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martes, 17 de septiembre de 2019

La Convivencialidad de Iván Illich ¿Una teoría general de las herramientas?

por Hernando Calla
Antecedentes

En el seminario de enero de 1972 en el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC) de Cuernavaca, Iván Illich compartió con un grupo de latinoamericanos la siguiente hipótesis: «existen características técnicas en los medios de producción que hacen imposible su control en un proceso político. Sólo una sociedad que acepte la necesidad de escoger un techo común a ciertas dimensiones técnicas en sus medios de producción tiene alternativas políticas».

De la discusión de esta hipótesis surgió su libro La convivencialidad [1] en el que Illich esbozó una crítica general de la sociedad industrial en un marco conceptual que permitía analizar conjuntamente la degradación ambiental de consecuencias catastróficas, la marcada polarización social en un mundo caracterizado por la sobreprogramación (institucionalización obligatoria) de los individuos y la obsolescencia planificada de los artefactos tecnológicos, y la creciente impotencia e ineptitud de la  gente para moldear su entorno físico y social como consecuencia del monopolio radical ejercido por las instituciones modernas.[2]

Pero veamos qué decía el propio autor sobre sus razones para escribir Tools for Conviviality (La convivencialidad) en una entrevista realizada 15 años después en 1988 por David Cayley:[3]

Illich: Son varias décadas ya que he estado dedicado a analizar qué le hacen las herramientas a la sociedad. Escribí mi primer libro sobre el tema, La convivencialidad, cuando me invitaron a participar en las deliberaciones del Club de Roma. Les dije: “No, tengo algo más importante que hacer. Ustedes están preocupados de cómo el uso de las herramientas [industriales] afecta al medioambiente. Están preocupados únicamente sobre los productos materiales y sus efectos no deseados. Yo estoy obsesionado por la idea de qué le hacen a la sociedad las herramientas utilizadas por los productores de servicios. Por el momento, déjenme hablar sobre las escuelas”, les dije. “Posteriormente, abordaré el transporte y la medicina”. (...) ¿Cuáles son los inevitables efectos secundarios de las herramientas productoras de servicios? (p. 107)

Introducción

Illich pensaba que la preocupación del Club de Roma por los límites al crecimiento de la producción de bienes era un tema recurrente que podía aplicarse en su propia crítica a las instituciones de servicios. Así lo establece en la introducción de La Convivencialidad donde vincula su crítica a la educación escolar, el sistema médico y el transporte de pasajeros con la necesidad de una crítica general al crecimiento industrial:

“El sistema escolar me ha parecido el ejemplo-tipo de un escenario que se repite en otros campos del complejo industrial: se trata de producir un servicio, llamado de utilidad pública, para satisfacer una necesidad llamada elemental. Luego, nuestra atención se trasladó al sistema de la asistencia médica obligatoria y al sistema de los transportes que, al rebasar cierto umbral de velocidad, también se convierten, a su manera, en obligatorios. La superproducción industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y destructores como la superproducción de un bien. Así pues, nos encontramos enfrentando un abanico de límites al crecimiento de los servicios de una sociedad; como en el caso de los bienes, estos límites son inherentes al proceso del crecimiento y, por lo tanto, inexorables… De manera que podemos concluir que los límites asignables al crecimiento deben concernir a los bienes y los servicios producidos industrialmente. Son estos límites lo que debemos descubrir y poner de manifiesto”.[4]

Dos umbrales de mutación

Lo que Illich intentó en La Convivencialidad fue esbozar una teoría general sobre las herramientas que permitiera analizar la contraproductividad de las instituciones de servicio cuando estas rebasan ciertos umbrales —en la primera parte, ejemplifica su análisis planteando la existencia de “dos umbrales de mutación”— en la intensidad de su implementación social, siendo un indicador de la misma el grado en que estas instituciones se han vuelto obligatorias. En la entrevista de Cayley, el autor decía:

Illich: La primera vez que escribí sobre una teoría general de las herramientas fue en un panfleto, un manifiesto. Quería restablecer el arte de escribir panfletos a nivel intelectual. No quería escribir crítica social o reflexiones filosóficas. Desde un comienzo, dije que quería escribir un panfleto que pudiera hacer que la gente discuta el asunto. Es así que escribí Tools for Conviviality [Herramientas para la convivialidad]. Escogí conscientemente el título [en inglés] (...)

