por Luis Rojas Aspiazu *
2. El derecho a ser universales
Universalidad fidedigna
La civilización occidental penetra en tiempos y lugares como inapelable normalidad y normatividad de las maneras de ser y pensar, de las conductas cotidianas, de las formas de educarse, de la imposición de valores y hábitos, deseos y nostalgias:
...cuando vienen por aquí
esos hombres de aire arrogante
siempre llegan de mal seño a mi casa
y como hurones buscan y rebuscan
por todos los rincones
mis anhelos, mis esperanzas,
mis ilusiones.
[...]
Cuando yo sufro
sufren los pajonales
se rasgan los ojos
las piedras y los canchales
y se despojan de su vellón las vicuñas.
Cuatro siglos de salvaje rencor
me queman sin tregua las entrañas.
Uñas de mil dedos iracundos
me desgarran el pecho
y caballos con heridas mortales
me hincan sus dientes agónicos de dolor.
(Primo Castrillo, Voz aymara)
Sobre las lenguas ancestrales pesa el arrinconamiento por su "no universalidad". Esta postergación se produce en las universidades, en los colegios u otros espacios, unas veces por considerarse al quechua y al aymara lenguas no utilizables en los ámbitos a los que quiere ascender socialmente y, otras, porque se evita volver a esa parte de mundo interior que en la escuela comenzó a ser cohibida.
Tal actitud ante lenguas consideradas "no universales" se encuentra, por ejemplo, en los manuales de enseñanza de estas lenguas; se reducen a presentar diálogos referidos a los avatares de gallinas, cerdos, patos, y estampas campesinas folklorizadas, estereotipadas: hombres arando, mujeres hilando o cocinando; niños entre ollas y perros, llorando.
En tales textos no se vislumbra el sentido de vida con despliegues de universalidad del hombre y de la mujer quechuas; menos admitirán que las culturas andinas --concentradas en sí mismas y en los lugares con los que se consustancian desde siempre-- son semilla y muestra de fidedigna universalidad y anuncio del final de la violencia multiforme de la "universalidad" de la civilización occidental.
Atiy y taypi yuyay
La idea de que se vayan creando uno, dos y muchos espacios-tiempo para cultivar un yuyay (vivir-pensar-vivir-recordar-vivir...) poderoso (atiyniyoj) y con gravidez de taypi (centro en aymara) al que, por tanto, vengo llamando (sin excluir otros nombres igualmente apropiados) taypi yuyay, va siendo resultado de una germinación microscópica --así ocurre con todo lo esencial-- como "acumulación", convergencia, intensificación y expansión de miles y miles de cursos de vida como los de Valentín, Calisaya, jóvenes quechuas, "con garra para ya no ser esclavos", Justino Quispe y los hermanos de sus hermanos que como ríos que salen del gran cauce se adelantan al ayllu, a la comunidad, al nosotros y vuelven con atiy fortalecido, con yuyay enriquecido, precisados de lugares-momentos que concentren el aliento y den continuidad a los aprendizajes cumplidos en la intemperie sin colegios ni universidades.
El encuentro con Valentín me llevó a meditaciones punzantes, con la sensación, como fondo, de haber transitado por caminos eriales, particularmente el del colegio, y que me quedaba el de la universidad. Recordé el primer "laboratorio" de Valentín; para llegar a él, teníamos que atravesar un canchón en el que se alojaban arrieros con sus llamas. Era un cuarto oscuro, arrinconado, la poca luz provenía de resquicios entre el techo y una chimenea conectada con una chhaqa ('fogón para la fabricación de chicha') en desuso. Valentín iluminaba su laboratorio con una combinación de velas y mecheros. Prefería su laboratorio a ir a la escuela. Cuánto atiy --como el de Valentín-- marginado, detenido, empequeñecido por una escuela estrictamente contraria a la postulada por Elizardo Pérez y Avelino Siñani: una escuela donde el atiy estalle, florezca, se vista de resplandores:
Atiy-poder; / atiy-triunfo; / atiy-plenitud; / atiy-vida; / atiy-comunidad.
Atiy que proporcione la grandeza de ser presencia ineludible como la del adolescente que preguntaba cuando Elizardo Pérez volvía a Warisata de sus viajes a la ciudad de La Paz: "y el mundo ¿qué dice de nosotros?".
Existe dificultad para entender el significado cabal de lo que es atiy, dificultad que abarca a la lengua como conjunto debido a las resonancias de las palabras castellanas y a la invasión de instituciones (religiosas, políticas, desarrollistas, educativas) encubridoras y deformantes de aspectos periféricos de la cosmovisión. Estas resonancias, encubrimientos y deformaciones impiden entender, por ejemplo, que el fortalecimiento y despliegue del atiy está consustanciado con el enriquecimiento de bienes del corazón que se manifiesta como khuyay ('amor fraterno y cuidadoso'). Poco tiene que ver con ciertas capacitaciones ofrecidas por instituciones bien intencionadas.
En castellano se encuentran separados en diversos términos significados que están concentrados en atiy, dependiendo esta concentración del yuyay ('vivir-pensar-recordar-vivir...')
Como podrá verse no estoy en la tarea de precisar aspectos de traducción entre dos lenguas de la misma "estirpe", como serían, por ejemplo, el castellano y el italiano. Se trata de establecer puentes entre cosmovisiones por el camino compatibilizar, contrastar, comparar aspectos contenidos en palabras correspondientes a lenguas de culturas radicalmente diferentes, como el quechua y el castellano. Los diccionarios son elaborados sin tener en cuenta esta situación. Lo cierto es que habría que idear diccionarios que extiendan puentes sobre los abismos que separan a las culturas. Lo que no nos haría olvidar el atiy de Simón.
