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lunes, 18 de septiembre de 2023

EL NARCISISMO INDIVIDUAL Y SOCIAL

 por ERICH FROMM (1964)*


Uno de los descubrimientos más fecundos y de mayor alcance de Freud es su concepto del narcisismo. El mismo Freud lo consideraba uno de sus hallazgos más importantes, y lo empleó para comprender fenómenos tan diferentes como la psicosis (“neurosis narcisista”), el amor, la castración, el miedo, los celos, el sadismo, y también para comprender los fenómenos de masas, como disposición de las clases reprimidas a ser leales a sus gobernantes. En este capítulo me propongo seguir la orientación de Freud y examinar el papel del narcisismo para la comprensión del nacionalismo, de los odios nacionales y de las motivaciones psicológicas para la destrucción y la guerra.

Quiero, de pasada, mencionar el hecho de que el concepto de narcisismo apenas si recibió alguna atención en los escritos de Jung y de Adler, y también menos de la que merece en los de Horney. Aun en la teoría y la terapia freudianas ortodoxas el uso del concepto de narcisismo quedó muy restringido al narcisismo del niño pequeño y del paciente psicótico. En que no se haya apreciado suficientemente la fecundidad de este concepto probablemente se deba a que Freud lo metió, forzándolo, en la estructura de su teoría de la libido.

Freud partió de su interés por comprender la esquizofrenia en relación con la teoría de la libido. Como el paciente esquizofrénico no parece tener ninguna relación libidinosa con los objetos (ya de hecho ya en la fantasía), Freud fue llevado a preguntarse: “¿Cuál es en la esquizofrenia el destino de la libido retraída de los objetos?”[1] Su respuesta es: “La libido sustraída al mundo exterior ha sido aportada al yo, surgiendo así un estado al que podemos dar el nombre de narcisismo”.[2] Freud supuso que la libido está originariamente almacenada toda en el ego, lo mismo que en un “gran depósito”: después se extendió a los objetos, pero se retira de ellos fácilmente y vuelve al ego. Esta opinión fue modificada en 1922, cuando escribió que “tenemos que reconocer el id como el mayor depósito de la libido”, aunque no parece haber abandonado nunca por completo la opinión anterior.[3]

Pero la cuestión teórica de si la libido comienza originariamente en el ego o en el id no es de importancia esencial para el significado del concepto en sí mismo. Freud no modificó nunca la idea fundamental de que el estado natural del hombre, en la primera infancia, es el de narcisismo (“narcisismo primario”), en que no hay todavía relaciones con el mundo exterior, que después, en el curso del desarrollo normal, el niño empieza a aumentar en plenitud e intensidad sus relaciones (libidinosas) con el mundo exterior, pero que en muchos casos (el más agudo de los cuales es la locura) retira su vinculación libidinosa de los objetos y vuelve a dirigirla a su ego (“narcisismo secundario”). Pero aun en el caso de un desarrollo normal, el individuo sigue siendo narcisista en cierta medida durante toda su vida.[4]

¿Cómo se desarrolla el narcisismo en la persona “normal”? Freud esbozó las principales líneas de ese desarrollo, y el párrafo que sigue es un breve resumen de sus hallazgos.

En el seno materno, el feto vive todavía en un estado de narcisismo absoluto. “El nacimiento –dice Freud– representa el paso desde un narcisismo que se basta por completo a sí mismo hacia la percepción de un mundo exterior variable y al primer descubrimiento de objetos”.[5] Pasan algunos meses antes de que el niño pueda percibir objetos externos como tales, como parte del “no yo”. Mediante los muchos golpes que recibe el narcisismo del niño, su conocimiento cada vez mayor del mundo exterior y sus leyes, es decir, de la “necesidad”, el hombre convierte su narcisismo originario en “amor al objeto”. Pero, dice Freud, “el hombre permanece hasta cierto punto narcisista, aun después de haber hallado para su libido objetos exteriores”.[6] En realidad, el desarrollo del individuo puede definirse, en términos de Freud, como la evolución desde el narcisismo absoluto hasta la capacidad para el razonamiento objetivo y para el amor al objeto; capacidad, empero, que no trasciende limitaciones definidas. La persona “normal”, “madura”, es aquella cuyo narcisismo se ha reducido al mínimo socialmente aceptado, sin que desaparezca nunca por completo. La observación de Freud es confirmada por la experiencia diaria. Parece que en la mayor parte de los individuos puede encontrarse un núcleo narcisista que no es accesible a ningún intento de disolución completa y que lo desafía.

