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viernes, 16 de septiembre de 2016

La subsistencia: intangibilidad deshecha más acá del TIPNIS

 por Hernando Calla*

A poco de que el gobierno de Bolivia promulgara una “ley corta” que establece que ninguna carretera pueda atravesar por el TIPNIS y declara a este territorio indígena y parque nacional un área de reserva natural “intangible”, las negociaciones para llegar a una reglamentación consensuada sobre el alcance y los límites de dicha “intangibilidad” han quedado en suspenso, cuando han trascurrido más de dos semanas del acuerdo arribado entre el gobierno y los indígenas de tierras bajas que caminaron durante más de 60 días hasta el mismísimo centro del poder político en La Paz para evitar que se consume el despropósito de construir una autopista alquitranada por el medio de este bosque tropical amazónico (lo que no implica que no se puedan abrir caminos [i] que vinculen al TIPNIS con el resto del territorio nacional).


El primer mandatario, el vicepresidente y otros personeros del gobierno no dejan de sorprender a la opinión pública con declaraciones que contradicen los acuerdos arribados y la ley que los consagra. Por un lado, Evo Morales se sigue mostrando impermeable a los acontecimientos e insiste ‘motu proprio’, en reiteradas declaraciones poco afortunadas, o a través de interpósitas personas (p.ej. el gobernador de Cochabamba), que la carretera descartada por ley es una demanda irrenunciable de las organizaciones sociales y los departamentos involucrados. García Linera, por su parte, da la impresión de que el gobierno pretende seguir el hostigamiento a las ONGs que apoyaron a los marchistas y continuar con la represión policial/acoso judicial a los indígenas en Chaparina o La Paz, aunque la próxima vez en el mismo TIPNIS ahora declarado “intangible” para que, según la torcida interpretación de algunos dirigentes del oficialismo, ni los mismos indígenas puedan tocar nada, mucho menos las ONGs u otras empresas de “dudoso” estatus como socias de las organizaciones indígenas para la implementación de proyectos de ecoturismo o aprovechamiento forestal sostenible.

Entre tanto la “intangibilidad” del TIPNIS se ha vuelto un asunto susceptible a toda clase de interpretaciones antojadizas. ¿Pero qué significa intangible en sus acepciones ordinarias? Una indagación en los diccionarios da cuenta de algunas: 1) aquello que no puede o no debe tocarse, 2) algo vago e indefinible, 3) otras acepciones más especializadas (como en “activos intangibles” de la contabilidad empresarial). En el caso del TIPNIS, la intangibilidad parece estar relacionada con la consigna de la marcha: “el TIPNIS no se toca” y es un término con antecedentes en el manejo de áreas protegidas para designar lugares verdaderamente “intocables” o “sagrados” al interior de dichas áreas. Fue supuestamente sugerido por los asesores de los indígenas para garantizar cierto estatus de “intocable” del TIPNIS, es decir, cuyos recursos naturales –renovables y no renovables– no pueden ser explotados por terceros (ajenos a los pueblos que habitan el territorio indígena) o, visto en términos de tamaño, no pueden ser explotados a gran escala poniendo en peligro los frágiles ecosistemas del territorio indígena o amenazando la preservación de la biodiversidad en el parque natural; de todos modos hay temores, incluso entre los propios dirigentes indígenas,[ii] de que la intangibilidad pueda interpretarse tan radicalmente de modo que ni los propios indígenas que viven ahí puedan aprovechar sus recursos renovables para generar ingresos económicos que complementen sus medios de subsistencia.

Pero el asunto nos da la oportunidad para hablar de otro tema igualmente intangible en torno a nuestra realidad. Ello debido a que la palabra tiene dos acepciones que apuntan en distintas direcciones: la primera, aquella que está siendo debatida respecto a la “intangibilidad” del TIPNIS, se refiere a “lo que no debe tocarse”; la segunda, cuyo debate nos parece mucho más significativo, alude a “lo que no puede tocarse”, no porque esté prohibido o sea considerado algo sagrado, sino porque no tiene un carácter material (como la cultura) o, se nos antoja, porque al haberse destruido, o al menos desestructurado, ha quedado opacado por otras realidades aparentemente más tangibles (como la economía) al punto de asumir un contorno vago e indefinido. ¿Qué puede ser aquello? No pretendemos abordar los destrozos provocados en áreas otrora intangibles como la reserva del Aguaragüe actualmente sujeta a una intensa intervención para la explotación de madera, hidrocarburos y otros recursos, y en consecuencia, de creciente destrozo del entorno natural.[iii] Queremos abordar más bien otro tipo de bendiciones intangibles o poco evidentes para los economistas, o los ciudadanos que se han dejado contagiar por este punto de vista. Estamos pensando en las actividades de ‘subsistencia’ inherentes a sus condiciones de existencia autosuficiente por las que también lucharon los indígenas del TIPNIS, pero las cuales se siguen destruyendo impunemente más acá de este parque y, bien mirado, en toda la geografía nacional donde todavía perviven poblaciones que subsisten sin una gran dependencia del mercado.

