Por Serge Latouche
¿La situación "sin
precedentes" en la que el coronavirus ha hundido al mundo nos conduce al
descrecimiento? Esta pregunta se ha extendido en el debate público en las
últimas semanas. Serge Latouche, profesor emérito de economía en la Universidad
de Orsay y objetor del crecimiento, nos da su análisis.
Con el auge de la pandemia de
Covid-19, comenzaron a llegarme las solicitudes de entrevista, principalmente de
periodistas italianos y franceses, pero no solamente, con el argumento de que esta
pandemia interpela las tesis de la decroissance (el descrecimiento). Para
algunos, la situación actual corresponde a las predicciones de los objetores
del crecimiento; podrían ser un inicio de la realización de su proyecto; para
otros, esta crisis sería una oportunidad excepcional para cambiar el sistema.
En efecto, las principales medidas
puestas en marcha por los gobiernos para contener la epidemia parecen tener
consecuencias “positivas”. Las emisiones de gases de efecto de invernadero han
bajado sustancialmente en China, el aire se ha vuelto transparente, los
pequineses pueden ver de nuevo un cielo azul, las contaminaciones de todo tipo
se han reducido, se vuelve a escuchar el canto de los pájaros en las ciudades,
se dice que los delfines han regresado a los canales de Venecia, liberados de
los vaporetos y los turistas. Además, por la fuerza de las cosas, la gente se
da cuenta de que puede sobrevivir sin consumir mucho. Aprenden a vivir en la
frugalidad y se dan cuenta que pueden prescindir de muchas cosas sin sentirse
muy mal. ¿No sería conveniente, como lo señala inclusive un interlocutor, “una
posibilidad de reacondicionamiento y por consecuencia, de reaprendizaje de la
compasión por el otro, de atención a lo que vive, de reducción del consumo y el
trabajo, primero forzada y después adoptada?
Como la temporalidad de la reflexión
teórica y filosófica no es la misma que la de los medios, he refrenado mucho en
mis reacciones, limitándome a subrayar mi incompetencia en los aspectos
técnicos del problema epidemiológico y a decir que en mi opinión tan pronto
como pase la crisis volveremos a las practicas anteriores como sucedió después
de la crisis de 2008. Las lecciones obtenidas se limitarán cuando más a una
relativa repatriación de la producción farmacéutica, gracias a intervenciones
estatales ad hoc que derogan los sacrosantos principios de la competitividad
y el libre comercio.
Con el tiempo y el retiro necesario para
la reflexión, esta crisis parece ser, por su especificidad y su amplitud, un
revelador particularmente fuerte de las patologías de nuestra sociedad de
crecimiento, productivista y consumista. Sin embargo, es conveniente
reflexionar sobre la paradoja del aspecto “sin precedente” del fenómeno antes
de considerar lo que revela, cuáles serían las consecuencias y que lecciones las
que eventualmente podemos sacar.
¿Sin precedente?
Los medios, que son en gran medida la
causa, se hacen invariablemente eco de la naturaleza excepcional de lo que
estamos viviendo. ¿Qué es entonces lo que se califica como sin precedente? Ciertamente
no lo es la aparición de una pandemia, ni siquiera su gravedad. Los historiadores
identifican la aparición recurrente de pandemias desde el neolítico habiendo
algunas de mayor gravedad a la que hoy vivimos, como la peste negra del siglo
XIV que habría exterminado la tercera parte de la población de Europa. En
general, ellos atribuyen estos fenómenos a las modificaciones de las relaciones
del ser humano con los medios “salvajes” (vida silvestre) por cuanto al origen
del virus, y su propagación al desarrollo de los intercambios y los
desplazamientos de las poblaciones. Más recientemente, algunos han puesto en
evidencia sus ligas con los cambios climáticos de origen geológico y a veces
antrópico, en la antigüedad y en el siglo XVI para la América Latina.
Lo que seguramente es sin
precedente, es la amplitud de las medidas de confinamiento adoptadas por un
gran número de países y que al momento de escribir este artículo llega a más de
tres mil millones de individuos, y en menor medida la velocidad de la
propagación real y más aún imaginaria de este acontecimiento. Si el virus no es
mortal en la mayoría de los casos, su contagio es muy fuerte y los males que
provoca introducen el desorden en las estructuras sanitarias poco preparadas, a
pesar de la previsibilidad de la emergencia de patologías de este tipo. La
actividad humana se ve como suspendida en casi todo el planeta. Sin embargo, no
estuvieron muy equivocados aquellos que inicialmente señalaban el carácter
benigno si no es que banal del asunto.