Quienes no conozcan suficientemente el lenguaje técnico de Freud probablemente no se formarán una idea clara de la realidad y el poder del narcisismo, a menos que se haga una descripción más concreta del fenómeno. Esto es lo que trataré de hacer en las siguientes páginas. Pero antes de hacerlo, deseo exponer algunas aclaraciones sobre la terminología. Las opiniones de Freud sobre el narcisismo se basan en su concepto de la libido sexual. Como ya he dicho, ese concepto mecánico de la libido bloqueó, más que fomentó, el desarrollo del concepto de narcisismo. Creo que son mucho mayores las posibilidades de llevarlo a su plena fructificación si se usa un concepto de energía psíquica que no sea idéntica a la energía del impulso sexual. Jung lo hizo, y hasta fue admitido inicialmente en la idea de Freud de la libido desexualizada. Pero aunque la energía psíquica asexual difiere de la libido de Freud, es, como la libido, un concepto de energía; se refiere a fuerzas psíquicas, visibles sólo mediante sus manifestaciones, que tienen cierta intensidad y cierta dirección. Esta energía envuelve, unifica y mantiene unido al individuo en sus relaciones con el mundo exterior. Aun cuando no se esté de acuerdo con la primera opinión de Freud según la cual, aparte del impulso para sobrevivir, la energía del instinto sexual (libido) es la única fuerza motriz importante para la conducta humana, y si en vez de ella se usa un concepto general de energía psíquica, la diferencia no es tan grande como se inclinan a creer muchos que piensan en términos dogmáticos. El punto esencial del que depende toda teoría o terapia que pueda llamarse psicoanálisis, es el concepto dinámico de la conducta humana; es decir, el supuesto de que motivan la conducta fuerzas altamente cargadas, y que la conducta sólo puede comprenderse y preverse conociendo esas fuerzas. Este concepto dinámico de la conducta humana es el centro del sistema de Freud. Cómo son concebidas teóricamente esas fuerzas, ya de acuerdo con una filosofía mecanicista-materialista o bien de acuerdo con un realismo humanista, es cuestión importante, pero secundaria respecto de la cuestión central de la interpretación dinámica de la conducta humana.

 

Comencemos nuestra descripción del narcisismo con dos ejemplos extremos: el “narcisismo primario” del niño recién nacido, y el narcisismo del individuo demente. El niño todavía no se relaciona con el mundo exterior (en términos freudianos, su libido todavía no se ha dirigido a objetos exteriores). Otra manera de expresarlo es decir que el mundo exterior (en términos freudianos, su libido todavía no se ha dirigido a objetos exteriores). Otra manera de expresarlo es decir que el mundo exterior no existe para el niño, y esto hasta tal punto que aún no puede distinguirse entre el “Yo” y el “no Yo”. También podemos decir que el niño no está interesado (inter-esse = “estar en”) en el mundo exterior. La única realidad que existe para el niño es él mismo: su cuerpo, sus sensaciones físicas de frío y calor, de sed, de la necesidad de dormir, y de contacto corporal.

La persona demente está en una situación que no difiere esencialmente de la del niño. Pero mientras que para el niño el mundo exterior todavía no apareció como real, para la persona demente dejó de ser real. En el caso de las alucinaciones, por ejemplo, los sentidos perdieron su función de registrar acontecimientos exteriores: registran la experiencia subjetiva en categorías de respuestas sensoriales a objetos exteriores. En la ilusión paranoide opera el mismo mecanismo. El miedo o el recelo, por ejemplo, que son emociones subjetivas, se objetivan de tal manera, que la persona paranoide está convencida de que están conspirando contra ella otras personas; ésta es precisamente la diferencia con la persona neurótica, que puede temer constantemente ser odiada, perseguida, etc., pero sigue sabiendo que eso es lo que ella teme. Para la personal paranoide el miedo se convirtió en un hecho.

