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miércoles, 3 de febrero de 2021

¿Es posible pensar después de la economía?*







por Jean Robert Jeannet
(Trad. del inglés:
Patricia Toussaint Guerra)

Adam Smith transformó en ciencia lo que era un arte de gobernar, la economía, aboliendo la distinción entre economía y subsistencia. Como veremos, el esfuerzo de Iván Illich consistió en restablecer esta distinción.

En 1971, Iván Illich pronunció la siguiente la frase: “Más allá de ciertos límites, la producción de servicios hace más daño a la cultura que la producción de bienes materiales ha causado a la naturaleza”. Tres de sus libros publicados en los años siguientes sirven como ilustraciones de esta tesis sobre los servicios educacionales (La sociedad desescolarizada), los servicios de transporte (Energía y equidad) y los servicios médicos (Némesis médica).1

En estos libros, Illich propuso definir políticamente nuevos límites a las producciones industriales. Aceptaba los límites al crecimiento material exigidos por los ecologistas, pero les agregó límites igualmente necesarios a la producción y al consumo de servicios.

El estado del arte de las primeras críticas sobre servicios y profesiones

El siguiente resumen bastará para recordar el estado del debate en el ámbito de los servicios y las profesiones en el Centro Intercultural de Documentación (cidoc), en los años setenta:

• Los servicios son los productos que los profesionales ofrecen a sus clientes.
• La relación profesional-cliente comprende tres tipos de intervenciones profesionales:
1. El profesional identifica las necesidades del cliente.
2. Propone soluciones o remedios.
3. En su nombre, su asociación profesional puede demandar a los proveedores de servicios –y en ocasiones, inclusive, a los clientes– que no cumplan las normas.

Además, las profesiones establecen una relación especial con la tecnología, o como Illich siempre ha preferido decir, con las herramientas: sólo los profesionales tienen acceso a las herramientas de alto rendimiento que convierten en su monopolio.

Las herramientas industriales de punta propician a sus dueños posiciones inexpugnables, que Illich denominaba monopolios radicales, que en una especie de causalidad circular refuerzan las dependencias hacia los profesionales.

Recordemos los principales elementos de la relación cliente-profesional: el profesional, el cliente, la relación cliente-profesional, el diagnóstico de las necesidades del cliente, la propuesta de soluciones, la persecución de desviaciones a la norma por el colegio profesional correspondiente.

La historicidad de las profesiones

Por muy “naturales” que las haga aparecer su ubicuidad, las profesiones son un fenómeno histórico: por ejemplo, la definición de lo que es un acto profesional en 2013 ya no corresponde a las descripciones de Illich a principios de la década de los años setenta. A finales del decenio de los años noventa, Sajay Samuel, en colaboración con Illich, estudió los cambios radicales que, desde los años setenta, han afectado las relaciones entre las partes constitutivas de todas las relaciones profesionales.2

La “crisis”

Después de 1976, Illich se volvió muy crítico de los conceptos que sustentaban su análisis de las instituciones, profesiones, de los servicios y herramientas industriales. Él se había dado cuenta de que algunas certidumbres propias de la sociedad industrial habían contaminado su crítica de la misma. En su último diálogo con David Cayley, resumió su cambio de perspectiva como una autocrítica del error que él había cometido al tratar las instituciones, como si pudieran ser enmendadas por la restauración de su instrumentalidad; es decir, mediante la reivindicación de que las escuelas fueran mejores instrumentos de aprendizaje, los caminos y vehículos mejores medios para acercar a los viajeros a sus destinos y los hospitales mejores entidades de curación. En estas conversaciones, publicadas bajo el título The Rivers North of the Future,3 Illich afirma que él se dio cuenta de este “error” gracias a un estudiante, Max Peschek, quien estaba ofreciendo un seminario en la universidad de Bremen sobre “el error fundamental de Iván Illich”.

