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sábado, 17 de septiembre de 2016

De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organización de lo vivo*

PREFACIO DE FRANCISCO J. VARELA GARCÍA (a segunda edición 1993)




por Francisco Varela

SEGUNDA PARTE

EXPANSIÓN Y CONTINUIDAD DE UNA IDEA

Devenir de la autopoiesis en sentido estricto

¿Cuál fue el devenir de la idea de autopoiesis  al interior de las ciencias?  Poco después de la aparición del artículo en Biosystems en 1974, la idea empezó a hacer su camino con cierta inercia en los medios científicos. No viene al caso hacer aquí una historia detallada, quiero sólo dar de modo indicativo algunos hitos.



Aquellos que se ocupaban de teoría de sistemas fueron los primeros en reaccionar y ya en 1976 la reunión internacional de sistémica en New York había una sesión especial llamada Autopoiesis (en la que fui conferenciante invitado). El primer libro dedicado exclusivamente a la idea apareció poco después12. Habrían de haber muchos otros libros y artículos en años posteriores. Más importante para mí, fue que la idea empezó a suscitar interés entre los biólogos, muy especialmente a través de Lynn Margulis, destacada investigadora del origen de la vida y la evolución celular. A partir de comienzos de los años 80 Margulis adopta la autopoiesis como el criterio para definir el origen de los seres vivos y difundió la idea a muchos otros científicos activos en el área. Bajo Margulis, Gail Fleischaker escogió el tema para su tesis doctoral y publicaría más tarde una serie de artículos originales sobre el tema. 


Aunque a partir de entonces, a nivel teórico y biológico la idea de autopoiesis se encarnaba en el discurso científico, por muchos años tenía yo la esperanza de que pudiera servir de guía para la síntesis de sistemas precelulares. Estos desarrollos habrían de esperar los años 90 cuando Luigi Luisi y su grupo en Zürich decidieron lanzarse al desafío de la construcción de sistemas autopoiéticos sintéticos sobre la base de micellas lipídicas, haciendo uso de un know-how experimental considerable13. Los resultados muestran claramente que la circularidad autopoiética puede implementarse en un sistema químico real, sometido a restricciones similares a las de los primeros sistemas celulares. Como señalaba el editorial de Nature, comentando un artículo de Luisi que aparecía en el mismo número, la síntesis de sistemas autopoiéticos artificiales representa "el haber completado una etapa más para resolver el misterio del origen de la vida”14.


Estos últimos años han sido también testigos de una nueva corriente de investigación interdisciplinaria llamada Vida artificial, continuación natural de la cibernética de los años 50, uno de cuyos objetivos es la simulación y realización de sistemas vivos a varios niveles, desde el celular hasta el robótico15. Uno de los postulados más repetidos de esta corriente, hoy en día muy publicitada en medios periodísticos, es que es una organización lo que permite definir la vida, y no los componentes, por muy sofisticadas que sean sus propiedades enzimáticas o replicativas. Ésa es, por cierto, una intuición que guiaba nuestra búsqueda en 1971. Más aún, los autómatas celulares que usáramos en el Protobio, se transformaron en las manos de la vida artificial, en la herramienta predilecta de simulación de toda clase de propiedades biológicas.



La autopoiesis como metonimia 

No puedo omitir aquí un comentario sobre otra dimensión de la expansión de la idea de autopoiesis más allá de la biología hacia las ciencias humanas, donde ha suscitado un interés inusitado. Pienso que en estos casos la autopoiesis aparece jugando un rol metafórico, o más precisamente, metonímico. Esta tendencia ya se planteaba en el prefacio que Stafford Beer escribiera en 1972, donde afirma que es "evidente" que la idea puede extenderse para caracterizar un sistema social. Ya en esa época tenía yo una posición escéptica al respecto, como lo señala el mismo Beer.