Un ejemplo particular de narcisismo que está en la frontera entre la cordura y la locura puede verse en algunos hombres que alcanzaron un grado extraordinario de poder. Los faraones egipcios, los césares romanos, los Borgia, Hitler, Stalin, Trujillo: todos ellos presentan ciertos rasgos análogos. Llegaron al poder absoluto; su palabra es el juicio definitivo sobre todo, incluidas la vida y la muerte; parece no haber límite a su capacidad de hacer lo que quieren. Son dioses, sin más limitaciones que la enfermedad, la vejez y la muerte. Tratan de encontrar solución al problema de la existencia humana con el intento desesperado de trascender sus limitaciones. Tratan de fingir que no hay límite para su concupiscencia y su poder, y duermen con incontables mujeres, matan a innumerables hombres, construyen castillos en todas partes, “quieren la luna”, “quieren lo imposible”.[7]  Esto es demencia, aún cuando sea un intento de resolver el problema de la existencia fingiendo que no se es humano. Es una demencia que tiende a crecer durante toda la vida de la persona afectada. Cuanto más trata de ser dios, más se aísla de la especie humana; este aislamiento la hace más temerosa, todo el mundo se convierte en enemigo suyo, y, para hacer frente al miedo resultante, tiene que aumentar su poder, su crueldad y su narcisismo. Esta demencia cesariana no sería más que mera locura si no fuera por un factor: por su poder, César doblegó la realidad a sus fantasías narcisistas. Obligó a todo el mundo a reconocer que es dios, que es el más poderoso y sabio de los hombres, de ahí que su megalomanía parece un sentimiento razonable. Por otra parte, muchos lo odiarán, procurarán derribarlo y matarlo, por lo que sus recelos patológicos tienen el respaldo de un núcleo real. En consecuencia, no se siente desconectado de la realidad, por lo cual puede conservar un mínimo de cordura, aunque en estado precario.

La psicosis es un estado de narcisismo absoluto, en que el individuo rompió toda conexión con la realidad exterior y convirtió a su propia persona en el sustituto de ella. Está totalmente lleno de sí mismo, llegó a ser “dios y el mundo” para sí mismo. Precisamente con esta idea abrió Freud por primera vez el camino al conocimiento dinámico de la naturaleza de la psicosis.

Más, para quienes no están familiarizados con la psicosis, es necesario presentar un cuadro del narcisismo tal como se halla en individuos neuróticos o “normales”. Uno de los ejemplos más elementales de narcisismo puede verse en la actitud de la persona corriente hacia su propio cuerpo. A la mayor parte de la gente le gusta su propio cuerpo, su cara, su figura, y si se le pregunta si se cambiaría por otra persona quizá más bella, dice que no, definitivamente. Aún es más elocuente el hecho de que la mayor parte de la gente no advierta el aspecto ni el olor de sus propias heces (en realidad, a algunos les gustan), aunque sienten una aversión definitiva hacia las de otras personas. No hay, evidentemente, ningún juicio estético ni de otro carácter implícito en esto. La misma cosa que es agradable cuando se relaciona con el cuerpo de uno, es desagradable cuando se relaciona con el cuerpo de otro.

Veamos ahora otro ejemplo menos común de narcisismo. Un individuo llama al consultorio de un médico y quiere una consulta. El médico le dice que no puede darle fecha para aquella semana y le indica una para la siguiente. El paciente insiste en pedir una consulta inmediata, y no da como explicación, según podía esperarse, la causa de tanta urgencia, sino que menciona el hecho de que vive sólo a cinco minutos del consultorio del médico. Cuando éste responde que no resuelve su propio problema de tiempo el hecho de que el paciente tarde tan poco en llegar al consultorio, éste da señales de no comprender y sigue insistiendo en que dio una razón suficientemente buena para que el médico le dé una hora inmediata. Si el médico es un psiquiatra ya habrá hecho una observación importante para el diagnóstico, a saber, que está tratando con una persona extremadamente narcisista, es decir, con una persona muy enferma. No son difíciles de comprender las razones. El paciente no es capaz de ver la situación del médico como algo aparte de la suya. Todo lo que está en el campo visual del paciente es su deseo de ver al médico, y el hecho de que tarda poco en llegar. No existe el médico con su horario y sus necesidades. La lógica del paciente es que, si para él es fácil llegar, al médico le es fácil verlo. La observación diagnóstica acerca del paciente sería algo diferente si, después de la primera explicación del médico, el paciente fuera capaz de contestar: “Oh, doctor, naturalmente, lo comprendo; lo siento mucho, realmente fue una estupidez lo que dije”. En este caso, también estaríamos tratando con un individuo narcisista que al principio no diferencia su situación y la del médico; pero su narcisismo no es tan extenso y rígido como el del primer paciente. Es capaz de ver la realidad de la situación cuando se llama su atención hacia ella, y responde en consecuencia. Este segundo paciente probablemente se sentiría molesto por su desatino, una vez que lo hubiera advertido; el primero no se inquietaría en absoluto: se limitaría a criticar al doctor por su estupidez para comprender una cosa tan sencilla.

