Nota del traductor: Giorgio Agamben escribió un
artículo sobre la respuesta al coronavirus en Italia que provocó una controversia
en los medios periodísticos y entre otros filósofos europeos (algunos textos
pueden leerse en inglés aquí: http://www.journal-psychoanalysis.eu/coronavirus-and-philosophers/); posteriormente, el filósofo
italiano escribió estas “Aclaraciones” aduciendo que algún periodista había
distorsionado y falsificado sus consideraciones sobre la confusión ética a la que
la epidemia estaba llevando a su país. A continuación, mi traducción de las
Aclaraciones del autor publicadas en Quodlibet el 17 de marzo de 2020 (Ver
original en: https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-chiarimenti)
El miedo es
mal consejero, pero hace que aparezcan muchas cosas que se fingía no ver. La primera
cosa que evidencia la ola de pánico que ha paralizado al país es que nuestra
sociedad no cree en nada más que la pura vida (nuda vita). Es evidente
que los italianos están dispuestos a sacrificar prácticamente todo, las condiciones
normales de la vida, las relaciones sociales, el trabajo, incluso las
amistades, los afectos y las convicciones religiosas y políticas, al peligro de
enfermarse. La pura vida –y el miedo a perderla– no es una cosa que una a los
hombres, sino algo que los encierra y los separa.
Los otros seres humanos, como
en la plaga descrita en la novela de Alessandro Manzoni, son ahora vistos
solamente como posibles transmisores que es preciso evitar a cualquier costo y
de quienes es necesario mantenerse a una distancia de mínimo un metro. Los muertos
–nuestros muertos– no tienen derecho a un funeral y no está claro que sucede
con los restos de nuestros seres queridos. Nuestro prójimo ha sido cancelado y
es curioso que las iglesias no se pronuncien al respecto. ¿En qué se convierten
las relaciones humanas en un país que se habitúa a vivir de este modo por quien
sabe cuánto tiempo? ¿Y qué cosa es una sociedad que no tiene otro valor que la
sobrevivencia?
La otra cosa
no menos inquietante que la primera, que la epidemia ha hecho aparecer con
claridad, es que el estado de excepción al que los gobiernos nos han habituado
desde hace tiempo, se ha convertido verdaderamente en la condición normal. Ha
habido epidemias más graves en el pasado, pero nadie pensó por eso declarar un
estado de emergencia como el actual, que nos impide incluso de movernos. Los hombres
han sido tan habituados a vivir en condiciones de crisis continua y emergencia
permanente que no parecen darse cuenta que su vida ha sido reducida a una
condición puramente biológica y ha perdido no sólo toda dimensión social y política,
sino incluso la humana y afectiva. Una sociedad que vive en un estado de emergencia
permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos de hecho en una sociedad
que ha sacrificado la libertad a supuestas “razones de seguridad” y se ha
condenado por ello a vivir en un permanente estado de miedo e inseguridad.
No
sorprende que se hable de guerra por el virus. Las medidas de emergencia nos obligan
de hecho a vivir en condiciones de toque de queda. Pero la guerra contra un
enemigo invisible que puede anidarse en cualquier otra persona es la más
absurda de las guerras. Es, en realidad, una guerra civil. El enemigo no está
fuera, está dentro de nosotros.
Lo que
preocupa no es tanto o no es sólo el presente, sino lo que viene después. Así como
las guerras dejaron como herencia a la paz una serie de tecnologías nefastas,
desde alambre de púas hasta plantas nucleares, es también muy probable que aún
después de la emergencia se busque continuar los experimentos que los gobiernos
no lograron realizar antes: que cerremos las universidades y las escuelas y pasemos
clases sólo por Internet, que dejemos de una vez de hacer reuniones para hablar de cuestiones políticas y culturales, e intercambiemos solamente mensajes
digitales, y donde sea posible con la máquina sustituyamos cada contacto –cada contagio–
entre seres humanos.
*Traducción de
Hernando Calla (del inglés por Adam Kotsko y comparando con el original)
La Paz, Bolivia 26/03/2020
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