En los años que siguieron, este uso metonímico tomó fuerza en dominios tan diversos como la sociología, en los escritos del famoso sociólogo alemán Niklas Luhman16, la teoría jurídica17, la teoría literaria18, así como una extensa literatura en el campo de la terapia familiar sistémica19. Toda esta profusión de interés ha sido para mí fuente de sorpresa. Después de años de escuchar los argumentos y los usos de la idea en varios de estos campos, he llegado a algunas conclusiones generales de las que quiero dejar constancia brevemente.


Quiero distinguir en esta literatura secundaria dos modos de transposición de la idea original: (1) una utilización literal o estricta de la idea, (2) una utilización por continuidad. Con el primer modo me refiero al hecho que ha habido intentos repetidos de caracterizar, por ejemplo, una familia como un sistema autopoiético, de manera que la noción se aplique en este caso estrictamente. Estos intentos se fundan, en mi opinión, en un abuso de lenguaje. En la idea de autopoiesis las nociones de red de producciones y de frontera tiene un sentido más o menos preciso. Cuando la idea de una red de procesos se transforma en “interacciones entre personas”, y la membrana celular se transforma en el “borde” de un grupo humano, se incurre en un uso abusivo, como lo expresé en un comentario crítico que he publicado al respecto20.


El uso de la autopoiesis por continuidad es otro: se trata de tomar en serio el hecho de que la autopoiesis busca poner la autonomía del ser vivo al centro de la caracterización de la biología, y abre al mismo tiempo la posibilidad considerar los seres vivos como dotados de capacidades interpretativas desde su mismo origen. Es decir, permite ver que el fenómeno interpretativo es continuo desde el origen hasta su manifestación humana. En lo fundamental, yo estoy de acuerdo con este uso y esta extensión posible. En el panorama de ideas actuales es quizá una de las facetas más originales de este trabajo. Sin embargo, pienso que darle una argumentación y una expresión rigurosa a esta articulación requiere trabajo serio. Entre los ejemplos que me parecen convincentes destacan el que hace J.P. Dupuy en su análisis de los sistemas sociales21, Winnograd & Flores en su análisis sobre la comunicación22, y el texto más evocativo de W.I. Thompson23. Por desgracia a menudo la idea de autopoiesis se la cita en este tipo de literatura de manera mucho más superficial.


En breve, creo que queda claro para el lector que, en lo fundamental, tengo un gran escepticismo sobre la extensión del concepto más allá del área para la que fue pensado, es decir, la caracterización de organización de los sistemas vivos en su expresión mínima. Aunque no hay una razón a priori, después de todos estos años mi conclusión es que una extensión a niveles “superiores” no es fructífera y que debe ser dejada de lado, aun para caracterizar un organismo multicelular24.  Por el contrario, el ligar la autopoiesis como una opción epistemológica más allá de la vida celular, al operar del sistema nervioso y los fundamentos de la comunicación humana, es claramente fructífero25. 



MÁS ALLÁ DE LA AUTOPOIESIS

Quiero terminar con un breve comentario sobre lo que ha sido mi camino intelectual después de 1973, independientemente de los avatares tempranos o tardíos, de la autopoiesis. Lo hago sobre todo porque quisiera aprovechar este Prefacio para dejar en claro que a mis ojos la autopoiesis fue una etapa importante y útil, pero tan sólo una pieza del puzzle más para entender la biología del conocer de una manera nueva. Ciertamente mi manera de pensar hoy no queda caracterizada como “la teoría autopoiética”, contrariamente a lo que a veces se dice; es otro uso metonímico que sería mejor evitar.