Lo que Illich no comprendió, según Peschek, y tiene toda la razón, es que cuando uno se convierte en usuario de un sistema, también se convierte en parte del mismo. […] Pensar en el mundo, no en términos de causalidad, sino en términos de análisis de sistema, nos ha llevado a una nueva era, a la cual no podríamos haber llegado si no hubiéramos salido del mundo de las herramientas.4

Entre 1976 y 1982, Illich revisó sus obras de años anteriores en búsqueda de certidumbres propias de la sociedad industrial que pudieran haberse inmiscuido en su crítica de tal sociedad. Por ejemplo, la noción de contra-productividad, tan central a su análisis de las instituciones de servicios, ¿no tomó cierto sesgo productivista de la misma sociedad que criticaba? O ¿qué pensar de la comparación, en Energía y equidad, entre la energía que necesita un vehículo y la fuerza del cuerpo humano? El evaluarlas en las mismas unidades (calorías o Btu), ¿no hace implícitamente del cuerpo una máquina termodinámica? Asimismo, Illich, desde principios de los años ochenta, renunció públicamente al uso de los conceptos de una cibernética amigable mientras aun solicitaba la aprobación del gran público: conceptos tales como input-output (entrada-salida), retroalimentación o, incluso, el verbo to cope with (hacer frente a –las agresiones del medio ambiente, por ejemplo–) ya recuperado por la primera cibernética, la de Norbert Wiener, Heinz von Foerster y su colega de las Conferencias Macy, Gregory Bateson. Illich dio un sentido histórico a la palabra sistema popularizada por sus amigos, los primeros cibernéticos: empezó a emplear la expresión la edad de los sistemas para definir una época, la nuestra, en la cual los conceptos caídos de la nueva “ciencia teleonómica”, es decir, la de “las relaciones aparentemente dominadas por programas desde el futuro de su realización”, se convirtieron en axiomas fundadores de la construcción social de una nueva realidad.

En relación a su crisis del fin de los años setenta, la primera pregunta que nos hacemos es: ¿en realidad, el Illich de estos años cometió los graves errores de los que se culpó, o detectó una ruptura epistémica radical ocurrida alrededor de 1980, una ruptura que invalidaba el análisis de la sociedad industrial que él había elaborado en el decenio anterior? En otras palabras, ¿esbozó sucesivamente el análisis de dos épocas totalmente diferentes: el último periodo de las herramientas y la era temprana de los sistemas?

A partir de 1980, Illich escribió efectivamente libros y ensayos sobre temas que en apariencia tenían poca relación con sus obras previas. Sus nuevos temas eran, por ejemplo, la historia del cuerpo, la historia de las percepciones, el interface entre palabra escrita y oralidad –según la terminología de Jack Goody5–, la proporcionalidad, la transformación de necesidades personales en requisitos sistémicos, la historia de la escasez y la “epidemia de riesgos”, tema en el que trabajó la mañana de su muerte, el 2 de diciembre 2002.6 ¿Qué tiene que ver esto con los conceptos de sus escritos de los años setenta; por ejemplo, la contra-productividad como sinergia negativa de un modo autónomo y de un modo heterónomo de producir, o el monopolio radical como imposición, no de una marca comercial, sino de un modo heterónomo de satisfacer una necesidad? Aparentemente nada.

La sustitución del cuerpo auto-percibido por un cuerpo iatrogénico (o producido medicamente)

Conozco bastante bien los primeros trabajos de Illich, y recientemente, me dediqué a leer todos sus últimos libros y ensayos –principalmente en alemán e inglés. La familiaridad recién adquirida con “el último Illich” cambió de manera radical mi percepción “del primer Illich”. Para sustentar mi argumento, me referiré a Némesis médica. En los años setenta, la medicina era contra productiva. Poco después, en 1980 –¿crisis personal o percepción de un cambio de época?–, la medicina es una institución que obliga a sus pacientes a internalizar una imagen iatrogénica (generada por los médicos) de su propio cuerpo; literalmente, la consulta médica se vuelve un acto en el que el cuerpo iatrogénico se introduce a la fuerza bajo la piel del paciente. Más precisamente, el acto médico sustituye la autopercepción corporal del paciente por el cuerpo construido por los médicos mediante capas y capas de descripciones anatómicas y fisiológicas. Al hacer esto, la medicina destruye la cultura, puesto que cada cultura se funda en una percepción común del cuerpo como la base mutable del “yo”: en cada época histórica, el cuerpo es la deixis del yo, escribe Barbara Duden.7

La búsqueda de un antecedente

Formularé ahora una pregunta que podría parecer retórica, pero que entre más pienso en ella más me convenzo de que puede ser estructurante: ¿existe otro autor cuya obra se pueda dividir en dos partes relacionadas de tal manera que:

• Cada una se pueda estudiar de forma independiente y trate de temas aparentemente inconexos con los de la otra.
• Una sea más conocida que la otra.
• La lectura de la obra menos conocida cambie la percepción de la más renombrada?

