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sábado, 12 de junio de 2021

Los exámenes de secundaria y el porvenir oscuro de Bolivia



por Carlos Medinaceli *

"Estudiar a la juventud es conocer el porvenir de los pueblos"

Francisco García Calderón

I

Voy a empezar por pedir disculpas al lector  --especialmente si es padre de familia--, por lo mucho de alucinación subjetiva que pudiera haber en estos artículos. Sabido es que el periodista no debe poner nada suyo, personal, en lo que escribe, sino mantenerse, al informar, dentro del objetivismo más riguroso.

Ese es el buen periodista. Pero es que, en realidad, yo no soy periodista. En todo lo que escribo pongo mucho de personal; el antiguo poeta lírico que había en mí, no se resigna a morir. Y a veces se me aparece entre las interlíneas de mis artículos y se pone a mirar el mundo con esa mirada ardorosa y sedienta que tienen los presos cuando se asoman a las rejas de su cárcel. Y, entonces, sin yo quererlo, se me caen de las puntas de la pluma, en vez de ideas, lágrimas.

Perdón, pues, amable lector, de esta debilidad tan femenina. Ya he dicho que en estas observaciones ha de haber mucho de subjetivo y debo explicarme. No sé si mis observaciones son como las que se van a leer, porque ellas han nacido del choque entre un plano de idealismo y fineza espiritual en el que estaba viviendo, con otro plano de vulgaridad y roña, con el que me he tropezado o es que, realmente, ellas son certeras y corresponden a la realidad.

Durante esta última temporada, como cosa de quince días, durante los cuales he estado enfermo, según ha informado la prensa --pero la prensa miente mucho--, lo que he hecho es, como nada tenía que hacer en mi casa, leer, engolfarme y sumergirme en la lectura de "mis clásicos", de mis hermanos mayores, los que están más cerca de mi corazón, como Amiel y Guyau, y los que satisfacen mi sed de sutileza y profundidad, como Nietzsche y Dostoyewsky. He releído por segunda vez, "La Gaya Ciencia" del filósofo de la Engandina y he concluido, por fin, "El Diario Íntimo" de Amiel, que me prestó el Dr. Mercado... ¡Qué maravilla es este "Diario Íntimo"! He leído dos desconcertantes novelas, una de Andreyef, "Sascha Yeguleff", donde se presenta ese estado de alma tan susceptible, caótico y tembloroso, como el anuncio de una tempestad lejana, que precedió a la revolución bolchevique, y he leído, ¡con qué deslumbramiento!, una novela del escritor noruego Knut Hamsun, "El Hambre". ¡Qué estupenda creación! ¡Qué sutileza de análisis! ¡Qué dolor tan humano humedece sus páginas, como un sudor de sangre, en un Getsemaní de pesadilla! El autor es sorprendente. Con un tema tan sencillo, del que otro escritor no arrancaría media página, la sensación del hambre, del hambre fisiológica, ha logrado hacer una novela de trescientas páginas, tan sugestiva, tan inquietante, tan dolorosa, que hay páginas en que uno, alucinado, sugestionado, siente con sensación cuasi física, la sensación del hambre y le dan ganas de llorar, de llorar de hambre, acompañando al protagonista en su desesperación y angustia... De esta novela tan humana, es imposible no salir, como de "El Idiota" de Dostoyewsky, más bueno, más humano, con una piedad más cálida por todos los caídos, por los más infelices, los rateros, los criminales, las prostitutas.

He leído la maciza obra del Barón Jakob Von Uexküll, "Ideas para una nueva concepción biológica del mundo", donde de unos cuantos trazos magistrales derriba la célebre doctrina darwinista del transformismo y condena al desván de las fantasías científicas el materialismo desalmado del impenitente Haekel  y, en fin, he revisado los treinta tomos de "La Revista de Occidente" que mi buen amigo Ángel Llosa, --Dios se lo pague-- me ha remitido de obsequio, de La Paz... Ahora estoy releyendo "La Cartuja de Parma" de Stendhal. Estoy viviendo la vida llena de intrigas, mundanismo e intensidad, de los principados italianos de 1796, admirando el talento y la belleza de la condesa Sanseverina, la sagacidad razonadora del Conde Mosca, el ridículo miedo de Su Alteza Serenísima Ranuncio Ernesto IV y el alma apasionada y corajuda de Fabricio del Dongo.