Cayley: Eso. Pero dime, mientras quedaste interrumpido aquí [quería preguntarte], por qué escogiste los términos “herramientas” y “convivencial”. A primera vista, un hospital o una escuela no es una herramienta.

Illich: Es un dispositivo planificado para lograr un propósito, y necesitaba una palabra simple que todo el mundo entendiera. Pensé que las personas, si no eran muy prejuiciosas y hacían un poco de esfuerzo, entenderían y dirían sonriendo, ¡ajá! (...)

[M]e aferré al término “herramientas” como medios que la gente diseña y planifica con vistas a un fin. No se trata sólo de un palo que uno recoge en la calle. Llamo una herramienta de agresión a un revólver, un arma o una espada. No llamo herramienta a cualquier piedra que está por ahí. (...)

Traté de aclarar que hay cosas que no utilizamos como herramientas. Mi alegato es que cuando realmente nos hablamos el uno al otro, no “utilizamos” el lenguaje, no seleccionamos [términos] de un código, como piensan que hacemos los lingüistas profesionales. [Simplemente] hablamos. En La Convivencialidad, presenté una reflexión sobre el modo en que las herramientas, cuando rebasan cierta intensidad, pasan inevitablemente de ser medios a fines en sí mismos, y frustran la posibilidad de lograr un propósito. Intenté establecer el concepto de contraproductividad, el hecho de que una determinada herramienta —por ejemplo, un sistema de transporte— cuando sobrepasa una cierta intensidad, inevitablemente aleja a más gente del propósito para el cual se creó esta herramienta en comparación con los pocos a los que permite aprovechar sus ventajas. (...) He analizado la contraproductividad desde varios ángulos. Eso es lo que hice en “La Convivencialidad”. (p. 108-110)

El equilibrio múltiple

Para discutir esta mirada desde varios ángulos a la contraproductividad de la sociedad hiper-industrial, propuso identificar varios equilibrios en al menos cinco dimensiones que toda sociedad convivencial debiera respetar para ser viable. En términos negativos, uno de ellos emergió con fuerza ya en los 1960 en la agenda de las sociedades altamente industrializadas: (1) el desequilibrio entre el hombre y la biosfera evidenciado por la dramática degradación ambiental y agudizado por la confluencia de varios factores vinculados al sobrecrecimiento industrial: el crecimiento demográfico exponencial, la sobreabundancia de bienes superfluos y la tecnología defectuosa o inapropiada.

Pero además Illich quería llamar la atención sobre los desequilibrios en otras dimensiones que los análisis centrados en la sobreproducción de bienes tangibles dejaban de lado: (2) el desequilibrio creciente en una sociedad mercantilizada entre lo que el hombre hace por su cuenta (autónomamente) y lo que obtiene de la industria (heterónomamente) a través del monopolio radical del mercado; (3) el desequilibrio entre el saber espontáneo y encarnado en la cultura de los pueblos que las sociedades sobreprogramadas desprecian versus el saber cosificado e inyectado en sujetos atiborrados de conocimientos desencarnados que requieren las herramientas industriales altamente capitalizadas; (4) la polarización social entre unas mayorías modernizadas cada vez más pobres e impotentes y nuevas elites profesionalizadas que concentran los privilegios y el poder de tomar decisiones que afectan el destino de todos; (5) el desequilibrio inherente a la pérdida de la tradición —la posibilidad del recurso al precedente por medio del lenguaje, el mito y el ritual— provocado por la aceleración del cambio tecnológico e institucional y la obsolescencia planificada de los artefactos industriales tributarios de las tecnologías avanzadas.