En 1759, Adam Smith publicó The Theory of Moral Sentiments8 (La teoría de los sentimientos morales), obra relativamente poco conocida. En 1776 publicó The Wealth of Nations (La riqueza de las naciones),9 que lo convirtió en el padre putativo de la economía moderna. Durante mucho tiempo, los economistas, los que leyeron el primer libro, y después de haber estudiado el segundo, comentaron: “nada que ver con lo que nos interesa”. No obstante, un pequeño grupo de economistas que releyeron el segundo libro después del primero, reformularon el problema planteado por Adam Smith y lo apodaron “Das Adam Smith Problem”. ¿Existe o no existe una línea continua entre los dos libros? Ése es el “problema”.

Mi amigo Jean-Pierre Dupuy declara que “hoy la opinión que prevalece es que el pensamiento de Smith es un todo coherente”.10 El efecto de regresar a su primer libro después de familiarizarse con el segundo proyecta una nueva luz sobre “…las condiciones de la constitución de la economía en una ciencia”. De acuerdo a Dupuy, la luz que The Theory of Moral Sentiments proyecta sobre The Wealth of Nations es que el comportamiento económico en el sentido moderno es esencialmente mimético o inclusive envidioso. Rara vez se persigue la riqueza para consumirla o para usarla, sino más bien por la mirada envidiosa que despierta en otros: la riqueza atrae la simpatía de otros. La simpatía de otros o su mirada envidiosa es el premio de la ostentación de la riqueza sin sentido. En ojos de los lectores críticos de estos dos libros, Smith establece que el estatuto científico de la economía resulta de una confusión voluntaria entre lo que los antropólogos llaman la subsistencia11 y lo que los economistas modernos denominan economía, una antinomia plasmada en la famosa “paradoja de los diamantes y del agua” (un sólo diamante, un bien suntuario desprovisto de utilidad, puede comprar cantidades inmensas de agua, un bien útil por excelencia). La posesión de diamantes caracteriza una forma de riqueza destinada a atraer la “simpatía” o la envidia de los demás. Pero en su segundo libro, el más conocido, Smith equipara la adquisición de los bienes de subsistencia a la de los diamantes; en otras palabras, anexa la subsistencia al dominio de las reglas de hierro de la economía, al imperio de la escasez. La abolición de la distinción entre economía y subsistencia abrió camino a la dismal science, la “ciencia de los días malos”, como se llegó a nombrar a la economía.

Al contrario, las contribuciones de Illich al pensamiento económico han insistido en la necesidad lógica de restaurar lo común, la base de toda subsistencia, como un dominio no condicionado por la economía, es decir, por la ley de escasez. Su defensa de lo común tiende simplemente a restablecer una distinción que, antes del siglo xviii, era simplemente parte del arte de gobernar. Más precisamente, al analizar de manera crítica la economía de los servicios y de las profesiones, Illich restablecía una clara distinción entre la economía, como un dominio sometido a la ley de escasez, y la subsistencia, como un ámbito de producción autónoma de valores de uso fuera del dominio de la escasez. Postula que “más allá de ciertos umbrales”, la economía inevitablemente destruye la cultura de la subsistencia: por ejemplo, la producción industrial de alimentos amenaza la existencia tanto de la agricultura de subsistencia como de la pequeña agricultura comercial. Este giro conceptual de Illich manifiesta una vez más su capacidad de construir distinciones significativas donde reina la in-diferencia y la con-fusión.