¿Qué es la subsistencia? Habría que indicar primeramente que “subsistente” es aquella realidad que se sostiene por sí misma; es subsistente, simplemente existe por sí misma.[iv] De ahí que la “subsistencia” sea aquella forma de existir en que la gente genera por sí misma –autónomamente –, en relación permanente con su entorno material y cultural más inmediato, los medios materiales y las condiciones sociales de su existencia colectiva. Otra forma de traducirla sería como “la capacidad y libertad de cultivar el alimento propio, construir uno mismo su vivienda, moverse por cuenta propia espacial y espiritualmente”.[v] Sin embargo, con la expansión de la sociedad económica a todos los confines del mundo, las realidades de la subsistencia se han vuelto intangibles, han quedado opacadas por las realidades de la economía, la misma que se ha instalado en el imaginario de todas las sociedades contemporáneas como la única forma de sobrevivir en este mundo desprovisto de condiciones para la subsistencia.

Este es un término que economistas y desarrollistas usan ambos con desdén para chantajear a las poblaciones que todavía viven al margen del mercado advirtiéndoles sobre el empeoramiento de sus “magras condiciones de subsistencia”, a menos que emprendan proyectos de “desarrollo sostenible” de sus recursos humanos y naturales que les permitan la satisfacción de sus necesidades crecientes (independientemente del contenido de este paradigma del desarrollo, el término suele utilizarse simplemente para identificar aquellos productos autóctonos o destrezas productivas tradicionales con posibilidades de encontrar nichos de mercado en la economía global). Los profesionales de todas las ramas enfocan la subsistencia como algo indigno y frente a lo cual la única respuesta posible es la necesidad de salir cuanto antes de esa “miseria” que afecta a tanta gente que no solo tiene ingresos monetarios reducidos o nulos sino, “lo que es peor”, está obligada a vivir de lo que produce ella misma (o vive apenas de lo que logra cazar o pescar, como los indígenas del TIPNIS).

Al presente, se ha llegado a establecer un monopolio radical de la economía que afecta incluso al imaginario social donde ya no caben otras alternativas que no sean compatibles con los modelos industrialistas y las formas mercantiles de la economía; mientras tanto, la posibilidad de experimentar las actividades de subsistencia, o de imaginar nuevos modos de subsistencia al margen del mercado, tienden a desaparecer cuando ya no existen las condiciones de uso no comercial del entorno común o los “ámbitos de comunidad”.

El deterioro de las condiciones de subsistencia de las comunidades o pueblos indígenas es algo que se percibe ocasionalmente cuando las poblaciones afectadas se ven obligadas a migrar para trabajar en otros países o, más dramáticamente, mendigar en otros lugares donde hay grandes concentraciones humanas como en las principales ciudades. En algunos casos, estos procesos de deterioro o su contraparte, de creciente mercantilización de las comunidades campesinas,[vi] están siendo documentados por investigadores e instituciones dedicadas a la investigación socio-económica y a la propuesta de alternativas. No obstante, en vez de ver maneras de ponerle freno a este deterioro, las respuestas a estos procesos son normalmente intentos por encontrar alternativas ‘económicas’ que permitan, a los afectados por la creciente pobreza, superar la miseria en base a la metamorfosis de las pocas bendiciones culturales y precaria munificencia del entorno natural que todavía les queda, en recursos humanos e insumos naturales crecientemente apetecidos por el mercado globalizado de la modernidad para así convertirlos en bienes y servicios destinados a otros, es decir, en valores económicos.

A pesar de todo, las personas persisten en mantener a contracorriente ciertos medios de subsistencia producidos por ellas mismas. Yo soy de las minas del sur de Potosí; mi familia vivió en las minas por varias generaciones, obteniendo sus medios de sustento de la pulpería: el almacén de abarrotes que las empresas mineras mantenían para el aprovisionamiento de sus obreros y empleados de la mayor parte de sus “necesidades básicas” (las amas de casa podían sacar de la pulpería, a cuenta del salario del minero o el sueldo del empleado, desde latas de leche evaporada hasta algunos kilos de carne por familia al mes, y hasta el mismo “pan nuestro de cada día”). Con todo, incluso después de la nacionalización de las minas –que implicó la consolidación de la clase minera y la creciente dependencia de las poblaciones mineras de lo suministrado por las pulperías–, muchas familias seguían cultivando algunos medios de subsistencia propios, como ser: sembradíos de papa en pequeñas parcelas en los cerros, lechugas en los márgenes de la quebrada, o chanchos en pequeños chiqueros en las afueras. Esta misma experiencia la tenían hasta hace poco los habitantes de pueblos y ciudades, grandes o pequeñas, cuya alimentación dependía, aparte de la variedad de productos que se podían adquirir en el mercado con dinero, del mantenimiento de huertos y chacras donde se cultivaban las hortalizas y frutos propios de la región, o de la crianza de animales domésticos para el aprovisionamiento subsistente de los principales ingredientes para los platos criollos preparados en los días de fiesta.