Otra motivación para esbozar aquí estos hitos de mi propio desarrollo científico, es que después de los años de trabajo conjunto con Maturana en 1970-73, y un breve interludio de nuevas colaboraciones en mi segundo intento de vuelta a Chile en 1980-83, nuestros caminos intelectuales han divergido de múltiples maneras tanto en contenido, como en enfoque, como en estilo. Esto no debe sorprender; somos dos individuos diferentes y viviendo casi todo el tiempo en lugares distintos. Es importante, entonces, aclarar que nuestra colaboración en la creación de la autopoiesis no implica el que compartamos hoy una visión común en una supuesta "teoría autopoiética" unificada. Por cierto hay algún terreno compartido y que hemos expresado en un libro destinado al gran público, El árbol del conocimiento26, que redactamos entre 1982-83 y que ha tenido un éxito significativo en los doce idiomas a que ha sido traducido. Por el contrario, el corpus de investigaciones que menciono a continuación representa trabajo científico original, Y cuya responsabilidad me incumbe.



Auto referencia y clausura

La autopoiesis reposa sobre una concepción circular auto referencial de los procesos. Sin embargo, por muchos años la auto referencia recibió una atención marginal y más bien negativa. Una de las cosas que me han ocupado por períodos desde 1974 (y sobre todo trabajando con mi amigo y colega el matemático Jorge Soto-Andrade), es la de esclarecer la noción de auto referencia como concepto formal y lógico bien fundado27.


Junto con la búsqueda de un fundamento más claro a la circularidad, se me hizo claro también que la noción de autopoiesis es un caso particular de una clase o familia de organizaciones con características propias. Lo que tiene en común es que todas ellas dan al sistema en cuestión una dimensión autónoma. La base de esta conclusión fue sobre todo el repensar desde este nuevo ángulo las dos redes biológicas cognitivas más evidentes: el sistema nervioso (expresado en mi trabajo experimental de varias maneras) y el sistema inmunitario (que comenzó a ocuparme desde 1976). La idea es simple: sólo una circularidad del tipo de la autopoiesis puede ser la base de una organización autónoma. La caracterización de la clase de organización pertinente es lo que comencé a llamar el principio de clausura operacional. La palabra clausura la uso aquí en su sentido de operación al interior de un espacio de transformaciones, como es habitual en matemáticas, y no, por cierto, como sinónimo de cerrazón o ausencia de interacción, lo que sería absurdo. Lo que interesa es caracterizar una nueva forma de interacción mediado por la autonomía del sistema. Todas estas observaciones y conclusiones las resumí in extenso en un libro titulado Principios de autonomía biológica que apareció en 1979.28  Ese libro continúa siendo la síntesis más completa del desarrollo de los fundamentos, las aplicaciones y los intentos de formalización de noción de autonomía29.




Identidad somática y sistema inmunitario

A un nivel menos programático y más aplicado, una dirección de trabajo que ha sido de enorme fertilidad es un extensa reformulación del sistema inmunitario bajo los principios de organización autónoma. Este tema se abrió para mí al conocer en 1976 a Nelson Vaz en EE.UU.30. Sin embargo, no fue sino hasta mi instalación en París en 1986 y mi colaboración intensa con Antonio Coutinho del Instituto Pasteur, que esas instituciones han dado sus frutos. En pocas palabras, la idea central es la siguiente. La inmunología tradicional tiene como metáfora central la defensa contra los antígenos externos invasores. Ésta es una transposición isomórfica de las ideas dominantes representacionistas en el sistema nervioso: los antígenos juegan el rol de inputs conteniendo información, la respuesta inmunitaria juega el rol de output. Nuestra proposición es en cambio: el sistema inmunitario es sobre todo una clausura operacional propia a los linfocitos y las regiones V-variables de las inmunoglobulinas, que permiten una identidad somática al organismo multicelular Sólo secundariamente esta red desarrolla en el curso de la evolución capacidades defensivas tipo respuesta inmunitaria a infecciones masivas. Pero el corazón del funcionamiento del sistema es constitutivo de la identidad somática mediante la provisión de una red de inter comunicaciones al interior del paisaje celular y molecular del organismo, y no una serie de respuestas de anticuerpos dirigida al exterior. Se trata, por decirlo brevemente, de un verdadero sistema cognitivo del cuerpo.