El Atiy de Simón
En un territorio que vengo llamando la diagonal de la pobreza impuesta y de la resistencia y persistencia cultural, extendido desde un lugar del Beni hasta otros de Potosí y Chuquisaca, pasando por La Paz y Cochabamba, estuve en una comunidad quechua en la que conocí a Simón, joven que se distinguía por la forma en que expresaba el atiy. Simón con mucha perseverancia consiguió una máquina de coser y bordar. Adquirió una destreza ejemplar para producir los bordados que son parte relevante de la vestimenta tanto de varones y mujeres --particularmente jóvenes-- de la comunidad. Lo hacía con entusiasmo, cuidado y cariño, su realización era ver a la comunidad vestida con la elegancia que hacía honor a sus costumbres. Era el atiy de Simón.
El atiy es un conjunto de cualidades que implican poder con el significado más amplio e integrado a la palabra.
El atiy implica amor a sí mismo, orgullo de tener el poder para ejercitar "artes", "técnicas" y "ciencias", que permitan vivir conocer y situarse en un mundo solidario.
El atiy es una de las manifestaciones del vivir en comunidad dentro de una forma de producción, la andina, lo que da fundamento a su desarrollo como ininterrumpida actualización de la persona en un afán cotidiano de afirmación, poder y triunfo.
Es el hecho y forma de aparecer en comunidad: el vestir, el trabajar la tierra, construir las herramientas, confeccionar la ropa, cumplir el ritual y la fiesta; y, por último, "sobrevivir" y pelear en un mundo convertido en mercado, con modalidades y resultados obligados por esta adversidad; es el caso del migrante que "triunfa" en países lejanos, enfrentando situaciones extrañas y desventajosas; otro ejemplo lo encontramos en la modalidad que cobra el atiy del dirigente de movimientos sociales amenazado de sucumbir en los laberintos de la violencia estatal.
Yuyay
El yuyay, vida-pensamiento-memoria-vida... sin desgajarse, sin separarse de este lugar que se articula con otros lugares.
Encontrarse siempre, estar presente ante uno mismo, mostrarse, estar aquí, espontáneamente: pensamiento-memoria-yo-nosotros, lugar y tiempo concentrados, tierra, semilla, flor, fruto transmutados... Yuyay es el fluir pausado, constante, del vivir y el conocer inseparables.
Aquí no hay impostura; no, "yo pienso, tú obedeces"; "yo nací para pensar, tú para trabajar"; "yo para educar, tú para educarte".
El arrinconamiento de la lengua propia, el bloqueo de formas y contenidos absorbidos de la geografía y de los reservorios mentales es invisibilización y, en el fondo, --paradójicamente-- persistencia y maduración, presencia creciente del yuyay.
Yachachiy
Valoro la experiencia educativa de Jesualdo en el Uruguay, y la de Pérez y Siñani en Bolivia, como las más significativas realizadas en Nuestra América durante el siglo pasado. En una oportunidad, le expresaba a Jesualdo que su experiencia en la escuelita de Las Canteras podía ser interpretada y explicada con el término quechua yachachiy. Jesualdo escuchó con aprecio mi breve exposición sobre el contenido de yachachiy. Fácil era percibir que el olvidado educador uruguayo buscaba la fundamentación de su original trabajo en la revisión crítica de las corrientes psicológicas y pedagógicas europeas; la burocracia pedagógica no le concedió tiempos y espacios para elaboraciones exhaustivas, urdió motivos para enjuiciar penalmente su trabajo.
No sería arduo fundamentar una educación orientada por el yachachiy; pero por aquí ocurre lo que en otras partes no es posible: tapar el sol con un dedo, el dedo de la "incuestionable universalidad" del pensamiento occidental; entonces nos quedamos exclamando ¡oh, Vigotsky!, ¡oh, Piaget!, ¡oh, Bélgica!, ¡oh...!, ignorando, por ejemplo, que el término yachachiy está ofreciéndonos lo que sin resultado se busca en otras partes.
Una práctica educativa con base en el yachachiy lleva a descubrir a un educador que crea condiciones, toca puntos sensibles, toma actitudes, proporciona elementos que permiten que se produzca el aprendizaje con plena responsabilidad y movilización de quien recorre el camino de llegar a persona (runayay). Yachachiy, formando un tríptico con yuyay y atiy, proporciona los fundamentos de un modo de educarse, el que precisamos.
El yachachiy supera la dicotomía enseñar-aprender con la absorción del enseñar por el aprender. Encontraremos que es inútil esforzarse en mostrar que en quechua existe el término enseñar y esto me lleva al comentario que sigue.
En este afán de pregonar la ineludible necesidad de la comunicación en quechua, encontré un criterio muy útil para percibir y valorar los significados y sentidos de las palabras quechuas: el criterio de ausencia. Cuando en quechua no se encuentra un término que en castellano existe se atribuye al "subdesarrollo" del quechua y se intenta llenar forzadamente ese vacío. Por el contrario, ocurre que esos vacíos tienen sentido y significado, como dirían los poetas, "son ausencias que son presencias". Es el caso de la ausencia de enseñar en la lengua quechua.
* Luis Rojas Aspiazu (1929-2020) A un año de su partida (1ro de junio, 2020), compartimos un capítulo de su "Lengua, educación y violencia" (Cochabamba: Ediciones Runa, 2003) como un homenaje a su fecunda vida dedicada a pensar y hacer desde las culturas andinas y recordando su cálida existencia en la que encarnó armoniosamente el pensar, vivir, recordar (yuyay) del que habla en este libro. (La foto es de la portada de otro libro compilado por Luis Rojas en 1978 con reflexiones de varios autores sobre el proyecto "Ayni Ruway en América Latina. Educación y desarrollo)
Gracias Nano por la publicación.
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