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lunes, 1 de abril de 2024

Lucho Espinal: honestidad con el hambre y autoridad moral

 por Hernando Calla*

En esta ocasión, a 44 años de su cruel tortura y muerte violenta a manos de sus asesinos sin nombre, nos interesa rememorar a Lucho Espinal amigo, a la persona de carne y hueso, de mente lúcida para comprender la realidad, de ingenio mordaz para pintar la situación concreta, de gran sencillez como para disfrutar de los placeres más cotidianos (“un vaso de agua fresca”, sobre todo después de una huelga de hambre), de virtudes poco frecuentes en nuestro medio como la honestidad o la puntualidad, de enorme generosidad con todos para compartir sus conocimientos sobre cine y otros campos, y sobre todo al ser solidario con las causas nobles del pueblo boliviano.

Después de haber escuchado los testimonios de nuestros colegas y amigos aquí presentes, quienes destacaron sus varios aportes a la creación e impulso inicial de importantes instituciones culturales, académicas y sociales de nuestro país, me toca destacar que su participación también fue importante en la organización temprana de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz y en la fundación de la APDHB en 1977. No existen muchos registros de su paso en los años constitutivos de la Asamblea, pero a poco de su llegada a nuestro país en 1968 se involucró pronto en las denuncias que varios sacerdotes católicos venían haciendo al régimen dictatorial que se impuso sangrientamente en 1971 y en su cuestionamiento de la falsa prudencia de la jerarquía católica en su relación con dicho régimen.

Por ejemplo, en un manifiesto de 1973 titulado “Evangelio y violencia”, varios religiosos católicos, entre ellos Luis Espinal, Xavier Albó y Amparo Carvajal, se pronunciaban contra el terrorismo de Estado del régimen militar del coronel Hugo Banzer Suárez, con centenares de desaparecidos, presos políticos, torturados, perseguidos y exiliados. Algunos de los firmantes de ese documento, entre ellos Eric de Wasseige y Arturo Sist, conformaron la Comisión de Justicia y Paz que tuvo asimismo un papel relevante en la denuncia de las violaciones a los derechos humanos durante el régimen banzerista. No hemos podido determinar si Luis Espinal formó parte de la Comisión Justicia y Paz, pero por los testimonios que aún nos quedan Lucho sí estuvo presente en los inicios de su sucesora más ecuménica – la Asamblea Permanente de Derechos Humanos – y desde las primeras reuniones a las que Gregorio Iriarte convocaba en su pequeña oficina en Fomento Cooperativo de la calle Genaro Sanjinés en la ciudad de La Paz.

Lo que sí me consta es que él participó en el primer congreso de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia el 10 de diciembre de 1977, porque tuvimos el privilegio de estar presentes como representantes del Taller de Teatro Popular de El Alto junto a su principal impulsor el educador popular Benito Fernández. Fue él quien me instó a participar en las reuniones de la Asamblea de Derechos Humanos y en ese primer congreso, y aunque en ese momento yo no conocía a muchos de los defensores de derechos humanos o dirigentes mineros que también participaron (Xavier Albó, Pepe Subirats, Domitila de Chungara, Guillermo Dalence), pude reconocer a Lucho Espinal pues lo había visto y escuchado en otras ocasiones cuando lo invitaban a dar charlas o cursillos sobre cine, compromisos que no rehusaba y a los que llegaba puntualmente antes que nadie.

Pero fue en las reuniones justo antes de la huelga de hambre de las mujeres mineras de Siglo XX que empecé a conocerlo un poco más cuando expresaba sus criterios siempre pertinentes y acertados sobre la coyuntura política. En un par de reuniones entre el 28 y 30 de diciembre de 1977 se discutió la medida ya asumida por las mujeres mineras en el Arzobispado y se decidió que la Asamblea de Derechos Humanos apoye la huelga de hambre en que se habían declarado las mujeres mineras y sus hijos, no sólo moralmente mediante un pronunciamiento público sino materialmente, es decir, organizando un segundo piquete que se declare en huelga de hambre en vísperas de Año Nuevo. No recuerdo si fue él mismo el que insistió que así fuera, pero sí recuerdo que cuando se tomó la decisión de incorporarse a la huelga fue uno de los primeros en anotarse en la lista de candidatos a asumir la extrema medida.

No todos los integrantes de la Asamblea podían entrar en huelga de hambre, por las responsabilidades que ya tenían en el seno de la organización, sea como articuladores y estrategas o bien facilitadores de la logística, pero Lucho sí decidió que, a pesar de sus propias dificultades laborales y otros compromisos asumidos con anterioridad, él sería un huelguista más junto a otros diez que nos sumamos a la medida, a título personal o en representación de nuestras propias organizaciones, organizaciones que formaban parte o tenían un vínculo estrecho con la Asamblea Permanente de Derechos Humanos.