Adicionalmente, Illich señalaba, si pasamos a hablar en términos positivos, la existencia de un equilibrio de la naturaleza más subjetivo y más sutil que los descritos anteriormente: (6) el equilibrio de la acción. Es el equilibrio entre el precio pagado personalmente y el resultado obtenido. Es la conciencia de que los medios y los fines se equilibran.

Decía en La Convivencialidad:

“Anticipo aquí el concepto de equilibrio multidimensional de la vida humana. Dentro del espacio que traza este concepto, podremos analizar la relación del hombre con su herramienta. Aplicando ‘el análisis dimensional’ esta relación adquirirá una significación absoluta ‘natural’. En cada una de sus dimensiones, este equilibrio de la vida humana corresponde a una escala natural determinada. Cuando una labor con herramientas sobrepasa un umbral definido por la escala ad hoc, se vuelve contra su fin, amenazando luego destruir el cuerpo social en su totalidad. Es menester determinar con precisión estas escalas y los umbrales que permitan circunscribir el campo de la supervivencia humana”.[5]

En realidad, este concepto de equilibrio sirve más bien para iluminar los múltiples desequilibrios provocados por el ethos de crecimiento ilimitado de la sociedad industrial “avanzada” y sus consecuencias desastrosas. Una muestra de la aguda percepción que presenta Illich de los trastornos actuales en La Convivencialidad, con sus resonancias aún más actuales a cuatro décadas de su publicación original, puede testimoniar su clarividencia:

“En la etapa avanzada de la producción en masa, una sociedad produce su propia destrucción. Se desnaturaliza la naturaleza: el hombre, desarraigado, castrado en su creatividad, queda encarcelado en su cápsula individual. La colectividad pasa a regirse por el juego combinado de una exacerbada polarización y de una extrema especialización. La continua preocupación por renovar modelos y mercancías produce una aceleración del cambio que destruye el recurso al precedente como guía de la acción. El monopolio del modo de producción industrial convierte a los hombres en [la] materia prima [con que] la herramienta [trabaja]. Y esto ya es insoportable. Poco importa que se trate de un monopolio privado o público, la degradación de la naturaleza, la destrucción de los lazos sociales y la desintegración del hombre nunca podrán servir al pueblo.”[6]

La reconstrucción convivencial

Sería una injusticia quedarnos en el énfasis en los múltiples desequilibrios que La Convivencialidad intentó explicar. Uno de los aspectos por los cuales atrajo la atención del público y fue celebrado por minorías comprometidas con el cambio social fue el hálito de esperanza que infundía su autor sobre la posibilidad de remontar tales desequilibrios a través de un proceso de inversión radical de la sociedad industrial y una reconstrucción convivencial. (Es más, en la estructura del libro esta parte aparece antes del análisis de los desequilibrios)

“Si queremos, pues, hablar sobre el mundo futuro, diseñar los contornos teóricos de una sociedad por venir que no sea hiperindustrial, debemos reconocer la existencia de escalas y de límites naturales. El equilibrio de la vida se expande en varias dimensiones, y, frágil y complejo, no transgrede ciertos cercos. Hay umbrales que no deben rebasarse. (...) Importa ubicar precisamente en dónde se encuentra este umbral crítico para cada componente del equilibrio global. Entonces será posible articular de forma nueva la milenaria tríada del hombre, de la herramienta y de la sociedad. Llamo sociedad convivencial a aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad y no al servicio de un cuerpo de especialistas. Convivencial es la sociedad en la que el hombre controla la herramienta”.[7]

Como alternativa al desequilibrio múltiple provocado por la sociedad industrial, propuso entonces una reinstrumentación de la sociedad con herramientas convivenciales que el hombre pueda efectivamente controlar. Según Illich, la herramienta convivencial es aquella que, al ampliar el radio de acción del individuo, no degrada su autonomía personal. Se trata de una instrumentación o una tecnología que saque el mejor partido de la energía e imaginación personales, no de una tecnología que avasalle y programe a las personas.