Finalmente, decían, la realidad es que por el momento no es el fin del
mundo, como lo muestran las cifras de fallecidos que se han informado. Las
estadísticas de muertos y de personas contagiadas, anunciadas con gran
escándalo, sin correcciones y sin perspectiva, en todo momento por los medios
como si fueran víctimas de guerra, contribuyen a crear una psicosis
apocalíptica. Recordemos que la gripe ordinaria produce también más de 150
muertos diarios en Francia a lo largo de varios meses, sin hablar de los
accidentes de carretera que producen cada año cerca de 1.3 millones de muertos
en el mundo, sin que ello conduzca a prohibir la circulación. A la hora de los
balances podría aparecer que otras pandemias menos recientes han tenido un
impacto real más importante. El periodista Daniel Schneidermann en su crónica
en Liberación del 23 de marzo de 2020, hace notar que la gripe de Hong
Kong que azotó del verano de 1968 al invierno 1969/70 produjo cerca de 40,000
muertos en Francia y un millón en el mundo y pasó desapercibida. Estos datos
nos interpelan sobre las causas de la amplitud mediática y política de la
actual pandemia.
La salud a cualquier precio
El crecimiento de la importancia del
rechazo a la muerte que se ha manifestado en el fantasma de las guerras de cero
muertos luego de las intervenciones americanas en Irak, como se revela también
en las investigaciones quiméricas de los transhumanistas, transparenta en la
complicidad implícita entre el poder médico, la potencia gubernamental y la
opinión publica. La autoridad del discurso médico y científico, muy magnificado
por los medios, apoyado por la opinión pública, a pesar de las contradicciones
y las confusiones de sus voceros, se ha convertido en una verdadera fuerza
vinculante, para los jefes de Estado- los cambios de posición de Donald Trump y
de Boris Johnson son particularmente reveladores- y al mismo tiempo, sirven de
apoyo a las inclinaciones dictatoriales de la Hungría de Orban y la Turquía de
Erdogan que son los ejemplos más flagrantes.
Ciertas autoridades médicas reaccionan frente a quienes dictan las
medidas más restrictivas y represivas, en detrimento de las libertades.
Es en efecto destacable que se haya
regresado de “la economía cueste lo que cueste” de la sociedad de crecimiento a
“la salud cueste lo que cueste” de la primera modernidad, después de las
guerras de religión. En otros términos, entre los dos polos complementarios y
antagónicos de la modernidad, la “bolsa”, bien representada por John Locke,
para quien el contrato social tiene por objeto el enriquecimiento dentro de un
Estado de derecho y la “vida”, bien representada por Thomas Hobbes, para quien
debemos abdicar de todos los derechos naturales en beneficio de un Leviatán
tutelar garante único de la mera sobrevivencia y de la seguridad, el cursor se
ha desplazado en dirección del segundo término: escapar de la muerte, sea cual
sea el precio a pagar en términos de la renuncia a las libertades, y aun, si es
necesario sacrificar un poco la economía.
Curar la patología social
La crisis revela en primer lugar la
extraordinaria fragilidad de nuestras sociedades. Hace muchos años que los
ecologistas han demostrado que la sociedad de crecimiento iba a chocar contra
el muro de los límites ecológicos del planeta Tierra. Mientras más la sociedad de crecimiento
desarrolla su potencia tecnológica más frágil se vuelve. La erupción de un volcán islandés, hace
algunos años, lo había demostrado. También, las fallas o averías de
electricidad recurrentes, los tsunamis y otros cataclismos naturales.
Mientras más crecen la interconexión
e interdependencia entre los seres humanos y de las naciones, por el efecto de
las lógicas económicas y tecnológicas, más se reduce la resiliencia. Las
penurias de los productos farmacéuticos lo confirman.
En Italia como en Francia, en
particular, el triunfo de las políticas neoliberales y las curas de austeridad
han desmantelado el Estado-providencia y los sistemas de salud construidos
después de la Segunda Guerra Mundial, en beneficio de un sector privado y las
lógicas de la rentabilidad. Como resultado hemos debido afrontar esta pandemia
con un insuficiente personal médico, inventarios de material de protección,
equipos y número de camas y una penuria de medicamentos esenciales. Hay algo de
patético en la competencia mundial por conseguir máscaras de protección cuya
fabricación no requiere ni tierras raras ni alta tecnología. No obstante,
cualquiera que sea el escándalo criminal de las políticas perseguidas y de la
sordera de los poderes públicos frente a las señales de alarma, no debemos
cegarnos, sin embargo, sobre la contra productividad de la medicina moderna. Es
frecuentemente iatrogénica, como la analizó Iván Illich y constituye un abismo
financiero; engendra enfermedades nosocomiales y el debilitamiento de las
barreras inmunitarias bajo el efecto del abuso de medicamentos.