Pero Lucho fue clave para darle un mayor contenido a la huelga de hambre, al menos desde la perspectiva de nuestro reducido piquete de huelga que se instaló en un ambiente del periódico católico Presencia. Estaba claro que, para todos los que se sumaron a la huelga, la mezquina amnistía de Banzer era decepcionante porque incluía una lista de “348 delincuentes políticos”, entre ellos dirigentes políticos, sindicales y periodistas conocidos, a los que no se les permitía volver al país o no podían salir de la clandestinidad. Las mujeres mineras de Siglo XX fueron las primeras en entrar en huelga de hambre junto a sus niños en ambientes del Arzobispado demandando una “amnistía amplia”, la reincorporación de sus esposos a sus puestos de trabajo, la vigencia de los sindicatos y el retiro de los militares de los centros mineros.

Por su parte, nuestro grupo de la APDH en Presencia justificó su medida no solamente como solidaridad con la demanda de las mujeres mineras sino en términos del derecho humano de los niños a estar bien alimentados, aunque también habían ingresado a la huelga de sus mamás en un ambiente del Arzobispado. Con su eminente sentido político, fue Lucho quien propuso que los 11 del piquete organizado por la Asamblea de Derechos Humanos nos declaráramos en huelga de hambre para sustituir a los 13 niños y que ellos no tengan que hambrear junto a sus mamás.

Además, a pesar de que era el lugar de trabajo donde componía sus columnas de cine regularmente, fue el mismo Espinal quien propuso que hiciéramos nuestra huelga en un lugar visible como el periódico Presencia; como él lo veía, sería como hambrear en una vitrina, por el alto nivel de cobertura mediática que tendríamos. Fue así que decidimos solidarizarnos con la huelga de las mujeres mineras en la sala de visitas del periódico, y aunque fuera una fecha inoportuna entramos en huelga de hambre en vísperas de Año Nuevo. Desde un inicio pudimos comprobar que él tenía razón pues fuimos el piquete de huelga que mayor cobertura mediática tuvo.

En nuestro caso, estuvimos 18 días de huelga de hambre estricta hasta el levantamiento de la medida el 18 de enero de 1978. A los que nunca tuvieron esa experiencia del ayuno voluntario por alguna causa, les resulta inverosímil que uno pueda estar tantos días sin comer. Desde la mirada cínica de los enemigos políticos de la época, la huelga de hambre de las organizaciones sindicales eran una simple fachada para ocultar verdaderas ¡orgías! Incluso algún obispo nos había desprestigiado insinuando un festín de salteñas entre los huelguistas. Se aprovecharon de esto los medios de la dictadura para caricaturizar el supuesto festín de los huelguistas.

Cuando empezamos nuestro ayuno voluntario, lo primero que nos decían los amigos era que, para poder aguantar durante varios días, había que ¡comer! (de ocultas, se suponía) Sin embargo, después de asistir el segundo día de huelga a un rito bastante desabrido de comer unas galletas a hurtadillas y con la conciencia culpable, y desoyendo la experiencia pragmática de los dirigentes sindicales que nos aconsejaban ingerir algún alimento para prolongar al máximo la huelga y la presión sobre el gobierno, nuestro grupo se planteó la tarea de prestigiar la huelga de hambre volviéndola más estricta aún, absteniéndonos inclusive de dulces o de líquidos que pudieran ser alimenticios. Fue nuevamente la autoridad moral de Luis Espinal que se impuso para que nuestro grupo optara por la honestidad con el hambre antes que seguir los consejos de algunos dirigentes o amigos, por muy bienintencionados que pudieran ser.

Haría falta más espacio para destacar otros rasgos de la personalidad de Luis Espinal que fueron fundamentales para que la participación de Derechos Humanos fuera clave en el triunfo de la huelga de hambre y la consecuente apertura democrática que vivimos entre 1978 y 1980. Algunos de ellos se pueden colegir del testimonio que el propio Espinal escribió para una publicación de la Asamblea sobre la huelga de hambre que fue muy difundida esos años, un testimonio personal invalorable que da cuenta de su autoridad moral y fuerza espiritual, y en el que también se pueden leer, en retrospectiva, anticipaciones de su propia muerte a través escenas violentas que tuvo en sus sueños casi cinematográficos de esos días. (Ver en mi blog: https://umbrales2.blogspot.com/2024/03/la-huelga-de-hambre-1977-78.html)

Sólo me queda alentarlos a que lean ese testimonio o sus “Oraciones a Quemarropa”, y sus editoriales publicados póstumamente en el libro compilado por Alfonso Gumucio “Luis Espinal. El grito de un pueblo”, de uno de los cuales hemos extraído una sentencia que nos pareció relevante en la complicada coyuntura presente, hoy atravesada de victimismos de toda especie como estrategias para perpetuarse en el poder, o para recuperarlo a cualquier costo: 

El país no necesita mártires, sino constructores. No queremos mártires, así se queden vacías las horas cívicas”.

*Hernando Calla es actualmente presidente de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz (APDHLP)

Lucho Espinal en Huelga de Hambre - Piquete APDHB en Presencia (Foto de Archivo - Alfonso Gumucio)