Para una mayor difusión de esta propuesta convivencial, Illich quiso escribir un panfleto o, tal como lo puso en La Convivencialidad, un “manifiesto” a la opinión pública. Pensaba que podía ser escuchado por minorías esperanzadas que captaran la urgencia de la investigación radical (a contracorriente) que él sugería realizar en interés de las grandes mayorías:

“En una primera etapa, la investigación radical se ciñe a estudiar el alza en las desutilidades marginales y las amenazas engendradas por el crecimiento. En una segunda etapa, se aplica a descubrir los sistemas y las instituciones que optimizan los modos de producción convivenciales. (...) Hacer sensible la degradación de los equilibrios que establecen la supervivencia, es la tarea inmediata de la investigación radical. La investigación radical detecta las categorías de población más amenazadas, y les ayuda a discernir la amenaza. Hace tomar conciencia a los individuos o grupos, hasta entonces divididos, de que sobre sus libertades fundamentales pesan las mismas amenazas. Muestra que la exigencia de libertad real, formulada por quien sea, sirve siempre al interés de la mayoría”.[8]

A diferencia de El Manifiesto Comunista de Marx y Engels que tenía como claro interlocutor a la clase obrera y los movimientos socialistas que surgieron en el siglo XIX, el “manifiesto convivencial” de Illich no tenía como interlocutor privilegiado algún sujeto de clase o movimiento social claramente definido. He ahí su debilidad, al mismo tiempo que su fortaleza o virtud, es decir, sus pocas posibilidades de convertirse en otro “ismo” como el marxismo u otras ideologías en boga.

No únicamente estos aspectos disminuyeron la eficacia —no la pertinencia— de los análisis de Illich en sus primeras obras centradas en poner de manifiesto la contraproductividad paradójica de las instituciones modernas. Otro factor fue quizás el propio intento de formular una teoría crítica general de las herramientas, lo suficientemente coherente como para alentar a que otros extiendan el análisis de los efectos contraproducentes de otras herramientas o instituciones industriales. Podría tratarse de lo que un autor conocido ha llamado “el efecto inhibidor de las teorías totalitarias, envolventes y globales”.[9]

De cualquier manera, Illich le comentaba a Cayley su propia autocrítica:

Illich: (...) Cada vez me interesé más en analizar no tanto aquello que las herramientas hacen sino lo que ellas le dicen a la sociedad y por qué la sociedad acepta lo que ellas dicen como una certidumbre. Por tanto, si te digo que actualmente me intereso en un comentario en ese texto del siglo XII, mi principal propósito al hacerlo es para señalar que hemos llegado a vivir en una sociedad donde el efecto más importante que tienen nuestros principales sistemas instrumentales es moldear nuestra visión de la realidad y generar en nosotros un conjunto de certidumbres.

Cayley: ¿Puedes explicar más qué es lo quieres decir por certidumbres? Illich: Sí, eso es muy fácil. Dos años después de haber completado Tools for Conviviality, quería desarrollar algo más una dimensión de ese libro. Así que escribí Energy and Equity. [Energía y equidad] Nuevamente, un panfleto. (...) (p. 111)

Ahora bien, en ese libro, analizo lo que el transporte le hace —inevitable e irremediablemente— a una sociedad, a menos que lo mantengas por debajo de la velocidad de la bicicleta. Si me fijo otra vez en ese libro, muchos años después, me quedo muy sorprendido. De veras lo di por sentado, por ejemplo, que es posible comparar un motor con un ser humano, porque no existen motores tan eficientes energéticamente como un ser humano sobre una bicicleta. (...) Yo realmente creía entonces que tenía sentido calcular cuánta energía consumen las personas cuando montan en bicicleta. Olvidé completamente que las personas no necesitan más insumos de energía o más alimentos sea que vayan a la escuela en bicicleta o no.

Cayley: No estoy seguro de entender lo que dices...

Illich: Estoy diciendo que sea que yo camine o no camine, no soy un consumidor de energía. Como Jean Robert lo expresó  el año pasado, “En India, el estiércol de vaca no es energía. Es cultura, es combustible, es sagrado”.

Cayley: Ah, ya veo. Tú estás hablando de certidumbres que alguna vez mantuviste y a las que ahora renuncias.