La crisis del Estado social tiene
también fundamentos muy reales que sin excusarla contribuyen a explicar la
contrarrevolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. La realidad es
que los gastos en salud en la lógica de la medicina de punta se vuelven
tendencialmente exponenciales e incontrolables, sin hablar siquiera de los
precios que exigen los laboratorios farmacéuticos. La salud para todos en este
contexto de sociedad de crecimiento (que además tiene un crecimiento casi nulo)
se vuelve un objetivo cada vez más difícil de realizar. Será necesario cuidar,
sin embargo, más bien la patología social que sus efectos siempre crecientes
sobre la salud de los ciudadanos. Sería más eficaz remediar los efectos
negativos de la sociedad de crecimiento por medio de una ruptura radical antes
bien que por medio de una fuga hacia adelante tecnológica. El programa del descrecimiento preconiza
firmemente una reorientación de la investigación científica, en particular en
el dominio de la medicina y el desarrollo de una medicina alternativa y
ambiental de proximidad.
El triunfo de lo virtual
En
el plano humano y relacional, uno de los efectos más consternantes que debería
interpelarnos es el hecho de que la sociabilidad elemental y fundamental,
saludarse de mano, besarse, ha sido suprimida en beneficio del triunfo de lo
virtual. En el pasado, la gestión de
pandemias implicaba poner en cuarentena, pero nunca tal desaparición del
encuentro real con el otro. La viralidad, no solamente epidémica, también
electrónica, económica y financiera, terrorista, etc, acelerada por la
globalización favorece el triunfo de lo virtual sobre lo real, como lo había
bien visto en su tiempo el sociólogo Jean Baudrillard. Ese triunfo de lo
virtual se encuentra considerablemente reforzado por el lugar que toma lo
numérico en la vida confinada. De esta forma, son barridas las justificadas
objeciones sobre los peligros físicos y psíquicos de la exposición prolongada
de los niños en las pantallas, por la necesidad de conservar una enseñanza
escolar, sin hablar de la de divertir a las familias amontonadas y
enclaustradas en espacios muy restringidos. Las partes del mercado de lo
numérico, en detrimento de la economía real, ya sea que se trate de librerías
de Amazon o de comercios de proximidad o de mercados locales, en provecho de
las ventas en línea de la gran distribución de teletrabajo, consultas médicas
por internet, etc, crecen de forma bastante irreversible. En este punto, al
menos, nada será más como antes.
Asistimos
a lo que James Lovelock llama “la revancha de Gaia”. Hemos declarado la guerra
a la naturaleza, por medio de la modernidad en lugar de vivir en su seno en armonía
con ella. Ella reacciona para defenderse y en lugar de echar marcha atrás,
nosotros lanzamos una nueva ofensiva. Esta actitud guerrera (muy acusada en el
discurso del presidente Macron) es detestable y contraproducente. No se mata un
virus que forma parte de lo que vive, se negocia y se administra. Parece, si
creemos en los expertos en virología que el coronavirus proviene de los
murciélagos como muchos otros virus y pasó al ser humano directamente (los
chinos consumen la farmacopea tradicional) o de manera indirecta, a través de
otras especies silvestres igualmente consumidas por ellos como el pangolín. La
agricultura productivista participa de la guerra contra la naturaleza y aplica
un comportamiento depredador y no el del buen jardinero como en la permacultura
y en el campesinado tradicional. Contribuye a la desforestación, a modos de
crianza intensiva sin respeto por los animales, al comercio de animales
silvestres, todas ellas actividades que favorecen el franqueo de barreras entre
las especies, la mutación de virus y finalmente su paso del animal al ser
humano. La gripe aviar, la fiebre porcina, el sida, el SARS, son las
ilustraciones. En el caso de la pandemia actual, esto puede ser menos flagrante
y en todo caso menos directo, pero la liga es probable. En cambio, parece que
la saturación del aire de partículas finas tanto en Wuhan como en Lombardía han
sido factores agravantes, mientras que la globalización ha impulsado una
propagación sin precedentes.
