Por Jean-Pierre Dupuy
(3
de diciembre. 2020)
Observo, en varios
círculos, tanto intelectuales como científicos o tecnológicos, que irónicamente
llamo los "covid-escépticos", el surgimiento de una idea extraña y
para mí inquietante. Llamé a este sofisma "el sofisma del año 2000".
El "error informático" del año 2000 podría haber causado terribles
desastres.[1] Se preveían los peores escenarios: cortes de cajeros automáticos
y pánicos bancarios, cierre de generadores de electricidad, fallos de
funcionamiento en las centrales nucleares, incluido el estallido accidental de
una guerra nuclear. Se desplegaron considerables recursos. A nivel mundial, se
adelantaron cifras de 300 mil millones de dólares. Finalmente, el error
informático se evitó como ya sabemos, si no nos hemos olvidado de toda la
Historia. Y esto es lo que merece ser observado: ¿cómo podemos explicar que un
caso que podría haber sido tan grave a nivel mundial haya dejado tan poco
rastro en nuestros recuerdos? Casi nunca aparece en los catálogos de posibles
desastres que elaboran los especialistas en catastrofismo. La respuesta me
parece obvia: es precisamente porque el desastre no ocurrió. El error del 2000
no ocurrió. Sin embargo, se puede argumentar, la importancia de los medios
implementados debería haber dejado su huella en la mente de la gente hasta el
punto de que sea recordado otros veinte años más tarde. Ese no fue el caso.
¿Por qué? Aquí es donde se encuentra lo que llamé el sofisma del año
2000. Es como si el éxito mismo de la operación de prevención hubiera
hecho desaparecer la importancia del asunto. Por un lado, se nos dice:
después de todo, no era un asunto tan grave, ya que se resolvió. Al mismo
tiempo, el costo de prevenirlo nos parece escandalosamente alto, y no
relacionado con la realidad de la amenaza. Tanto es así que, en Francia, el
entonces primer ministro Lionel Jospin, tuvo que defender en el Consejo de Ministros
las medidas adoptadas con la siguiente declaración premonitoria: "El
hecho de que no haya epidemia no significa que se puedan cuestionar las vacunas".
Cuando el éxito de la prevención justifica la menor acción posible
En un artículo titulado "El valor de la vida. La ética de la crisis sanitaria”,[3] el antropólogo Didier Fassin ataca su tema de esta manera: "Cuando decimos que la pandemia de coronavirus ha producido una crisis sin precedentes, no queremos decir que la enfermedad en sí sea la peor que hemos conocido, porque el sarampión es mucho más contagioso, el SIDA ha sido mucho más grave y algunas gripes también han dado lugar a una expansión planetaria. Lo que se quiere decir es que la respuesta a la pandemia, es decir, el confinamiento generalizado de la población en un gran número de países, no tiene precedentes”. Esta declaración relaciona inútilmente medidas consideradas extraordinarias (por primera vez en la historia de la humanidad, el planeta ha dejado de girar) y una causa, en el doble sentido de la palabra, lo que causa el efecto y aquello por lo que nos movilizamos, el cual, aunque no necesariamente una mera "ola pequeña", no es en sí misma tan extraordinaria: hemos visto otras en el pasado. El lector sólo puede concluir una cosa: este caso ha sido extremadamente mal gestionado. Podemos percibir el sofisma del año 2000. Que la amenaza no esté entre las más formidables no forma parte intrínseca de la epidemia. Puede ser simplemente el resultado feliz de los medios que se consideran desproporcionados para contenerla: la restricción de las libertades civiles, hacer peligrar la economía del país. El autor no está lejos de estar de acuerdo. Entendió que no tenía sentido comparar el costo en sentido amplio de estas medidas con el estado de salud que se obtiene de ellas. Lo que debe ponerse en relación es el costo y la mejora del estado de salud en comparación con una situación en la que estas medidas no fueran aplicadas. El autor escribe: "No se dispone [...] de ninguna evaluación fiable de cuál habría sido la cifra de muertos en ausencia de intervención y, por lo tanto, del número de vidas salvadas por el confinamiento. [...] En resumen, a pesar de los datos publicados por los institutos estadísticos y utilizados por los responsables políticos para justificar o ensalzar sus acciones, nunca se conocerá, ni siquiera aproximadamente, cuántas vidas habrán sido realmente salvadas por las medidas adoptadas por el gobierno”.