Illich: Sí. Fui una de las primeras personas que hizo hincapié en la posibilidad de calcular la eficiencia energética de los seres humanos. Fue una idiotez. Una idiotez mayor aún, si me fijo de nuevo en ese libro Energía y equidad, fue el hecho de no haber comprendido que la locomoción es un concepto muy moderno. En todas las sociedades, la gente ha caminado, pero no tenía ninguna manera de moverse a través del espacio cartesiano tridimensional. Este no existía. De la antropología sabemos que la mayor parte de la gente no percibe el espacio como tridimensional. Tampoco es posible, sino hasta mucho tiempo después, concebir el caminar como el movimiento desde un punto descrito por coordenadas cartesianas hasta otro punto igualmente tridimensional —estableciendo una distancia sobre la cual uno se mueve—. El concebir a los seres humanos cuando caminan como seres que ejercitan su locomoción lleva a algo muy común en los libros sobre transporte, donde se habla sobre los pies como un instrumento de auto-locomoción. Entonces, uno puede ver de inmediato en que mundo desquiciante vivimos. Así que mi reflexión sobre la tecnología pasa crecientemente desde el estudio de lo que ella hace hacia lo que la tecnología necesariamente dice. (p. 112-114)

La inversión política

Al cabo de cuatro décadas de publicada La convivencialidad, se puede decir que las esperanzas de Illich en la posibilidad de “invertir radicalmente las instituciones industriales y reconstruir la sociedad completamente” aún no se concretaron; además, las cosas no ocurrieron como su manifiesto lo sugería, particularmente en su última parte donde analiza los obstáculos y las condiciones de la “inversión política”[10] y conjetura sobre las posibilidades de una tal inversión. También respondió Illich algunas preguntas de Cayley al respecto:

Cayley: La Convivencialidad es tu planteamiento político más claro. Sugiere que los medios políticos y legales para lograr tu visión de una sociedad que respeta un conjunto de escalas naturales se encuentran en realidad a la mano. En tus obras posteriores has criticado sin cesar todo el vocabulario de la política contemporánea. ¿Avizoras posibilidades políticas a partir de tu trabajo hoy? (...)

Illich: ¿Qué quieres decir por política?

Cayley: Quiero decir una forma de actuar que pueda ser transmitido a una mayoría.

Illich: Déjame ver si he entendido tu pregunta. Tú dices que en La Convivencialidad llegué lo más cerca que pude a establecer algunos principios para una posible acción política alrededor de 1972. ¿Espero poder hacerlo mejor hoy? No. Creía entonces en la posibilidad de un verdadero vuelco en la conciencia, del que hablé al final de “La Convivencialidad”. Hoy temo que muchas de las cosas que me hicieron creer en esta posibilidad han cambiado. (...)

Cayley: En La Convivencialidad, tú también especulas sobre lo que ocurrirá si no llegamos a controlar nuestras herramientas, y tú lanzas esta advertencia más bien escalofriante de que “la obsolescencia planificada puede romper todos los puentes con un pasado normativo”. (p. 114- 118)

* Sinopsis preparada por Hernando Calla para el Encuentro Intercultural "El humanismo radical de Iván Illich" (Cuernavaca, Mor., México, 13 Dic. 2012)



1 Ivan Illich, Tools for Conviviality Calder & Boyars, London, 1973. Ed. española: La convivencialidad; Barral Editores, S.A., Barcelona, 1974
2 Ver la versión castellana de “La convivencialidad” en: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n26/aiill.html
3 Cf. David Cayley, Ivan Illich In Conversation, Canada, Anansi, 1992 (las páginas de las citas traducidas a continuación corresponden a esta publicación)
4  I. Illich, “La convivencialidad”; Barral Editores, S.A., Barcelona, 1974, p. 10-11
5 Op. cit. p.11
6 Ibid. p.11
7 Ibid. p.12
8 Op. cit., p.113-114
9 Ver sinopsis de “Reflexiones sobre contraproductividad 2” en este sitio.
10 Op. cit., p. 115