Todo esto, amable lector, es dulce, elegante, fino, selecto y superior por más vulgarizado que hubiera estado departiendo en estos días con estas nobles damas y gentiles caballeros, tertuliando con Nietzsche sobre el origen de la tragedia en Grecia y con Amiel sobre el sentido del cristianismo, no oyendo nada de política, no escribiendo crónicas infames, no preocupándome del "giro" y de los abusos de la Compañía Recaudadora, manteniéndome, en fin, como aconsejaba San Francisco Javier, "lejos de las disputas de los hombres", he tenido, por la fuerza, que afinar mi espíritu, embellecer mi carácter, sutilizar la mente... Amar lo alto, lo bello, lo puro y lo delicado. Despreciar lo tonto, lo bajo, lo ordinario y lo rastrero. He salido de estas lecturas con el ardor del misterio en las sienes y la sed del ideal en los labios.

¡Cuánta razón tienen los católicos en prescribir sus ejercicios espirituales! Por más basto que uno sea, se refina, manteniéndose alejado del mundo, pero sumergiéndose en ese otro mundo, múltiple en caminos como el mar e infinito en ámbitos como el espacio, donde puede volar a su antojo la alondra de la fantasía o el águila del pensamiento, que es nuestra propia alma!

Los escritores, como los sacerdotes, necesitamos estos temporales alejamientos del mundo, estas fecundas invernadas en los santuarios de la soledad y el silencio. Allí adquirimos nuevo vigor, maduran las ideas, levantamos la cosecha, y colgándonos otra vez sobre los hombros nuestra aljaba de flechas, salimos otra vez a combatir al mundo, con aquella bondad iluminada que tenía el santo de la Umbría, pero también con la cólera generosa de San Pablo, todo, por hacer más buenos a los hombres, por llenar de sentido este mundo, que sin la fiebre de ideal, sin la jerarquía de lo trascendental, sin la fe en Dios, sin el inmortal anhelo de inmortalidad, sólo sería la bola estéril que rueda en el vacío y donde el hombre, como la oruga, sólo sería el ser que nace, crece, se destroza y muere...

Flaubert nos cuenta en alguna parte de su correspondencia: "He pasado dos meses y medio absolutamente solo, como el oso en las cavernas, y en suma perfectamente bien; verdad es que no viendo a nadie no oía decir tonterías. La insoportabilidad de la tontería humana ha llegado en mí a ser una enfermedad, y aún me parece débil la palabra, casi todos los humanos tienen el don de 'exasperarme' y no respiro libremente más que en el desierto".

Esta enfermedad es frecuente en los escritores. Hay veces en que se siente la necesidad de sumergirse en un baño de silencio y de soledad; es necesario buscar el desierto para meditar con calma, sin vanas urgencias humanas, sin escuchar las tonterías de los hombres, en los problemas esenciales: ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Qué somos nosotros? ¿Cuál es nuestro destino?

Los escritores, los que servimos para proveer de ideas a los demás, los que tenemos el encargo de pensar para los otros, porque ellos, urgidos de premuras, no disponen de tiempo para ello, necesitamos meditar nuestras ideaciones en paz, tejer nuestras fantasías en silencio, como las arañas su tela, incubar nuestras obras en calma, como las aves sus polluelos. Sólo así la obra resulta buena.