Un fenómeno análogo puede observarse fácilmente en un individuo narcisista que se enamora de una mujer que no le corresponde. El individuo narcisista se inclinará a no creer que la mujer no lo ame. Razonará así: “Es imposible que no me ame cuando yo la amo tanto”, o “No podría amarla tanto si ella no me amase también”. Después pasa a racionalizar la falta de correspondencia de la mujer con suposiciones como éstas: “Me ama inconscientemente; tiene miedo a la intensidad de su amor; quiere probarme, torturarme, y así por el estilo. Lo esencial aquí, como en el caso anterior, es que el individuo narcisista no puede percibir la realidad en otra persona como diferente de la suya.

Veamos dos fenómenos que en apariencia son extremadamente diferentes, y sin embargo los dos son narcisistas. Una mujer pasa muchas horas al día delante del espejo para arreglarse el pelo y la cara. No es sólo que sea vanidosa. Está obsesionada con su cuerpo y su belleza, y su cuerpo es la única realidad importante que conoce. Quizá está muy cerca de la leyenda griega que habla de Narciso, hermoso mancebo que rechazó el amor de la ninfa Eco, la cual murió de dolor. Némesis lo castigó haciéndolo enamorarse de su propia imagen reflejada por el agua del lago, y por admirarse más de cerca cayó al lago y se ahogó. La leyenda griega indica claramente que esta clase de amor a sí mismo es una maldición, y que en su forma extrema termina en autodestrucción.[8] Otra mujer (y muy bien podría ser la misma algunos años después) sufre hipocondría; está también constantemente preocupada con su cuerpo, no en el sentido de hermosearlo, sino porque teme enfermar. Por qué es elegida la imagen positiva o la negativa tiene, desde luego, sus razones, pero no necesitamos tratar aquí de ellas. Lo que importa es que detrás de los dos fenómenos está la misma preocupación narcisista por uno mismo, con escaso interés por el mundo exterior.

La hipocondría moral no es diferente, en lo esencial. En ella el individuo no tiene miedo de enfermar y de morir, sino de ser culpable. Tal individuo está constantemente preocupado por su culpa en cosas que hizo mal, en pecados que cometió, etc. Aunque al extraño –y a sí mismo– pueda parecerle particularmente concienzudo, moral, y hasta interesado por los demás, el hecho es que ese individuo sólo se interesa por sí mismo, por su conciencia, por lo que otros puedan decir de él, etc. El narcisismo subyacente en la hipocondría física o moral es el mismo narcisismo de la persona vanidosa, salvo que es menos aparente, como tal, a ojos no preparados. Se encuentra esta clase de narcisismo, que K. Abraham clasificó como narcisismo negativo, particularmente en estados de melancolía, caracterizados por sentimientos de insuficiencia, de irrealidad, de autoacusación.

Puede verse en formas aún menos agudas la orientación narcisista en la vida cotidiana. Un chiste famoso lo expresa graciosamente. Un escritor se encuentra con un amigo y durante mucho tiempo le habla de sí mismo. Después dice: “Hablé de mi hasta ahora. Hablemos ahora de ti. ¿Te gustó mi último libro?” Este individuo es típico para muchos que están preocupados consigo mismos y que prestan poca atención a los demás salvo como ecos de ellos mismos. Muchas veces, aunque obren de un modo servicial y bondadoso. Lo hacen porque les gusta verse en ese papel; emplean su energía en admirarse a sí mismos y no en ver las cosas desde el punto de vista de la persona a quien ayudan.

¿Cómo puede reconocerse a la persona narcisista? Hay un tipo que es fácilmente identificable. Es el tipo de individuo que presenta todas las señales de satisfacción de sí mismo; puede advertirse que cuando dice unas palabras triviales cree que está diciendo algo de suma importancia. Por lo general no escucha lo que dicen los demás, ni se interesa realmente. (Si es inteligente, procurará ocultar ese hecho haciendo preguntas y fingiendo parecer interesado). También puede reconocerse a la persona narcisista por su susceptibilidad a toda clase de crítica. Esa susceptibilidad puede manifestarse negando la validez de toda crítica, o reaccionando con ira o con abatimiento. En muchos casos, la orientación narcisista puede ocultarse detrás de una actitud de modestia y humildad; no es raro, realmente, que la orientación narcisista de un individuo tome su humildad como objeto de su autoadmiración. Aunque son muy diferentes las manifestaciones del narcisismo, es común a todas ellas la falta de verdadero interés por el mundo exterior.[9]

A veces el individuo narcisista puede ser identificado también por su expresión facial. Con frecuencia encontramos un tipo de brillo o de sonrisa que da la impresión de complacencia a algunos, o de algo beatífico, confiado o infantil para otros. Frecuentemente, el narcisismo, especialmente en sus formas más extremas, se manifiesta en un brillo especial en los ojos, que unos toman por síntoma de semisantidad y otros de semilocura. Muchas personas muy narcisistas hablan incesantemente, con frecuencia en una comida, donde se olvidan de comer y hacen esperar a todos los demás. La compañía o la comida son menos importantes que su “ego”.

