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sábado, 8 de agosto de 2015

La reconstrucción convivencial

por Iván Illich
La herramienta y la crisis
Los síntomas de una crisis planetaria progresivamente acelerada son manifiestos. Por todos lados se ha buscado el por qué. Anticipo, por mi parte, la siguiente explicación: la crisis se arraiga en el fracaso de la empresa moderna, a saber, la sustitución del hombre por la máquina. El gran proyecto se ha metamorfoseado en un implacable proceso de servidumbre para el productor y de intoxicación para el consumidor.
El señorío del hombre sobre la herramienta fue reemplazado por el señorío de la herramienta sobre el hombre. Es aquí donde es preciso saber reconocer el fracaso. Hace ya un centenar de años que tratamos de hacer trabajar a la máquina para el hombre y de educar al hombre para servir a la máquina. Ahora se descubre que la máquina no “marcha” y que el hombre no podría conformarse a sus exigencias,  convirtiéndose de por vida en su servidor. Durante un siglo, la humanidad se entregó a una experiencia fundada sobre la siguiente hipótesis: la herramienta puede sustituir al esclavo. Ahora bien, se ha puesto de manifiesto que, aplicada a esos propósitos, es la herramienta la que hace al hombre su esclavo.
La sociedad en que la planificación central sostiene que el productor manda, como la sociedad en que las estadísticas pretenden que el consumidor es rey, son dos variantes políticas de la misma dominación por los instrumentos industriales en constante expansión. El fracaso de esta gran aventura conduce a la conclusión de que la hipótesis era falsa.
La solución de la crisis exige una conversión radical: solamente será echando abajo la sólida estructura que regula la relación del hombre con la herramienta como podremos darnos unas herramientas justas. La herramienta justa responde a tres exigencias: es generadora de eficiencia sin degradar la autonomía personal; no suscita ni esclavos ni amos; expande el radio de acción personal. El hombre necesita de una herramienta con la cual trabajar y no de instrumentos que trabajen en su lugar.Necesita de una tecnología que saque el mejor partido de la energía y de la imaginación personales, no de una tecnología que le avasalle y le programe.
Yo creo que se deben invertir radicalmente las instituciones industriales yreconstruir la sociedad completamente. Para poder ser eficiente y poder cubrir las necesidades humanas que determina, un nuevo sistema de producción debe también reencontrar nuevamente la dimensión personal y comunitaria. La persona, la célula de base, conjugando en forma óptima la eficacia y la autonomía, es la única escala que debe determinar la necesidad humana dentro de la cual la producción social es realizable.
El hombre que se mueve o que permanece necesita de herramientas. Necesita de ellas tanto para comunicarse como para atenderse a sí mismo. El hombre que camina y se cura con sencillez no es el hombre que hace cien por hora sobre la autopista y toma antibióticos. Pero ninguno de ellos puede valerse totalmente por sí mismo y depende de lo que le suministra su ambiente natural y cultural. La herramienta es, pues, el proveedor de los objetos y servicios que varían de una civilización a otra.
Pero el hombre no se alimenta únicamente de bienes y servicios, necesita también de la libertad para moldear los objetos que le rodean, para darles forma a su gusto, para utilizarlos con y para los demás. En los países ricos, los presos frecuentemente disponen de más bienes y servicios que su propia familia, pero no tienen voz ni voto sobre la forma en que se hacen las cosas, ni tienen derechos sobre lo que se hace con ellas. Degradados esencialmente al rango de meros consumidores-usuarios, se ven privados de la convivencialidad.
Bajo convivenvialidad entiendo lo inverso de la productividad industrial. Cada uno de nosotros se define por la relación con los otros y con el ambiente, así como por la sólida estructura de las herramientas que utiliza. Estas pueden ordenarse en una serie continua cuyos extremos son la herramienta como instrumento dominante y la herramienta convivencial. El paso de la productividad a la convivencialidad es el paso de la repetición de la falta a la espontaneidad del don. La relación industrial es reflejo condicionado, una respuesta estereotipada del individuo a los mensajes emitidos por otro usuario a quien jamás conocerá a no ser por un medio artificial que jamás comprenderá. La relación convivencial en cambio, siempre nueva, es acción de personas que participan en la creación de la vida social. Trasladarse de la productividad a la convivencialidad, es sustituir un valor técnico por un valor ético, un valor material por un valor logrado. La convivencialidad es la libertad individual, realizada dentro del proceso de producción, en el seno de una sociedad equipada con herramientas eficaces. Cuando una socieadad, no importa cual, rechaza la convivencialidad antes de alcanzar un cierto nivel, se convierte en presa de la falta, ya que ninguna hipertrofia de la productividad logrará jamás satisfacer las necesidades creadas y multiplicadas por la envidia.
La alternativa
La institución industrial tiene sus fines que justifican los medios. El dogma del crecimiento acelerado justifica la sacralización de la productividad industrial, a costa de la convivencialidad. La desarraigada sociedad actual se nos presenta de pronto como un teatro de la peste, un espectáculo de sombras productoras de demandas y generadoras de escasez. Únicamente invirtiendo la lógica de la institución se hace posible revertir el movimiento. Por esta inversión radical la ciencia y la tecnología moderna no serán aniquiladas, sino que dotarán a la actividad humana de una eficacia sin precedentes. Por esta inversión ni la industria ni la burocracia serán destruidas, sino eliminadas como impedimentos a otros modos de producción. Y la convivencialidad será restaurada en el centro mismo de los sistemas políticos que protegen, garantizan y refuerzan el ejercicio óptimo del recurso que mejor repartido está en el mundo: la energía personal que controla la persona. Oigo decir que desde ahora es necesario que aseguremos colectivamente, la defensa de nuestra vida y de nuestro trabajo, contra los instrumentos y las instituciones que amenazan o desconocen el derecho de las personas a utilizar su energía en forma creativa. Oigo proponer que con este objeto debemos explicitar la estructura formal común a los procesos de decisión ética, legal y política: es ella la que garantiza que la limitación y el control de las herramientas sociales serán resultado de un proceso de participación y no de los oráculos de los expertos.
El ideal propuesto por la tradición socialista no se traducirá en realidad mientras no se inviertan las instituciones imperantes  y no sea sustituida la instrumentación industrial por herramientas convivenciales. Y por su parte la reinstrumentación de la sociedad tiene todas las probabilidades de perdurar como piadoso propósito, si los ideales socialistas de justicia no lo adoptan. Por ello se debe saludar a la crisis declarada de las instituciones dominantes como al amanecer de unaliberación revolucionaria que nos emancipará de aquellas instancias que mutilan la libertad elemental del ser humano, con el solo fin de atosigar cada vez a más usuarios. Esta crisis planetaria de las instituciones nos puede hacer llegar a un nuevo estado de conciencia, que afecte a la naturaleza de la herramienta y a la acción a seguir, para que la mayoría tome el control. Si, desde ahora, las herramientas no se someten a un control político, la cooperación de los burócratas del bienestar y de los burócratas de la ideología, nos hará reventar de “felicidad”. La libertad y la dignidad del ser humano seguirán degradándose, estableciendo una servidumbre sin precedentes del hombre a su herramienta.
A la amenaza de un apocalípsis tecnocrático, yo opongo la visión de una sociedad convivencial. La sociedad convivencial descansará sobre contratos sociales que garanticen a cada uno el mayor y más libre acceso a las herramientas de la comunidad, con la condición de no lesionar una igual libertad de acceso al otro.
Extractado de Iván Illich, “La convivencialidad”. Barral Editores, Barcelona, 1974, pp. 25-29


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