Pero, cuando abandonando este reino que no es de este mundo, vamos al mundo de la realidad casera, la sensibilidad se nos ha puesto tan hiperestática que el menor aspecto de irregularidad nos hiere, y hasta una palabra mal pronunciada nos irrita. Es que uno, como las serpientes, ha cambiado de piel y como las mujeres que han salido del embarazo, se ha vuelto mimoso, lánguido y gustero...

Es lo que me ha pasado... en un día desapacible y turbio, en una mañana brumosa y displicente como el splin de un lord puritano, después de mi azul destierro en la torre de los panoramas, he salido a la calle, a escuchar las tonterías de los hombres y cumplir el deber banal de lo demasiado humano. ¡A tomar los exámenes de los alumnos! De estos alumnos mazorrales que al ingresar el primer año de secundaria estaban comenzando a ser inteligentes, pero que al llegar al sexto han dejado de serlo completamente, pues luego de haber pasado por los encantos de la Biología y las sutilezas de la Lógica, no han alcanzado ni a pronunciar sin esa estridulante "che" la palabra "conciencia".

De este choque es de donde se han originado mis observaciones sobre el fracaso de la instrucción secundaria, o de su inutilidad, mejor dicho, que el curioso lector verá en la segunda parte de esta memorable historia.


II

¿Cuál es, en sustancia, el objeto de la instrucción secundaria y de la llamada facultativa o universitaria? ¿Con qué objeto sostiene el estado estos ciclos de instrucción, que le demandan un gasto considerable?

En épocas pasadas, cuando se estaba organizando la república, y se carecía de profesionales, singularmente de médicos, podía haberse perseguido esta finalidad, crear profesionales, pero en nuestros días, cuando estos abundan, --nos referimos a los médicos y abogados-- ¿se justifica la existencia de las universidades sólo por eso?

Indudablemente que no. Todos han dicho que la superabundancia de esos profesionales, especialmente los abogados, no contribuye sino a aumentar el parasitismo que va estrangulando la vida económica del país. Y lo que pasa con los abogados, va a ocurrir, en breve, con los médicos. Hay una nueva amenaza de plaga. Los síntomas se van presentando alarmantes.

La mente, la mira fundamental, al crear esos ciclos de educación superior, no ha podido obedecer a otro objetivo, luego, que a crear "una intelectualidad superior", capaz, por su preparación, inteligencia y tino, de dirigir al país, de ser las fuerzas guías de la sociedad, de crear, en suma, un ambiente público mejor. Que el país tenga unos cuantos hombres "preparados", egresados de las universidades, capacitados para desempeñar las funciones directivas que toda sociedad necesita, y más que ninguna, Bolivia.

Para desempeñar esta labor de encaminar la cultura popular, se necesita, obvio es decirlo, ser culto.

Y aquí viene lo terrible: los profesionales egresados de las universidades, ¿son cultos? ¿son individuos capaces de responder honestamente a la confianza que el ambiente público deposita en ellos?

Restringiendo mis observaciones a lo que pasa en Potosí --que poco más o menos ocurre en el resto de la república-- respondo rotundamente que los "hombres preparados" que egresan de nuestras universidades, son un fraude, un robo.

¿Por qué?

Por muchas razones, pero singularmente, por éstas. En las universidades y colegios "no se hace vida intelectual", propiamente dicha. No existe el culto por las ideas generales, la generosa, noble y levantada preocupación por los problemas centrales de la vida, el amor de la ciencia por la ciencia misma, el gusto del arte, de todo eso, en fin, que constituye las cualidades de un hombre de moralidad superior y de cultura. Todos los concurrentes a colegios y facultades van allí con un mezquino criterio utilitario, con una mira mediocremente interesada, reflejo exacto y genuino del espíritu de sus hogares. En suma, para decirlo en dos palabras, lo que aquellos estudiantes buscan no es culturizarse, no van allá llevados por un ideal de arte o de ciencia cuyo culto es siempre un lujo del espíritu, una aristocracia de la mente, sino lo que buscan, para decirlo rotundamente, es una mediocre y casera reivindicación social. Lo que buscan es un título con el cual elevarse en rango social y consagrarse después a la política para adquirir prebendas, tener influjo y ser unos mangoneadores.