El individuo narcisista no toma necesariamente toda su persona como objeto de narcisismo. Frecuentemente enfoca su narcisismo sobre un aspecto parcial de su personalidad; por ejemplo, su honor, su inteligencia, sus proezas físicas, su ingenio, su buen aspecto (en ocasiones constreñido a detalles somo el pelo o la nariz). A veces su narcisismo se refiere a cualidades de que normalmente no se enorgullecería una persona, como su capacidad para sentir miedo y, en consecuencia, para prever el peligro. “Él” se identifica con un aspecto parcial de sí mismo. Sí preguntamos quién es “él”, la respuesta adecuada sería que “él” es su cerebro, su fama, su riqueza, su pene, su conciencia, y así sucesivamente. Todos los ídolos de las diferentes religiones representan otros tantos aspectos parciales del hombre. En el individuo narcisista, el objeto de su narcisismo es cualquiera de las cualidades parciales que para él constituyen su yo. El individuo cuyo yo está representado por su propiedad puede recibir bien una amenaza a su dignidad, pero una amenaza a sus pertenencias es como una amenaza a su vida. Por otra parte, para el individuo cuyo yo está representado por su inteligencia, el hecho de haber dicho algo estúpido es tan doloroso, que puede tener por consecuencia un estado grave de depresión. Pero cuanto más intenso es el narcisismo, menos aceptará el individuo narcisista el hecho del fracaso por su parte, o cualquier crítica legítima de los demás. Se sentirá ultrajado por la conducta insultante de la otra persona, o creerá que la otra persona es demasiado sensible, ineducada, etc. para formar un juicio adecuado. (Recuerdo, a este respecto, un individuo brillante pero muy narcisista que, ante los resultados de una prueba de Rorschach a que se había sometido y que estaban muy lejos del concepto ideal que tenía de sí mismo, dijo: “Lo siento por el psicólogo que hizo esta prueba; debe ser muy paranoide”.)

Tenemos que mencionar ahora otro factor que complica el fenómeno del narcisismo. Así como la persona narcisista hizo del concepto que tiene de sí misma el objeto de su adhesión narcisista, hace lo mismo con todo lo que se relaciona con ella. Sus ideas, su sabiduría, su casa, pero también la gente comprendida en su “esfera de interés”, se convierten en objetos de su adhesión fetichista. Como dijo Freud, el ejemplo más frecuente es probablemente la adhesión narcisista a los hijos propios. Muchos padres creen que sus hijos son los más bellos, los más inteligentes, etc., por comparación con otros niños. Parece que cuanto menores son los hijos, más intenso es este sesgo narcisista. El amor de los padres, y en especial el amor de la madre por el niño, es en medida considerable amor al niño como ampliación de uno mismo. El amor adulto entre hombre y mujer también tiene con frecuencia una calidad narcisista. El hombre enamorado de una mujer puede transferirle a ella su narcisismo, una vez que ella llegó a ser “suya”. La admira y adora por cualidades de que él la ha investido; precisamente porque ella forma parte de él, se convierte en portadora de cualidades extraordinarias. Un individuo así también pensará con frecuencia que todas las cosas que posee son extraordinariamente maravillosas y estará “enamorado” de ellas.