¿Una catástrofe pedagógica?
¿Qué lecciones podremos sacar de esta crisis? Nada será más como antes nos dicen todas las voces autorizadas, políticas, intelectuales y aun económicas. Solo pedimos creerlo ¿pero aun así? La razón nos obliga evidentemente a cambiar de ruta. ¿Veremos, sin embargo, la colocación de los prolegómenos de esa sociedad de frugal abundancia que queremos, para evitar un desquiciamiento total y la desaparición de la humanidad? Ciertamente, al mismo tiempo que eso que algunos llaman decrecimiento forzado, se vea – pero lo habíamos visto con el movimiento de los chalecos amarillos- emerger ímpetus de solidaridad, una cierta creatividad y aun formas de convivialidad, virtuales por la fuerza de las cosas… ¿pero todo esto será suficiente para provocar el cambio necesario? Se pueden predecir algunos pequeños cambios. Habrá una pequeña dosis de proteccionismo con una cierta relocalización de empresas farmacéuticas, una modificación de las reglas del funcionamiento monetario de la Unión Europea, con vista a un retorno relativo del intervencionismo estatal. Sin embargo, la renuncia a las políticas neoliberales de las que no puede uno sino alegrarse corre el riesgo de no ser sino provisional y la necesaria “metanoia”, el cuestionamiento de los fundamentos de nuestras sociedades quedará por hacerse. Probablemente prevalecerá el cortoplacismo que domina las políticas de los gobiernos. La renuncia a la religión de la economía y del crecimiento no está todavía en el orden del día. Es poco probable que la pandemia sea suficiente para vencer la inercia de un sistema que combina los intereses de los poderosos y la complicidad pasiva de sus víctimas. Una vez pasada la alerta hay el riesgo del volver al business as usual como sucedió después de la crisis económica y financiera de 2008. Estamos siempre en la lógica de la competitividad. Se necesitaría que el choque sea mucho más fuerte.
¿Y si hubiese un desquiciamiento total de la economía mundial? No es imposible, pero es poco probable. Ahora los gobiernos han reconocido un cierto numero de lecciones. Son capaces de intervenir en los mercados. Evidentemente, hay límites, por ejemplo, en caso de deserción. Pero pienso que, en el contexto actual, el sistema es todavía capaz de enfrentar una recesión a condición de que no se transforme en depresión, porque en ese momento todo estaría fuera de control. Aun los aspectos ecológicos positivos serían barridos. Recordemos que, en el momento de la caída de la URSS, el desastre económico y social, las emisiones de CO2 habían descendido considerablemente. En el caso de China, hay una baja considerable, pero ya están planeando ponerse al día.
El año 01, la famosa utopía de los años 1970 creada por el caricaturista Gebé de Chalie Hebdo, en la que algunos han creído ver un comienzo de su realización en la suspensión de la mayor parte de las actividades, por esta ocasión todavía no lo es. Conservemos viva la nostalgia, sin embargo, para alimentar la esperanza de un necesario cambio radical apoyado por el proyecto del descrecimiento.
¿Y si hubiese un desquiciamiento total de la economía mundial? No es imposible, pero es poco probable. Ahora los gobiernos han reconocido un cierto numero de lecciones. Son capaces de intervenir en los mercados. Evidentemente, hay límites, por ejemplo, en caso de deserción. Pero pienso que, en el contexto actual, el sistema es todavía capaz de enfrentar una recesión a condición de que no se transforme en depresión, porque en ese momento todo estaría fuera de control. Aun los aspectos ecológicos positivos serían barridos. Recordemos que, en el momento de la caída de la URSS, el desastre económico y social, las emisiones de CO2 habían descendido considerablemente. En el caso de China, hay una baja considerable, pero ya están planeando ponerse al día.
El año 01, la famosa utopía de los años 1970 creada por el caricaturista Gebé de Chalie Hebdo, en la que algunos han creído ver un comienzo de su realización en la suspensión de la mayor parte de las actividades, por esta ocasión todavía no lo es. Conservemos viva la nostalgia, sin embargo, para alimentar la esperanza de un necesario cambio radical apoyado por el proyecto del descrecimiento.
Ciudad de México, 18 de abril de 2020
Traducción de Miguel Valencia Mulkay
Miguel Valencia Mulkay
ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
Blog: http://red-ecomunidades.blogspot.com/
Blog: Decrecimiento-Descrecimiento México: https://descrecimientomexico.blogspot.com/
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