Antes del siglo de Smith, la economía tenía todavía algo que ver con el verbo griego del cual deriva: oikonomeô, administro mi casa; semánticamente muy cerca de oikodomeô, yo preparo el terreno para el cultivo o la edificación de mi casa. La subsistencia era un dominio relativamente protegido de la codicia, la avaricia y la envidia. Era un dominio en el que prevalecía una regla general de protección de la subsistencia del más débil. Un testigo del siglo xvii, Samuel Pufendorf, describe la situación en los siguientes términos:

…la necesidad de una cosa, o su utilidad exaltada, están tan lejos de siempre ocupar el primer lugar, que vemos a hombres teniendo en baja estima las cosas indispensables para la vida humana. La razón de ello es que la naturaleza –con la providencia de Dios– nos provee generosamente de ellas. Por ello, un incremento de valor tiende a ser el producto de la escasez, particularmente en el caso de cosas provenientes de regiones lejanas. A consecuencia, el amor a la ostentación y al lujo ha atribuido enormes precios a cosas de las cuales sería fácil prescindir, como por ejemplo las perlas y las joyas. En cuanto a los artículos de uso diario, sus precios suben cuando su escasez se combina con el deseo de poseerlas.12

La confusión entre economía y subsistencia

La providencia de Dios ofrece una vasta cantidad de cosas de las que la vida humana no puede prescindir y que son gratis, como el agua, o muy baratas como el pan. Los bienes caros son generalmente inútiles, como las joyas o los diamantes. Cuando la economía no era una ciencia sino parte del arte de gobernar, una estricta distinción se mantenía entre los bienes para la subsistencia –que son los bienes de los cuales el hombre no puede prescindir– y el comercio de los bienes suntuarios que no sirven para la subsistencia. Smith y todos los economistas después de él abolieron esa distinción. Una vez que la subsistencia se confundió con la economía, ésta dejó de ser la buena administración de la casa. Dejó de tener que ver con la subsistencia, un dominio, de acuerdo a Smith, “desprovisto de interés”. En el momento en que la economía moderna dejó de ser sometida a las reglas de saciedad y de justa proporción, se convirtió en crematística, una actividad regida por la ley de la escasez que Aristóteles consideraba vergonzosa.13

Lo común tradicional protegía la subsistencia de la codicia, la envidia y todo lo que podríamos calificar como relaciones miméticas destructivas. Abolir la distinción entre un dominio que obedece a la ley de la saciedad y la justa proporción y otro dominio sometido al comportamiento mimético destructivo, es abandonar a la gente común a la merced del mercado donde las relaciones miméticas reinan sin control. Las leyes que rigen el mercado moderno –las “leyes” de la economía–, no son el equivalente social de las leyes de la física, sino manifestaciones de la escasez, una de las más importantes figuras del comportamiento mimético, según Paul Dumouchel y Jean-Pierre Dupuy.14

Restableciendo la distinción suprimida

Amén de ser un autor cuyas últimas obras son capaces de modificar la percepción de las primeras –mientras que se debe decir lo contrario de Smith–, Illich diverge diametralmente con casi todo lo que escribió el filósofo moral y luego economista de Glasgow. Para ver cómo Illich restauró la distinción que Smith negó, hay que leer la introducción de El trabajo fantasma.15 Tres conjuntos de límites políticos han sido propuestos para proteger no sólo la subsistencia, sino la misma existencia humana:

1. La producción y el consumo de bienes materiales y de la energía necesaria deben limitarse.
2. Hay que limitar también la producción y consumo de los servicios.
Después de 1980, Illich introduce la necesidad de un tercer tipo de límites:
3. Deben ser impuestos a todo lo que paraliza lo común y causa que la subsistencia se fusione con la economía.

El tercer tipo de límites manifiesta la separación radical de Illich con Smith, quien al someter los medios de subsistencia a la misma ley que la que regía los bienes suntuarios, otorgó una nueva virulencia a la vieja guerra contra la subsistencia. Lo que Iván Illich trató de poner de nuevo en primer plano, es lo que Smith –y todos los economistas después de él– reprimieron:

• El agua antes que los diamantes.
• La subsistencia antes que la economía.
• Lo que es común antes que las modas aristocráticas.
• La épica oral antes que la poesía.
• El cuerpo sentido (soma) antes que el cuerpo iatrogénico (o las descripciones anatómicas).
• La historia de las cosas antes que la historia de las ideas.
Quod est in sensu (es sentimiento) antes que quod est in intellectu (es intelecto).
• La percepción antes que el concepto.
• La cultura material antes que la alta cultura.
• La encarnación antes que la elevación angelical.
• El bebé en la cuna antes que el Emperador celestial.