El narcisismo es una pasión cuya intensidad en muchos individuos sólo puede compararse con el deseo sexual y el deseo de seguir viviendo. En realidad, muchas veces resulta más fuerte que uno y otro. Aun en el individuo corriente en quien no alcanza tal intensidad, hay un núcleo narcisista que parece casi indestructible. Siendo esto así, podríamos sospechar que, como el sexo y la supervivencia, la pasión narcisista tiene también una función biológica importante. Una vez que hemos planteado esta cuestión, la solución viene fácilmente. ¿Cómo podría sobrevivir el individuo si sus necesidades corporales, sus intereses, sus deseos, no estuvieran cargados de gran energía? Biológicamente, desde el punto de vista de la supervivencia, el hombre tiene que atribuirse a sí mismo una importancia muy por encima de la que da a cualquier otro. Si no lo hiciese, ¿de dónde sacaría la energía y el interés para defenderse contra otros, para trabajar por su subsistencia, para luchar por su supervivencia, para sustentar sus derechos contra los de los demás? Sin narcisismo, podría ser un santo, ¿pero tienen los santos un índice elevado de supervivencia? Lo que desde un punto de vista espiritual sería sumamente deseable –la ausencia de narcisismo– sería sumamente peligroso desde el punto de vista mundano de la supervivencia. Hablando teológicamente, podemos decir que la naturaleza dotó al hombre de una gran cantidad de narcisismo a fin de permitirle hacer lo que es necesario para sobrevivir. Esto es cierto especialmente porque la naturaleza no dotó al hombre de instintos bien desarrollados, como los que tiene el animal. El animal no tiene “problemas” de supervivencia en el sentido de que su naturaleza intrínsicamente instintiva se cuida de la supervivencia, de tal manera que el animal no tiene que pensar ni decidir si necesita o no hacer un esfuerzo. En el hombre el aparato instintivo ha perdido la mayor parte de su eficacia, y en consecuencia el narcisismo asume una función biológica muy necesaria.

Pero después de reconocer que el narcisismo desempeña una función biológica importante, nos encontramos ante otra cuestión. ¿No tiene el narcisismo extremado la función de hacer al individuo indiferente hacia los demás, incapaz de relegar a un segundo lugar sus necesidades cuando ello es necesario para cooperar con otros? ¿No lo vuelve el narcisismo al individuo asocial y, en realidad, demencial, cuando alcanza un grado extremo? No puede dudarse que el narcisismo individual extremo es un obstáculo severo a toda la vida social. Pero si esto es así, debe decirse que el narcisismo está en conflicto con el principio de sobrevivencia, ya que el individuo puede sobrevivir sólo si él se organiza en grupos; difícilmente nadie sería capaz de protegerse por sí solo de los peligros de la naturaleza, ni tampoco podría realizar cierto tipo de trabajos que sólo pueden encarar los grupos.

Llegamos entonces al resultado paradójico de que el narcisismo es necesario para la sobrevivencia, y al mismo tiempo de que constituye una amenaza para la sobrevivencia. La solución de esta paradoja se encuentra en dos direcciones. Una de ellas es que la sobrevivencia es servida por una intensidad óptima antes que máxima de narcisismo; esto significa que el grado de narcisismo biológicamente necesario se reduce a la intensidad de narcisismo que sea compatible con la cooperación social. La otra dirección se encuentra en el hecho de que el narcisismo individual se transforma en narcisismo de grupo, que el clan, la nación, religión, raza, etc. se convierten en objetivos de la pasión narcisista en vez de que lo sea el individuo. Por tanto, la energía narcisista se mantiene pero utilizándola en interés de la sobrevivencia del grupo antes que de la sobrevivencia del individuo. Antes de tratar este problema del narcisismo de grupo y su función sociológica, analicemos la patología del narcisismo.

La patología del narcisismo

El resultado más peligroso de la fijación narcisista es la distorsión del juicio racional. El objeto de la fijación narcisista es considerado valioso (bueno, hermoso, sabio, etc.) no sobre la base de un juicio de valor objetivo, sino porque se trata de mí o es mío. El juicio de valor narcisista es prejuicioso o sesgado. Frecuentemente este prejuicio es racionalizado en una forma u otra, y esta racionalización puede volverse más o menos engañosa de acuerdo a la inteligencia y sofisticación de la persona de que se trate. En el narcisismo del borracho la distorsión es normalmente obvia. Lo que se ve es hablar a una persona de modo superficial y banal, hacerlo no obstante con el gesto y la entonación de alguien que está diciendo las cosas más maravillosas e interesantes. En lo subjetivo, él tiene una sensación de encontrarse en la cúspide del mundo, cuando en realidad se encuentra en un estado de inflación del propio ego. Todo esto no quiere decir que las alocuciones de la persona intensamente narcisista sean necesariamente aburridas. Si ella es talentosa o inteligente producirá ideas interesantes, y si las considera altamente valiosas, su evaluación no será totalmente equivocada. Pero la persona narcisista tiende a evaluar en alto grado sus producciones de todas maneras, y su cualidad intrínseca no es decisiva para alcanzar esta evaluación positiva. (En caso de tratarse de un “narcisismo negativo” lo contrario es verdad. Tal persona tiende a subvalorar todo lo que es suyo, y su evaluación está igualmente prejuiciada). Si se diera cuenta de la naturaleza distorsionada de sus juicios narcisistas, los resultados no serían tan malos. Él podría asumir o asumiría una actitud humorística respecto a su sesgo narcisista. Pero esto es poco frecuente. Normalmente el narcisista está convencido de que no hay tal distorsión, y de que sus juicios son objetivos y realistas. Esto acarrea una severa distorsión de su capacidad de pensar y de juzgar, debido a que esta capacidad se la embota una y otra vez cuando se ocupa de sí mismo y de lo que es suyo. De la misma manera, el juicio de la persona narcisista también es sesgado respecto a los que no son “él” o las cosas que no son suyas. El mundo exterior (“no yo”) es inferior, peligroso e inmoral. Entonces la persona narcisista termina con una enorme distorsión. Él y lo suyo son sobrevalorados. Todo lo externo es subvalorado. El daño a la razón y la objetividad es obvio.

