por algo?

La victoria política ha sido múltiple; no solamente se ha conseguido lo que se pedía sino que se ha dado osadía y esperanza al resto del pueblo: así se han ido desconociendo a los “coordinadores” laborales, y resurge el empuje sindical. En las calles se ven caras conocidas de personas que hace años estaban en el exilio o en la cárcel. Otros obreros recuperan sus puestos de trabajo.  Esta victoria, el pueblo la ha ido aprovechando con prudencia, sin provocaciones, sin alarmar a nadie con palabras estridentes. Es mejor que sean los hechos los radicales.

La huelga de hambre se ha convertido en una experiencia imitable aún continentalmente. El ejemplo boliviano ya se ha citado en el Brasil como un precedente; y en Perú se ha procurado imitar el modelo boliviano. Entonces, hambrear valía la pena.

Los días posteriores a la huelga, me daba vergüenza andar por la calle. Personas desconocidas, gentes de toda clase social, nos han felicitado repetidamente por la calle. Finalmente, no hemos hecho la de hambre tú y yo; ha sido todo un pueblo, hemos sido uno más dentro de la corriente. No he hecho nada extraordinario: era algo que simplemente había que hacer.

*En: La Huelga de Hambre, Asamblea Permanente de los Derechos Humanos de Bolivia, 1978.



Luis Espinal en Huelga de Hambre en Piquete APDHB en Presencia (Foto de Alfonso Gumucio)

miércoles, 13 de marzo de 2024

Huelga de hambre y calorías

 COMPARTIDO EN MARZO DE 2024, A 44 AÑOS DEL ASESINATO DE LUIS ESPINAL

 por Hernando Calla (texto inédito, 7 de enero de 1978) *

Alguien ha dicho que la huelga de hambre es el único medio de presión con que cuentan los bolivianos para reclamar por sus legítimos derechos: el derecho a caminar libremente en su propia tierra, el derecho al trabajo, el derecho a la palabra, es decir, a la política, en fin, el derecho a una vida digna libre de los abusos y arbitrariedades de los poderosos. Si es así, hemos de preocuparnos por reivindicarla para que se convierta en un instrumento verdaderamente eficaz de presión moral y política en una situación como la nuestra en que se han anulado los procedimientos legales y políticos, y los individuos e instituciones se ven perseguidos y desterrados por reclamar la vigencia de estos procedimientos [el estado de derecho].

Son pertinentes algunas consideraciones acerca de la huelga de hambre [de 1977-78 en Bolivia]. Ha sido un síntoma de desprestigio en que se encuentra esta última el hecho de que un obispo se haya, a su vez, desprestigiado insinuando un festín de salteñas entre los huelguistas. Se aprovecharon de esto después los “fachos” y amarillos para caricaturizar de varias maneras el “alto contenido calórico” de la dieta de los huelguistas (ver caricaturas de Rod Bal de El Diario, Confucio de Hoy, etc.) Parece que por muy honestamente que uno quiera enfrentar este ayuno voluntario, aunque políticamente motivado, la huelga de hambre tiene antecedentes que posibilitan fácilmente los intentos de desprestigiarla.

Y es que quizá hacen falta ciertos criterios sobre las calorías permitidas en una huelga de hambre verdadera. La tecnología moderna ha complicado el problema: es posible que el obispo arriba mencionado haya “metido la pata” con lo de las salteñas, pero también es posible que no se haya equivocado en cuanto a las equivalencias calóricas de las salteñas; paradójicamente, es posible tener una huelga de hambre “multivitamínica” como comprobamos los del “grupo de Presencia” [2do piquete de huelga organizado por la APDHB] por los frascos que nos llegan con píldoras y cápsulas de todo color. Aún no sabemos si es que tales vitaminas son meras “estimulantes del apetito” (¡!) como se leía en uno de los frascos (¡lo cual nos asustó!), si son dañinas cuando no se ingieren con otros alimentos (como lo es el cigarrillo que igual hace daño aun con alimentos, nos dicen), o sin son substitutos verdaderos de las comidas, lo cual por supuesto haría mofa de la huelga (alguien mencionó los “pollos en cápsula” que le pegan los astronautas).