Y aquí viene la segunda de mis observaciones amargas. Es curioso observar que los que más concurren a colegios y facultades no son los hijos de las familias acomodadas, los hijos de la burguesía, diríamos, estos prefieren dedicarse al comercio desde pequeños. Los que concurren en su mayoría son los hijos de los artesanos y obreros que aspiran no a cultivar la ciencia o el arte, sino a dejar de trabajar en los trabajos honestos, pero esforzados y mal remunerados, de sus padres. Es decir, que en vez de ser zapateros, o sastres, o carpinteros, como aquellos, quieren ser médicos, abogados y diputados.

Es una revolución pacífica, por la reivindicación social. De ahí que de nuestros colegios y facultades emana un ambiente de vulgaridad y materialismo insoportable.

Esta aberración está cundiendo a los campos y las provincias. El hijo de un honrado campesino, que pudiera continuar ejerciendo las funciones de su padre, honradamente --como el suscrito--, ya no quiere ser labrador, sino que aspira también a ser "intelectual", aunque no puede pronunciar bien, por mala educación o por mala conformación de la mandíbula, la palabra "matrimonio". (Yo he tenido una alumna que nunca pudo pronunciar a sus derechas esta palabra y salió de bachiller diciendo "matrimoño"). Otros que van adquiriendo una desaforada propensión al profesionalismo distinguido, son los hijos de los hijos de los cocanis. Yo tengo la visión fúnebre de que de aquí a diez años o menos, Bolivia ha de ser una república "de cocanis". Y los industriales y capitalistas más poderosos, --después de los judíos-- han de ser éstos.

Ahora bien, si la instrucción secundaria, y la facultativa, no sirven más que para restar elementos y brazos al laboreo de los campos y la actividad obrera productiva y, al contrario, acrecentar el parasitismo y difundir en el ambiente nacional un absurdo concepto de reivindicación social a base de simulación, ¿es justo que existan facultades y colegios de secundaria? Ya lo he dicho, y repito: en los actuales tiempos, la Universidad sólo tiene derecho a existir si de ella han de salir los hombres directores de la cultura popular, inventores en ciencia y creadores en arte: en suma, si la universidad ha de ver de crear esa élite espiritual que necesitan todas las sociedades para su dirección. Esa es su función propia. Si la Universidad y la Secundaria no realizan esa función en Bolivia, sino esta otra nefasta, de dar alas al parasitismo y la simulación, lo más lógico que cabe hacer, es suprimir las facultades y colegios secundarios y emplear ese dinero en alfabetizar al resto de los bolivianos, que moran en los campos y las provincias.

Es preferible tener cien mil habitantes que sepan leer y escribir bien y las nociones elementales de ciencias y artes, y no unos cuantos centenares de "profesionales" que nada podrán hacer si la masa, el resto de sus compatriotas, no han salido de la barbarie. Si Bolivia fuera una nación con sentido común, eso es lo que haría. Pero ese había de ser siempre nuestro defecto: derrochar millones en sostener lo superfluo y no disponer de cuatro reales para lo necesario.

El tema que esbozo es tan complejo, que continuarlo daría materia para rato.

1928

Carlos Medinaceli, "Los exámenes de secundaria y el porvenir oscuro de Bolivia". En "EL HUAYRALEVISMO o la enseñanza universitaria en Bolivia" (Obras completas de Carlos Medinaceli. Editorial "Los amigos del libro": La Paz - Bolivia, 1972)

1 comentario:

  1. Maestro, Carlos...
    Cómo siempre, leer uno de sus textos enerva el espíritu superior.
    Su personalidad profundamente humana con fuerte dósis de divinidad le han agenciado compartir frugales econtevimientos intelectuales con los moradores del Olimpo...
    Su imagen poliedrica no admite el simplismo de una definición.

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