Un elemento tanto más peligrosamente patológico en el narcisismo es la reacción emocional a la crítica de cualquier posición narcisistamente “investida” del propio yo. Normalmente una persona no se enfada cuando algo que ha hecho o dicho es criticado, siempre que la crítica sea razonable y no hecha con mala intención. El individuo narcisista, por otra parte, reacciona con intensa rabia cuando se le critica. Tiende a sentir la crítica como un ataque hostil, ya que por el carácter mismo de su narcisismo no puede imaginarse que esté justificada. La intensidad de su ira sólo se puede comprender plenamente si se tiene en cuenta que el individuo narcisista no está relacionado con el mundo, y en consecuencia está solo, y por lo tanto aterrado. Es esta sensación de soledad y de miedo la que es compensada con su autoinflación narcisista. Si él es el mundo, no hay mundo exterior que pueda asustarlo; si es todo, no está solo; en consecuencia, cuando se hiere su narcisismo se siente amenazado en toda su existencia. Cuando la única protección contra el miedo, su autoinflación, se ve amenazada, aparece el pánico y da por resultado una intensa furia. Esta furia es tanto más intensa porque nada puede hacerse para disminuir la amenaza mediante una acción adecuada; sólo la destrucción del crítico –o de uno mismo– puede salvarlo a uno de la amenaza a su seguridad narcisista.

Hay una alternativa a la cólera explosiva que es resultado del narcisismo herido, y esa alternativa es la depresión. El individuo narcisista consigue su sentido de identidad por la inflación. El mundo exterior no es un problema par él, no lo abruma con su poder, porque él consiguió ser el mundo, sentirse omnisciente y omnipotente. Si es herido su narcisismo, y si por diversas razones, tales como, por ejemplo, la debilidad subjetiva u objetiva de su posición en frente de su crítico, no puede permitirse sentirse furioso, se deprime. No está relacionado con el mundo ni siente ningún interés por él; no es nada ni nadie, ya que no ha desarrollado su yo como centro de su relación con el mundo. Si su narcisismo es herido tan gravemente que ya no puede conservarlo, su ego se desploma y el reflejo subjetivo de ese desplome es el sentimiento de depresión. El factor de dolor que hay en la melancolía se refiere, en mi opinión, a la imagen narcisista del “Yo” maravilloso que murió y por el cual se siente afligido el individuo deprimido.

Precisamente porque este individuo narcisista teme la depresión resultante de la herida en su narcisismo, trata desesperadamente de evitar tales heridas. Hay diferentes modos de realizar esto. Uno es aumentar el narcisismo para que ninguna crítica ni fracaso exterior pueda afectar realmente a la posición narcisista. En otras palabras, aumentar la intensidad del narcisismo para desviar la amenaza. Esto significa, desde luego, que el individuo trata de curarse de la depresión amenazante enfermando mentalmente en grado más grave, hasta llegar a la psicosis.