Estas ideas las hemos expresado en numerosos trabajos, y han tenido un impacto en el mundo de la inmunología tradicional31. Más interesante tal vez es que el paso entre la revisión del fenómeno inmunitario y su expresión en resultados experimentales nuevos e inesperados ha sido muy rápido. Así por ejemplo, nuestro enfoque llevó a poner en evidencia por primera vez que el sistema como un todo tiene una rica dinámica temporal en la composición de inmunoglobulinas que expresa, entre otras cosas, la diferencia entre normali¬dad y enfermedades auto inmunitarias32.

Evolución y deriva natural

Un tercer paralelo crítico al que he llegado naturalmente en estos años es que para poder dar sentido a un sistema autónomo, el pensamiento evolutivo debe dejar atrás una visión neo darwinista que entiende la selección como fuente instructiva de modificaciones históricas. La nueva visión que emerge en consonancia con todo un movimiento renovador en biología evolutiva se hace cargo de las capacidades auto organizativas intrínsecas del organismo a nivel genotípico (el genoma es una red compleja) y durante el desarrollo embriológico (el desarrollo es una transformación integrada, y no la expresión de caracteres). Además, el acoplamiento estructural con el medio se realiza, no sólo a nivel del individuo, sino también a vatios otros niveles, tanto celular como poblacional, y sobre la base de ciclos completos de vida. El énfasis en la constitución interna y los múltiples niveles de imbricación del ciclo de vida de todo organismo llevan a cambiar la visión de la selección natural clásica a una que puede designarse como deriva natural. En la evolución como deriva natural, la selección aparece como condi¬ciones de borde que deben ser satisfechas, pero al interior de las cuales el camino genotípico y fenotípico de un organismo se funda en su clausura operacional. Las consecuencias de todo esto son, por cierto muy importantes, pero no es éste el lugar para entrar en detalles33.




Enacción y cognición

Una de las críticas que debe hacerse a esta obra (así como a mi libro del 79), es que la crítica de la representación como guía del fenómeno cognitivo es reemplazada por una alternativa débil: lo externo como mera perturbación de la actividad generada por la clausura operacional, que el organismo interpreta ya sea a nivel celular, inmunitario o neuronal. Reemplazar la noción de input-output por la de acoplamiento estructural fue un paso importante en la buena dirección porque evita la trampa del lenguaje clásico de hacer del organismo un sistema de procesamiento de información. Pero es una formulación débil porque no propone una alternativa constructiva al dejar la interacción en la bruma de una mera perturbación. A menudo se ha hecho la crítica que la autopoiesis, tal y como está expuesta en este libro, lleva a una posición solipsista. Por lo que acabo de decir, yo pienso que ésta es una crítica que tiene un cierto mérito. La tentación de una lectura solipsista de estas ideas deriva de que la noción de perturbación en el acoplamiento estructural no toma adecuadamente en cuenta las regularidades emergentes de una historia de interacción en donde el dominio cognitivo no se constituye ni internamente (de un modo que lleva efectivamente al solipsismo), ni externamente (como lo quiere el pensamiento representacionista tradicional). En estos últimos años he desarrollado una alternativa explícita que evita estos dos escollos, haciendo de la reciprocidad histórica la clave de una codefinición entre un sistema autónomo y su entorno. Es lo que propongo llamar el punto de vista de la enacción en la biología y ciencias cognitivas34. Enacción es un neologismo, inspirado del inglés corriente en vez del griego como lo es la autopoiesis. Corrientemente enacción se usa en el sentido de traer a la mano o hacer emerger, que es lo que me interesa destacar. La prueba de fuego de este punto de vista es que ha permitido una reconstitución detallada y meticulosa de un fenómeno que puede verse como caso ejemplar: la visión de colores35.