El argumento de Pierre Chaunu, un insigne representante de la geo-historia francesa, para la mayor parte de Europa en el siglo XVIII podría servirnos con ligeras modificaciones para dimensionar las realidades de nuestra propia subsistencia: “Hasta el siglo XVIII”, decía él, “salvo para las ciudades, 90% de lo que consume un habitante de un ‘mundo pleno‘ se encuentra disponible en un círculo de 5 km cuyo centro es su casa, tan estrecha es aún la dependencia hacia el suelo de todo lo que contribuye a la existencia humana… En otras palabras, en un primer círculo de 5 km de diámetro y unos 80 km2 de superficie se encuentran las cinco o seis pequeñas comunidades entre las cuales ocurren cerca de 90% de los ‘intercambios‘ (más que de intercambios monetarizados se trata de formas de ‘trueque contabilizado‘). Hasta 1700-1750, este primer círculo retiene, bajo la forma del auto-consumo, por lo menos 90% de la producción…”[vii] ¿Cuán diferente habrá sido la realidad del autoconsumo o la subsistencia en los países americanos? ¿Cuándo habrán empezado a cambiar estas realidades autosubsistentes en nuestro país?

De cualquier modo, la realidades de la subsistencia en Bolivia han pervivido hasta nuestros días en comunidades campesinas de tierras altas (basta que uno salga unos cuántos kilómetros fuera de las grandes ciudades, digamos a las comunidades de la cuenca del lago Titicaca, para encontrar que las realidades de la subsistencia todavía se encuentran a ojos vista) y, como nos lo han hecho recordar los indígenas marchistas del TIPNIS, en las comunidades de los pueblos indígenas de tierras bajas. De ahí la conmovedora acogida con que la gente de La Paz y otras ciudades del país recibió a los marchistas que arribaron el 19 de octubre, a los que no escatimaron en brindarles toda clase de muestras de solidaridad. A diferencia de algunos analistas que han visto en los gestos de simpatía de las clases medias y altas una confabulación con la derecha o una fabulación interesada del “mito del buen salvaje”,[viii]nosotros pudimos ver que paceños de todas las clases, edades y géneros les dieron un sincero y caluroso recibimiento a los indígenas de tierras bajas en su épico ingreso a la ciudad; [ix] los acompañaron en su vigilia de varios días a la espera de resultados favorables en las negociaciones de sus dirigentes con el gobierno[x] y, por último, vimos que hubo una sentida despedida de ambos al momento de partir los marchistas de retorno a sus territorios.

Aunque sería tonto negar la solidaridad proverbial de los paceños con la gente afectada por desgracias colectivas, nosotros creemos que la emotiva acogida con que recibieron a los indígenas del TIPNIS también tiene que ver con la intuición de la población citadina respecto a que la lucha de los indígenas por su hábitat concierne a aquellas bendiciones intangibles que ella misma ha ido perdiendo en su tránsito desde sus comunidades autosubsistentes hasta los contaminados barrios de sus ciudades, donde sobrevive gracias a una creciente dependencia de la circulación mercantil pero con posibilidades de subsistir cada vez más reducidas, a pesar de todas las comodidades que estas ciudades ofrecen (o quizás por ello mismo). Esta intuición se hizo entrañable, se nos ocurre, cuando redescubrimos nuestra común humanidad en el rostro de los más pobres y humildes de nuestra patria al momento de su entrada decisiva en la historia contemporánea.
*Publicado originalmente en Bolpress.com el 15 de noviembre, 2012

[i] A propósito de una distinción entre caminos y carreteras, ver este fantástico cuento de Gustavo Duch en
[ii] Ver http://elsistema.info/index.php?option=com_content&view=article&id=11922&catid=14
[iii] Ver http://www.lostiempos.com/oh/actualidad/actualidad/20100502/el-aguarague-manual-para-destruir-una-reserva-natural_68344_125303.html
[iv] Ver Lee Hoinacki, Why Philia? (Lecture note) Conferencia leída en la Lecture Series "Conversations: The Legacies of Ivan Illich" en Pitzer College, Claremont (California, USA), Marzo 2004, p. 9. Visitar http://www.pudel.uni-bremen.de
[v] Ver Ivan Illich, Subsistence, en Kenneth Vaux, ed., «Powers That Make Us Human» (Urbana: University of Illinois Press, 1985), p. 50.
[vii] Cf. Pierre Chaunu, Histoire, Science Sociale. La durée, l‘espace et l‘homme à l‘époque moderne, SEDES: París, 1974.
[viii] Ver Alison Spedding, Por qué no voy a salir a marchar en defensa del TIPNIS
[ix] Ver relato sobre el recibimiento en La Paz en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011101901
[x] Ver un balance de la marcha indígena en http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2011102501


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