por Massimo Recalcati
25 de abril de 2025*
La muerte del Papa Francisco no decreta el fin de su pontificado porque trae consigo una pregunta destinada a permanecer abierta: ¿puede la Gracia subvertir la Ley?
Su última elección, la de no ser enterrado en el templo de San Pedro, sino en el de Santa María la Mayor, ¿podría ser la última jugada para evitar una canonización falsamente celebratoria de su pontificado? Su legado abre claramente un conflicto que pone en juego no una simple sucesión, sino la identidad cristiana como tal.
Por un lado, una Iglesia que querría enterrar a Francisco en el mármol austero y grandioso del templo, domesticando su mensaje escandaloso, considerando su pontificado una especie de paréntesis populista-pauperista que hay que volver a cerrar cuanto antes. Por otro, los que insisten en ver en su testimonio el renacimiento de un cristianismo radical donde la anarquía de la Gracia parece más fuerte que los dogmas establecidos de la doctrina. Francisco no es, en efecto, un pontífice entre otros, sino un verdadero trauma en la historia de la Iglesia. Su legado no es, por tanto, una herencia ya definida que hay que preservar, sino una apertura que sigue siendo incierta, un terremoto cuyos efectos aún no se han revelado plenamente.
Una de las dimensiones más desconcertantes de su predicación fue la convergencia del teólogo y el pescador. No el pescador contra el teólogo -como afirman algunos de sus críticos dogmático-clericales, condenando un populismo suyo subyacente-, sino el pescador como corazón profundo, como punto singular de enunciación del teólogo. Es un hecho: en su magisterio, la teología nunca ha sido un sistema, sino una herida: una apertura al grito de los pobres, al lamento de la tierra, al vértigo de la duda, a la dimensión humana y, por tanto, falible de la fe. De ahí la centralidad asumida por su cuerpo, que se convirtió -como también sucedió con el de Francisco de Asís identificado con sus estigmas- en sí mismo en una oración capaz de denunciar una verdad escandalosa: la santidad no está en la enmienda de la carne, en su purificación ascética, sino en la plena adhesión al cuerpo. La verdad del Verbo coincide, en efecto, con su encarnación. Es la kénosis paulina. De ahí la centralidad de la pobreza, que incluso antes de ser un tema justamente social, encuentra su raíz más profunda en esta misma encarnación. El templo glorioso de la Iglesia católica se puebla entonces de cuerpos heridos: los pies cansados de los inmigrantes, las cicatrices de los presos, la desesperación de los sin techo y de los drogadictos, el sufrimiento de los enfermos, los rostros y los cuerpos de los niños mutilados por las guerras. No ocultar el propio cuerpo expuesto en su frágil humanidad subvierte la teología del poder: no es el templo el que hace santo al cuerpo, sino el cuerpo el que hace santo al templo. Su misma muerte, por tanto, no puede leerse como el cierre de un paréntesis porque mantiene abierta la herida original de la kénosis cristiana, el escándalo de Dios que al hacerse hombre se borra a sí mismo como Dios.
Por eso, coherente con el espíritu de los Evangelios, Francisco ha subordinado siempre el rostro de Dios al del prójimo. Aquí el pescador se confunde con el teólogo y viceversa. Esta es su apuesta más alta: no el ejercicio pastoral contra la teología, sino la teología como ejercicio pastoral. El pescador encarna un saber que proviene no sólo de los libros, sino del viento que rasga las velas y las redes, de la espera, de la fe, del misterio de la noche anterior a la pesca. Del teólogo al pescador, de la Ley a la Gracia son dos movimientos en plena sintonía: Dios no es un contador, sino un padre que, como en la parábola lucana del hijo pródigo, corre alegremente al encuentro de su hijo perdido sin la preocupación de tener que castigar o escarmentarlo. Por ello, su legado no será una mera sucesión, sino un campo de batalla. Por un lado, el empuje hacia una Iglesia que reconoce en el Espíritu un viento capaz de soplar más allá de los muros del clericalismo y, por otro, la resistencia de quienes ven en la anarquía de la Gracia una amenaza para el orden establecido. Francisco nos recuerda incesantemente que Dios prefiere un ateo sincero a la hipocresía ordinaria de un creyente y que Jesús no vino a salvar a los justos sino a los pecadores porque, como nos recuerdan con fuerza las palabras de Qoelet, "no hay justo en la tierra que sólo haga el bien y nunca haga el mal" (Qo,7,20 ). Ningún hombre, de hecho, como bien sabe incluso el judío Freud, está hecho para la Ley. En esto la teología de Francisco relee el Evangelio a través de la centralidad absoluta del amor. La Ley no es un código al que someterse, sino lo que hace posible que la vida se abra a la plenitud de la vida. Dios no está en el cielo, sino en el leproso al que nadie toca, en el enemigo como figura extrema de una alteridad que nunca está a nuestra disposición. Cumplir la Ley significa reconocer la existencia de una Ley sin medida, una Ley más allá de la Ley.
Significa reconocer que esta nueva Ley es la desconcertante Ley del amor que traumatiza la simetría del mérito porque, como recuerda Jesús, "hay más dicha en dar que en recibir" (Hch 20,35). En este sentido, la insistencia de Francisco en la centralidad del amor no es la expresión de una retórica populista, sino un verdadero trauma: lo que salva no es la obediencia a la Ley, sino el encuentro con la propia vocación, con lo que llama, con la causa que orienta nuestro deseo más propio. Francisco mostró que Dios no es un árido legislador, sino un amante que llama imprevisiblemente a nuestra puerta. La Iglesia, tras su muerte, debe elegir entre convertirse en un cementerio de preceptos morales o en una obra abierta, donde la única Ley que cuenta es la del amor que no calcula. Del teólogo al pescador: el salto mortal se produce en la carne. Es un despertar, pero también un verdadero apocalipsis. La resistencia que su mensaje encontró en los círculos más conservadores del catolicismo revela la verdad del trauma que representaba: la apertura de la Gracia asusta mucho más que la cerrazón del pecado.
*Fuente: Massimo Recalcati, "Francesco, il pescatore-teologo". La Repubblica, 24 aprile 2025 [Ver original en: https://www.alzogliocchiversoilcielo.com/2025/04/massimo-recalcati-francesco-il.html]