Hay que averiguar también acerca de las medicinas. Se sabe que muchos remedios tienen efectos colaterales dañinos para la salud, y es posible que en una huelga de hambre sean aún más dañinos. Sugiero que aquellos que hayan tenido problemas de nauseas, dolores de cabeza y otros a causa de ingerir ciertos remedios (aspirinas, anticíclicos, etc.) anoten sus experiencias para que sirvan de orientación a otros huelguistas y también para otras huelgas en el futuro.

Leí en un libro que el hombre necesita unas 2.500 calorías diarias. Es posible que las clases populares con la precaria alimentación que tienen, no llegan a ese promedio saludable. También es probable que los del grupo de Presencia estemos en un mejor estado de nutrición y salud, y por lo tanto podamos aguantar más y con menos debilitamiento la huelga de hambre que otros grupos de mineros, campesinos, etc. O es posible que ocurra precisamente lo contrario ya que ellos en realidad hacen huelga de hambre todo el tiempo; como decían las señoras mineras respecto a su situación antes de empezar la huelga: “es preferible hacer huelga de hambre aquí que pasar hambre con nuestros hijos sin que a nadie le importe en nuestras casas”. Las diferencias de clase también aparecen en las huelgas de hambre, por lo visto.

Otro aspecto en este sentido lo pudimos ver en los “dulces” (recomendados por “conocedores” en huelgas). Vimos en nuestro grupo que nos llegaban, por medio de familiares y amigos, caramelos importados muy substanciosos, muy ricos y también muy bien “empaquetados”. Suponemos que en otros grupos llegan más los dulces “por metros” de industria nacional y que por supuesto son mucho más baratos. Algo paradójico: hemos escuchado que algunos compañeros cogieron una enfermedad muy rara para una huelga de hambre: la “hiperglicemia” o sobredosis de azúcar en la sangre. Puede ser que sean casos donde ya exista una predisposición para enfermarse así, pero puede haber ocurrido también que… ¡se haya ingerido muchos dulces! En fin, aquí en el grupo hemos decidido no comer caramelos para que nuestra huelga de hambre no sea tan “dulce”, y ojalá se volviera una regla para darle un mayor prestigio a la huelga de hambre.

Así y todo, los médicos nos dicen que el azúcar es importante para la sangre, hay que averiguar en este sentido cuál es el mínimo indispensable. Es posible que el azúcar en los líquidos: café, té, mate, sea suficiente. La miel también nos parece que contradice a la idea de una huelga de hambre. Se puede argüir contra esto que lo esencial en una huelga no es “morir de hambre” sino “hambrear por más tiempo” hasta que la situación se haga insostenible para el gobierno. Un amigo visitante nos sorprendió aconsejándonos, en nuestro 7mo día de huelga, que era hora de que “alguno de nosotros dejara de comer para que hubiera bajas y así poder dramatizar la cosa para la opinión pública” (¡!). O bien la sugerencia era que “alguno de nosotros se cortara el agua”.

Al contrario, no vemos la necesidad de adoptar tácticas de algunas “comidas” dentro de una huelga de hambre. La inclinación del grupo es a la honestidad con el hambre y a decidir colectivamente cuestiones radicales como “cortarse el líquido totalmente para todos”. No sabemos aún, estamos en nuestro 8vo día de huelga y desde hoy tomamos sólo líquidos con azúcar (nada de dulces) hasta que decidamos otra cosa más radical.

Nota [post huelga, como otros textos entre corchetes]: Quizá lo que los huelguistas tienen que procurarse de cualquier manera es agua abundante tanto para tomar como para lavarse, cuando uno no se alimenta por la boca lo hace por los poros. Y finalmente aire fresco, las ventanas bien abiertas y evitando que se concentre el aire viciado y el humo de los cigarrillos.

*Hernando Calla es presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz, testimonio inédito/reflexiones en la huelga de hambre de 1977-78