Conciencia y fenomenología

La última pieza del puzzle a considerar aquí es la relación de estas ideas sobre el ser vivo en sus varias dimensiones y el fenómeno de lo mental y la conciencia, entendida como experiencia vivida. De hecho el problema de la conciencia vuelve a estar a la orden del día hoy: no se puede hacer neurociencias sin dar una respuesta, aunque sea implícita, a esta cuestión. Desde mi punto de vista, la crítica del conocimiento que acompaña a la autopoiesis  y que se continúa al poner en evidencia el rol central de la interpretación y de la autonomía de los seres vivos, es clave. Sin embargo, ese nuevo análisis biológico requiere un complemento de una disciplina fenomenológica de la experiencia. Esta exigencia de una disciplina adecuada es un punto ciego en nuestro discurso científico que se contenta con suponer que la vida mental aparece como algo evidente y accesible a los humanos, lo que es un error radical. Esta crítica se aplica a la cuasi totalidad de los escritos actuales sobre la conciencia y aún a lo que decimos en El Árbol del conocimiento, donde se reclama un rol para la experiencia (es el comienzo y el fin del camino del itinerario conceptual que el libro recorre), pero no se ve más allá en el esfuerzo por buscar una metodología explícita para poder tematizar esa experiencia. En este sentido he vuelto a recobrar mi antiguo interés en la fenomenología europea, y en particular en Merleau-Ponty, como el antecedente más cercano a mi posición enactiva, aunque añado a esa tradición europea, un sostenido interés en una disciplina de la experiencia que encarna la tradición de medita¬ción budista a lo largo de 20 siglos. Esta circulación necesaria entre experiencia y ciencias cognitivas es el tema de mi libro más reciente, quizá el escrito que más me ha exigido en un esfuerzo de síntesis, para lograr poner lado a lado la enacción y la experiencia entendida como una disciplina rigurosa36. Mi interés actual está centrado sobre todo en esta reciprocidad: externalidad de la operación cognitiva y fenomenología de la experiencia vivida. En el laboratorio, las nuevas técnicas de imágenes cerebrales permiten explorar todo esto de manera empírica y precisa. Es el comienzo de una nueva ciencia biofenomelógica donde falta casi todo por hacer.




CODA

Como se ve, desde mi perspectiva de 1994, la autopoiesis no encarna sola una nueva visión de la vida y el conocimiento. A su lado aparecen otras nociones igualmente importantes, tales como la clausura operacional, la enacción, la deriva natural y la metodología fenomenológica. Los referentes empíricos se extienden consecuentemente en nuevos programas de investigación detallados, sean las redes de linfocitos, la marcha de los insectos, o las imágenes cerebrales. Se trata de un edificio de nuevas concepciones epistemológicas y de resultados empíricos que tiene gran amplitud y se sostiene con rigor. Han sido 20 años productivos en los que la etapa de formulación de la autopoiesis marca, en retrospectiva, un hito importante como debería ser evidente para el lector que ha tenido la paciencia de seguirme hasta aquí. Este Prefacio es también para mí la ocasión de agradecerle públicamente una vez más a Humberto Maturana el haber sido mi primer maestro en el juego de la ciencia, y luego colega en la aventura de lo nuevo. Pocos son los que tienen su coraje y lucidez como pensador; si nuestros encuentros no hubieran sido, mi vida tendría una dimensión de menos.


Pero si esta construcción lenta y sostenida, llena de corsi y ricorsi como toda creación intelectual, tiene hoy día viabilidad científica, es porque se  inserta en una sensibilidad histórica que la autopoiesis intuía ya en 1973. Como decía al comienzo de este Prefacio, no hay creaciones personales desprovistas de una inserción: el que una idea tenga un impacto es un hecho histórico y no una aventura personal o un asunto de “tener razón”. La autopoiesis sigue siendo un buen ejemplo de alineamiento con algo que sólo aparece más claramente configurado en varios dominios del quehacer cultural humano y que indicaba yo con el nombre de un giro ontológico. Es decir, una progresiva mutación del pensamiento que termina con la larga dominancia del espacio social del cartesianismo y que se abre a la conciencia aguda de que el hombre y la vida son las condiciones de posibilidad de la significación y de los mundos en los que vivimos. Que conocer, hacer y vivir no son cosas separables y que la realidad y nuestra identidad transitoria son partners de una danza constructiva. Esa tendencia que designo como un giro ontológico no es una moda de filósofos, sino que se refleja en la vida de todos. Entramos en una nueva época de fluidez y flexibilidad que trae detrás la necesidad de una reflexión acerca de la manera de como los hombres hacen los mundos donde viven, y no los encuentran ya hechos como una referencia permanente.