El resto del artículo de Didier Fassin nunca más se pregunta sobre estas dimensiones inconocibles. Sin embargo, la Escuela Económica de Toulouse estima que, sin confinamiento, Francia se encaminaba hacia el millón de muertes a finales de año. La revista Nature publicó recientemente un estudio que muestra que las medidas que llamamos "barreras", que son poco más que civilidad básica en un contexto excepcional, han evitado más de quinientas millones de infecciones en seis países: Estados Unidos, China, Corea del Sur, Italia, Irán y Francia. Pero el autor negó de antemano todas estas estimaciones, sospechosas de servir a intereses oscuros. Brasil y Estados Unidos nos dan una idea de lo que da como resultado una política que sacrifica la salud de la población a la marcha sin restricciones de la economía: masacre por un lado sin que la economía se beneficie por el otro. La acumulación de cadáveres no es buena para el funcionamiento de las fábricas ni para el consumo de los individuos. La historia de las pandemias también es una fuente útil de reflexión. Los peores momentos de la llamada gripe española de 1918-1919 en Estados Unidos tuvieron lugar en ciudades que habían salido demasiado pronto de un confinamiento extremadamente severo. La segunda ola se las llevó. Pero el autor no está satisfecho con estas evaluaciones cualitativas. Es como si la indeterminación de estos datos esenciales implicara para él la inexistencia ontológica del orden de magnitud al que se refiere. Pero sin un escenario alternativo, "contrafactual", inevitablemente volvemos a caer en el sofisma del año 2000. En vista de las medidas consideradas exorbitantes, sólo se puede imaginar una epidemia relativamente controlada mediante la eliminación de la relación causal que une a las primeras con la segunda. Ahora sabemos lo suficiente sobre el nuevo coronavirus como para estimar que si la gestión global de la pandemia a corto y medio plazo -digamos tres o cuatro años, el tiempo para encontrar, producir y difundir una vacuna- se vuelve flexible (o, para algunos países, se mantiene), la cifra de muertos podría alcanzar las cifras elevadas que no eran sólo las de la gripe española sino también de la peste negra del siglo XIV. Didier Fassin ha ubicado su reflexión bajo el signo de la ética pública. Me temo que sus palabras irresponsables han violado gravemente la ética de los intelectuales. Por desgracia, no está solo. Cuando uno se niega a estimar el efecto de la prevención, para poder rechazarla mejor he mencionado en otros sitios la enorme decepción que me causaron las posiciones del periodista canadiense David Cayley sobre la pandemia. Es a él que le debemos el último libro de Iván Illich, producto de muchas horas de conversación entre los dos hombres.[4] Este libro es probablemente el mejor que Illich haya escrito, pero uno se pregunta qué ha aprendido Cayley de él. Sus comentarios sobre COVID-19 [5] acumulan todos los clichés que se encuentran en los Giorgio Agamben, André Comte-Sponville, Olivier Rey o, por supuesto, los Fassin, especialmente esa idea errónea de que la vida "desnuda" se habría convertido en el "valor supremo". Y él también se sumerge en el sofisma del año 2000.
Sin embargo, Cayley, a
pesar de sí mismo, le da a este sofisma lo que podría pasar por unos
fundamentos filosóficos. Por razones empíricas y, por lo tanto, contingentes,
se puede decir que nunca sabremos cuántas vidas ha salvado el confinamiento.
[En cambio], Cayley lo convierte en una imposibilidad metafísica. Él escribe:
" En el corazón de la respuesta al coronavirus ha estado la
afirmación de que debemos actuar de manera prospectiva para prevenir lo
que aún no ha ocurrido: un crecimiento exponencial de las infecciones, un
colapso de los recursos del sistema médico, lo que pondrá al personal médico en
la ingrata posición de seleccionar quién va a vivir y quién morir, etc. De lo
contrario, se dice que para cuando descubramos a qué nos enfrentamos, será
demasiado tarde. (Vale la pena señalar, de paso, que se trata de una idea no
verificable: si tenemos éxito, y lo que tememos no acontece, entonces podremos
decir que nuestras acciones lo impidieron, pero nunca sabremos realmente si
ese fue el caso)".[6] Es cierto que, para poner otro ejemplo,
un ingeniero de Puentes y Calles que decide en su oficina cambiar la ruta de
una carretera en un punto donde se han producido muchos accidentes fatales
nunca sabrá la identidad de las personas que salvó. Los accidentes que no se
producen no pueden ser objetos de conocimiento. Ciertamente, el razonamiento
probabilístico nos permitiría al menos estimar el número. Pero Cayley lo niega.
Sólo lo que sucede y sucederá existe para él. Fuera de eso, nada es posible.
*Jean-Pierre Dupuy (2020), escritor y filósofo francés, profesor en Universidad de Stanford
Referencias bibliográficas
[1] Ver página de Wikipedia “Problema del año 2000 - Wikipedia,
la enciclopedia libre”.
[2] Cf. « Le virus du sophisme –
lettre à André Comte-Sponville », AOC,
3 juin 2020; « Si nous sommes la seule cause des maux qui nous frappent,
alors notre responsabilité devient démesurée », Le Monde, 3
juillet 2020 ; « Sur une prétendue ‘sacralisation de la vie’ », de
próxima publicación.
[3] En Par
ici la sortie!, Seuil, n°1, juin 2020, p. 3.
[4] Ivan
Illich & David Cayley, La Corruption du meilleur engendre le pire,
Entretiens traduits de l’américain par Daniel De Bruycker et Jean Robert, Actes
Sud, 2007.
[5] David Cayley, “Questions about the current pandemic from the point of view of Ivan Illich”, Quodlibet, 8 abril 2020. [Versión castellana en: https://lavoragine.net/pandemia-ivan-illich/]
[6] Loc. cit.
Mi traducción. Subrayado mío.
[7] Cf. La
obra indispensable de síntesis de Jules Vuillemin, Nécessité ou
contingence. L’aporie de Diodore et les systèmes philosophiques, Les Éditions de Minuit, 1984.
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