Poco a poco he revisado la primera parte del trabajo de Illich y lo he ido reinterpretando a la luz de mi percepción de la segunda parte de su obra.

Notas de pie de página (en original)

1 Todos publicados en Iván Illich, Obras reunidas, vol. 1.

2 Consultar una revisión reciente de estos estudios en Samuel Sajay, “Le rôle des professions”.

3 Iván Illich y David Cayley, The Rivers North of the Future.

4 Iván Illich y David Cayley, op. cit., pp. 77-78.

5 Jack Goody, The Interface between the Written and the Oral.

6 Silja Samerski, Iván Illich, “Critique de la pensée du risque”. El 2 de diciembre 2002, después de haber trabajado toda la mañana sobre este ensayo con Silja Samerski, Illich se acostó en un sofá. Cuando Silja Samerski volvió en la tarde para seguir trabajando, lo encontró muerto. Ella terminó el artículo que se publicó en varias revistas alemanas, retomado por Esprit en 2010.

7 Barbara Duden, “Per analogiam carnis – histoire du temps présent sur et sous la peau”.

8 Adam Smith, Theory of Moral Sentiments.

9 Adam Smith, An Inquiry into the Nature and the Causes of the Wealth of Nations.

10 Jean-Pierre Dupuy, “De l’Émancipation de l’économie: retour sur ‘Das Adam Smith Problem’”.

11 Marshall Sahlins, “The Original Affluent Society”, primer capítulo de Stone Age Economics, pp. 1-39.

12 Samuel Pufendorf, The Two Books on the Duty of Man and Citizen according to the Natural Law.

13 Karl Polanyi, The Livelihood of Man.

14 Jean-Pierre Dupuy, L’Enfer des choses.

15 Iván Illich, El trabajo fantasma, en Obras reunidas, vol. 2.

Bibliografía

Duden, Barbara, “Per analogiam carnis – histoire du temps présent sur et sous la peau”, manuscrito de una conferencia impartida en la Universidad de Nantes, traducción del alemán por Jean Robert, 2014.

Dumouchel, Paul y Jean-Pierre Dupuy, L’Enfer des choses, Paris, Le Seuil, 1979.

Dupuy, Jean-Pierre, “De l’Émancipation de l’économie: retour sur ‘Das Adam Smith Problem’”, manuscrito, s/a.

Goody, Jack, The Interface between the Written and the Oral, Cambridge, R.U., Cambridge University Press, 1987.

Illich, Iván, Obras reunidas I, México, Fondo de Cultura Económica, 2006.

Illich, Iván, Obras reunidas II, México, Fondo de Cultura Económica, 2008.

Illich, Iván, y David Cayley, The Rivers North of the Future, Toronto, House of Anansi Press, 2005.

Polanyi, Karl, The Livelihood of Man, Londres, Academic Press, 1977.

Pufendorf, Samuel, “On Value”, en The Two Books on the Duty of Man and Citizen according to the Natural Law, New York, Oxford University Press, 1927.

Sahlins, Marshall, “The Original Affluent Society”, en Stone Age Economics, Chicago, New York, Aldine Aterton, 1972.

Samerski, Silja e Iván Illich, “Critique de la pensée du risque”, en Actualité d’Iván Illich, Esprit, traducción del alemán por Jean Robert, Paris, agosto-septiembre, 2010.

Smith, Adam, Theory of Moral Sentiments, Endinburgo, A. Miller, 1790 (1759).

Smith, Adam, An Inquiry into the Nature and the Causes of the Wealth of Nations, Londres, s/ed., 1776.

*Fuente: Modemidades Alternativas, Daniel Inclán, Lucía Linsalata & Márgara Millán (Coord.) México: UNAM, 2017

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