Las consecuencias éticas de este darse cuenta son importantes, y en todo caso suficientemente actuales para que merezcan una discusión más extensa que la que puedo hacer aquí37. Pero insisto sobre este punto porque la ocasión de escribir este prefacio que celebra estos 20 años sería tristemente dilapidada si no llegara a comunicar al lector la importancia de expandir el horizonte para considerar el carácter profundamente social y estético de donde esta idea se inserta, más allá de la ciencia y la biología, y más allá de las personas que figuran como autores. En ese sentido este pequeño libro no ha perdido vigencia y todavía puede leerse con provecho. En definitiva una invención científica en cualquier campo requiere actores que sean sensibles a las anomalías que siempre nos rodean. Esas anomalías deben ser mantenidas en un estado de suspensión y cultivo mientras se es capaz de encontrar una expresión alternativa que reformule la anomalía como un problema central, tal y como la autopoiesis pone la autonomía al centro del problema de la vida y el conocer. Quizá el caso de la autopoiesis, en el que me ha tocado la fortuna de ser partícipe, pueda servir para ilustrar esta dinámica de la innovación y contribuir así a que el futuro de la ciencia en Chile sea responsable de cultivar sus sensibilidades propias y no sea un eco de tendencias de otras latitudes.

París, enero de 1994.

* Humberto Maturana y Francisco Varela, "De máquinas y seres vivos. Autopoiesis: la organizaciòn de lo vivo. Buenos Aires: Lumen, 2003 (Tomado del sitio web: Autopoiesis.cl, el 11 sept. 2016). Ver Primera parte de este prefacio de Francisco Varela a la segunda edición (1993) en: http://umbrales2.blogspot.com/2016/09/de-maquinas-y-seres-vivos-autopoiesis.html

NOTAS

(Primera parte)

1. En particular véase el "clásico": Maturana, H.; Lettvin, J.; McCulloch, W.; Pitts, W., "Anatomy and physiology of vision in the frog", en J. General Physiology, 1960, 43: 129-175.
2. Varela F.; Maturana H., "Time course of excitation and inhibition in the vertebrate retina", en Exp. Neurol, 1970, 26: 53-59.
3. Kuhn, T., The structure of scientific revolutions, Harvard University Press, 1970.
4. Para una selección de estos y otros artículos véase: von Foerster, H., Observing Systems: selected papers, Interscience, California, 1979.
5. Una selección de sus trabajos más importantes apareció recién en 1975: McCulloch, W.S., Embodiments of mind, MIT Press.
6. Garvin, P. (ed.), Cognition: a multiple view, Spartan Books, Washington, 1970.
7. Piaget, J., Biologie et connaissance, Gallimard, Paris, 1969; traducción española apareció en S. XXI, Buenos Aires en 1972.
8. Sobre estos trabajos véase Deamer, D.; Fleshchaker, G. (Ed.), The origins of life: the central concepts, Jonathan Cape, Boston, 1994.
9. Se trata de su libro The Anatomy of Human Destructiveness.
10. Maturana, H.; Varela, F.J., Autopoiesis and cognition: the realization of the living, BSPS, vol. 42, D. Reidel, Boston, 1980.
11. Varela, F.; Maturana, H.; Uribe, R., "Autopoiesis: the organization of the living systems, its characterization and a model", en Biosystems, 1974, 5: 187-196

(Segunda Parte)




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