Pero aún hay otra solución a la amenaza contra el narcisismo que es más satisfactoria para el individuo, aunque más peligrosa para los demás. Esta solución consiste en el intento de transformar la realidad de tal manera, que se conforme, en cierta medida, con su autoimagen narcisista. Ejemplo de esto es el inventor narcisista que cree que inventó el perpetuum mobile, o movimiento continuo, y que en el proceso mismo hizo un pequeño descubrimiento de cierta importancia. Una solución más importante consiste en conseguir el asentimiento de otra persona, y, si es posible, en conseguir el asentimiento de millones de personas. El primer caso es de la folie à deux (algunos matrimonios y amistades descansan sobre esta base), mientras que el segundo es el de figuras públicas que evitan el estallido violento de la su psicosis potencial obteniendo el aplauso y el asentimiento de millones de personas. El caso más famoso de este tipo es Hitler. Aquí tenemos una persona extremadamente narcisista que probablemente habría sufrido una psicosis manifiesta si no hubiera tenido éxito en lograr que millones de personas creyeran en su autoimagen adquirida, que tomaran sus fantasías grandiosas concernientes al milenio del Tercer Reich en serio, e inclusive transformar la realidad de tal forma que parecía probar a sus seguidores que estaba en lo cierto. (Después de fracasar tuvo que suicidarse ya que de otro modo el colapso de su imagen narcisista hubiera sido verdaderamente intolerable.)

Existen en la historia otros ejemplos de líderes megalomaníacos que “curaron” su narcisismo transformando al mundo para que encaje en el mismo; esa gente también tiene que tratar de destruir a todos los que lo critican ya que no pueden tolerar la amenaza que la voz de la cordura constituye para ellos. Desde Calígula pasando por Nerón y Stalin hasta Hitler encontramos que su necesidad de encontrar creyentes, de transformar la realidad de tal modo que encaje en su narcisismo y de destruir a todos los críticos, es algo tan intenso y desesperado precisamente porque es un intento por prevenir el estallido de la locura. Paradójicamente, el elemento de locura en tales líderes también los hace exitosos. Les otorga aquella seguridad y ausencia de duda que impresiona tanto a la persona común. Demás está decirlo, esta necesidad de cambiar el mundo y de atraer a otros para que participen de las ideas engañosas del narcisista requiere asimismo de talentos y dones de los que carece la persona ordinaria, psicótica o no.

En la discusión de la patología del narcisismo es importante distinguir entre dos formas de narcisismo –uno benigno, el otro maligno. En la forma benigna, el objeto del narcisismo es el resultado de los esfuerzos de la persona. Así por ejemplo, una persona puede sentir un orgullo narcisista en su trabajo como carpintero, científico o agricultor. En la medida en que el objeto de su narcisismo sea algo para lo cual él tiene que trabajar, su interés exclusivo en lo que es su trabajo y sus logros está constantemente equilibrado por su interés en el proceso del trabajo mismo, y en el material con el que está trabajando. La dinámica de este narcisismo benigno es por lo tanto autocontrolable. La energía que impulsa al trabajo es, en gran medida, de naturaleza narcisista pero el mismo hecho de que el propio trabajo haga necesario relacionarse con la realidad, modera constantemente este narcisismo y lo mantiene dentro de límites. Este mecanismo puede explicar por qué encontramos tantas personas narcisistas que son al mismo tiempo muy creativas.

En el caso del narcisismo maligno, el objeto del narcisismo no es algo que la persona hace o produce sino algo que tiene; por ejemplo, su cuerpo, su aspecto, su salud, su riqueza, etc. La naturaleza maligna de este tipo de narcisismo se encuentra en el hecho de que carece del elemento correctivo que encontramos en la forma benigna. Si soy “grandioso” por alguna cualidad que tengo, y no por algo que logro, no necesito hacer ningún esfuerzo. Para mantenerla imagen de mi grandiosidad me separo más y más de la realidad y tengo que incrementar la carga narcisista para estar mejor protegido del peligro de que mi ego narcisistamente inflado pueda revelarse como el producto de mi fantasía. El narcisismo maligno, por tanto, no es autocontrolable, y en consecuencia es crudamente solipsista así como xenofóbico. Alguien que ha aprendido a lograr (con esfuerzo) no puede dejar de reconocer que otros han logrado éxitos parecidos de maneras similares –aun cuando su narcisismo lo persuada de que sus propios logros son mayores que los de los otros–. Alguien que no ha logrado nunca nada encontrará difícil apreciar los logros de otros, y de este modo se verá obligado a aislarse crecientemente en el esplendor narcisista.

Hasta aquí hemos descrito la dinámica del narcisismo individual: el fenómeno, su función biológica y su patología. Esta descripción debe permitirnos ahora comprender el fenómeno del narcisismo social y el papel que juega como una fuente de la violencia y la guerra.

*Erich Fromm, “El corazón del hombre. Su potencia para el bien y para el mal” (FCE, 1966, p. 68-88) Traducción de Florentino Torner, con correcciones y ajustes de Hernando Calla (2023).

[Ver continuación en: https://umbrales2.blogspot.com/2020/09/narcisismo-social-o-de-grupo.html]